Alexander seguía perdido en el dolor, como si nadara en un oscuro mar del cual nunca saldría. Las pesadillas ya eran comunes para él, dolor y falta de sueño, junto a las consecuencias del envenenamiento. Jonathan lo había culpado de la muerte de Jazmín y desde entonces intentó matarlo sin frenar cada día. Se detuvo al recuperar algo de cordura y fue por el camino del envenenamiento.
Uno en especial casi acababa con la vida de Alexander. Pero si le dejo secuelas: los síntomas regresaban de vez en cuando, tomar el antídoto frenaba todo. Sin embargo, había pocas veces que la medicina fallaba. Por tal situación, el ala este se cerraba por completo, los guardias despejaban los pasillos y los empleados eran encerrados en sus habitaciones. Nadie debía salir o podría terminar encontrándose con el aterrador duque.
El dolor en el pecho, la respiración pesada, alucinaciones y locura. Todo eso lo atormentaba esa noche que Mireya cayó en la trampa de las sirvientas. No era nada extraño que hubiera muertos, el duque no reconocía a nadie y era lo mejor, nadie debía saber su debilidad. Cualquiera que viera el estado de Alexander, era asesinado por él mismo o por los caballeros cuervos.
Mireya tuvo bastante suerte de haber visto al duque momentos antes de que se desmayara. Lo natural habría sido que saliera corriendo y ser asesinada por un caballero cuervo en los silenciosos y vacíos pasillos. Pero no fue así, el agarre del duque no la dejó en paz. Por eso se durmió a su lado a pesar de que no quería.
Alexander sintió que salía de ese mar oscuro gracias a la guía de una voz cantando. Reconocía la letra de aquella canción infantil y creyendo que era su madre, nado hasta librarse de la oscuridad. Despertó y se levantó abruptamente, respiró agitado y buscando su espada. Pero noto que, por primera vez, su arma estaba lejos de él y, a su lado, dormía pacíficamente alguien.
—Tu… —reconoció a Mireya de inmediato y trató de recordar pero no lo logró.
El dolor había desaparecido, ni siquiera creyó que se durmió sin su espada. Noto el desastre en su cuarto, eso no le sorprendió. Luego, trato de comprender qué hacía aquella chiquilla a su lado. Sabía que los síntomas lo atormentarían esta noche, por eso se alejó de ella y envió un mensaje para que se fuera a dormir temprano como los demás empleados.
—Otra vez se burlaron de ti… —Alexander la miró—, chiquilla tonta…
Quiso despertarla y echarla de su habitación, pero solo se acostó de nuevo y la abrazó por la cintura. Nada de eso despertó a Mireya, ni el aliento frío de su señor en su cuello. Alexander aspiró su aroma y la abrazó con mayor fuerza antes de volver a dormir.
Al amanecer, Alexander ordenó que mataran a las sirvientas que engañaron a Mireya. Ellas no sabían de su debilidad, pero intuían que algo sucedía con el duque como para enviar a una sirvienta que odiaban. Por esa sola razón, el duque no podía dejarlas vivir. Irónicamente, no mandó a matar a la sirvienta que sí vio todo. Se decía a sí mismo que solo quería saber cómo logró evitar ser asesinada por su yo enfermo y enloquecido. Pero si eso fuera cierto, ¿Por qué la dejó dormir?
El desastre en su habitación no había sido arreglado. Alexander no quería que nadie lo molestara. Se cambió de ropa y esperó a que la sirvienta despertara. Mireya abrió los ojos confundida y dio un brinco en cuanto recordó todo. Se encontró con su señor sentando en un sillón frente a ella. La miraba fríamente, agacho la cabeza y pidió perdón por su gran falta de respeto: dormir con el duque. Luego, torpemente se arrodillo repitiendo las mismas disculpas.
—¿Dormir juntos? ¿Crees que eso fue dormir juntos? —Alexander se burló de su inocencia—. Como sea, quiero saber qué pasó exactamente anoche, no omitas ningún detalle.
Mireya, aun arrodillada, le contó todo como pidió. Sintió algo de vergüenza al decirle que canto. El duque cuestionó su motivo y ella solo respondió que no sabía qué más hacer.
—Mi abuela solía cantar para hacerme sentir mejor… Yo… no sabía… lo siento.
—No puede ser… —se dio cuenta que era su voz lo que escuchó en su pesadilla—. Bueno, espero que te quede claro que no puedes decirle a nadie lo que pasó anoche. O podrías terminar como tu pequeña ardilla.
—Si… sí, señor… —Mireya recordó triste el cuerpo de la ardilla muerta.
—¿Qué te hizo reír esa vez?
—¿Cómo?
—La ardilla, ¿Qué tenía qué te hizo reír? Nunca te vi sonreír de esa manera, ni con el maldito jardinero. ¿Qué tenía ese animal como para hacer que dejes de ser una chiquilla temblorosa?
—Ah… no sé… solo me gustaba, su color se parecía a mi cabello.
—Qué tontería… —bufo molesto. Entonces, Mireya hizo una pregunta.
—Señor… ¿mató a la ardilla porque me hizo sonreír?
La pregunta era ridícula, pero Alexander no pudo responder de inmediato. Recordó que ni sus regalos, enviados por Hugo le hacían reír. Ella apenas usaba las medias y jabones que le envió. Pero nunca las cremas, perfumes, abrigos o zapatos. Solo se reía, levemente, por los chistes idiotas del jardinero espía. Al deshacerse de Thomas, creyó que la molestia desaparecía, pero nunca esperó que una insignificante ardilla lo molestara aún más.
Cuando fue a cazar, se topó con el árbol donde Mireya subía para alimentar a la ardilla. Y noto que el pelaje castaño oscuro realmente era similar al de la sirvienta. “Que molestia…” pensó. No comprendía porque esa sirvienta pasaba por su mente más de una vez. No se entendía a sí mismo al no tomar a esa chiquilla entre sus brazos y saciar su lujuria de una vez. ¿Cómo sus lágrimas lo detenían? ¿Cómo su miedo lo hacía alejarse? ¿Cómo podía hacer que ella dejara de temer? Eran las preguntas que más lo atormentaban. Pero si no era su lujuria insatisfecha, era su inocencia estúpida lo que lo fastidiaba. ¿Por qué deja que otros la hieran? ¿Por qué nunca se defiende o se aferra a algo? ¿Por qué era esa mirada inocente lo que más le atraía?
“Fastidiosa…” no tolero seguir pensando en ella. Por eso, tomó su arco y una flecha, apuntó a la ardilla que comía tranquila y confiada en el árbol sin hojas “Justo como ella, una tonta desprevenida…” y la mató.
Al encontrarse con ella, noto que vio a la ardilla muerta entre las liebres que cazo. Su mirada temerosa no le gusto, pero se dijo que era lo correcto. “Debe temerme, como todo el mundo…” Aun así, no estaba contento con esa verdad. ¿Cómo podría tomar a la fuerza a alguien como ella? Mireya no conocía el placer, las caricias ni que todo eso era bueno. Entonces, Alexander pensó que tal vez ella atormentaba su mente por esa misma razón: su extrema inocencia. Pensó que si lograba que disfrutara tanto como él, desaparecía de su mente de una vez.
—Vete… —respondió luego de un largo silencio—, te llamaré si te necesito. Y recuerda: ni una sola palabra sobre lo ocurrido.
—Sí, señor.
Una idea paso por la mente de Alexander, pero de inmediato la negó y mantuvo distancia de Mireya. Sin embargo, nada de eso evitó que la siguiera viendo. Con cada cosa que ella hacía, se convencía de que solo debería despedirla. Pero no podía, verla se volvió parte de su vida y todas sus acciones. Se sentía molesto si no era ella quien le traía el desayuno, notaba cuando su ropa era acomodada por alguien más. “Todo lo hace bien…” El trabajo de Mireya no podía ser cuestionado y comenzó a admirar esa perfección, tanto que odiaba que alguien más tratará de ocupar su lugar.
Hubo más de una sirvienta que se ofreció a tomar el lugar de Mireya. Ninguna hacía el perfecto trabajo de aquella chiquilla inocente. Le dio igual que el resto la odiara más, pensó que al menos así, no le sonreiría a más tipos como el jardinero. Pero ella tampoco le daría una mínima sonrisa.
Ver como ella solo le dio una sonrisa para que la matara, no le gusto. No era lo que buscaba y se molestó tanto que su mente le atormentaba más con esa chiquilla. Entonces, luego de tanto días, decidió optar por la idea que desechó hace tiempo: la tomara y seguro que la olvidaría. Pero, para hacer eso, ella tendría que saber que las caricias no son malas.
“Que molesto…” Alexander no soportó esa idea, pero no podía seguir viviendo con una sirvienta en su mente día a día. “Cuando esto acabe, la despediré”.
Mireya sintió que al fin podía respirar. No olvidó la orden y decidió callar todo lo que vio. Fue algo complicado porque muchas sirvientas le preguntaron qué ocurrió o porque seguía viva. Mireya les respondió con una sola pregunta:
—¿Por qué no tendría que seguir viva? —y las demás callaron por tal cuestionamiento. Aunque claro, Mireya no volvería a ver a tales sirvientas.
“Que raras…” Mireya continuó su trabajo con ese pensamiento. Lejos de preguntarse el motivo, estaba más atormentada con el comportamiento del duque. El motivo por el cual mató a la ardilla le hizo creer que no debería reírse o sonreír. “Que cruel…”
Alexander estaba trabajando tranquilamente. Hace poco Hugo le preguntó si no debían matar a Mireya. Su señor le dijo que no había necesidad. Pero él sabía que su señor ya estaba interesado en aquella sirvienta. Se preocupó al inicio porque el duque nunca había mirado a una mujer tanto tiempo. Era cierto que se acostaba con prostitutas rara vez, pero él mismo las echaba al día siguiente y nunca dormía con ellas.
“Dejo que esa sirvienta durmiera en su cama más de una vez. ¿Por qué el señor está tan interesado en una mujer como esa sirvienta?”
El duque salió por un momento al establo de su caballo pura sangre de color negro: Darío. Era complicado tratar con su carácter difícil, así que solo Alexander cuidaba a su caballo. De lejos vio a Mireya trayendo agua del pozo, la vio hacer varios viajes hasta preguntarse porqué lo hacía. Al salir del establo, noto a otras sirvientas riéndose a lo lejos.
“Otra vez se aprovechan de ti, chiquilla”.
—Mireya, trae esos baldes —la llamó con su voz fuerte. Las otras sirvientas se asustaron y de inmediato se inclinaron en señal de respeto. Pero Alexander solo miraba a Mireya, quien corrió hacia su señor mientras cuidaba de no derramar ni una sola gota de agua.
—Señor… —antes de que pudiera dejar los baldes al suelo, el duque le dijo que entrara al establo. Mireya tuvo miedo, sabía que nadie debía entrar al ser el lugar de reposo del caballo del duque. Muchos decían sobre cómo el animal tenía una personalidad agresiva y que el señor se molestaría si alguien lo dañara.
Alexander cerró la puerta con cuidado, se acercó a su caballo y acarició la melena de Darío con cuidado. Mireya estaba lo más lejos posible y se distrajo mirando todo el lugar. El establo no era tan grande, después de todo, solo tenía un animal. Aparte de eso, tenía todo lo necesario: agua, paja, cepillos, sillas de montar acomodadas, un horno y herraduras.
—Mireya, acércate… —la joven no se dio cuenta que su señor comenzaba a llamarla por su nombre. Su mente estaba fija en el peligroso animal, pero no desobedeció. Camino con cuidado, algo que aburrió al duque y la tomó del brazo apenas pudo—. No tiembles, Darío es muy perspicaz. No le gustan los extraños, pero si no tiene malas intenciones, no te hará nada.
Alexander colocó a Mireya delante de él, su cuerpo delgado estaba muy apegado al suyo. Luego tomó una de sus manos y la levantó hacia el caballo. Su otra mano aún acariciaba la melena de Darío para tranquilizarlo.
Mireya se asustó un poco, el caballo reaccionó y se levantó sobre sus dos patas. Alexander tranquilizó a su amigo haciendo a un lado a la sirvienta. Cuando el animal se calmó por completo, el duque volvió a extender su mano hacia la joven y ella lo tomó sin poder creerlo. Camino hacia su señor y él por fin logró colocar la delgada mano de la sirvienta sobre la espalda de Darío.
—No es tan malo —dijo admirando la sorprendida y alegre mirada de Mireya.
—Es muy hermoso… —Mireya se armó de valor y puso su otra mano en la espalda del caballo. Ella acarició su melena con cuidado. Darío no se molestó, al contrario, parecía sentirse cómodo con las manos de la joven sirvienta. Mientras que ella estaba perdida en la belleza del caballo.
—Le agradas.
—¿Eh? ¿De verdad?
—No te dejaría tocarlo si no fuera así —Alexander se alejó en busca de dos cepillos. Y aunque dejó sola a la sirvienta, ella no retrocedió—. ¿Has bañado a un caballo?
—Temo que no, mi señor.
—Hoy aprenderás, tengo mucho trabajo y no siempre puedo venir con Darío.
—Ah… claro, señor… —Mireya quería preguntarle porque tal trabajo no lo hacía el encargado de los caballos. Bien podría acostumbrar al animal a la presencia de alguien más. Pero no dijo nada de eso y decidió ver a su señor.
“¿El señor bañara a su caballo?” se preguntó. Vio como el duque se quitaba el chaleco y subía las mangas de su camisa. Le ordenó que calentara el agua y Mireya obedeció. Por suerte el horno ya estaba encendido y solo tuvo que vaciar el agua en la gran olla. Mientras revisaba el fuego, vio de reojo a su señor de vez en cuando.
“Creí que los nobles no hacían este tipo de cosas”. Mireya metió más leña al fuego y controló la temperatura del agua. Cuando estuvo lista, sacó el agua en dos baldes y espero órdenes.
—No lo mojes por completo —le indico el duque—, comienza con su espalda.
Alexander colocó jabón en un balde y Mireya vacío el agua poco a poco sobre el animal. Ambos comenzaron a bañar al animal con esponjas. La joven siempre miraba a su señor para no cometer algún error y comenzó a calmar al caballo como su dueño.
—Solo tienes que bañarlo y cepillarlo, no es necesario que hagas algo más.
—Entiendo, mi señor.
Darío quedó encantado con el baño. El duque dejó que Mireya limpiara la espuma del cuerpo de su caballo. Cuando el animal quedó limpio por completo, se alejó a su lugar de descanso y se recostó. El horno calentaba el establo haciéndolo acogedor.
A Mireya le gustaba limpiar al caballo, aunque disfruto más cepillándolo. Luego se dio cuenta de que su ropa se había mojado demasiado. Iba a pedir permiso para irse, pero su boca no pronunció ninguna palabra. El duque estaba frente al horno y de espaldas, se quitó la camisa mojada revelando su cuerpo y las horribles cicatrices de su espalda desnuda, pero Mireya ya se había acostumbrado a verlas.
“¿Quién lo habrá lastimado?” ella aun no podía creer que existiera alguien que hiriera a su señor. Sus cicatrices sólo podían compararse con las suyas, pero ella nunca las vio. En cambio, Alexander si recuerda la espalda cicatrizada de la sirvienta.
—¿Qué haces? —la pregunta del duque la despertó de su trance—. Acércate o te enfermarás.
Mireya se acercó al horno para calentarse, su señor tiró una alfombra guardada al suelo y se sentó sobre ella. La joven deseaba quitarse la ropa, pero aún no tenía el valor ni de preguntar si se podía ir.
—Tiemblas demasiado —se quejó—, deberías quitarte la ropa mojada ¿no crees?
Lejos de ser una sugerencia, Mireya lo sintió como una orden. El duque la miraba como siempre, se dio cuenta de que él esperaba a que se desvistiera. Con cuidado y muy avergonzada, ella se quitó el uniforme dejando solo su camisón gris.
—Siéntate —ella obedeció, pero se sentó manteniendo la distancia—. Darío debe ser bañado cada semana, debes cuidar bien el agua. El frío aumenta cada vez más.
—Sí, señor.
El silencio se hizo presente, el sonido de la madera siendo quemada era lo único que se escuchaba junto al viento de afuera y el crujir de la puerta cerrada. Mireya se cubrió sus brazos desnudos y suplico que su ropa se secara más rápido. “Igual pudimos entrar a calentarnos” pensó a modo de quejarse, pero ella no noto ese disgusto suyo. Igual dejo de pensar al sentir los dedos de su señor en su cuello.
—¿Señor? —preguntó extrañada al verlo. El duque mantenía su mirada indiferente sobre ella. Acarició levemente su cuello desnudo hasta su hombro, donde también había cicatrices.
—Recuéstate… —aunque se lo ordenó, no había un tono fuerte en esa palabra. Mireya lo notó y casi indagaba demasiado en ese detalle.
Sin entender nada, se echó sobre la alfombra. No supo cómo, pero sí tuvo el valor de mirar al duque, quien se apoyó en un brazo sin dejar de ver sus ojos miel.
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Updated 67 Episodes
Comments
juana cova
grrr pos vamos a ver, perdón a leer
2022-12-16
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🍒CHELI🍒
El caballo parece tener la misma actitud que su amo 😅😅😅, y también cayó ante la chiquilla 😊😏
2022-11-22
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