Entregue su reino.

Guerra, una palabra tan común pero con el peor de los significados. Hombres caídos, familias destruidas, sangre inocente regando la tierra... Este hombre que está frente a mi padre habla de guerra como si no le pesará...

- Amelie, retírate. Mi padre me ordena salir del gran salón.

- Me despido entonces. Me reverencio ante el Príncipe Maldito, aquel que está aquí declarando la guerra.

- Es un gusto haberla conocido personalmente, princesa.

- Ojalá pudiera decir lo mismo. Respondo.

- ¡Amelie! Vete. Papá se enfada conmigo cada vez más.

El príncipe sonríe maliciosamente mientras me voy. Edrien también se despide y abandona el gran salón. Una vez lejos de la presencia de mi padre, me abalanzó sobre Edriel:

- Maldito hijo de perra.

- No blasfemes princesa.

- ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo?

- Te lo dije, habla con tu padre... Quise que lo hicieras por las buenas, pero preferiste venderte ante ese infeliz.

- ¿De verdad me estás diciendo esto? ¿Montaste este teatro asqueroso solo por aceptar mi matrimonio?

- Liel no te desposará. Él no querrá casarse con una perra.

- Yo soy virgen aun. No hice ningún acto indebido...

- Él no cree en ti. Nadie cree en ti... Si me obligas a seguir con esto, iré hasta el fondo... Te mancharé y no habrá vuelta atrás.

- Pero yo tengo un testigo, de que no fui violada por ti, aunque claramente esas eran tus intenciones.

- El tipo que te salvo era un forastero... Por unas monedas venderá su verdad.

- Di la verdad ¿Acaso no temes a la ira del Emperador?

- ¿Temerle? Estoy salvando a su sobrino de caer en las redes de una ramera... ¿Por qué debería temerle?

- Desgraciado. Maldito... Jamás debí poner mis ojos en ti.

- Entonces... ¿Es cierto? Liel aparece por detrás.

- Mi señor, lo siento tanto, no sabía que usted estaba aquí. Responde Edrien, mientras se reverencia.

- Señor...

- No me casaré con una perra en celos. No mancharás mi nombre.

- Pero señor, usted entendió mal... Jamás hice tales cosas.

- Yo mismo te escuché cuando decías que no debiste poner tus ojos en él. En un sacerdote ¿Qué clase de mujerzuela eres?

- No... No mi señor, usted entendió mal... Yo acabo de caer en una trampa.

- Su eminencia, como obrador de Dios le ruego que me diga la verdad ¿Usted tomó a esta mujer?

- Lo siento, señor Liel. Lamento tener que decirle que no pude detener mis impulsos lujuriosos, cuando ella se lanzó sobre mí, en aquel bosque, caí hechizado ante ella...

- ¡Hijo de perra! Grito.

Los guardias llegan, mi padre sale del gran salón y por detrás el príncipe. Esto es peor de lo que pensaba.

- ¡Amelie! ¿Qué haces? Te dije que te fueras a tu habitación.

- Atrape a esta pecadora confesándolo todo. Ella misma dijo que había puesto los ojos sobre su Eminencia. Liel me acusa a los gritos.

- No es cierto padre... No creas algo así. Mis nervios me ganan.

- No me casaré con una mujer que no es virgen. No seré ensuciado por ustedes. Mi tío debe saber que ustedes han querido manchar el nombre del Imperio.

- No. Eso no fue así, por favor sir Liel, dejemos que la situación se aclare... Papá pide clemencia.

- Ya está todo aclarado. El sacerdote afirma que consumo el acto con su hija.

- Te juro papá que no es cierto, yo soy pura aun.

- Por los cielos. Les ruego compasión... La reputación de mi hija no puede ser mancillerada en los pasillos de mi castillo. Papá está desbordado y con lágrimas en sus ojos.

- Pido que la princesa sea castigada. Responde Liel.

- Padre... Es una trampa, tú sabes que yo nunca podría haber hecho algo así... Me arrodillo ante los pies de mi papá, mi Rey, al único hombre que jamás hubiese querido herir.

El príncipe Asug miraba con atención esta situación.

- Levántate Amelie y vete. No quiere verte...

- Padre, cree en mí, te lo ruego.

Asug me levanta del suelo: - Princesa, la escoltaré a su habitación. Mañana la situación será discutida.

Nadie se atreve a impedir que el Príncipe Maldito me escolte hasta mi recámara, así que subimos las escaleras y en la puerta de mi habitación, antes de que yo entré, él dice:

- Está usted en graves problemas.

- ¿Esto le divierte?

- Un poco... Al parecer el reino Siom no es tan perfecto como todos aseguran.

- Los hombres como usted, sobran.

- ¿Cómo yo?

- Sí... Cerdos asquerosos. Lo insulto y entro, cerrándole la puerta en su cara.

Por fuera escucho que él dice:

- Princesa, procure siempre que sus palabras sean dulces, por si algún día tiene que tragárselas. Que descanse.

Maldito perro... En mi peor momento él aparece y además declarando la guerra a mi pueblo. Papá no soportará todo esto...

El príncipe Asug fue recibido como una visita en nuestro castillo... Quisiera algún día tener la templanza de mi padre, aun siendo amable con el sujeto que está declarando la guerra de forma desvergonzada.

Al día siguiente:

- No me casaré con la princesa. Ella es una sinvergüenza.

- Señor Liel, me cuesta creer que mi hija tenga esos comportamientos... Además, es orden del Emperador que esta unión se haga.

- Pero todo cambiará cuando mi tío se entere sobre la mala conducta de ustedes. No soy estúpido, su majestad, sé que en estos momentos necesita más que nunca de este matrimonio.

- Así es, por la paz en los reinos... Estoy seguro de que el reino Gook no se atreverá a devastar a un aliado del Imperio.

- Por mucho poder que tenga el Príncipe Maldito, él jamás tocara al Imperio, aun si el Reino Siom cae. Liel desafía al Rey Carson con su filosa lengua.

- Entonces... Dígame cuáles son sus condiciones, sir Liel.

- Veo que comienza a entender. En primer lugar, quiero que la princesa sea castigada por azote.

- Pero...

- Por favor, no me interrumpa. Quiero el trono, si me voy a casar con una desvergonzada que se acostó con un sacerdote, solo la corona del Rey De Siom podrá limpiar mi nombre.

- La corona será entregada en el momento de mi muerte. Eso se lo puedo asegurar.

- Es usted el Rey, cambie la política... Después de la boda, entrégueme su reino.

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