Alexander no comprendió porque se enfadó tanto al ver los dedos de Mireya. Menos el cómo pudo ella, con sus dedos aun recuperándose, torturar sus uñas hasta sangrar. Ni siquiera escuchó un grito de auxilio, tan sólo se rindió al jardinero. “¿Es idiota?” se preguntó porque sabía que la joven no era ninguna prostituta. “¿Por eso no huías de mí?” recordó como ella temblaba cada vez que la tocaba, pero nunca lo tocaba o luchaba “¿No sabes cómo defenderte?”
—¡¿No te dije que te alejaras del jardinero?! —le pregunto enojado— ¡¿Por qué no te defendiste?!
—No se… —balbuceo Mireya bajando la mirada por fin—, no debo… yo… no se… no…
—Realmente no sabes… —la levantó en sus brazos, no se quejó porque aún seguía en trance—. Chiquilla tonta… —se la llevó pasando por los guardias que apresaban a Thomas, totalmente golpeado—. Luego lo interrogare, manténgalo vivo —ordenó y se fue.
El duque camino hasta su habitación con Mireya en brazos, la cual tenía sus manos levantadas, sin tocar a su señor, y con sus dedos ensangrentados a la vista. Muchos presenciaron y comenzaron a decirlo por todas partes del castillo. Alexander no llamó al doctor, sabía cómo sanar los dedos de Mireya y no le agradaba la idea de que alguien la tocara, al menos no por ese momento. Así que, solo pidió que trajeran toallas, agua limpia y vendas. La recostó en su cama con cuidado. Cuando trajeron lo que pidió, echo a los sirvientes y tomo las cosas él mismo. Mireya respiraba normal, comenzó a darse cuenta que estaba en la habitación de su señor. Lo vio a su lado, sentado y limpiando sus dedos con el agua.
—No, señor… por favor…
—Como te encanta decirme lo que no puedo hacer ¿verdad?
—No es así, señor.
—Entonces, quédate quieta… —limpió la sangre por completo y vio sus uñas cortadas de una horrible forma. Tomó un cuchillo y, con cuidado, quitó las partes destrozadas—. Te ordené que mejoraras, pero en vez de eso, te lastimaste más.
—Lo siento…
—Da igual, hiciste que el jardinero confesara. Me has sido muy útil.
—¿Thomas? —recordó lo que el jardinero le dijo—. ¿Fui la carnada?
—Por supuesto, es la única razón por la que te tuve cerca.
—Ah… —“lo sabía, pero no tengo derecho a enojar”— ¿Puedo irme antes?
—¿Irte? —Alexander la miró—. ¿Quién dijo que te irías?
—El ama de llaves dijo que debía irme cuando me recupere. Pero yo… mmm… quería irme antes ya que no es necesario quedarme más tiempo… ¡Ah! —el duque apretó uno de sus dedos lastimándola. Ahogó su grito y levantó la mirada para encontrarse con sus ojos azules enojados.
—Henrietta es una empleada bajo mis órdenes, al igual que tú. El único que puede decidir si te vas o te quedas soy yo ¿Te quedó claro?
—Sí, señor… pero… ¿Cuándo podré irme?
—Hasta que yo diga lo contrario… —dijo molesto, pero no levantó la voz—. Así que, si te veo irte sin mi permiso, te arrastrare de vuelta para castigarte. ¡¿Entendiste?! —la tomó de su barbilla para que lo viera— ¡Responde!
—Si… —asintió y respondió a la vez—. Lo siento…
Alexander terminó de vendar sus dedos, la soltó y se levantó para tirar las toallas ensangrentadas. Mireya se frotó sus dedos tratados, miró de reojo al duque y se preguntó el motivo que tenía para curarla. “¿Aun quiere usarme de carnada? Pero… ¿carnada para qué?”
—Ah… disculpe, mi señor —si tuvo el valor de preguntar, fue porque ya no tenía miedo de morir. Aún tenía planeado volver a su madre para que ella terminara lo que prometió—. No entiendo como soy una carnada, ¿puedo saberlo? —pero seguía usando su tono sumiso.
—Hay gente deshonesta en mi castillo —le respondió sin dudarlo, pero cuidando de no decirle de más—. Mientras crean que eres mi favorita, se acercaran a ti para lo que sea.
—¿Cómo Josefa y Thomas? —siguió preguntado.
—Así es… —la miro sin acercarse—. ¿Acaso creías que te trataba lindo porque me gustabas?
—¡No! —dijo Mireya—, yo sé… yo sé que no soy agradable de ver —bajo la cabeza y decidió no preguntar más—. Lamento las molestias…
—No serás más una carnada —dijo decepcionado de su respuesta—, ya atrape a todas las ratas. Pero nada puede garantizar que no abras la boca con mis enemigos.
—¡No diré nada… se lo juro!
—¿De verdad? Ni siquiera eres capaz de luchar por defender tu cuerpo. Obedeces tan bien a cualquiera que gritaras todo lo que sabes sin dudarlo.
—Pero… yo no sé nada —ante tal afirmación, el duque se quedó callado. Era cierto, ni siquiera le dijo que la usaría de carnada para atraer al resto. ¿Qué sentido tenía retenerla? Aunque su costumbre era matar a los que usaba, gente como ella, y así aseguraba su silencio. La enterraría en medio de la nada y se aseguraría de desaparecer su nombre
—Arruinarías un gran plan si llegaras a hablar —fue su excusa—. Y aun puedes serme útil. Obedeces sin dudarlo, eres buena en tu trabajo y… —se acercó a ella, se inclinó para mirarla de cerca—, eres una chiquilla tan tontamente inocente que sería un desperdicio no aprovecharlo.
Mireya se fue a su habitación muy cansada, se encerró todo el día y no comió. Solo se hundió en su cama con sus sábanas ocultándola. Ni su dinero de regreso la puso contenta, solo pensaba en cómo no tenía ni el derecho a decidir cuándo, cómo o donde morir.
—Abuela… —dijo en la soledad de su cuarto—, aún falta mucho para verte.
Los siguientes meses pasaron tan rápido para Mireya. Ahora estaba a finales de agosto, exactamente el día 30, el cumpleaños del duque. El gobernante de Aenker cumplía 28 años. Mireya había vuelto a sus tareas habituales en el ala este, se encargaba de atender al duque en todo. No volvió a tocarla como antes, así que se había acostumbrado a estar cerca de él. Aunque ya no volvió a ser una carnada, no dejaba de ser observada por su señor.
“Es increíble lo que se hace para el cumpleaños del señor” pensó Mireya mientras caminaba por los pasillos. Vio los adornos en el centro del castillo: mesas con manteles blancos, alfombras rojas, músicos llegando, delicias de todo tipo y más. “Ahora que recuerdo, pase mi cumpleaños sin darme cuenta… Ahora tengo… mmm… ¡Ah! 24”. Recordó su edad actual, el tiempo que sigue viva.
Entró a la habitación del duque para acomodar su ropa. No lo había visto en todo el día, creyó que estaba muy ocupado. Le dijeron de antemano que esta noche podría irse a dormir temprano, ya que la fiesta sería muy larga y ella no podía ir. El duque no la llamó el resto del día, ni para bañarlo o llevarle su comida. Así que solo se fue a su cuarto y desde su ventana vio a varias personas en carruaje. La curiosidad la impulsaba a bajar y ver de más cerca, pero siempre ha escuchado a la razón, una voz de razonamiento bien pulido en medio de la violencia y la sumisión.
Mientras ella dormía de lo más tranquila, la fiesta estaba animada en el centro del castillo. El duque estaba cómodo en su trono, usando un traje azul oscuro con detalles del uniforme de sus caballeros. Los nobles vasallos se acercaban para presentar sus regalos y algunos se acercaban con sus hijas, las cuales se sonrojaban de solo verlo.
—Felicidades, duque. 28 años y muchos más por delante —lo felicitaron—. Esperemos que pronto el asiento a su lado deje de estar vacío.
—¿En serio? —Alexander noto esas intenciones—. ¿Me dirá que su hija de 12 años es digna de sentarse a mi lado?
A diferencia de los demás, Alexander no tenía pelos en la lengua ya que se trataba de su vida de casados. Pasaron como seis años desde que su esposa embarazada falleció. El tiempo de luto pasó hace mucho, no tenía ningún heredero y ya estaba cerca de los treinta. Aun con esas razones, al duque le molestaba que señalaran que era tiempo de tomar una nueva esposa.
—Hoy es un buen día —dijo el duque calmando el ambiente frío—, perdonaré estas insolencias. Mientras no se repita, claro.
El resto de la fiesta siguió tranquilo, Alexander no se movió de su asiento ni para bailar, algo que decepcionó a las señoritas solteras. Tan solo observo desinteresado y bebiendo vino esperando que la fiesta terminara para echar a todos. Su cumpleaños no era el mejor de sus días, aun cuando tenía cientos de regalos costosos y comidas en cada mesa de exquisitos sabores.
La cabeza comenzó a dolerle y se retiró sin importarle nada. Con su ausencia, el castillo no tardaría en vaciarse por completo. Alexander caminó tambaleándose de vez en cuando hasta su habitación. O eso creyó, la puerta que abrió era de la habitación de Mireya.
El cuarto tan pequeño, comparado con su enorme habitación, estaba iluminado por la luz de la luna que entraba por la única ventana. Camino, cerró la puerta asegurándola y se apoyó en la pared cerca de la sirvienta dormida. Realmente su cumpleaños no era un buen día.
“Otro año en que sigues vivo, emperador”, pensó ebrio y enojado.
A sus 10 años, Alexander presenció la muerte de sus padres. Viajaban a su villa como cada año por su cumpleaños. En el camino, fueron traicionados por dos señores vasallos y emboscados por asesinos. El padre de Alexander era un gran guerrero, logró darle tiempo junto a sus caballeros a su esposa e hijo. Sin embargo, al final perdió la vida, su cabeza fue decapitada para mostrársela al emperador. Mientras que su madre lo escondió en el bosque y distrajo al resto de asesinos y encontrar la muerte delante de su hijo. El pequeño Alexander tuvo que callar al ver como abusaban y golpeaban a su madre para luego decapitarla. Sobrevivió sin olvidar nada de lo que vio.
—Enterré a mis padres sin sus cabezas —dijo mirando al suelo, creyendo que ella no lo escuchaba—. El emperador se ríe enseñando sus cabezas delante de sus aduladores cada día que se le da la gana. ¡Ja…! Su único motivo fue que mi padre era demasiado popular y ahora intenta hacer lo mismo conmigo. Pero, no soy como mi padre, por cada buen acto que hago, cometo diez horrores más. Tú eres la prueba de eso, me dio igual lo que te paso, sabía que estabas sufriendo. Pero… —cerró sus ojos cansado—, no puedo quitarte la vista por lo ingenua que eres, chiquilla.
—¿Señor…? —la voz de Mireya lo sorprendió. Ella estaba sentada en su cama, apenas despertó pero sin duda escuchó cada palabra de lo que dijo.
—Tú…
Alexander la empujó a su cama y se colocó encima de ella. Matarla era lo correcto, según él, y lo habría hecho porque no sería la primera vez que asesinaba a alguien para asegurar sus secretos. Y era sencillo, al ver su delicado cuello, supo que solo tendría que presionar un poco y ella dejaría de respirar rápidamente. “Ella es débil… morirá rápido, solo debo…”
—Señor… ¿Qué hace? —Mireya apretó las sábanas, pero no tembló tanto como Alexander esperaba— ¿Va a matarme? Está bien… —dijo con una sonrisa triste y cansada—, creo que dolerá menos si lo hace usted en vez de mi madre —pocas lágrimas salían de sus ojos pero eran notorias e iluminaban más sus ojos miel—. Por favor, no sé cuándo podré irme y no dolerá aquí —señalo su corazón— si la hace usted, señor.
—¿Por qué? —le pregunto mirando sus ojos miel— ¿Por qué no te dolería el corazón?
—A mi mamá… a ella… yo la quiero —las lágrimas aumentaron más, pero su pequeña sonrisa no desapareció—, dolerá mucho si ella lo hace… por favor.
—¿Tu madre quiere matarte? —Alexander no recibió una respuesta, ni siquiera entendía cómo pudo preguntarle algo así.
—Por favor, mi señor…
Era la primera vez que Alexander se encontraba con alguien que le suplicaba morir. Con alguien que no valoraba la vida. ¿Y qué es la vida para alguien como él? Era por lo que sus padres sacrificaron. Dieron su vida para que aún tuviera la suya, por eso la apreciaba.
Cuando luchaba contra los salvajes del este, pensaba en su vida, cuando tomaba veneno, pensaba en su vida, cuando enfrentaba asesinos nocturnos, pensaba en su vida. Porque era por lo que su padre luchó hasta el último aliento de su vida. Porque era por lo que su madre sufrió antes de morir. Entonces, ¿Cómo vio a la mujer que apreciaba algo así?
—¿Cómo puedes decir eso? —estaba furioso, peor con el alcohol— ¡¿Acaso crees que puedes desechar algo así como si nada?! ¡¿Tienes idea de lo que otros darían por vivir un poco más?! ¡¿Piensas en los que mueren por proteger una vida que ni es suya?!
—Yo no… no lo sé… ¿Por qué eso es valioso? —Mireya tenía un rostro confundido—. Mi madre hubiera sido feliz si hubiera muerto… y sería más feliz muerta, así vería a mi abuela…
—¡Basta! —no quería seguir escuchándola.
“¿Qué mierda me pasa?” pensó “¿Qué tienen que ver los asuntos de esta chiquilla con mi vida? ¿Por qué me pone furioso cada palabra que dijo?” Alexander comenzó a tener dolores de cabeza a tal punto de que se tiró a la cama de Mireya. La joven quiso levantarse, pero él no la dejó.
—Mi señor, iré a buscar ayuda… —dijo Mireya, pero Alexander no soltó su muñeca.
—No… ni se te ocurra… nadie puede verme así… no…
Mireya obedeció, solo eso. Creyó que el duque se iría después de recobrar la razón, pero no fue así. El sueño la invadió, su muñeca comenzó a dolerle. No quería dormirse de esa forma, pero al final no pudo evitarlo. Se despertó horas después por el frío, logró liberar su muñeca y vio lo roja que estaba. Encendió la chimenea y cubrió al duque con una manta. Solo agarro su almohada y otra manta para dormir en el suelo.
“El duque no tiene padres…” pensó “pero sus padres lo amaban. Todos lo dicen: fue un niño feliz con padres amorosos. No le faltó nada, nunca pasó hambre, frío o se enfermó gravemente”. Mireya comprendió que ella y el duque nunca se entenderían, menos cuando sus heridas y opiniones de la vida estaban lejos de ser iguales.
Alexander se despertó temprano, la cabeza le dolía por la jaqueca. Se dio cuenta que no estaba en su cama. Al levantarse, vio a Mireya dormida en el suelo con una manta y una almohada. Recordó todo lo sucedido y chasqueó la lengua por sus errores. Decidió irse de una vez, pero antes tomó a la sirvienta en sus brazos para colocarla en su cama.
—Deja de ser tan despreocupada, chiquilla… —susurro cerca de su oído. No resistió más y hundió su nariz en su cuello para aspirar su aroma—. Solo flores…
Se fue de una vez y Mireya seguía dormida. El duque tomó un baño de inmediato y cerró los ojos para relajarse. Recordó las palabras de la sirvienta junto a su sonrisa. “¿Matarla? No, no quiero hacerlo”. Por primera vez, no entendió cómo alguien tan insignificante alteraba su mente. “¿Qué tiene de especial?” El cuerpo desnudo de Mireya pasó por su mente, el aroma de flores que la acompañaba, su extrema inocencia en no saber reconocer el placer, sus gemidos dulces al oído. “Maldición…” Pero eran sus ojos miel junto a sus expresiones inocentes, sonrojos y jadeos, lo que lo volvía loco. “Parezco un patético muchacho conociendo el deseo por primera vez”.
Salió de la tina y envolvió una toalla alrededor de su cintura. Toco la campana para que llamaran a Mireya a su habitación. “Chiquilla tonta…” pensó mientras la esperaba “Tonta inocente…” su figura desnuda volvía a atormentarla “¿Cómo te atreves a fastidiar mi mente?” Luego su mente imaginó sin control: ella desnuda en su cama, con las piernas abiertas y su expresión tan inocente. Unos ojos miel que mostraban deseo, mejillas sonrojadas de la vergüenza, gemidos incontrolables y su mano extendida hacia él, invitándolo a tomarla de una vez.
—Mi señor… —ella lo llamaba en su fantasía—, por favor…
Él se colocaba encima de ella y, contrario a la realidad, entrelazaba sus dedos con los suyos, besaba su cuerpo con delicadeza. En cada caricia y beso, ella disfrutaba sin temor, sin pánico o rendición. Sus manos lo tocaron, abrazaron su cuello para juntar sus frentes y ella hablo:
—¿Mi señor? —pero la voz de la Mireya real reemplazó a la de su imaginación. Alexander despertó de esa fantasía y se encontró a su sirvienta uniformada, peinada y con la cabeza inclinada—. ¿En qué puedo ayudarlo?
“No está bien…” él odio sentirse así: con su corazón palpitando de forma incontrolable. “No…”
—Acércate —ordenó cuando su cabeza le gritaba que echara a esa sirvienta—. Sécame.
Mireya tomó una toalla y comenzó a secar su cabello. Mientras bajaba a su cuello, sintió las manos de su señor en su cintura y a él mirándola sin decir una sola palabra.
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Updated 67 Episodes
Comments
juana cova
Wow, puedes aparte de desearla, siento que la quiere
2022-12-15
1
🍒CHELI🍒
Admítelo hombre estás perdidamente loco por la inocente Mireya 😍
2022-11-17
2