Torta, galletas y té

Por más que lo intentaba, Misha no lograba conciliar el sueño. O no estaba lo suficientemente cansada como para dormir o sus preocupaciones no se lo permitían. En cualquier caso, ella decidió ir a la sala principal por un trago. Una vez allí pudo escuchar voces graciosas, provenientes de la sala continua.

Sintió la presencia de Diego - algo débil para ser la de él- Así que caminó despacio, con una copa de vino en su mano, hacia aquella sala, en donde la única luz, era la de un televisor. Se acercó hacia el enorme mueble frente a aquel televisor y miró a Diego allí sentado, comiéndose una torta que tenía en una tortera sobre sus piernas.

Misha sonrió y negó con su cabeza, luego volvió a mirar el televisor. Transmitían una caricatura.

- ¿Un perro que habla?- preguntó confundida.

- Se llama ScoobyDoo- dijo Diego sin dejar de ver la pantalla.

- ¿Cómo hacen estas cosas?- preguntó con interés- Es decir… esto de la televisión. No lo entiendo.

- Se creó en mil ochocientos noventa y ocho- dijo él- Tu estuviste allí hace ochenta y dos años cuando la presentaron por primera vez, Misha.

- Lo sé, pero… no me quedó muy clara la cosa- dijo ella- Y estas cosas. Estas… ¿Cómo le dicen?

- Dibujos animados- dijo Diego- No me preguntes. No tengo idea de cómo los hacen. Pero me resultan muy graciosos.

Ella lo miró un segundo mientras él solo miraba la pantalla fijamente.

- ¿Entonces por qué no veo que te rías?- le preguntó sonriendo.

Diego la miró con su inexpresivo rostro.

- ¿Sabes?- dijo él- Una vez asesiné a un humano con un trozo de pastel por un chiste como ese.

Ella soltó una carcajada, luego se quedó mirando un momento la caricatura. Entonces sintió un delicioso y familiar olor a sangre. Miró a Diego un segundo.

- ¿Te bañaste?- le preguntó.

- Si- dijo él mirando la televisión.

- Y te pusiste otra ropa, según veo- dijo ella.

- Obvio- dijo él.

- Entonces… explícame por qué esa camisa esta manchada con tu propia sangre.

Diego calló y se miró el cuello de la camisa, manchado con la sangre que le había salido por la boca mientras estuvo atravesado por la daga de Miranda. Entonces miró a Misha.

- Miriam hace cosas muy raras cuando se excita- dijo él.

- ¿Esperas que crea que una niña de doce años te sometió en la cama?- preguntó ella.

- No- dijo Diego- Ella tiene trece.

- Diego…- dijo Misha con una mirada acusadora.

- Es mil novecientos ochenta, mamá. Las niñas de hoy son tremendas

- Déjate de idioteces ¿Quién te hirió? ¿Fue Erika?

- No. Erika está en su habitación recuperándose de una mordida que le dio Miranda hace unas horas. Yo solo… decidí jugar un poco con Miriam en la cama. Es todo.

- ¿Con la camisa puesta?- dijo Misha comenzando a irritarse.

- Oye… no tengo por qué darte detalles sobre mi vida sexual- dijo él- Si quieres creer que una de nuestras hermanas me atacó, es asunto tuyo.

Ella suspiró inconforme, mientras él volvía a mirar la televisión. Guardó silencio un momento

- ¿Por qué estás despierto?- le preguntó- Deberías dormir. Estás muy débil.

- No es cierto- dijo él mirando la pantalla.

- Diego, se te ve el cansancio hasta en los ojos- dijo ella- Y ver algo en tus ojos no es normal.

- Mamá, por favor- dijo él mirándola con su inexpresivo rostro- Estoy bien. Deja de sofocarme.

Misha volvió a suspirar y de mala gana comenzó a caminar hacia la salida de aquella sala.

- ¡Te quiero en tu cama en una hora!- gritó mientras caminaba- ¡Sin excusas!

Ella salió de la sala mientras Diego mordía un trozo de torta y seguía mirando su caricatura.

- Eso no va a pasar- se dijo.

Mientras tanto, Andreina estaba sentada en el centro de la cama de Jade comiendo un tazón galletas. La habitación estaba muy iluminada y parecía más un club clandestino que una recamara. Había licor de todo tipo en un rincón al fondo, un tubo metálico entre el techo y el suelo junto a la cama, la cual tenía forma de corazón y cuyas sabanas eran rojas.

- ¿Que pasó con Lulú y las otras dos locas?- Preguntó Andreina y luego se llevó un puñado de galletas a la boca.

- Se fueron a sus habitaciones- Dijo Jade, quien se cepillaba el cabello frente a un espejo rodeado por luces. Luego se quedó pensando un momento- Oye... ¿Entonces la tal Gabriela no sabe ni de quien es hija?- agregó, y siguió cepillando su cabello.

- No- dijo Andreina con la boca llena de galletas- Apenas se acaba de enterar que desciende de un demonio. Creo que de haber sido por Diego, aun seguiría ignorante de ese hecho.

- No puede ser…- rió Jade, luego tomó aire- Nuestro querido padre y su extraña forma de hacer las cosas.

Andreina tragó el puñado de galletas que tenía en su boca y miró a jade pensativa, mientras ella seguía cepillando su cabello verde y largo.

- ¿Cuánto tiempo viviste con Diego?- preguntó

- Hasta que pude defenderme sola- dijo Jade sin apartar su atención de su cabello- Como hasta los quince años creo.

- ¿Y te crió desde que naciste? - quiso saber Andreina.

- Si- dijo Jade- Como a muchas de nuestras hermanas.

- Pero… ninguna vivió con él mas de quince años- dijo Andreina pensativa- ¿Por qué?

- Muchas de nosotras teníamos la apariencia de una mujer de veinte años cuando apenas teníamos siete- dijo Jade- Diego no veía necesidad de seguirnos cuidando después de los doce años.

- ¿Las abandonaba?

- No- sonrió Jade, y luego la miró- Él nos daba a elegir si seguir bajo su tutela o empezar a ser independientes. Y obviamente, nadie elegía seguir viviendo como una niña de papi.

Andreina se quedó pensando en eso un instante. Nadie, salvo las cuarenta, había vivido bajo la tutela de Diego más de quince años. Peor aun: todas tuvieron la oportunidad de elegir entre él y su libertad.

- Andreina…- dijo Jade mirándola como si le estuviese leyendo la mente- ¿Hace cuánto que vives con Diego?

- Mis treinta y nueve hermanas y yo…- dijo Andreina pensativa- Hemos vivido con Diego desde… hace cincuenta años.

- ¿Qué?- se sorprendió Jade.

- Es que…- dijo Andreina- Ya sabes que… mamá ordenó dormirnos hace años por ser… peligrosas. Pero Diego decidió hacerse cargo de nosotras. Y pues… mamá dijo que si él fallaba nos volvería a dormir, porque… nadie mas quería ni quiere hacerse cargo de nosotras.

- Si…- dijo Jade con un poco de pesar- Pero… en algún momento Diego debió haberles dado a elegir entre quedarse con él o independizarse, porque, aunque tienen apariencia de niñas, son mujeres de mas de cincuenta años.

- Pero no lo hizo- dijo Andreina- Ni siquiera nos tocó el tema ni una sola vez.

Jade se levantó de la silla en la que estaba, con una expresión de desconcierto y pesar. Entonces se acercó a Andreina y se sentó en la orilla de la cama, mirándola a los ojos con tristeza.

- Andreina…- le dijo con dolor- ¿Te gustaría librarte de la tutela de Diego? ¿Te gustaría… ser independiente como todas nuestras hermanas?

Andreina calló unos segundos, y desvió su mirada hacia el suelo a su derecha, pensando en aquella posibilidad. Entonces miró a Jade de nuevo a los ojos, y sonrió con una sincera dicha.

- No- dijo aun sonriendo.

Jade se sorprendió al escuchar esa respuesta. De verdad, no la esperaba.

- ¿Qué?- preguntó incrédula.

- Diego nos ha cuidado por cincuenta años- dijo Andreina- Nos ha tenido mucha paciencia, nos consiente incluso sabiendo que no lo merecemos. Y es él quien nos ha mantenido con vida todos estos años. No puedo imaginar una vida sin él.

De pronto, las lágrimas salieron de sus ojos cafés, mientras ella seguía sonriendo.

- Puede que sea un maldito desgraciado- continuó- Pero todo lo hace por nuestro bien. Es mi maldito desgraciado. Y lo amo tal y como es. No quiero vivir en un mundo en el que él no esté.

Gabriela abrió sus ojos cafés con algo de esfuerzo. Se encontró con el techo pálido de su habitación y tras reiniciar su cerebro, estiró sus músculos y bostezó. Se sentía maravillosamente. Como si hubiese dormido por días.

De pronto, sintió un olor desagradable; una mezcla de sudor con restos de carne echada a perder. No tardó mucho en notar que ese olor venía de ella. Pero era lógico, pues no se había bañado antes de dormirse. Aun tenía su ropa y parte de su cara y sus manos sucias de sangre y tierra.

- Qué asco- dijo con desagrado.

Se quitó la camisa sin levantarse de la cama y la lanzó al suelo, luego se acomodó en posición fetal para ver si dormía un poco más antes de irse a bañar, y dirigió su mirada hacia la mesa donde yacían las fotografías de María. Allí vio algo que no había visto antes.

Era una muñeca de unos diez centímetros. Su cara parecía hecha de porcelana y sus ojos eran de un hermoso color miel. Tenía un vestido blanco y un sobrero de ese mismo color sobre su rubia cabellera. La miraba sentada en aquella mesa como una niña sonriente.

- ¿Qué…?- se dijo Gabriela confundida, mientras se levantaba de la cama.

Se sentó en la orilla de la cama, sin quitar la vista de aquella muñeca. Sus ojos color miel parecían tan reales, que perturbaban. La tomó con cautela y la detalló mientas la sostenía en sus manos. Era un poco pesada, y no era de porcelana sino de cera

- Es muy linda- se dijo.

Volvió a poner la muñeca en la mesa y caminó hacia el closet. Abrió una puerta corrediza y encontró varios tramos en los que había peines, cepillos, labiales, aretes y una gran variedad de maquillaje.

- Puerta equivocada- sonrió.

Ella no era de usar tantas cosas en su cara. De vez en cuando un poco de pintura en sus carnosos y sexys labios, pero no más. Abrió la puerta del medio. Allí encontró una gran variedad de suéteres, vestidos y blusas.

Los vestidos si lucían demasiado anticuados. Pero las blusas y los suéteres eran muy hermosos, aunque no parecían tener menos de diez años de antigüedad. Tomó una blusa morada, que parecía la mas actual.

En las gavetas inferiores encontró un pantalón de Jean azul, medias y pantaletas. Y de tantos sostenes que había, solo encontró uno lo suficientemente grande para sus pechos.

En la tercera puerta encontró una extensa colección de calzado. No se distrajo con las sandalias ni los tacones elegantes. Solo tomó un par de deportivos blancos.

Puso todo sobre la cama y luego se desvistió completamente. Encontró una hermosa toalla rosada en el baño de la habitación, el cual era grande y tenía una tina en el centro. También encontró jabón y detergentes para el cabello en un cajón sobre el lavamanos, por lo cual se extrañó.

- ¿Cuántos años llevaran estas cosas aquí?- se preguntó dudosa.

Miró las fechas de vencimiento. El shampoo había vencido en Mayo de 1979 y el acondicionador en junio de 1977. Y era el acondicionador lo que en verdad necesitada

- Esto venció hace casi tres años- se dijo mirando el acondicionador.

Pero entonces recordó un detalle muy importante. Ella era un Demonio. Su cuerpo podía regenerarse de cualquier daño. Era tonto pensar que un producto vencido podía enfermarla o matarla.

- Al carajo- se dijo llevándose tanto el acondicionar como el shampoo y el jabón al área de la ducha, la cual estaba al final del baño, rodeada por paredes de cristal. Abrió la puerta, que también era de cristal como aquellas paredes y se metió bajo la regadera.

Bajo el agua, nada parecía tener importancia. Ni su pasado, ni su difunta Elena, ni aquella casa llena de mujeres aterradoras.

Mientras se enjabonaba sus omoplatos, pudo tocar una de sus cicatrices. El único recuerdo que le había dejado su padre. Se extrañó al saber que aún seguían allí. “No debían desaparecer al convertirse en demonio”. Suspiró extrañada.

Estaba poniendo el jabón en la jabonera que había a su lado, cuando de pronto, se encontró arrodillada frente a una pequeña mesa que contenía una tetera y varias tasas. Se vio vestida con un suéter rosado y un pantalón blanco. Pero descalza. Y podía ver un mechón rubio colgando frente a sus ojos.

Frente a ella una joven asiática, que llevaba puesto algo que parecía una bata de baño, y cuyo abundante cabello negro estaba recogido en dos colitas a los lados, tomaba una taza de té.

- ¿Por qué tanta prisa, Oniichan?- preguntó aquella chica asiática en tono dulce

Debía tener unos veinte años y tenía acento japonés, aunque no tan marcado. Su español era perfecto, de hecho.

- No te había visto en más de cincuenta años- continuó la joven- Quiero disfrutar de tu compañía un poco más.

- Dejé cosas pendientes en casa, Azusa- dijo ella.

Reconocía la voz infantil que salía desde su garganta. Era la voz de Rico.

- Son… cosas que no pueden esperar- agregó.

- Cuanto lo siento- dijo la joven- Pero el problema con él que quiero que me ayudes no se resolverá en un momento. Nuestra hermana Ritsu lo ha complicado más de lo que ya estaba.

Gabriela recordó los nombres de Azusa y Ritsu en las placas de las puertas de las habitaciones de La Casa De Las Muñecas. Aquella joven era un Lilim.

- Bueno- dijo ella- Mientras mas pronto me digas, mas pronto podremos solucionar ese asunto.

- Oniichan…- sonrió la joven. Era muy hermosa- Trata de relajarte un poco ¿Si?

Entonces, Gabriela se encontró nuevamente en la ducha, sosteniendo aun el jabón. Estaba confundida y aterrada. ¿Por qué había visto eso? ¿Por qué estaba en el cuerpo de Rico?

Recordó aquel sueño tan extraño que había tenido. En esos sueños también usaba el cuerpo de Rico. Pero ¿Por qué? No encontraba una respuesta lógica que explicara aquello. Sin embargo… ahora sabía que no había sido solo un sueño. Algo o alguien estaba jugando con su mente.

Terminó de ducharse y se vistió con la ropa que había sacado del closet de María. Todo le quedó como si fuese suyo. Luego peinó su cabello frente al espejo del baño.

Se quedó un rato contemplando su cabeza ya peinada en el espejo. Su cabello que siempre estaba a la altura de su barbilla, ya estaba llegando a los hombros.

- Ya debo cortarlo- se dijo.

Miró la extraña pero hermosa forma de su cabeza. Parecía un corazón. Siempre le había encantado esa forma. Pero en ese momento entendió la razón por la que Diego le había dado el apodo de “Cabeza de Tomate” aquel día cuando conoció a Miriam. Ella rió al recordarlo.

- Maldito- sonrió- Ahora no veré mi cabeza igual.

Se dirigió a la puerta de la habitación y la abrió con cautela. Miró el pasillo un rato y no vio a nadie por allí, lo cual le dio tranquilidad. Así que salió finalmente del cuarto y comenzó a caminar por el pasillo leyendo las placas de las habitaciones. Buscaba la habitación de Diego, la cual no recordaba donde estaba exactamente.

No sabía ni qué hora era. Notó que no había ventanas en ese pasillo. Detrás de las cortinas rojas solo estaba la pared.

- No puedo creer que ni un reloj de pared halla en toda esta casa- se decía mientras caminaba.

Encontró la habitación de Diego y se quedó pensando en la posibilidad de encontrar a Diego y a Miriam en pleno acto sexual. No era algo que ella quería ver. Ya estaba bastante traumada. Así que tocó la puerta con fuerza tres veces. Era mejor interrumpirlos que sorprenderlos.

La puerta no tardó en abrirse. Gabriela vio los ojos verdes de Miriam asomarse por la orilla de la puerta.

- Hola- sonrió Gabriela.

- Gaby…- suspiró Miriam aliviada y terminó de abrir la puerta- Me asústate. Pensé que era una de las hermanas de Diego.

- No creo que ellas toquen antes de entrar- rió Gabriela.

Miriam llevaba puesta una camisa verde con un Micky Mause pintado, y un pantalón mono azul. Y tenía zapatos deportivos blancos. Su cabello estaba recogido.

Gabriela paseo la vista por la habitación y notó que Diego no estaba.

- ¿Y Diego?- preguntó

- No se- dijo Miriam- me desperté y no estaba.

- Debe estar abajo- dijo ella- Vamos a buscarlo.

- Una idea tonta- dijo una voz familiar.

Ambas miraron a Andreina que había aparecido en el pasillo. Iba vestida con un suéter blanco tejido, un jean azul y zapatos blancos deportivos. Y se notaba que se había bañado recientemente. Se extrañaron, pues estaban acostumbradas a verla con el vestido blanco y polvoriento.

- El espejo no se abrirá al menos que sean Lilims- agregó Andreina

- Bueno…- dijo Gabriela pensativa- Tu eres un Lilim ¿No? Puedes abrirlo por nosotras.

- Lo haría- dijo Andreina- Pero Diego dio la orden de no dejarme salir. Así que… el maldito espejo no se abre, aunque conteste la pregunta.

Gabriela lo pensó un momento. Era lógico que Diego no dejara salir a Andreina.

- ¿O sea que tenemos que esperar a que alguien nos abra?- preguntó.

- Suerte con eso- dijo Andreina- Llevo tres días esperando a que alguien abra ese espejo para poder salir.

- ¿Tres días?- dijeron Gabriela y Miriam desconcertadas.

- ¿Cómo así que tres días?- preguntó Gabriela- Llegamos ayer, Andreina.

- No…- sonrió Andreina- Llegamos hace tres días. Han dormido desde entonces.

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