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El almuerzo llega y pago el mío primero, para poder ir a donde el doctor y llevarle el suyo. Tan pronto se lo entrego y le pago al empleado, traigo mi almuerzo al cuarto de receso. Estoy sola, y creí que iba a poder disfrutar de mi almuerzo tranquila, pero no, veo al doctor entrar y trago gordo.

—Creí que comería en su oficina, doctor.

—¿Me está echando?

—Por supuesto que no— agito la cabeza.

—Comer en mi oficina traería visitas indeseables— escoge justamente la silla que está al lado mío y hago silencio—. ¿No comerá?

—Claro que sí.

—¿Mi compañía le incomoda?

—No, ¿cómo cree, doctor? — sonrío nerviosa, llevando el tenedor a mi boca y lo saboreo—. Está delicioso.

—¿A qué le llama delicioso, si su tenedor está vacío?

Hoy es el famoso día de hacer el ridículo. Por estas cosas es que estás y te quedarás siempre sola, Yanelis.

—¿Acostumbra a comer siempre en el mismo lugar?— cuestiono, en busca de desviar el tema.

—Sí, me gusta la comida criolla. Además de que no en todos los restaurantes te traen la comida a donde estás.

—Eso hace lógica.

Almorzamos en silencio, pero cada vez tengo la sensación de que me está mirando. Ninguna de mis compañeras se apareció para cortar con la incomodidad.

—Ya es hora de entrar. Si no me necesita, me retiro a mi área de trabajo.

—Vaya con calma— responde automáticamente, como si hubiera estado esperando por mí, para que hablara.

En el resto de la tarde no hubo muchos pacientes, como durante la mañana. Los pacientes me permitieron ir organizando y conociendo mejor el área. La Sra. Beatriz se presentó hace algo de tiempo y se encerró con el doctor. He oído que están discutiendo, pero no he prestado atención a sus asuntos, solo continúo trabajando.

—Contigo siempre es lo mismo. ¡Lárgate de una maldita vez! — escucho la puerta abrirse de mala gana y sigo mirando el computador.

—Eres tú el imbécil que siempre hace lo que se le da la gana, sin pensar en las consecuencias que pueda traerle las cosas— grita la Sra. Beatriz.

—¡Vete! — vociferó mi jefe.

—Toma— ella coloca las llaves encima de mi escritorio—. Espero se haya sentido a gusto en la oficina. Te pido una disculpa por mi hermano, siempre suele ser igual de descerebrado que ahora.

Gracias a Dios no hay ningún paciente para oír todos esos insultos que se están diciendo. Parecen niños de primaria. Tengo suerte de no tener hermanos, porque de seguro estaríamos peleando así.

—Srta. Yanelis— el llamado del doctor me endereza, casi como un soldado.

—Estoy aquí.

—Créame que la veo y sé que está ahí— contesta en un tono burlesco—. Disculpe por lo de hace un momento. Le pido que haga de cuenta de que nada ocurrió. Le prometo que no volverá a ocurrir.

—No se preocupe, no debe disculparse.

—La ponga en una posición— hace una breve pausa y sudo frío—, muy incómoda y compleja.

Juro que si no hubiera aclarado eso, no iba a poder dormir hoy. ¿Lo hace intencionalmente, o es que no se da cuenta de que lo que dice se puede malinterpretar?

—No, estoy muy bien así— medito mi respuesta y niego con la cabeza—. Lo que quiero decir es que, no se preocupe, esas cosas suceden, doctor — aclaro.

—Ha hecho un buen trabajo hoy. Aprende muy rápido y ha organizado bastante bien su escritorio, a como estaba esta mañana. Gracias por su ayuda. Ya puede irse a su casa. La espero mañana temprano. Yo me encargo de apagar todo.

—Gracias por la oportunidad, doctor. Me alegra mucho haber sido de gran ayuda. Buenas tardes— organizo lo que falta, cojo mi bolso y él se mantiene ahí, hasta que salgo de la oficina.

Llego directamente a mi casa para ver a mi mamá.

—Buenas tardes, mamá — tan pronto abre la puerta, rodeo su cuerpo en un abrazo.

—¿Qué tal el nuevo trabajo, mi princesa? ¿Cómo te fue?

—A pesar de tener una que otra dificultad, me fue muy bien.

—No te cargues demasiado, mi niña. Estás trabajando mucho para ayudarme. Quisiera poder serte de más ayuda aquí en la casa.

—No digas eso, mamá. Más que esto has hecho tú por mí.

—Pero no quisiera verte como antes. Eres joven y no has tenido la oportunidad de disfrutar tu juventud por estar cuidando de esta vieja.

—¡No vuelvas a decir eso! Eres mi madre, por supuesto que debo cuidar de ti. No importa lo que tenga que hacer, vamos a salir adelante juntas. Solo debemos tener paciencia. Ahora que conseguí este trabajo durante la semana, tendré oportunidad de trabajar unas horas extras en el Pub.

—De eso es lo que hablo. Siempre buscas estar trabajando y trabajando, pero no piensas en ti y en tu salud. No estás durmiendo bien, no te estás cuidando y tengo miedo de que algo malo te pase por sobrecargarte mucho.

—No hablemos de esas cosas, mamá. Todo estará bien. Te contaré sobre el trabajo y mi jefe. Si lo vieras. Tiene unas manos grandes y una espalda perfecta, como para trepar como gata juguetona.

—No has cambiado ni un poco. Eres una charlatana. No sabía que te gustaban los hombres mayores, hija.

—He salido con puros niños, mucho menores que yo. Echarle una miradita al jefe no es nada malo, para algo se hicieron los ojos, ¿no, mamá? — ambas reímos.

A la mañana siguiente, llego al consultorio un poco antes de la hora de entrada, para hacer lo que la Sra. Beatriz me ha encargado. Viendo que la oficina está sola, pongo música en mi teléfono, mientras bailo y llevo el mapo a cada rincón de la sala de espera. Limpiar sin música, no es para nada divertido. Es una costumbre en mi casa, así que me dejo llevar por esa salsa de Héctor Lavoe y sigo el son de la música. La música es la mejor medicina y, al igual que el café, brinda la suficiente energía para comenzar el día. Dando una vuelta con el mapo, al momento de culminar la canción, alcanzo a ver al doctor, con una mano en la barbilla y observándome atentamente.

—Doctor… — dejo caer el mapo tras ser descubierta, no pensé que estaría tan temprano aquí.

—Continúe, no se detenga por mí.

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