Los novatos dormían en chozas más pequeñas separadas según su género y deberes. Había como 10 camas iguales en un rincón con cofres a su lado, al otro estaba la chimenea, en un rincón cercano una bañera, un comedor al otro lado y el baño afuera. Mireya no podía creer que dormiría en una cama, que guardaría sus cosas en un cofre, que comería en un comedor y que usaría ropa nueva.
Para no perder más tiempo, corrió al pozo más cercano y llevó agua para bañarse. Quería aprovechar de que no había nadie en la choza. Calentó el agua en la chimenea y la esparció en la bañera y la mezcló con agua fría para una temperatura perfecta. Noto cerca un jabón y lo tomo, se desvistió rápido y se metió. La sensación fue tan placentera, había viajado por días en una carreta y con heridas sin sanar.
“Me gustaría seguir así, pero debo darme prisa”.
Al terminar, se secó con su vieja manta y se puso con cuidado el uniforme. No podía creer que usara prendas interiores limpias, una camisa hasta el cuello con botones y una falda nueva. Muy alegre, se colocó el resto del uniforme: el chaleco café, medias suaves y zapatos a la medida. Mireya se sentó en una cama mientras movía sus pies alegres de usar lindos y nuevos zapatos.
Ese momento se interrumpió cuando la puerta fue abierta y entraron ocho chicas más. Mireya se levantó rápido para presentarse. Una de ellas le señaló una de las camas vacías, luego siguieron con lo suyo. Hablaron, descansaron y comieron. Le pasaron un plato de frijoles a la novata por compasión, pues sabían lo difícil que sería para ella desde mañana. Le contaron que una de ellas fue echada por no llevar a tiempo el agua para la cocina, otra no limpio bien una de las habitaciones de los caballeros y otra dejó caer una caja de suministros.
—Hay mucho escándalo porque el duque volverá, está como a 10 días de aquí. Pero todos dicen que a él le gusta que todo esté en su lugar. Y por los nervios, varios cometen errores y culpan a los novatos. Es tan injusto.
—Ni lo digas, creo que yo me iré… He cometido muchos errores, el ama de llaves no me dejara trabajar en el castillo.
—Yo solo soporto todo por la paga, me falta una semana para cumplir con mis tres meses.
Mireya comprendió porque nadie le dijo sus nombres, era difícil para ellas saber si seguirán viéndose. Así que no había lazos amistosos hasta trabajar en el interior del castillo. Al día siguiente, todas se despertaron temprano y recibieron a una sirvienta mayor que les dio sus deberes del día. A Mireya le encargaron limpiar las habitaciones de los caballeros, quitar la mala hierba, alimentar a los cerdos, recoger los huevos y barrer el invernadero.
Todas tenían varias y difíciles tareas, pero no se quejaron. Menos Mireya, quien se sentía mejor por aplicar la medicina del señor Harold. Realizó todos sus deberes, se cansó y le dio hambre, pero no se detuvo. Logró terminar más antes que todas, asombrando a la encargada. Y así pasaron sus días: trabajando arduamente sin quejarse, comiendo una vez al día, durmiendo pocas horas y caminando de un lado para el otro. Escuchó que el duque había vuelto al castillo con varios de sus caballeros, pero como novata, su lugar estaba lejos de recibirlo.
Los tres meses pasaron y Mireya vio ir y venir a varias jóvenes. Cuando llegó el momento de saber su destino, la encargada le dio su nuevo uniforme de sirvienta oficial. Se puso tan contenta que agradeció muchas veces. Tomó sus pocas pertenencias y se mudó al interior del castillo, entró desde la puerta de la cocina hasta las habitaciones de las sirvientas.
Obvio que se quedó tan asombrada por el interior del castillo. De por sí, los tapices ya parecían algo maravilloso ante sus ojos campesinos. Apenas pudo procesar los cuadros, alfombras, jarrones, mesas, candelabros, escaleras, ventanas, puertas, cocinas, comidas, utensilios y más. Tuvo miedo de no poder memorizar el castillo por completo, pero solo tuvo que aprender todo del ala oeste. Su deber era limpiar las chimeneas, escaleras, ventanas y los pisos sin alfombras. Aún no se le había encargado una habitación en específico. Pero a Mireya todo le pareció perfecto. Limpiar era su vida, en eso era perfecta, no dejaba ni una sola mancha.
“Si dejo una mancha me golpearan” pensaba en su madre y padrastro cada vez que limpiaba. Fuera de ese temor, comía tres veces al día tan encantada que siempre agradecía a Dios y se disculpaba por su pecado. Aunque, no todo fue fácil.
—Increíble… —Josefa la vio el primer día en que trabajo en el castillo— ¿Cómo rayos lograste entrar? Eres una rata harapienta y flacucha, dudo mucho que hayas podido mover un solo balde.
Al ser tan fácil de atormentar, Josefa comenzó a molestarla una y otra vez junto a sus compañeras. El maltrato aumentó por los halagos de los superiores hacia Mireya, pues trabajaba más y mejor que nadie. Fue cuando comenzaron a darle sus tareas y decir que ellas las hacían.
—Siempre serás una harapienta —le decía Josefa—, da mucho asco tener a alguien como tu respirando nuestro aire, rata.
—Lo siento, lo siento… —y Mireya se disculpaba, como siempre.
Nunca se quejó, seguía durmiendo en una buena cama, comiendo bien, tomando baños, trabajando y recibiendo dinero. Tuvo la suerte de que Josefa y las demás no le quitaran su dinero, mentía cada vez sobre enviar su sueldo a su familia. Eran las primeras monedas que ganaba y no quería que se las robaran fácilmente.
Así pasó medio año, cumplió 23 y no lo celebro. Mireya trabajaba bien, aún no la llamaban para los eventos del castillo, seguía siendo molestada y ridiculizada. Guardaba sus pagos sin saber en qué gastarlo, aparte de ropa y medicina. Al final, sus heridas comenzaron a cicatrizar, los moretones apenas se notaban, pero apenas ganó algo de peso.
“Esto está bien, que me molesten es mi castigo. Le robe esta gran oportunidad a alguien más”.
Otro día más y Mireya limpiaba más chimeneas de las que se le asignaron, una tarea extra que correspondía a Josefa. Como eran muchas las que estaban a su encargo, le llevó casi la mitad de la noche terminar. Mireya lamento haberse perdido la cena, pero se animó a que mañana podría hacerlo. Así que, salió del salón suspirando.
“Debo ir a dormir…”
Mientras caminaba, escuchó pasos acercándose detrás. Por temor, se escondió en una de las ventanas y deslizó la cortina. Pudo ver que eran varios hombres en armadura cargando con algo. Cuando se fueron, salió de su escondite y miró aterrada las manchas de sangre en el suelo.
“No digas nada, recuerda las reglas… las reglas”. Y una de ellas era no decir nada de lo que sucedía en el castillo por más malo que pareciera. “No vi nada, no vi nada…”
Corrió asustada de que la atraparan hasta su cuarto. Apenas pudo dormir, la sangre seguía en su mente, tanto que quería vomitar. Pero recordó cuando una sirvienta vomitó y todos creyeron que estaba embarazada. La joven aseguró que no, pero nadie le creyó, fue echada con su pago, reducido a la mitad, y sin ninguna carta de recomendación.
Mireya se tragó su vómito y se cubrió con las sábanas hasta la cabeza. Se despertó sola, como el resto, se colocó su uniforme, ató su cabello para ponerse la cinta y el gorro. Entonces, miro el sol, sintió el frío y anunciaron un nuevo día: sábado 19 de marzo. Y fue el día en que todo comenzó a cambiar para ella.
A la hora del descanso, cerca del mediodía, Mireya almorzaba cerca de una gran fuente del jardín del ala oeste. No quería que Josefa o las demás sirvientas la molestaran dándole más tareas y quitándole su tiempo de comida. Amaba las papas hervidas con lechuga y huevos revueltos como para dejarlos abandonados en la mesa.
El clima en el ducado Aenker era frío, pero aún estaba en sus últimos días de primavera. Así que había un poco de calor durante el día. Mireya nunca pensó que tendría una vida tan tranquila y en momentos así, en los que creía que soñaba, apretaba su medallón con fuerza. Era el único objeto de valor que tenía, un regalo de su abuela que ocultó por años.
El medallón era de una iglesia del reino originario de su abuela, de oro puro con un bello sol incrustado y las palabras: Dios está conmigo y con los que amo. Aun así, para ella era suficiente saber que perteneció a la persona que le dio afecto y protección.
—¿Así que estabas aquí? —Josefa la tomó desprevenida y le arrebató su medallón— ¿Qué esta basura? ¿La robaste? —pregunto alegre.
—¡No…! —se asustó y trató de quitársela, pero fue empujada por una de las amigas de su acosadora— Era… era de mi abuela, por favor…
—¿De tu abuela? —todas las demás se rieron al escucharla hablar—. Seguro lo tomas con fuerza cada vez que tienes miedo como una niña cobarde. Que patética eres.
—Lo siento, pero… mi medallón…
—Mmm, podría quedármelo —Josefa la miró divertida—, me quedaría mejor a mí que a una pordiosera como tú —sus amigas la animaron a hacerlo—. A menos que no quieras dármelo porque lo robaste, ¿eres una ladrona, cierto?
—¡No…! —grito asustada recordando las cabezas empaladas—. ¡Lo juro! —se arrodilló— ¡Era de mi abuela, me lo dio antes de morir, por favor!
“Es lo único que tengo de ella, su tesoro más preciado”. Mireya dijo que haría lo que quisiera, pero solo quería devuelta su medallón. Josefa, con una sonrisa traviesa, le pidió limpiar la mancha de su zapato con su lengua. La pobre Mireya ni lo dudo, sus padres acostumbraban a humillarla de peores maneras. Esa facilidad en humillarla le quitó el ánimo a Josefa, quien enojada, decidió lanzar el medallón al estanque, solo eso alteró a su víctima.
—Ups… —dijo, fingiendo inocencia—, pero que torpe soy —todas se rieron—. Igual es una baratija, apuesto que si lo llevo a una casa de empeños, dirán que es falso. No pienso llevar las cosas de segunda mano que pertenezcan a una harapienta como tú —piso su mano—. Eso eres, ¿verdad? Anda, dilo claro y fuerte para que te oigamos bien.
—Soy… —Josefa puso su mano más fuerte para que hablara más fuerte— ¡Soy una harapienta que usa cosas de segunda mano! —grito dejando salir algunas lágrimas—. ¡Lo siento!
—¡Brillante! —todas aplaudieron y comenzaron a irse—. Al menos tu medallón será un lindo adorno en la fuente de este castillo. Hiciste un buen aporte, aunque barato, Mireya. Come rápido, debes limpiar las escaleras y ventanas mientras nosotras vamos de compras.
Cuando se fueron de su vista, Mireya se levantó rápido y se apoyó en la fuente profunda buscando señales de su medallón. Como el agua de la fuente estaba limpia, logró verlo. Para nada iba a dejar su tesoro ahí, pero tampoco podía maltratar su preciado uniforme. Así que, asegurándose de que no había nadie a la vista, se quitó todo, excepto la ropa interior.
Con tan solo un camisón holgado hasta arriba de sus rodillas, sin medias o listones, ella se lanzó al agua. No sabía nadar, así que no tomó aire y se aferró a la piedra de la fuente. Tosió y movió su cabello pegado al rostro. Decidió acabar de una vez, vio su medallón, estiró su mano y se hundió por completo. Agitó sus brazos y piernas esperando que eso le ayudara, se esforzó tanto para alcanzar su tesoro y al final logro.
“Lo tengo, no lo perdí, abuela…” Comenzó a salir de la fuente, se aferró a los bordes y apoyó sus pies en la piedra. Al salir por completo, suspiró tranquila, apretó su medallón con fuerza y lo besó. Entonces, miró al frente y se quedó petrificada al notar que un hombre, montando un caballo blanco, estaba mirándola. Usaba un traje a montar, pantalones negros y ajustados, botas negras hasta debajo de las rodillas, camisa azul oscura hasta el cuello con un zafiro y, por último, un chaleco negro con detalles dorados. Y si le prestó atención a la ropa, fue porque nunca había visto atuendos tan hermosos para un hombre. Pero no para cualquier hombre, sin duda, Mireya no negaba una cosa: era el hombre más hermoso que había visto.
Era alto, hombros estrechos, fornido pero de cintura esbelta. Su cabello negro contrastaba con su piel clara junto al lunar en su cuello. Pero sin duda, nada llamaba más la atención que sus ojos azules, oscuros como el océano nocturno sin estrellas. Y el frío, él te congelaba con esa mirada, era el peso de persona, su carácter y corazón.
“Tengo frío…” pensó Mireya. Era curioso que no sintiera frío al salir de la fuente. Ella estaba más distraída en la felicidad de su tesoro como para entender la situación: empapada, con un camisón corto y pegado a su cuerpo. Se veía casi desnuda, solo que ella aun no lo comprendía. Además, ¿Cómo moverse un paso si alguien la observaba atentamente? “Tengo frío…”
Y seguía sin saber cuan desnuda parecía ante esos ojos azules: su figura estaba a la vista, sus piernas blancas temblaban, sus pechos no estaban desnudos, pero se veían perfectamente bien a través de la tela del camisón barato. Y siguió mirándola: cuello, caderas, brazos, muslos, pies y, finalmente, rostro. Fue esa cara aterrada lo que más vio él.
“Tonta… huye…” el frío aumentó, reaccionó y noto como estaba, cubrió sus pechos y corrió hasta su ropa para luego correr más lejos. No miró hacia atrás, no supo si la seguía, no quiso saberlo. Se ocultó detrás de un árbol y comenzó a vestirse rápido aun con sus prendas mojadas.
“¿Qué fue eso?” respiro muy rápido como si temiera perder el aire. Su mente no olvidaba al bello hombre ni su fría y aterradora mirada azul. “Solo olvídalo, debes olvidarlo, tonta Mireya”. Se golpeó la cabeza un par de veces para no terminar tan vergonzosamente como antes. Siguió su camino hasta su habitación, donde se desvistió para secarse bien. Al terminar, se colocó su medallón con más cuidado.
“No pasó nada, debo olvidarlo. Por favor, Dios, ayúdame a olvidar esto y que ese hombre lo olvide también. No quiero perder mi trabajo, no tengo casa a la cual regresar, tampoco sé a dónde ir si me echan. Por favor, Dios”.
Continuó su día como si realmente nada hubiera pasado. Tomo un té caliente para evitar resfriarse, no quería ser más lenta y retrasar el trabajo. Al menos eso le permitió olvidar, momentáneamente, lo sucedido en la fuente del jardín oeste. Pero de vez en cuando, se preguntaba quién era aquel hombre tan bello e intimidante.
Era raro ver al duque en el ala oeste, él prefería no pisar ese lado del castillo por un fuerte motivo. Pero ese día, fue de caza solo y tuvo que regresar rápido al notar como se le fue el tiempo. No le agrado la idea pasar por el ala oeste, pero no tuvo opción al querer llegar rápido. Nunca imaginó detener a su caballo por un sonido de chapoteo y de alguien tosiendo. Sus ojos azules no se apartaron de la joven empapada y sonriente. Pero esa sonrisa desapareció cuando ella lo noto, pero él no hizo o dijo nada ni cuando se fue corriendo con ese aspecto.
“Patético…” fue lo que pensó “¿Quién le dijo que se puede nadar en la fuente”.
Se fue poco después cruzando el ala oeste, al menos no se enojó, seguía pensando en esa joven empapada que apareció frente a él. Llegó al ala este y se reunió con un par de nobles vasallos. Luego, llamó a su asistente Hugo para recibir cualquier noticia interesante.
—El emperador no tiene planeado llamarlo, no le gustó la atención que recibió. Celebrará un banquete por la cosecha, pero no enviará una invitación.
—No importa —respondió su señor—. Regresé al castillo hace apenas medio año, hay mucho que hacer y limpiar. Dime, ¿ya tienes algo sobre las ratas que se metieron a mi castillo?
—Hay una pista, mi señor. Pero, no sirven bien como prueba y podríamos ahuyentar a las ratas que importan y su información.
—¿Ratas que importan? —cuestionó el duque—. ¿Acaso solo tienes el rastro de las ratas de la princesa? —se molestó—. ¿Qué hay de las del emperador o del marqués Jassein?
—Perdone mi fracaso, mi señor —Hugo se inclinó—, no fue sencillo ni dar con esta pista. Estos espías son más precavidos. Pero sé que podremos hallar a cualquier traidor del emperador si damos con los que trabajan con la princesa.
—Una trampa… —el duque junto sus manos—. Por suerte, la princesa es una berrinchuda patética que envía espías solo para saber mis comidas favoritas o si miro a alguna mujer.
—¿Qué sugiere, mi señor?
—Algo sencillo, atrevido y sutil. Nadie sospechara si hago lo que pienso. Hugo, llama al ama de llaves —ordenó—. Comencemos mañana mismo.
—A sus órdenes, mi señor.
“Lo más probable, es que solo haya un espía del emperador, por sugerencia del marqués Jassein. Pero la princesa es otro asunto, es tan astuta y loca que seguro envió a más de un espía. Pero no para robarme o matarme, sino para observarme”. El duque sintió un dolor en su estómago, abrió un cajón de su escritorio y sacó una caja bonita con seguro. Al abrirla, saco uno de tantos frascos con sustancias de color verde. Bebió uno de un sorbo y el dolor comenzó a terminar.
El duque del norte, el señor de Aenker, Alexander Damián Rouwrey nació el 17 de febrero y actualmente tiene 27 años. Era un hombre calculador, de mente fría y sin piedad hacia los traidores. Por eso ponía las cabezas de los criminales a la entrada de su castillo. Pero se dio cuenta que debía aumentar la crueldad, pues no evitó que la familia imperial enviará a sus espías.
“La muerte rápida ya no es opción. Pagaran caro por subestimarme”. Se levantó para mirar el jardín este, con una fuente igual a la del oeste. “¿Cómo se te ocurre nadar? Niña tonta…” recordó su figura empapada y esa cara aterrada “Me pregunto, ¿si pondrá esa cara si la tuviera debajo de mí?” Solo imagino, mas no planeó hacer algo, porque pensó que olvidaría ese momento irrelevante.
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Comments
juana cova
mmmm que quiereel duque
2022-12-13
1
Monse Malvaez
Ammm como le explico?.....
2022-11-01
0
🍒CHELI🍒
Señor duque déjeme avisarle que usted caerá ante esa chiquilla 😊😏,
Bueno al menos eso creo yo 😅😅😅😅😅
2022-11-01
0