Capítulo 17: La calma antes de la tormenta

Varias cosas cambiaron en la relación entre Alexander y Mireya. Fuera de que la posición de la joven era más clara para todo el personal, ella comenzó a cuidarse a sí misma. El duque le dio la advertencia de que castigaría a cualquiera que la lastimara o a ella si se lastimaba. Tal vez el método no fue la mejor opción, pero hizo que ella se cuidara por primera vez.

—Por cada herida que tengas, golpeare diez veces a quien te haya hecho daño. Si eres tú quien se lastima, te lo haré tantas veces hasta que no puedas caminar.

Mireya comenzó a cuidar su temperatura, administrar su tiempo, vigilar su comida y no hacer trabajos demás. Nadie estuvo más orgulloso de su cambio que Alexander, ver como ella misma dejó a un lado el desinterés en su salud, le saco una sonrisa más de una vez. Pues la advertencia que le dio también la llevó a discutir por primera vez.

—¡¿Cómo te estás quejando?! —le gritó una sirvienta— ¡Esto es lo que siempre comes!

—Le puso piedras… —le respondió temblando—, no puedo comer arroz con piedras…

—¡El ego se te subió muy alto por ser la amante del señor! —por la ira la golpeó en el rostro— ¡No dejaré que una harapienta sucia me conteste!

—¡En verdad lo lamento! —claro que aún no podía cambiar rápidamente, seguía disculpándose— ¡Pero en serio no puedo seguir aceptando esto!

La sirvienta la insultaba y golpeaba, pero Mireya seguía insistiendo y en ningún momento cedió. Todo eso agotó a la sirvienta y decidió rendirse. Por primera vez, la joven sirvienta defendió su comida y aquella mujer, que la golpeó sin piedad, fue despedida luego de recibir azotes a cambio de los golpes que le dio a Mireya. Lo siguiente que cambió fueron sus exigencias sobre sí misma. Al principio tuvo problemas debido a que la orden de cuidarse y de trabajar más que nadie luchaban entre sí. La solución llegó gracias a Alexander, quien noto lo difícil que era todo para ella. Cierto día la llevó fuera del castillo usando capa para que nadie los moleste. Primero la llevó a un restaurante sencillo para plebeyos.

—Mira al cocinero —le señaló—. Es un pequeño lugar pero él prepara toda la comida, se exige demasiado porque sabe que es el único disponible para hacerlo.

—Su esfuerzo hace que su comida sea deliciosa —dijo Mireya al probar uno de sus platillos y ver al cocinero agotado pero sin descansar.

—Pero no es el único que mantiene en pie este lugar. Su esposa e hijos ayudan bastante. Ella atiende a los clientes con la mayor sonrisa, hace las cuentas y cobra dinero. Los hijos reparten los platos, limpian el piso, lavan los utensilios y corren a hacer las compras cuando los ingredientes se acaban. Lucen agotados, pero no descansan hasta que la labor acabe.

Mireya admiro el esfuerzo de cada miembro de esa familia. Recordó que en casa, ella era la única que hacía casi todo: cocinar, lavar, limpiar y recoger. No terminaba hasta que el día acabara solo para dormir en un frío sótano. Por eso no paro de pensar en la familia del pequeño restaurante, todos trabajaban arduamente, cooperando entre sí y cerrando el lugar agotados pero contentos por las ganancias. Luego, a sus inocentes ojos, parecía que iban a compartir una deliciosa cena.

“¿Nuestro hogar podría haber sido mejor si todos hubiéramos trabajado como esa familia?”

Luego la llevó a un restaurante más lujoso. Fue incómodo para Mireya debido a que no paraba de sentirse fuera de lugar. Aunque ahí vio de nuevo lo que hacía el esfuerzo de más personas sin relaciones sanguíneas. Había más de un cocinero, cada uno en un área específica de la comida. Meseros uniformados que no tenían que correr de un lado para otra. Precios elevados y manejados rápidamente por más de un cajero.

—Increíble…

—Es igual de milagroso el resultado del esfuerzo. Pero al igual que en el otro lugar, nadie aquí se encarga de absolutamente todo. El trabajo se reparte, no pueden hacer nada sin un poco de ayuda. Incluso yo necesito mucha mano extra para mi trabajo.

—¿El señor también? Pero… ¿Por qué?

—No puede hacer el papeleo si no está ordenado, Hugo ayuda mucho. No soy el único que recorre todo el norte, mis caballeros ayudan mucho. Incluso en la guerra, siempre recibo ayuda. Gracias a eso, Aenker puede seguir adelante a pesar de los estúpidos impuestos del emperador.

“El señor aprecia la ayuda de todos, es alguien bueno al final”.

Ni siquiera Alexander podía entender porque ayudaba a chiquilla comprender el trabajo y el esfuerzo. Pero gracias a eso, Mireya pudo decidir y dejó de hacer el trabajo de otras sirvientas. Obvio recibió insultos y hasta golpes, eso no la detuvo de pedir perdón. Al menos, eso ayudó a que el duque supiera a quién castigar y luego despedir. Pronto dejaron de molestarla al notar quienes eran los despedidos del castillo. Las miradas crueles hacia Mireya disminuyeron, ya nadie le decía nada cuando compartía el lecho con el duque. Eso disminuyó el muro que los separaba y la vergüenza de la joven. Comenzó a admitir que le gustaba el cómo se sentía cada vez que Alexander la tocaba. Le gusta ser abrazada por él y dormir a su lado. Y esas noches en que dormía sola en su cuarto, se convirtieron en las raras noches de soledad que no la dejaban conciliar el sueño.

Con el duque fue igual, ya no podía alejarse de aquel aroma de flores, sus dedos añoraban cada momento acariciar la larga cabellera castaña y su mente le impulsaba a buscar a aquella chiquilla. Como resultado, no solo compartieron ese afecto en las noches y en un cuarto. Pronto fueron a la luz del día en cualquier cuarto donde se encontraran. Alexander comenzó a admirar el cuerpo desnudo y mejorado de Mireya, con cicatrices, pero sin más heridas o moretones. Sus besos dejaron de ser solo lujuriosos, no supo en qué momento beso las cicatrices en su espalda. Pero Alexander sentía que debía hacerlo, porque hasta el deseo que ella besara las suyas. Aunque hasta ahora no se atrevió a pedírselo. Era irónico cómo le enseñaba otras posiciones para tomar su cuerpo, pero se avergonzaba de pensamientos tiernos y cálidos. Sentía que aún estaban lejos de ser así, a pesar de que ambos comenzaron a compartir anécdotas como si se conocieran.

—Mi abuela dijo que en Zalys existe la costumbre de beber un vaso de cerveza, girar 20 veces y luego bailar hasta caer rendido —le contó Mireya una noche en su oficina, luego de haberla hecho suya muchas veces. Descansaban arropados en el suelo y cerca de la chimenea. Entonces, comenzaron a hablar de cosas simples hasta que la joven tocó el tema del reino de Zalys, del cual su abuela provenía—. La última en estar de pie era coronada como la reina de la plaza y tenía el derecho de poder bailar con quien quisiera sin importar nada. Y cuando ella era más joven, una amiga suya ganó el título y pidió bailar con un hombre casado sin medir sus palabras.

—¿Qué? —A Alexander le divirtió escuchar esa historia—. ¿Un hombre casado?

—Sí, pero lo más gracioso fue como se lo pidió y delante de su esposa. Mi abuelo me dijo que muchas jóvenes comenzaron a repetir su comportamiento como una prueba de valor ante los chicos.

—¿Y qué fue lo que hizo la amiga de tu abuela?

—Bueno… ah… —Mireya se levantó, por suerte se había puesto su camisón antes. Alexander se apoyó en una mano y espero con ansias lo que sea que ella iba a hacer. A continuación, la joven olvidó la vergüenza y actuó con valentía para realizar la misma imitación que su abuela le mostró hace años. Se acomodó el largo cabello, tosió un poco para no atorarse, luego se hincó en una rodilla para hablar de una forma burlesca y elegante—. Estimado joven, permítame ser la hermosa valiente que lo robe por un momento de la ogra de su esposa que me ha atacado en mi morada sin razón alguna, como toda una ogra.

—¡No puede ser! —Alexander se rió del acto de Mireya y se imaginó la situación tan descabellada que debió ocasionar aquella mujer delante de la esposa—. ¿Qué pasó luego?

—Mi abuelo dijo que el hombre se avergonzó tanto que todo el mundo lo confundió como la princesa de un cuento de caballeros. Y la esposa se enfadó tanto que de verdad era la encarnación de los monstruos de tales cuentos. Obvio no hubo baile, pero sí un momento divertido.

—¿Y esa prueba de valor?

—Las jóvenes piden una cita a cualquier chico como un caballero. El reto es hacer que ellos se avergüencen aunque sea un poco.

—El reino de Zalys siempre tiene historias de ese tipo.

—Si, por eso me gustaría visitarlo algún día.

Luego de que el relato terminara, ambos regresaron a sus respectivos cuartos. Alexander no dejaba de pensar en que en algún momento, su relación con Mireya tendría que acabar. Pero ni siquiera había planeado a donde enviarla, su comentario de Zalys le devolvió esa realidad. Y al día siguiente le pidió a su asistente buscar un buen lugar en tal reino para que ella pudiera tener una buena vida.

—¿Piensa despedirla? —le preguntó Hugo muy curioso.

—Todavía no, pero es mejor estar preparado.

—Es la primera vez que mantiene este tipo de relación.

—No es nada especial, Hugo. Mejor sigamos con el trabajo.

“Si no fuera nada especial ¿Por qué siempre la busca, señor?” fue la pregunta que Hugo no pudo hacerle al duque. Decidió mantener la boca cerrada y esperar a que el tiempo le regrese la razón a su señor y despida a esa sirvienta antes de que se vuelva un verdadero problema.

La relación tampoco era perfecta, una vez Alexander se enojó bastante con Mireya que ella creyó que la despediría pronto. El tema fue sobre la vida, en específico: la vida de la sirvienta.

—Una de las sirvientas se enfermó gravemente. Todas lloraron por ella a su alrededor —otra vez Mireya habló de un tema cualquiera luego de compartir otro encuentro a la luz del día.

—¿En serio? Qué pena.

—¿Pena? —preguntó ella dudosa—, su vida se acabó, eso es normal. ¿Por qué llorar?

—Es porque es triste, nadie quiere morir tan pronto. ¿Acaso no te asusta morir?

—No creo, mi abuela dejó de sufrir al morir. Creo que preferiría morir a seguir sufriendo, pero no puedo hacer eso. El señor ya me ordenó que debiera vivir.

—Un momento… —Alexander se levantó molesto—, ¿estás diciendo que sigues viva solo porque seguiste mi orden? ¿A estas alturas sigues obedeciendo esa orden?

—Por supuesto, no me dijo que ya podía morir, señor.

—¡¿Pero qué demonio significa tu vida para ti?! ¡¿Aún quieres morir?! —su tono de voz asustó a la joven, pero eso no le detuvo— ¡¿En serio no hay nada que te guste tanto como para que quieras seguir viviendo?! ¡¿Hasta cuándo vas a usar mi orden como ancla?!

—Yo… no entiendo, señor…

Alexander no quiso gritar más y solo se fue dejando sola a Mireya. No la vio por un par de días, así que la sirvienta contaba el tiempo para ser despedida. Pero ese día nunca llegó, seguía trabajando, tolerando la furia del duque sin poder preguntar qué le sucedía.

Ni ella ni él compartían la misma opinión sobre la vida. Para Alexander eso era un regalo precioso que todos deberían atesorar, sobre todo si alguien sacrifica la suya por la tuya. En cambio, para Mireya, eso no era nada más que algo pasajero que nadie valora. ¿Por qué tendría que valorar su propia vida, si ha crecido rodeada de gente que no aprecia la suya? Una madre cruel que soportaba las infidelidades y deseaba ser amada, un padrastro alcohólico que se quejaba del dinero pero apenas aportaba algo y una abuela dulce que nunca luchó contra su maldición. Nadie le enseñó que era la vida, por eso morir no era tan importante para ella. Excepto cuando no soporto más, porque la muerte se convirtió en la única salida de su maldición.

Ambos estaban aún con ese muro que los separaba. Su concepto de vida, su forma de vivir, su perspectiva del futuro, todo era diferente. La clase social a la que pertenecían se quedaba corta comparada con esas diferencias. ¿Cómo podrían vivir lado a lado si uno está dispuesto a vivir un día más y la otra a sentarse para esperar la muerte?

—Realmente… ¿no puedo hacerla cambiar de opinión? —Alexander la observaba desde su ventana, ella almorzaba cerca de la gran fuente muy cómoda. Bajo para verla de más cerca, pero terminó acercándose más.

—¿Señor?

—Ah… —se dio cuenta que no se detuvo antes de tiempo—, solo quería descansar. El trabajo es pesado y el sol está en lo alto —se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro—. No te detengas por mí, sigue comiendo o te enfermarás.

—Ah, sí señor…

No tocó el tema de la discusión otra vez, solo se mantuvo en silencio esperando a que ella terminara. Luego la llevó al establo de Darío y ambos bañaron al caballo con cuidado. Regresaron a la habitación donde se calentaban junto al fuego de la chimenea.

—Tendrás un tiempo libre —le dijo Alexander sin mirarla—. Encuentra algo que hacer, pero que sea algo que te guste y que te haga sonreír. ¿De acuerdo?

—Sí, señor… —tampoco se atrevió a mirarlo.

Fue así que terminó alimentando a las ardillas del bosque. Desde entonces, Alexander prohibió la caza de esos animales y restringió el paso a los perros por sus hogares. Ya no le molestaba ver la sonrisa de esa chiquilla que alimentaba pobres ardillas durante el invierno.

Pasaron los días y su relación siguió, solo que sus sentimientos habían cambiado. Pero, ninguno se había dado cuenta y tampoco se tomaban el tiempo para pensarlo. Tan solo disfrutaban del calor de sus encuentros y la pasión que los ahogaba en un mar de placer satisfactorio.

Entonces, la carta de la princesa Casandra se deslizó por esa puerta, pero el duque seguía inmerso entre las piernas de Mireya. Perdido en su aroma y enloquecido por la sensación placentera. No la soltó por un largo  tiempo, luego la dejó dormir para llevarla en brazos a su cuarto, sin olvidar llevar esa carta. Pero al llegar, la dejó en una mesa y entró al baño.

—Mireya, despierta… —mordisqueo su oreja atrevidamente para que se bañaran juntos.

—¿Uh? ¿Señor?

—¿Cómo es que termine siendo yo el que te bañe cada vez? —su pregunta no fue hecha con malas intenciones. Solo le pareció divertida la situación en la que quedó sin darse cuenta.

—Lo siento…

—Está bien, no te disculpes… solo me pareció curioso y tampoco es que me moleste.

Fue una noche tranquila, solo se bañaron sin ninguna otra intención y durmieron juntos. Mireya cayó rendida al sueño primero, Alexander la dejó descansar, encendió una vela y tomó la carta que tanto había ignorado. Reconoció el sello imperial y frunció el ceño.

—¿La princesa Casandra?

Mi querido duque Alexander Damián Roture de Aenker.

Espero que esta carta llegue a tiempo a sus manos para que pueda prepararse para mi llegada. He decidido ofrecer mi ayuda a las víctimas de la guerra contra los salvajes del este. Como miembro de la familia imperial, no puedo ignorar tal sufrimiento y espero poder familiarizarme con su cultura a su lado por supuesto.

Añoro con fervor llegar a su territorio y ser recibida por su cálida bienvenida. Sería una verdadera lástima que mi carta de informe llegara justo a dos días de mi llegada a su castillo. Pero de ser así, estoy segura de que su excelencia podrá hallar la forma de recibir dignamente a su princesa. Hasta entonces, le deseo buenos días por venir, a mi lado, por supuesto.

Con amor, la princesa Casandra Luz Vaitolin de Karxtrein.

Alexander quemó la carta de inmediato con un profundo sentimiento de asco. Al día siguiente, informó de tal llegada y ordenó que solo se preparara una habitación, sirvientes y guardias en el ala este. Definitivamente, no iba a tener a esa princesa tan cerca de él o de Mireya.

Entonces, la princesa llegó a la ciudad de Limert, por la ventana de su carruaje se asqueó de la estrecha y grisácea ciudad. No paro de afirmar los enormes cambios que haría cuando fuera duquesa. Hasta pensó en echar a la gente y traer a sus conocidos.

—¡La princesa Casandra Luz Vaitolin ha llegado! —bajo de su carruaje tan hermosamente que todos quedaron cautivados, menos el duque, quien no salió a recibirla.

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Comments

Jehiel Ortiz Cruz

Jehiel Ortiz Cruz

jaja que humillación. pero bien merecido muchachita revoltosa

2023-01-05

2

Angi Jose

Angi Jose

Dios mío! esa Casandra se ve que le va hacer la vida de cuadritos a Mireya, ojalá Mireya saque más agallas, o que Alexander la proteja, porque la maldición va hacer es esa Casandra.

2023-01-04

3

Lina Maria Casas Pastrana

Lina Maria Casas Pastrana

Gracias por este capitulo. Por favor saludame en el siguiente capitulo por fa

2023-01-04

1

Total
Capítulos
1 PRÓLOGO
2 Capítulo 1: Nacida en el Ocaso
3 Capítulo 2: Una salida desesperada
4 Capítulo 3: Su nueva vida
5 Capítulo 4: Noche en lágrimas
6 Capítulo 5: En la mira del duque
7 Capítulo 6: La unica sirvienta del duque
8 Capítulo 7: Suspiros y trampas
9 Capítulo 8: El cruel rostro ante la mirada sumisa
10 Capítulo 9: Rebeldes y soledad
11 Capítulo 10: Heridas que sanar
12 Capítulo 11: Cancion nocturna
13 Capítulo 12: Ducado Aenker, el norte del imperio.
14 Capítulo 13: El frio corazón del duque
15 Capítulo 14: Al calor del fuego
16 Capítulo 15: Habitación cerrada
17 Capítulo 16: La princesa Casandra
18 Capítulo 17: La calma antes de la tormenta
19 Capítulo 18: La princesa quiere ser duquesa
20 Capítulo 19: El dolor es estar enamorada
21 Capítulo 20: Sin saberlo...
22 Capítulo 21: La última noche Parte 1
23 Capítulo 22: La última noche Parte 2
24 Capítulo 23: Comenzar de nuevo
25 Capítulo 24:Kenian, un pequeño lugar en Zalys
26 Capítulo 25: Si al sur vives, gentil eres
27 Capítulo 26: La guerra de él, la memoria de ella
28 Capítulo 27: La cruel imaginación
29 Capítulo 28: Flores marchitas
30 Capítulo 29: El muro que los separa
31 Capítulo 30: La futura reina no quiere una cita
32 Capítulo 31: Una obsesión incontrolable
33 Capítulo 32: Prueba de fe
34 Capítulo 33: Corazones sinceros
35 Capítulo 34: Trampa para preguntar
36 Capítulo 35: La promesa de Louren
37 Capítulo 36: El festival de la cosecha
38 Capítulo 37: De regreso al norte
39 Capítulo 38: La tristeza del Rey del Este
40 Capítulo 39: Una desición inocente
41 Capítulo 40: El primero en años
42 Capítulo 41: El duelo
43 Capítulo 42: La última rosa Parte 1
44 Capítulo 43: La última rosa Parte 2
45 Capítulo 44: El milagro de Mireya
46 Capítulo 45: Una nueva promesa
47 Capítulo 46: Deseos contenidos
48 Capítulo 47: El único heredero de Caleshen
49 Capítulo 48: Louden, el reino del oeste
50 Capítulo 49: El milagro para el rey y patriarca
51 Capítulo 50: El hombre sin culpa
52 Capítulo 51: Confrontación
53 Capítulo 52: Invernadero
54 Capítulo 53: Advertencia de salvación
55 Capítulo 54: La salvación del marqués Jassein
56 Capítulo 55: Mi luz
57 Capítulo 56: Por un nuevo ocaso
58 Capítulo 57: La fortaleza Roinar
59 Capítulo 58: Salvación cálida
60 Capítulo 59: La Santa
61 Capítulo 60: Sentencia en el mar
62 Capítulo 61: Al borde del fin
63 Capítulo 62: La trampa de Casandra
64 Capítulo 63: Milagro en el infierno
65 Capítulo 64: Justicia del este, Venganza del norte y Paz del oeste
66 Capítulo 65: Louren en el Ocaso
67 EPÍLOGO
Capítulos

Updated 67 Episodes

1
PRÓLOGO
2
Capítulo 1: Nacida en el Ocaso
3
Capítulo 2: Una salida desesperada
4
Capítulo 3: Su nueva vida
5
Capítulo 4: Noche en lágrimas
6
Capítulo 5: En la mira del duque
7
Capítulo 6: La unica sirvienta del duque
8
Capítulo 7: Suspiros y trampas
9
Capítulo 8: El cruel rostro ante la mirada sumisa
10
Capítulo 9: Rebeldes y soledad
11
Capítulo 10: Heridas que sanar
12
Capítulo 11: Cancion nocturna
13
Capítulo 12: Ducado Aenker, el norte del imperio.
14
Capítulo 13: El frio corazón del duque
15
Capítulo 14: Al calor del fuego
16
Capítulo 15: Habitación cerrada
17
Capítulo 16: La princesa Casandra
18
Capítulo 17: La calma antes de la tormenta
19
Capítulo 18: La princesa quiere ser duquesa
20
Capítulo 19: El dolor es estar enamorada
21
Capítulo 20: Sin saberlo...
22
Capítulo 21: La última noche Parte 1
23
Capítulo 22: La última noche Parte 2
24
Capítulo 23: Comenzar de nuevo
25
Capítulo 24:Kenian, un pequeño lugar en Zalys
26
Capítulo 25: Si al sur vives, gentil eres
27
Capítulo 26: La guerra de él, la memoria de ella
28
Capítulo 27: La cruel imaginación
29
Capítulo 28: Flores marchitas
30
Capítulo 29: El muro que los separa
31
Capítulo 30: La futura reina no quiere una cita
32
Capítulo 31: Una obsesión incontrolable
33
Capítulo 32: Prueba de fe
34
Capítulo 33: Corazones sinceros
35
Capítulo 34: Trampa para preguntar
36
Capítulo 35: La promesa de Louren
37
Capítulo 36: El festival de la cosecha
38
Capítulo 37: De regreso al norte
39
Capítulo 38: La tristeza del Rey del Este
40
Capítulo 39: Una desición inocente
41
Capítulo 40: El primero en años
42
Capítulo 41: El duelo
43
Capítulo 42: La última rosa Parte 1
44
Capítulo 43: La última rosa Parte 2
45
Capítulo 44: El milagro de Mireya
46
Capítulo 45: Una nueva promesa
47
Capítulo 46: Deseos contenidos
48
Capítulo 47: El único heredero de Caleshen
49
Capítulo 48: Louden, el reino del oeste
50
Capítulo 49: El milagro para el rey y patriarca
51
Capítulo 50: El hombre sin culpa
52
Capítulo 51: Confrontación
53
Capítulo 52: Invernadero
54
Capítulo 53: Advertencia de salvación
55
Capítulo 54: La salvación del marqués Jassein
56
Capítulo 55: Mi luz
57
Capítulo 56: Por un nuevo ocaso
58
Capítulo 57: La fortaleza Roinar
59
Capítulo 58: Salvación cálida
60
Capítulo 59: La Santa
61
Capítulo 60: Sentencia en el mar
62
Capítulo 61: Al borde del fin
63
Capítulo 62: La trampa de Casandra
64
Capítulo 63: Milagro en el infierno
65
Capítulo 64: Justicia del este, Venganza del norte y Paz del oeste
66
Capítulo 65: Louren en el Ocaso
67
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