“Creo que ya no me tiene tanto miedo” pensó Alexander mientras seguía mirando a la chiquilla recostada sobre la alfombra vieja en un establo del castillo. Le quito los listones de su cabello y el gorro. Su cabellera castaña oscura estaba mojada, pero no le molesto. Comenzó a esparcir cada mechón para ver cuánto había crecido.
—Deja crecer tu cabello —le ordenó.
—Ah… sí, señor.
“Pero si mi cabello crece, será molesto al trabajar”.
A Mireya le preocupaba si su cabello creciera. Le recordaba cuando su madre le decía cuánto odiaba su horrible cabello. Por eso, le cortó cada mechón en un ataque de ira. Eso le rompió el corazón porque su abuela solía cepillarlo cada noche mientras decía lo lindo que era.
“Ahora que lo pienso, solo mi mamá decía que mi cabello era horrible”.
—Si llega hasta su cintura, será lindo verlo… —Alexander se lo imagino y Mireya se asombró por sus palabras—. Combina tan bien con tus ojos… —dejó su cabello para acariciar sus párpados provocando un fuerte sonrojo en sus mejillas y luego susurró— Dulce…
—¡¿El señor cree que mi cabello será lindo si lo dejo crecer?! —preguntó sin poder creerlo. Sus ojos ansiosos por la respuesta causaron una pequeña risa en Alexander. A sus ojos, con esa expresión, se veía como una niña que acaba de recibir un regalo y se preguntaba si era real.
—Claro que sí. Así que más vale que no lo cortes, te lo advierto.
—Ah, no… no lo cortaré, mi señor.
—Bien…
Mireya desvió la mirada avergonzada. Ya no podía seguir mirando el azul en los ojos del duque. Al menos no sin dejar de pensar en lo hermoso que era el hombre que tenía frente.
“¿Cómo puede existir alguien tan hermoso? Da miedo muchas veces, pero… si sonriera más seguido como ahora, ya no daría tanto miedo”.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando sintió caricias en su escote. Los dedos gruesos y largos del duque se deslizaron lentamente. Alexander comenzó a desabrochar los tres pequeños botones. Luego, deslizó su mano dentro de su ropa hasta tocar su pecho con cuidado.
—Ah… señor… —Mireya se sonrojó de nuevo y apretó sus piernas.
—Tranquila —acercó sus labios a su oído para susurrarle—. Solo relájate, no tienes por qué temerle a las caricias, ¿de acuerdo?
—Yo… trataré… señor…
Alexander mordió levemente su oreja sacándole un agudo grito mezclado con gemidos. Mireya intentó llevar sus manos hacia su boca, pero el duque se lo impidió y volvió a tocarla. Comenzó a tocarla con cuidado mientras besaba su cuello.
—Señor… ah… alto… por favor…
—Subiste de peso… —ignoro su pequeña suplica—, me gusta.
Aunque seguía siendo delgada, estaba mejor en comparación con la primera vez que la toco. Los moretones habían desaparecido, al menos la mayoría. Pero eso nunca borraría las cicatrices en su cuerpo. Alexander no podía creer cómo alguien como ella, que fue herida muchas veces, aún conservaba la inocencia. Y un pensamiento peligroso se adueñó de su mente:
“¿Y si ya trataron de tomarla?”
El recuerdo del jardinero pasó por su memoria. Sabía que los hombres perdían el control ante una mujer fácil de intimidar. Y sin duda, Mireya tenía un rostro que te invitaba a los hombres a hacerle cosas crueles. Para alguien como ella, que solo conocía los golpes, tenía sentido que le tuviera miedo a las caricias.
—Dime algo, ¿alguien te hizo lo mismo que el jardinero?
—¿Eh? —Mireya pronto recordó a su padrastro. Aunque había leves diferencias. En primer lugar, Thomas no estaba ebrio y se comportó tan bien con ella que su ataque fue una sorpresa. Comparado con su padrastro, Mireya nunca pudo presentir algo malo del joven jardinero. No hizo cosas o sonidos extraños a sus espaldas—. Bueno… mi padrastro se comportó como Thomas.
—¿Se detuvo? —pregunto enojado de que hubiera tocado a Mireya demás.
—Ah… no… mi mamá llegó en ese momento y se molestó con nosotros. Por eso me fui, ella dijo que no quería perder a su esposo por mi culpa.
“¿Una madre que prefiere a un hombre que a su propia sangre?” Alexander apretó su mano en un puño de la rabia. No podía comprender esa situación, a diferencia de Mireya, él fue un hijo amado por sus padres. Alexander conocía el sacrificio de una madre, así que escuchar de una madre que abandonara a su hija era algo poco creíble para él. Su vida estaba a un océano de distancia de comprender la de Mireya. ¿Cómo podría entenderla si apenas puede procesar lo que le dijo?
—¿Odias a tu madre? —le pregunto.
—Ah… ¡No, yo la quiero! —respondió como si temiera recibir un golpe—. ¡Yo soy la que estuvo mal, mi mamá tenía buenos motivos para enojarse conmigo!
—¡¿Buenos motivos?! —Alexander levantó la voz sin darse cuenta. El rostro asustado de Mireya le preocupó, así que se calmó antes de seguir hablando—. Tu padrastro trató de lastimarte, Thomas hizo lo mismo y el deber de tu madre era protegerte, no enojarse contigo.
—Pero…
—Nada de dudas, Mireya —Alexander se colocó encima de ella—. Si ordenarte es la única forma en que entiendas las cosas, entonces… te ordeno que nunca olvides esto: tu madre tenía que protegerte, no dañarte. Tu padrastro y Thomas son cerdos que deberían ser golpeados cientos de veces por lastimarte. Hombres como ellos, merecen respirar solo para sufrir.
“¿Por qué me dice esto?” Mireya recordó esas palabras porque fue una orden. Pero no podía parar de preguntarse cuál era el motivo para que el duque le diga todo esto. Entonces, recordó la primera vez que él la tocó, cuando tenía tanto calor por beber lo que el ama de llaves le dio. Tal vez las manos que la tocaron esa vez no la lastimaron, pero eso no borraba el miedo que sintió.
—Entonces… ¿el duque es igual?
—¿Qué? —no gritó, pero su enfado era evidente—. ¿Me comparas con esos hombres?
—¡Ah…! ¡No quise decir eso, mi señor! Es que… me asusté mucho con usted, como con ellos.
—La primera vez fue un error. Te confundí con una prostituta y estabas bajo los efectos de un fuerte afrodisiaco. Pero, a diferencia de esos cerdos, yo note tu miedo y me detuve antes de terminar. Ellos sin duda ni siquiera se habrían encargado de hacerte sentir bien.
—¿Cómo? —Mireya se confundió, su inocente mente no comprendía el verdadero significado de esas palabras—. ¿Terminar? ¿Encargado?
—Mmm… —Alexander perdió la cuenta del número de veces en que chocó con la inocencia extrema de la sirvienta—. Dime, Mireya, ¿sabes lo que hacen un hombre y una mujer en la cama?
—¿Dormir?
—¿Sabes de dónde vienen los bebés?
—Ah… no, nunca me lo pregunte.
“Su ignorancia va a volverme loco”. Apoyó su cabeza en su cuello y sonrió sutilmente. Inhalo el aroma de flores mientras acariciaba la nuca de Mireya. Sus orejas se enrojecieron y ella cerró los ojos mientras se abrazaba a sí misma.
—¿Recuerdas el día del baño? —le pregunto seductoramente a su oreja.
Mireya recordó todo lo sucedido: ll calor en su vientre, las caricias del duque y sus labios en varias partes de su cuerpo. La fricción en su entrepierna así como los besos que la llevaron a gritar por una sensación tan fuerte e indescriptible.
—Lo que sentiste, ¿acaso te dolió?
—No, no dolió… pero fue raro…
—No es que sea raro, Mireya. Todo eso se llama placer y si lo sientes, es bueno.
—¿El señor sintió placer?
—Si… —acaricio su oreja enrojecida e hizo que lo viera a los ojos—. Me gusta tocarte, besarte y escucharte gemir. Pero, quiero tocarte más, Mireya…
Alexander le retiró el camisón para dejar la parte superior de su cuerpo al descubierto. Mireya grito de vergüenza. Pero se quedó quieta al ver como el duque se relamía los labios. Su reacción, sin saber porque, le pareció encantadora y eso calentó sus mejillas todavía más.
“¿En qué estoy pensando?” se recrimino así misma.
Los labios del duque comenzaron a besar sus pechos mientras sus manos se entrelazaron con las de ella sobre su cabeza. Mireya volvió a sentir su entrepierna mojada y creyó que era por la ropa húmeda, pero su camisón estaba casi seco. Además, recordó que eso mismo le pasó en todas las veces que el duque la tocó. Todo lo contrario a su padrastro y Thomas. Cuando ellos la atacaron, solo sentía dolor por los fuertes agarres, náuseas por el mal olor y un miedo tan fuerte que la orillo a aferrarse al suelo hasta el extremo de que sus dedos sangrararan por sus uñas rotas.
La primera vez que el duque la tocó es un recuerdo muy borroso en su memoria. Sentía que iba a morir por el calor, se entristeció por su uniforme roto y solo quería cubrir su desnudez. Gritaba internamente mientras se preguntaba porque sentía un calor tan horrible mientras un hombre atacaba su cuerpo. Ese encuentro poco a poco fue reemplazado con los otros encuentros que tuvo con el duque. La vergüenza y el miedo estaban presentes. Pero a diferencia de antes, se preguntaba muchas cosas que lograban distraer su mente: ¿Por qué la besaba? ¿Por qué la acariciaba? ¿Por qué quería verla desnuda? ¿Por qué la dejaba dormir en su cama? ¿Por qué la miraba tanto?
—Hueles a flores, ¿Por qué? —Alexander volvió a embriagarse con su aroma en su cuello blanco y suave.
—Ah… yo no… ah… no lo sé…
“Incluso el señor tiene preguntas, pero yo tengo más…”
Alexander se detuvo para mirarla bien, sus dedos acariciaron sus manos para calmarla. Comprendió que eso funcionaba bien, era mejor que dejar que se aferrara a la alfombra con miedo o al suelo y que seguro terminaría lastimando sus dedos.
—Hoy quiero ir más allá. Así que no tengas miedo, ¿de acuerdo? Nada de lo que haga es malo mientras sea el único que te lo haga —Alexander dijo cada palabra esperando que así ella no tuviera miedo y que no dejará que ningún otro hombre la tocara.
—¿Por qué no es malo si el señor lo hace?
—Porque yo conozco tu miedo —pasó sus dedos por sus labios y regresó a sus manos para tranquilizarla—. Y porque no quiero que sufras algún dolor, deseo que lo disfrutes tanto como yo. Ningún otro podría tener esta paciencia y determinación contigo. Así que no dejes que nadie se atreva a tocarte como yo lo hago. Si intentan lastimarte como el maldito de tu padrastro o Thomas, grita, golpéalos o huye. ¿Te quedó claro?
—Sí, señor… —Mireya obedeció, como siempre. Alexander la tomó de sus brazos y la hizo sentarse. Le ordenó levantar los brazos y le quitó su camisón dejándola completamente desnuda. Ella intentó cubrirse, pero de nuevo las palabras del duque se lo impidieron.
—Nunca te cubras delante de mí. Si te quito la ropa, es para verte desnuda, que te cubras arruina todo —tomó sus brazos y los apartó. Por la vergüenza, Mireya bajó la mirada y no pudo evitar mirar el torso de su señor. Se preguntó cómo se sentiría tocarlo y como se ganó esas cicatrices.
—¿Quieres tocarme? —la pregunta de Alexander la hizo sentir como si fuera atrapada cometiendo un terrible crimen. El sonaba molesto y amenazante.
—Ah… no… no, señor. Lo siento.
—Bien… recuerda que nunca debes tocarme. Mis manos son el límite.
—Sí, señor.
Alexander volvió a recostarla y comenzó a besar su cuello y acariciar sus pechos. Mireya gemía sin control ante cada tacto. Una de las manos del duque dejó de atormentar sus pechos para bajar a su entrepierna. Ella soltó un grito al sentir los dedos del duque en su interior.
—¡Mi señor! —Mireya se asustó, pero sus manos fueron retenidas por el duque.
Alexander movió sus dedos mientras sus labios bajaban a sus pechos para dejar más de una marca. Los gemidos de Mireya lo hacían desear introducirse en ella de una vez. Pero sabía lo pequeña y asustadiza que era. Así que se controló, siguió besando sus pechos, luego bajó sus besos poco a poco hasta llegar al lugar donde deseaba hundirse.
—Incluso aquí huele a flores… —Alexander sacó sus dedos y los llevó al rostro de la joven—. Mira lo mojada que estás, Mireya. Nunca olvides que esto no es nada malo, es solo el resultado de sentirte bien.
—¿Qué…? ¿Me siento bien?
—Si… —las preguntas inocentes lo hicieron sonreír—, no te asustes tanto la próxima vez. Esto es normal porque te gusta.
—No sabía… perdón, señor…
—Está bien, me gusta que no sepas nada, Mireya… —Alexander separó sus piernas.
—¿Qué hace, señor?
Mireya sintió como la cabeza de su señor bajaba a su entrepierna y recordó lo que hizo esa noche. Pero antes de poder detenerlo, los labios de Alexander ya estaban besándola. Los gemidos fueron más fuertes, sus pies se retorcían incontrolablemente. Aferro sus manos hacia la alfombra, pero no por miedo, sino porque sentía que debía hacer eso o podría enloquecer.
—No tengas miedo, solo piensa en lo que siente tu cuerpo.
Las varias sensaciones descontrolaron el cuerpo de Mireya. El calor se acumuló en su vientre y de nuevo apareció aquella sensación indescriptible. Ella llegó a la cima de placer con un fuerte gemido. Alexander disfrutó ver a la inocente sirvienta retorciéndose de placer. Desabrochó su pantalón sin despegar la vista y luego tomó las piernas de Mireya para juntarlas.
—Esto ya lo conoces… —deslizó su entrepierna con la de Mireya, un acto que ya habían compartido antes.
Alexander agarró firmemente los tobillos de Mireya y meneo la cintura.
—Con esa mirada, vas a volverme loco… —Alexander la tomó de la barbilla para que lo mirara—. Mírame, Mireya, quiero que me veas a los ojos.
Los movimientos de Alexander aumentaron de velocidad. Tomó la cintura de Mireya y la apretó tan fuerte que seguro dejaría marcas. Pero estaba tan loco por la lujuria que sentía, que lo único que podía pensar era en hacerlo más rápido.
—¡Ah…! ¡Señor…! ¡Uh…!
—Me encanta… ¡Ah! —Alexander no pensó en nada más. El papeleo en la oficina ya no existía, la preocupación de que aún era de día o de que cualquiera que anduviera cerca los oyera eran insignificantes. “No importa, si alguien nos ve ¿Qué más da?” Sentía que estaba cerca del preciado clímax y apretó más la cintura de Mireya.
Alexander terminó, sus manos se apoyaron al lado de la cabeza de Mireya. La joven otra vez estaba perdida en la incertidumbre de aquel placer extremo.
—Pero… ¿Por qué…? —Mireya abrió los ojos y preguntó al duque con sus ojos llorosos—. ¿Por qué tiene que hacerme esto a mí? —su pregunta no fue hecha por el dolor, sino por hallar la respuesta del motivo detrás de que alguien como el duque la tocara de tal manera.
—Porque… —Alexander admiro sus ojos miel perdidos en la lujuria e inocencia—, porque quiero hacerlo, porque me vuelves loco desde la primera vez que te vi y porque… —llevó su nariz a su cuello—, hueles a flores y me encanta.
Entonces, Alexander hizo algo que nunca espero hacer: beso a Mireya en los labios. Aun cuando decidió poner límites en que ella no lo tocara y que sus labios nunca debían tocarse.
“¿Qué? ¿Por qué hace esto?”
Un beso en los labios era algo nuevo para Mireya. La lengua del duque se introdujo en su boca y de nuevo se movió en la parte de abajo. Todo era extraño para ella, sentía las caricias del duque en las palmas de sus manos, eran toques que la relajaban. Luego los labios, ella no sabía cómo expresarlo, pero estaba segura de algo: no temía.
“¿Por qué hago esto?” Alexander nunca había besado a otra mujer que no fuera Jazmín, incluso a ella la besó pocas veces. Y las prostitutas o jóvenes que se lanzaban hacia sus brazos, todas tenían labios similares que siempre evitaba. Pero no era lo mismo con Mireya, lo supo meses antes. Al verla, deseaba pasar sus dedos por esos labios y devorarlos. Se regañaba por querer tal cosa y desviaba esos deseos hacia una lujuria normal. Alexander siguió besándola, separándose de sus labios para enseñarle a Mireya cómo respirar al besar. Pensó que algo así sería molesto de enseñar, pero le pareció encantador dar cada instrucción y ver como ella lo hacía bien. Seguía siendo algo torpe, pero hasta eso le gustaba de ella.
—Dulce… —Alexander susurro a sus labios dejando a Mireya perdida en las emociones de sus besos—. Temo que no puedo parar aquí.
Alexander se levantó y comenzó a colocarse su camisa arrugada, se abotonó tan deprisa que no todos los botones estaban en su lugar. Pero todo eso le dio igual, solo quería llevar a Mireya a su habitación y cerrar la puerta para que nadie los interrumpiera.
“No esperaré más…” Alexander admiro su desnudez y su esencia esparcida en esa piel blanca con cicatrices. “Pobrecita…”
—¿Señor? —Mireya fue levantada por el duque con sus dos brazos. Noto que él la envolvió con su saco largo y fino para cubrirla—. Su ropa se ensuciará… no es necesario…
—¿Y qué debo hacer? ¿Dejar que te vean desnuda? Eso ni pensarlo. Recuérdalo, Mireya… —mordisqueo su oreja sacándole un leve gemido—, soy el único que puede verte completamente desnuda —su agarre aumento—. Te juro que mataré al imbécil que te vea desnuda y a ti, por permitirlo, te encadenaré a mi cama sin ropa.
—No… —la amenaza la asustó—, no lo haré, señor.
—Bien…
A pesar de la fuerte advertencia, la expresión de Alexander era extrañamente dulce. Combinaba tan bien con su cabello negro desordenado. Tuvo deseos de tocarlo y pasar sus manos entre su melena. Pero, bajo sus ojos y recordó que el duque no quería ser tocado. La joven agradeció que al menos él tomara sus manos para calmarla.
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Comments
Patricia Melendez Franco
Autora cómo estás? espero estés bien !!! cuándo actualizas? de verdad te felicito , tu narrativa es excelente y la trama envolvente
2022-12-20
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Angi Jose
es capítulo modificado 😭 había saltado de emoción cuando me salió. Espero que la autora este bien, y actualice pronto 🙏
2022-12-20
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