El duque avanzó con Mireya en sus brazos. Le dio igual que todos los vieran tan desarreglados. Lo único que le preocupaba, eran los hombres que miraban demás a la sirvienta. Su saco no podía cubrir sus piernas desnudas ni sus hombros blancos. El sonrojo de Mireya la hacía ver más linda todavía y Alexander no toleraba que alguien pudiera ver ese tipo de expresiones.
—¡¿Qué estás mirando?! —su mirada furiosa hizo correr a varios empleados.
—Mi señor… —Henrietta se cruzó con el duque—, el señor Hugo lo estaba buscando…
—Dígale que continuaremos mañana, no quiero que nadie me moleste.
—Pero, señor…
Henrietta se disgustó al ver a Mireya desnuda, con el saco del duque y en sus brazos. No solo eso, noto las marcas en el cuello de la harapienta. Apretó los dientes de ira al saber que fue por ella que esa joven terminó llamando la atención del duque. Mireya sintió la furiosa mirada del ama de llaves, se acurruco al duque por temor y trató de cubrir sus hombros.
—Henrietta, no olvides tu castigo —le advirtió—. No quiero que nadie me moleste.
Alexander se encerró en su habitación y dejó a Mireya en su cama con cuidado. La joven se frotó los ojos y se sentó. No se percató de cómo el saco cubría parte de su cuerpo pero dejaba a la vista el centro. La imagen emocionó a Alexander, quien comenzó a retirar toda su ropa. La joven hizo a un lado la mirada, pero sus orejas y mejillas ya estaban rojas.
El saco que cubría la desnudez de Mireya fue retirado. Esta vez no cubrió su cuerpo, recordó que el duque le dijo que le gustaba verla desnuda. Alexander sonrió satisfecho por su comportamiento y la recostó en la cama. Su cabello castaño se esparció en la gran cama.
—Mireya… —susurro su nombre con pasión y ternura. Luego comenzó a besar sus labios, sus delicadas manos fueron llevadas sobre su cabeza y eran retenidas desde la muñecas. Pero Alexander no la lastimó, su agarre era solo para pasar sus dedos por sus palmas.
—Señor… —ella gimió perdiéndose en los labios del duque.
—Dolerá… —le dijo, mirándola a los ojos preocupado.
—¿Qué dolerá? —preguntó asustada.
—Quiero unir mi cuerpo al tuyo, pero eso dolerá al principio. Te prometo que luego lo disfrutaras. Todo lo que tienes que hacer es soportar y relajarte. ¿De acuerdo?
—Ah… —se asustó con la advertencia de su señor. Pero, eso la tranquilizo.
“Me beso y acaricio con cuidado, es momento de pagar ese trato. El dolor siempre me seguirá a donde sea que vaya. Ahora se presenta, ya lo sabía…”
—Está bien, señor… —respondió resignada a recibir el dolor. Su reacción no fue del agrado de Alexander, pero decidió no decir nada.
“Dejara esos pensamientos negativos en cuanto el dolor pase”. Pensó mientras besaba sus labios y acariciaba su cuerpo. Estaba más determinado en asegurarse de que ella lo disfrutara, así que bajo sus manos a su entrepierna donde comenzó a acariciar para prepararla.
—¡Señor…!
—No quiero que te duela… —Alexander beso su cuello solo para deleitar sus oídos con los dulces gemidos de Mireya.
—¿Por qué toca… ahí? ¡Uh!
—Tranquila, debes relajarte… solo concéntrate en el placer.
Sus dedos no dejaron su parte íntima, la tocó hasta que ella alcanzó el clímax. Entonces, la dejó respirar un momento, separó sus piernas y la besó mientras comenzaba a introducirse en ella poco a poco. Aunque el calor que sintió lo hizo desear ir rápido, se contuvo apretando las sabanas.
—¡Señor…! —Ella gritó y de sus ojos miel salieron lágrimas— ¡Duele…! ¡Duele mucho!
—Te dije que iba a doler —le era difícil controlarse con ella moviéndose desesperadamente—. No te muevas, por favor… no te muevas…
—¡Pero duele mucho!
El horrible dolor en su parte inferior era nuevo para Mireya. El ardor y el desgarre la hicieron sollozar y suplicar en su mente. Aun así, como siempre, no pidió que el dolor parara o trató de huir. Pero había una ligera diferencia: a este dolor le acompañaban caricias y besos.
Alexander la beso dulcemente y acarició su nuca tratando de calmarla. Las manos del duque se aferraron a las sábanas hasta que las venas en sus brazos se volvían más notorias. Mireya miró su rostro y noto que él estaba soportando.
—Señor, ¿a usted también le duele? —pregunto preocupada.
—No… solo que no quiero herirte —respiraba igual que ella—. Quiero tomarte ya, pero si lo hago… seré el único que disfrute y solo sufrirás.
—¿Por qué quiere que lo disfrute?
Era extraño para ella que alguien fuera tan considerado. Comprendió que todo el acto lujurioso era del agrado del duque. Pero su expresión disgustada se debía a que no quería herirla. Es por eso que quedo más confundida.
“¿Por qué no solo hace lo que quiere? ¿Es importante que yo también lo disfrute?”
Ella creció bajo la sombra del dolor y la creencia de que debía aceptarlo sin dudar. Sin embargo, por primera vez, alguien no quería herirla. Aunque el dolor era insoportable, el duque la besaba y acariciaba para calmarla.
—Si no lo disfrutas… —dijo con el ceño fruncido—, seré un hombre horrible. Así que, por favor, relájate, no te muevas y sopórtalo. El dolor pasará pronto.
Mireya hizo lo que le pidió. Gracias a que se quedó quieta, Alexander comenzó a entrar más y más. Con cada movimiento, las lágrimas de la joven aumentaban y él la besaba, mordía su oreja con cuidado y luego hundía su rostro entre sus pechos. Cuando estuvo dentro de ella por completo, se quedó quieto un largo rato.
El ardor aumentó más y Mireya gimió de dolor con más lágrimas. Alexander no paró de besarla, pero no fue brusco. Entendió que ella se perdía más en las suaves y lentas caricias.
—Voy a moverme —le susurro—, pronto se sentirá mejor, te lo prometo.
Alexander movió sus caderas lentamente. Su paciencia disminuía cada vez más, pero antes de perder la cordura y caer en su lujuria, veía el rostro de Mireya. Ella soportaba el dolor aferrándose a las sábanas con fuerza.
—Mireya… —beso su rostro delicadamente, entrelazo sus manos para compartir sus emociones incontrolables—. Respira conmigo… relájate, respira conmigo…
Mientras el tiempo pasaba, la habitación se llenó de gemidos y la piel contra la piel, entre un hombre y una mujer. El dolor disminuyó para Mireya, ya no hacía muecas de dolor, sino de vergüenza y satisfacción. Esos gestos no pasaron desapercibidos para Alexander, quien aumentó la velocidad de sus movimientos y comenzó a besar cada parte de la joven.
“Incluso yo creí que sería suficiente una vez” Alexander se dio cuenta de cómo nada salió como esperaba. En vez de echar a la molesta sirvienta, decidió tenerla cerca y en su cama hasta que decidiera lo contrario. “Da igual…”
Alexander siguió embistiendo con fuerza, besando su cuerpo, escuchando sus gemidos, acariciando las palmas de sus manos para calmarla. No le permitió pensar en nada más. Y para asegurarse de que ella lo comprendiera, comenzó a hablarle entre gemidos buscando sus respuestas.
—¿Se siente bien? Dímelo… —era rudo cada vez que ella no quería responder— ¡Dímelo! ¡Reconoce que se siente bien!
—¡Si…! —a Mireya le era difícil responder entre gemidos—, ¡se siente bien, señor!
—Si… Ah… —la levantó para que sentara sobre él. La beso mientras la subía y bajaba con fuerza—. Eres mía…
—Señor… ¡Ah! —Mireya intentó aferrarse a las sábanas, pero el duque era tan alto que no podía alcanzarlas. Sus manos se retorcían desesperadamente, necesitaba sostenerse de algo, pero no quería tocar al duque— ¡Por favor…! ¡Ah!
Sintiendo el problema de Mireya, Alexander la recostó en su cama rápido y ella se aferró a las sabanas. Eso no paró el acto y él continuó moviéndose rápido y fuerte entre sus piernas. La joven había llegado al clímax antes que él, pero no tuvo tiempo de tomar un respiro. El duque no paró en ningún momento y solo cuando él terminó, tuvo la cortesía de pasarle un vaso de agua pero sin dejar de abrazarla o salir de ella.
—Ah… —su garganta seca se refrescó con el agua.
—Date vuelta…
Al no poder acatar su orden, Alexander volteo a Mireya y la puso de rodillas. Sintió besos en su espalda, luego mordidas leves y las manos del duque acariciando su nuca dulcemente. Otra vez, sus manos se entrelazaron con las suyas. Así fue como empezaron a notar los fuertes latidos.
—Di que eres mía —le susurró Alexander entrando hasta lo profundo en ella sin detenerse. El calor lo hizo gemir tan fuerte que lo avergonzó. Por un instante, sintió que era la primera vez que tomaba a una mujer.
“¿Es porque es virgen? ¿O es porque es tan pequeña?” se preguntó perdido en su aroma “Da igual, no quiero soltarla, no quiere que se vaya, no aun…”
—Mmm… señor… ¡ah! —la rudeza de Alexander aumentó al no tener respuesta. Quería decirle al duque que le era difícil hablar por todo lo que sentía, pero decidió darle lo que quería para respirar— ¡Soy suya! ¡Soy suya, mi señor!
—Nunca lo olvides, Mireya… —los movimientos siguieron, pero al menos ella podía respirar entre tantos gemidos—. Eres solo mía.
Y como antes, ella llegó al clímax pronto, pero no el duque. La joven sirvienta perdió la cuenta de cuánto tiempo más lo hicieron. El cuerpo del duque no le permitía pensar, menos cuando sentía su esencia esparciéndose dentro de ella.
—Quiero más… —Alexander no pensaba claramente, incluso él admitió que se había vuelto loco y que debía parar para pensar razonablemente—. No quiero soltarte…
La enorme cama quedó arrugada porque Alexander movía a Mireya a un nuevo lugar cada vez. Pero siempre debajo suyo para dejarla aferrarse a las sabanas. Aunque también era porque le encantaba mirarla, con marcas suyas en su piel, gimiendo sin control y sus ojos miel bañados en la lujuria y la inocencia.
La cercanía del placer del fin, hizo que Alexander aumentará la velocidad y fuerza de sus movimientos. Los gemidos se hicieron más fuertes, el golpeteo en la parte inferior enloquecía a ambos. Entonces, con un fuerte gemido, lograron alcanzar la cima del placer. Mireya no tardó en desmayarse por completo. Alexander lo notó, le susurro que siguiera dormida.
“¿Cómo puedes ser tan ingenua?” Salió de ella y la besó tiernamente. Deslizó su cabello de su frente y se quedó admirándola un par de minutos. Noto que la noche comenzaba a aparecer, se levantó y la cubrió con las sábanas. Tomó un vaso de agua y se colocó una bata. Abrió la puerta para llamar a una sirvienta y ordenarle que trajeran agua para el baño.
Alexander se recostó en su cama y seguía mirando a la joven dormir. Cuando las sirvientas prepararon el baño, las sacó de su habitación. Y, como si aún temiera que ella huyera, cerró las puertas con seguro. Levantó a Mireya para meterla a la bañera junto con él.
Obviamente, Alexander no pudo solo bañarla. No tardó en besar su cuerpo para despertarla. La colocó sobre la repisa de la bañera. Luego, de nuevo el duque la tomó entre sus brazos un largo rato. Al sentir sus piernas cansadas, se rindió por completo.
—Pobrecita… —Alexander se burló y la levantó para sentarla sobre sus piernas. Su espalda cicatrizada chocaba con su pecho. Mireya se aferró a los bordes de la bañera mientras el duque movía su cintura de arriba hacia abajo.
—¡Ah…! ¡Mi señor! ¡Espere…!
—Eres hermosa, me fascinas, Mireya.
Afortunadamente, solo lo hizo una vez. Luego, Alexander la baño con cuidado y en cada parte. Mireya otra vez se desmayó, el duque se rió un poco y la llevó a su cama. Secó su cabello, le colocó una de sus batas y aumentó la leña en la chimenea para calentar la habitación.
“Bañando y vistiendo a esta chiquilla” Alexander no podía creer lo que hizo..
Se acostó a su lado y la acerco para abrazarla. Alexander cerró los ojos tranquilo al sentir el cuerpo de Mireya entre sus brazos, su aroma florar en su nariz y el recuerdo de que por fin la hizo suya. No solo eso, repetía en su mente una y otra vez que él era el primer hombre de la joven.
Extrañamente, fue una larga noche donde solo durmió con ella. Sin pesadillas o insomnio. Al día siguiente, Alexander se despertó primero justo al amanecer. Lo primero que vio fue a Mireya aún dormida a su lado tan pacíficamente.
Alexander creyó que realmente llegaría el día en que dejaría a la joven. Ya admitió que su cuerpo lo enloquecía y que no deseaba que nadie más la tocara. Pero aun no olvidaba los límites de su interés por ella: nunca dejaría que lo tocara o metería sentimientos tontos en esta “relación”. Después de todo, consideraba a Mireya un placer entre el tormento que vivía día a día. Y tampoco planeaba echarla a la calle sin nada.
“Realmente estoy lejos de ser mi padre”. Reconoció que hacía mal, pero le dio igual. “Ya estoy podrido de todas formas”. Y no perdería tiempo para ser tan honorable como su padre, sólo deseaba cortar la cabeza del emperador y del marqués Jassein.
—Lo siento… —se disculpó.
Alexander sabía lo decepcionado que estarían sus buenos padres de solo ver la clase de hombre que era. Salvo muchas vidas, defendía sus tierras de los salvajes. Sin embargo, no perdonaba, no aceptaba la traición sin importar las circunstancias de los traidores, tampoco consideraba a aquellos que no eran importantes en sus planes. Un ejemplo claro era Mireya, le daba igual usarla para calmar su lujuria y luego echarla.
“Soy un egoísta desconsiderado”.
—Si puedo dormir así de tranquilo después de tanto tiempo, es normal que sea un maldito egoísta —acercó a Mireya más a su cuerpo y la abrazo sin pensar en soltarla—. Hasta que esto termine, ayúdame a dormir. Te irás bien de aquí y te aseguro que Dios castigara a un desalmado como yo. Y mientras siga atrapado, tú podrás vivir bien a la luz del sol y de la forma en que quieras. Así que, déjame tomar lo que pueda de ti… por favor.
—¿Señor? —Alexander se levantó para notar que Mireya estaba despierta y por su expresión, era obvio que había escuchado todo. Se colocó encima de ella para que no huyera.
Alexander quería amenazarla para que olvidara lo que escuchó. Luego, pensó en besarla y hacerla suya para olvidar todo el asunto. Pero mientras divagaba en cuál opción tomar, la gentil mano de Mireya tocó su mejilla.
—Está bien, mi señor… —le dijo con la expresión que más esperaba de ella, aunque lo negara: una sonrisa, una verdadera y gentil sonrisa—. Puede tomar lo que quiera de mí, si eso le ayuda a dormir, está bien. Y yo no creo que Dios lo castigue.
—Mireya… —Alexander tomó esa gentil mano en su mejilla y cerró los ojos por tal calor—, Dios me castigara, debe hacerlo —se acercó a sus labios—. Cuando te deje ir, piensa en eso y maldiceme cuanto quieras —compartieron un beso tierno y lento.
Mireya dejó que el duque la tomara de nuevo. El calor abrasador ya era familiar para ella y esta vez no cerró los ojos. Vio la expresión satisfecha del duque y quedó encantada con su belleza. Su cabello negro, como las plumas de un elegante cuervo y sus ojos azules, como el océano nocturno.
“Es usted quien vivirá a luz del sol, tan radiante como su belleza. Y yo siempre estaré bajo la oscuridad del dolor sin poder huir de mi maldición”. Mireya sabía una cosa: al final de todo esto, ella se iría con el mayor dolor de su vida. Decidió esperar paciente a que su maldición pronto cobrara las caricias, besos y la consideración de un hombre como el duque del norte.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 67 Episodes
Comments
Liliana Diaz
Dios que capítulos me hizo llorar el ya la ama ,porfavor que queden juntos escritora
2024-01-07
1
🍒CHELI🍒
Creo a verlo dicho antes, Alexander ya está perdidamente enamorado , solo falta que se de la oportunidad 😍😍😍
2022-12-21
0
juana cova
ja, esta enamorado 🤭
2022-12-17
0