Memorias ajenas

Diego miraba el pálido techo desde su cama, mientras Miriam, acomodada en su pecho desnudo, acariciaba su cicatriz con sus dedos.

- Diego…- dijo ella de repente, con voz agotada.

- ¿Sí?- dijo él sin quitar la vista del techo.

- Todavía no me has dicho como te hiciste esta cicatriz- dijo ella.

Diego continuó mirando el techo, en silencio. Pensó por un momento en lo ilógico que resultaba el hecho de que, Gabriela, su niñera, supiera la verdad sobre aquella cicatriz, mientras Miriam, su novia, seguía ignorante de todo.

- Mi hermana Verónica, trató de asesinarme hace más de doscientos años- dijo él- Me atravesó con la Nica. Pero extrañamente sobreviví.

- ¿Tu hermana?- se extrañó ella- ¿Por qué?

- No soportaba el hecho de que mi hermano Rico y yo, no compartiéramos sus… intereses- dijo Diego- Estaba tan enojada que… Tuvimos que separarnos de ella, por seguridad.

Miriam, tenía la inteligencia de una niña de diez años, y Diego sabía eso. Por eso, en aquel momento, le pareció extraño que ella levantara su cabeza y lo mirara a los ojos, con expresión de duda e inquietud.

- Tú fuiste el que mató a Verónica ¿Verdad?- dijo ella- Por eso tienes la Nica.

Diego la miró un instante. No esperaba que lo preguntara. Acarició su rostro blanco con delicadeza, mientras apartaba un mechón de su cabello castaño claro y miraba sus hermosos y grandes ojos verdes

- No- dijo él- Fue mi madre quien lo hizo. Pero… yo iba a hacerlo, porque…- calló un segundo mientras la seguía mirando a los ojos- Porque ella mató a mi novia, Elizabeth.

Miriam se quedó procesando eso por unos instantes. Estaba aturdida. No sabía cómo reaccionar. ¿Cómo iba a ponerse celosa? Diego aun ni la conocía a ella. Además… la chica estaba muerta.

- ¿La amabas mucho?- solo eso pudo decir.

- Fue mi pareja por más de dos mil años, Miriam- dijo él- Eso representa más de la mitad de mi vida. Claro que la amaba. Perderla fue lo más doloroso que me ha pasado en la vida.

Lo entendía. Claro que lo entendía. No debió ser nada fácil para él ver morir al amor de su vida y menos, por mano de su propia hermana. Ella calló y volvió a acomodarse en su pecho. Lo abrazó más fuerte.

Ahora no podría reclamarle por lo sucedido en el poso, ni por el beso que le había dado a su hermana Érika. ¿Qué caso tenía, al fin y al cabo? Era suyo y de nadie más. Era con ella con quien estaba allí desnudo en la cama, y con quien acababa de hacer el amor. Armar un berrinche y buscar que él la dejara por tonta, era una estupidez, pues, ella había dejado todo: su familia, su vida, “TODO”. Y sabía en su interior que no era por la seguridad de sus padres ni la de ella misma, sino por estar con él, con el único ser que ella amaba realmente. Ahora él era lo único que ella tenía, y no iba a perderlo por nada del mundo. Mataría y moriría por él.

- Trata de dormir- dijo él- No has dormido en mucho tiempo. Y mañana te necesito fuerte.

- Si- dijo, y sonrió dichosa.

Saori apareció en la sala principal de La Casa De Las Muñecas y miró a su alrededor, buscando a algún Lilim.

- ¡Moa!- llamó, mientras caminaba hacia las escaleras- ¡Moa!

- No se grita en esta casa- dijo una voz fría y hueca.

Ella se giró y miró a la imponente Miranda, parada a pocos metros de ella, con su vestido rojo y su cabello negro y hermoso cubriendo su rostro.

- Miranda- dijo ella sorprendida y algo nerviosa.

- Buenas noches, Saori- dijo Miranda sin cambiar su tono de voz- ¿Puedo saber qué haces tan lejos de tus terrenos?

- Ah…- tartamudeó- Moa me envió a una misión en Manicuare, y…

- ¿De verdad?- dijo Miranda- Eso es muy extraño, considerando lo lejos que vives de la otra costa. Mejor dicho: lo lejos que vives de este país.

- Sí, es extraño- dijo ella, mostrando un verdadero desconcierto- Pero… no pude decirle que no.

- Entiendo- dijo Miranda dando un paso hacia ella- Pero… ahora que lo pienso… Manicuare, es territorio Halliwell, y… si mis fuentes no me fallan, y sé que no… Marycer Halliwell vive allí.

- Así es- dijo Saori- Moa me envió a entregarle un mensaje. Pero…- Ella tomó aire y puso cara de pena.

- ¿Pero?- preguntó Miranda.

- Ella… se mostró hostil. Tú sabes cómo son las Halliwell. Y pues… quiso pelear.

- ¿Entonces la mataste?- preguntó Miranda- Eso no pondrá nada feliz a Diego.

- No, no lo hice. Pero… Ella me amenazó con la Nica.

- Mientes- dijo Miranda de inmediato- Acabo de ver esa espada hace poco en manos de Diego. De hecho… fui atacada con ella.

- ¿Qué?- se extrañó Saori- Pero… No. Yo… yo la vi, Miranda, ella la sostuvo en sus mano. Era Nica, lo juro.

- Alguna replica, quizá.

- No- insistió Saori- Era la real. Pude sentirla.

Miranda calló unos segundos. Saori podía escuchar su brusca respiración.

- Como sea…- dijo- Será mejor que vuelvas a tu casa, Saori. Yo le daré tu mensaje a Moa, que por cierto… debe estar dormida.

- Mamá me pidió quedarme aquí- dijo Saori- No se la razón.

- Bien…- dijo Miranda- Entonces ve a tu habitación.

- Claro- suspiró ella- ¿Algún Halliwell en casa?

- Cuatro- dijo Miranda- Una semidemonio, Diego, Andreina y… un despertar.

- ¿Un despertar en esta casa?- se impactó Saori.

- Tiene permiso de quedarse por esta semana- dijo Miranda- Te pido que, por favor, evites atacarla, y… pase lo que pase, no hagas comentarios si ella está escuchando.

- ¿Por?- preguntó confundida.

- Ya te darás cuenta cuando la veas- dijo Miranda- Ahora ve a tu habitación.

- Okey…- dijo un poco confundida mientras daba media vuelta.

- Ah- dijo Miranda, y ella se volvió a verla- Una cosa más, Saori. Sé que no es necesario recalcártelo, pero… es mejor que Diego no se entere que fuiste a ver a Marycer. No se lo tomará muy bien.

- Lo sé…- dijo ella con fastidio- No soy idiota.

Gabriela, en su habitación, se había recostado en la cama, muerta de sueño, pero demasiado asustada como para dejar caer sus parpados. Sin embargo, aunque luchaba por no dormirse, su cansancio era tanto, que su vista se hacía borrosa y llegó al punto en que no sabía si seguía despierta o el sueño le había ganado.

Sentía algo suave y muy cálido deslizarse por sus sienes. Era agradable, como las pequeñas manos de Diego, tan cálidas y suaves, que la relajaban y a la vez la hacían sentirse segura de todo y de todos.

- Mil setecientos ochenta- musito una voz femenina, que le resultaba familiar- ¿Qué sucedió allí Rikven? Muéstrame.

- Mil setecientos ochenta- repitió ella apenas consiente y con fuerza para pronunciar sonido, pero no para mover la boca.

Se encontró caminando por la orilla de una playa, bajo un sol inclemente. No sabía qué la hacía caminar. Tampoco sabía por qué sentía tanto cabello revoloteando sobre ella por la brisa salina. Y peor aún, no sabía por qué dicho cabello lucía tan rubio. Era casi alvino.

- ¿Qué lugar es este, Rikven?- preguntó aquella voz femenina en su cabeza- ¿Puedes recordarlo?

- Era una isla desierta- dijo entre dientes, sin saber cómo sabía eso ni por qué estaba respondiendo- Desapareció hace mucho.

No dejaba de caminar en ningún momento. Entonces miró a una chica alta, a unos metros delante, saludándola con la mano en alto. Iba vestida con una extraña ropa que a ella le hizo recordar a las películas de piratas. Sus risos negros revoloteaban sobre ella. Estaba sentada en una roca.

- Marycer- se dijo, sin saber cómo estaba tan segura de eso.

- ¿Por qué la citaste en este lugar?- preguntó la voz.

- Tenía información que yo quería- dijo de nuevo entre dientes, confundida.

Al ir acercándose a la chica, notó que era más alta que ella. Estando la chica sentada, ella apenas le llegaba por la nariz. Sin embargo debía medir por lo menos 1,75 metros. Es decir, menos que ella. ¿Entonces por qué se veía a sí misma tan pequeña frente a ella?

- Hola- dijo Marycer con una enorme y hermosa sonrisa.

En verdad era hermosa. Mucho más hermosa que en la fotografía que había visto. Sus ojos cafés eran grandes y tan hermosos que era imposible no mirarlos fijamente.

- Mary…- sonrió ella.

No era su voz, aunque había salido de su garganta. Se dio cuenta de eso de inmediato, por lo dulce e infantil que se oía. Sin embargo le resultaba conocida ¿Dónde la había oído?

Ambas se abrazaron. Mientras eso pasaba, ella notó que sus propios brazos eran de un hermoso color rubio. Era más que obvio que aquel no era su cuerpo.

Marycer le dio un gran beso en la mejilla y luego la miró sonriendo.

- ¿Dónde has estado, enano cabezón?- preguntó aun sonriendo- Me tenías preocupada.

- En Roma- dijo ella, luego suspiró con fastidio- La humanidad cae cada vez más bajo ¿Sabes?

- Si, lo sé- rió Marycer- No me gustaría estar viva para ver como estarán dentro de trescientos años.

Ambas rieron. Luego Marycer se la quedo viendo fijamente, con una débil sonrisa, por varios segundos.

- ¿Por qué me citaste en este lugar?- le preguntó- ¿Qué ocurre?

Ella suspiró y miró hacia el océano, luego volvió a mirar a Marycer a sus hermosos ojos cafés.

- Sé que mi hermano te encomendó una tarea hace poco- le dijo.

- Si…- dijo ella con recelo- Pero… se supone que no puedo hablar de eso con nadie. Así que…

- Lo sé- dijo ella rápidamente- No me interesa lo que te haya encomendado, Mary. Solo… quiero saber dónde lo viste ¿Dónde está él?

Marycer negó con una sonrisa mientras la miraba.

- Amor yo... no lo vi- dijo ella- Diego es muy precavido. Probablemente supuso que querrían conocer su ubicación. Por eso solo… me envió el mensaje con un Hades.

- ¿Lucelis?- preguntó ella

- Si- dijo Marycer, luego se mostró extrañada- Es raro. Creí que los Hades eran neutrales en todos los asuntos del universo.

- Lucelis es amiga del clan Halliwell desde hace tiempo- dijo ella- Nos ayuda a veces. Pero respetando sus limitaciones.

- Esto es útil- dijo la voz en su cabeza de nuevo- Pero no es lo que estoy buscando. Veamos que pasó después, Rikven.

Hubo en destello de luz. Ahora Gabriela se encontró en una habitación, cuyas paredes eran de rocas, y tenía una ventana larga y vertical. Por ella olía sal y escuchaba las olas. Estaba sentada en una cama suave con un mosquitero blanco sobre ella.

Se miró en un espejo que estaba frente a ella. Tenía una camisa blanca holgada y un pantalón marrón igual de holgado. Pero no le prestó mucha atención a este detalle. Pues era su físico lo que la había impactado. Tenía largos y sedosos cabellos rubios, casi albinos, la piel rubia y hermosa, y sus ojos eran de un raro y hermoso color azul. Por si esto fuera poco, sus pupilas eran verticales, como las de un gato.

Sabía de quien era ese cuerpo. Lo había visto en los recuerdos de Diego. Era el cuerpo de Rico Halliwell.

Marycer entró por una puerta. Iba vestida con un vestido de seda blanca. Se veía increíblemente hermosa. Y en verdad era alta.

- ¿Me llamabas?- le preguntó.

- Si- dijo ella poniéndose de pie, luego suspiró irritada- ¿Conoces al Ángel blanco llamado Maidetyd?

- ¿La joven bajita y de grandes pechos?- preguntó Marycer- No la conozco, pero… si la he visto ¿Qué pasa con ella?

- Estuvo aquí- dijo ella.

- ¿Qué?- se extrañó Marycer- ¿Por qué te visitaría un Ángel blanco?

- Vino a preguntarme si había tenido algo que ver con la destrucción de la Isla de Abigor- dijo ella.

- ¿Jamás había oído de una isla con ese nombre?- dijo Marycer desconcertada.

- ¿De verdad?- preguntó con una mirada penetrante, luego suspiró- Es… o mejor dicho, era una isla custodiada por hijas mortales de Querubines desterrados del cielo. Ellas estaban en esa isla como una especie de pago para poder entrar al cielo algún día, y no compartir el mismo destino miserable de sus padres.

- Disculpa…- dijo ella confundida- ¿Custodiada?

- Si…-suspiró pensativa- No tengo idea de que custodiaban exactamente. Pero lo que haya sido… quien destruyó la isla se lo llevó.

- ¿Y por qué sospechan de ti?- preguntó ella.

- Porque alguien asegura que una mujer, miembro del clan Halliwell, fue quien destruyó esa isla.

- ¿Qué?- se impactó Marycer.

- Se sabe que ninguna de ustedes actúa sin que Diego o yo se lo ordenemos- dijo ella- Pero… es curioso. La isla fue destruida hace dos meses. Exactamente un día después de que me dijeras que Diego te había encomendado una tarea y dos días antes de que vinieras a este lugar.

Marycer puso cara de indignación y negó con la cabeza.

- ¿Cómo se te ocurre pensar que yo…?- gritó.

- Intento descartarte como principal sospechosa, Marycer- dijo ella.

- ¡Si Diego quisiera destruir una isla, lo haría él mismo!

- Eso mismo pensé- dijo- Pero… acabo de enterarme de que la Isla estaba protegida por un campo de fuerza que le impedía el paso, única y exclusivamente a los Lilims. ¿Sabes tú la razón?

- Ni siquiera sabía de la existencia de esa isla- le recalcó ella enojada.

La miró en silencio, durante varios segundos.

- Asumamos que no fuiste tú- dijo al fin- Entonces tuvo que haber sido Galatea, o Rebeca, o… Priscilla. Pero… Priscilla no haría algo tan estúpido, ni siquiera por órdenes de Diego. Como sea…si se descubre que fue alguna de ustedes, no solo el clan Halliwell estará en problemas sino los Lilims. Y la responsable será ejecutada.

Hubo un silencio mientras ambas se miraban, como esperando alguna reacción.

- Te pregunto de nuevo- agregó- ¿Tu destruiste la isla de Abigor?

Marycer la miró directo a los ojos con expresión seria.

- No- le respondió.

- Parece que no hay nada interesante aquí- dijo la voz de repente- Pero que tal tu propia mente, Gabriela. Veamos todos esos momentos que has vivido con Ya´qob.

Diego se levantó de la cama en cuanto Miriam se quedó dormida. Se vistió con un suéter blanco y una bermuda azul que encontró en el closet. No recordaba cuando había dejado esa ropa allí. Pero recordaba el olor y la textura.

Salió de la habitación y en seguida vio a Tamara, quien iba saliendo de su habitación, ahora con su cabello rosa recogido en una cola y un simpático vestido azul.

- ¿Ya te vas?- Le preguntó mientras caminaba hacia ella- Es algo tarde ¿No?

- Si- sonrió ella con pesar, luego miró el reloj en su muñeca- Son la diez de la noche. Debería esperar. Pero… escuché decir que mamá vendrá en unos días y… la verdad no quiero estar aquí cuando empiece a repartir regaños.

- No creo que alguien quiera estar aquí ese día- dijo Diego.

Ella rió, luego lo miró unos instantes a los ojos y suspiró preocupada.

- Necesitas dormir- le dijo- Te siento agotado.

- Lo haré luego- dijo él- Antes tengo que asegurarme de algo.

- ¿El despertar?- preguntó ella con una mirada acusadora.

- Si…- dijo él- Sobre eso…

- Tranquilo- sonrió ella compresiva- No diré nada.

- Gracias

- Pero cuando mamá la vea…

- Eso no va a pasar- dijo él- me encargaré de que no sepa de su existencia.

- A ver cómo te va con eso- suspiró ella- Ya me voy.

Ellos se abrazaron y se dieron un beso en la mejilla. Luego ella se alejó rápidamente por el pasillo. Entonces Diego miró la puerta de Miranda y no la sintió adentro de su habitación.

Comenzó a caminar rumbo a la puerta de Gabriela, y al llegar allí, se encontró con algo extraño y sospechoso. La puerta estaba entreabierta. La empujó rápidamente y entró. Solo pudo ver el humo negro que ya se estaba desvaneciendo sobre la dormida Gabriela, y el cual tenía la silueta de una persona. Pero esto solo duro unos tres segundos, pues se desvaneció por completo sin dejar rastro.

No pudo hacer nada. Miró a Gabriela, quien dormía profundamente en la cama, sin saber lo que pasaba a su alrededor. Se sintió impotente ante aquello.

- Maldición- se dijo con su tono calmado y pasivo de siempre.

Miró la foto que yacía en la mesa de noche, junto a un portarretratos hecho trizas. La tomó y miró al clan Halliwell de mil novecientos veinte. La giró y leyó la inscripción detrás, luego se detuvo donde se firmaba con la letra “N”.

- Ah- se dijo- Así que si tenía la foto después de todo.

Salió de la habitación y caminó hacia la puerta que tenía la muñeca de trapo junto a ella y cuya placa rezaba “Verona”. Giró la perilla de la puerta sin llamar antes y abrió la puerta despacio.

Entró en una habitación grande y color rosa, con las paredes repletas de hermosas muñecas y con muchos juguetes de niña por todos lados. Logró ver a una pequeña niña, como de unos cinco o seis años, de oscuros cabellos lisos y largos, que estaba sentada de espalda en el suelo, frente a una mesita de té, acompañada de dos muñecas.

- ¿Quiere más te, señorita Sara?- decía con voz dulce mientras servía un té imaginario a una de las muñecas.

- Verona- dijo Diego a la niña.

- Es de mala educación interrumpir la hora del té, hermano- dijo la niña con la misma voz dulce y sin voltear a verlo.

- Disculpa- dijo él- Es que me urge un favor tuyo.

- No hago favores- dijo ella- Has sido un mal hermano. Ya ni siquiera me visitas.

- Si, bueno… he querido hacerlo- dijo él- Pero he tenido muchos problemas para venir.

- Excusas- dijo ella- Hermano mentiroso.

Diego guardó silencio un instante.

- Okey…- dijo él- Soy un mentiroso. Pero si haces esto por mí, te prometo que te daré un regalo.

- ¿Cuál?- preguntó ella.

Diego paseó su vista por todas las muñecas en las paredes, luego volvió a mirar a la niña, la cual seguía de espalda.

- Una muñeca- dijo- Una muy hermosa para tu colección.

La cabeza de aquella niña giró lentamente hasta 180 grados, sin que el resto de su cuerpo emitiera algún movimiento. Miró a Diego con su rostro blanco y pulcro y con unos redondos ojos que poseían un extraño iris que, literalmente, parecía hecho de un hermoso cristal de color azul, y le sonrió con una enorme y blanca sonrisa.

- ¿Hermosa?- le preguntó aun sonriendo.

- Muy hermosa- dijo Diego- La más hermosa que jamás has visto.

- Si…- dijo emocionada- ¿Qué debo hacer?

- Cuidar a mis amigas mientras duermen.

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