Su cálida respiración golpeó mi rostro y el calor empezó a subir por mi cuello. Sonrojándome solté un jadeo que solo ambos pudimos oír.
—¿Está bien? —Formuló en un susurro que encrespa mi espalda y enciende algo en mi pecho, algo que no logro distinguir por culpa de los acelerados latidos de mi corazón.
Volví a dirigirle la mirada, mordí mi labio inferior y asentí. El ascensor tardó una eternidad en llegar al piso en el que ellos se bajaban, solo uno anterior al nuestro. Todo el camino no pude apartar mis ojos de él, y al parecer, él tampoco de los míos. Estuvimos en silencio y fue bastante interesante.
Nunca había tenido la oportunidad de admirar ha un hombre de tan cerca, la mayoría de las veces los rostros que veía de cerca eran de enfermeras o doctoras. Pero nunca un hombre, debido a las precauciones que se tomaban muy en serio en el Hospital.
Una vez el ascensor se vació el hombre de bonitos ojos obsidianicos, porque sí, la oscuridad en sus pupilas el iris me recordaron ha aquella piedra que vi en el museo con mi madre, fue bastante complicado evadir a la multitud, así que me terminó llevando a las zonas menos recorridas, la zona de minerales y rocas extrañas. “Wow, lo que a toda chica de dieciocho años desea admirar”. Desde que cumplí mis veinte no me ha vuelto ha llevar a otro museo.
Su repentino movimiento me saca de mis absortos e innecesarios pensamientos. Se aparta y vuelve a su lugar a mi lado cobrando centímetros de distancia que vuelven la tensión de mi estómago el doble de fuerte. No me había percatado de que su perfume aún cosquilleaba mi nariz hasta que aspire con esfuerzo un poco de aire. Avergonzada porque se escuchó claramente como mis fosas nasales jugaban a la atención, le di la espalda y oculte mi rostro en el triángulo que unía dos de las paredes de espejo y metal.
—Si está a punto de tener un ataque de pánico, sería bueno saberlo—, oi su suave voz indulgente.
Dude por un segundo, mirándome en el espejo seguía sonrojada. ¿Qué va a creer si me ve así?
Armándome de valor me giré lentamente sin apartarme demasiado de la pared y lo mire, tenía la mirada sobre la puerta y su celular había desaparecido.
Tragué saliva.
—Estoy bien. No es nada—, digo mordiendo mis mejillas para controlar el calor que me abraza.
Bien, pude hablar, porque por un segundo pensé que la voz se me iba a clavar en la garganta y no saldría. Tengo la garganta seca. Carraspeo como si eso fuera a ayudar, causando lo contrario, giro el rostro y me miró atentamente. Eh… el carraspeo no era para llamar su atención.
—Bien—, comenta complacido y salió del ascensor una vez que las puertas se abrieron, pero no antes de inclinar levemente la cabeza con un atisbo de sonrisa que no me dio tiempo admirar, fue tan rápido que lo único que pude admirar fue su espalda de hombros anchos.
—Gracias—, susurro ha un hijo de voz, perpleja y confundida.
Las puertas cerrándose me trajeron de regreso a la tierra, di un salto a través de las puertas raspando mi cuerpo por accidente y captando la atención algunas personas que se encontraban cerca, por el torpe sonido. Sonreí nerviosa y bajé la mirada avergonzada. Vuelve a tierra Katt, me repito mentalmente.
Nadie me dijo que la oficina de mi tío estaba rodeada de un monto de oficinas idénticas, lo único que cambiaban era quien se sentaba frente a esas computadoras.
Todo era blanco, las mujeres vestían trajes negros con camisas blancas y faldas tubo del mismo color que el saco, y los hombres vestían igual sólo que en lugar de llevar falda, tenían pantalones de vestir y corbata.
Idénticos a los extras de esas películas de oficinas, esas personas a las que nadie les ponía atención y que despedían por pura invención de un libreto escrito por alguien que pensaba que sería buena idea agregarle drama al protagonista. Dejé de lado mis pensamientos altruistas y busque con la mirada a mi tío.
Los escritorios se apilaban en paralelo uno al lado del otro, dejando los costados y el medio como pasillos vacíos. ¿Cuál era el número de su escritorio? Cada uno tenía un número. Apilados sobre las paredes habían máquinas fotocopiadoras y muebles de madera blanca y jarrones con flores, y las paredes tenían cuadros muy bonitos.
—¿Katy? —La voz desconcertada de mi tío me hizo voltear, estaba casi recostado en su silla. Se enderezo de golpe con la boca abierta y una mirada atenta—. ¿Qué haces aquí? —Sus ojos azules miraron hacia ambos lados atónito.
Rodeé el escritorio y le coloque el mugroso desayuno sobre una pila de papeles bien apilados. Se sobresalta y traga grueso.
—Su desayuno queridísimo tío—, sonreí forzadamente.
Si supiera por lo que tuve que pasar para traérselo se caería de espalda. Su cabello rubio como el de mi madre estaba hecho un desastre, al igual que su camisa y corbata, al parecer él trabajo no estaba siendo liviano.
—¿Subiste las escaleras? Wow—, rio moviendo la cabeza con pequeños ladeos, y soltó una risita absorto—. Supongo que tú cuerpo se vuelve más fuerte mientras creces—, colocó las manos sobre la lonchera y sin verlo venir, aplasté la tapa superior impidiéndole abrirla. Su cuerpo dio un respingón sobresaltado.
Giró el rostro lentamente hacia mi y noté como se estremeció al ver mis ojos sin vida y los labios fruncidos. ¿Más fuerte mientras crezco? Eleve una ceja y volví a sonreír soltando una risita falsa.
—¿Cuántos años tiene queridísimo tío? —dije con falsa ternura elevando ambas cejas en la espera.
Apartó las manos de la lonchera y las llevo a su regazo moviéndolas, intentando encontrar sus palabras. Incluso giró con su silla quedando frente a mi, mirándome atentamente hacia arriba.
—Eres idéntica a tu madre—, sonríe nervioso.
—¿Cuántos? —ronroneo.
—Treinta y dos.
—Ah… y supongo qué, mientras más grande se pone más vago se vuelve—. bufo—, me dijeron en la entrada que no podía bajar a buscar su almuerzo, ¿Fue usted quién le dijo o alguien más?
Por un instante mi voz fue la que sobresalió del sonido de teclas, celulares sonando y algunas voces.
—Creí que eras tu madre—, se defiende en un grito a susurros—. No hables tan fuerte.
Niego con la cabeza, decepcionada de él.
—Ya veo por qué mi madre está cansada de que su hermano menor se aproveche de ella.
—Olvídalo —dicta molesto—. Te acompaño a la salida, ¿feliz?
Mi madre me enseñó a ponedle un alto a mi tío, porque solía aprovecharse de los humildes. Obvio, siempre manteniendo el respeto que se merece. Me enderezo y me cruzo de brazos.
—¿Me va a hacer bajar las escaleras corriendo, mientras usted baja en el ascensor?
Frunce los labios y me señala con su dedo índice, listo para acusarme o defenderse, pero se queda ahí y suelta un gruñido apretando los puños. Sí, ya lo veía venir. No baja una escalera ni aunque tenga se salir de emergencia en un incendio.
—Que decepción—, susurro para mí, sin embargo él me escucha.
—Ay, ya. Te acompaño—, gruñe y se pone de pies—. Espero que siga caliente cuando regrese.
De repente el celular fijo sobre su escritorio suena, me echa una mirada acusante antes de levantar y contestar.
—¿Si?
Mientras él habla me dedico a observar mi entorno, no había notado que en una de las esquinas había una oficina cerrada con una placa plateada sobre la puerta con el nombre de: CEO Kris Lee. Supongo que esa debe ser la oficina del jefe. En el otro costado hay un enorme ventanal que da con el hermoso paisaje parisiense. Tengo ganas de acercarme a mirar, pero tengo un tío bastante inquieto a mi lado.
—Escucha Katt—, me dice captado mi atención—. Debo ir a la oficina del jefe—, señala la puerta que supuse—, para hablar sobre unos archivos. No me tardo, espérame aquí y no llames mucho la atención. Cuando regrese te acompaño, ¿Ok?
Asiento y él sonríe, amaga tocarme la cabeza pero se detiene y se rasca la cabeza.
—A veces no se si es distraído o…
—Termina la frase—, me acusa entornando la mirada.
—Nada… aquí lo espero—, levanté el pulgar con una sonrisa. Antes de entrar me lanza una última mirada, levantó mis dedos pulgar el índice dejando un “Ok” a la vista.
De verdad que a veces parece un niño. ¿Qué le costaba bajar el ascensor? Me habría ahorrado de mucho.
Hay un aroma a café en el aire junto con el del papel y uno más metálico como el de computadoras e impresores. Todos se encuentran atentos en su trabajo, inclinados sobre sus teclados hipnotizados con las pantallas, casi puedo sentir el aroma de sobreesfuerzo mezclado con tarjetas de crédito, impuestos y deudas.
Es cuando me preguntó si… ¿Me gustaría trabajar algún día de esa manera? Dedicada al trabajo de escritorio con el trasero entumecido y las piernas flácidas por la poca actividad física que eso conlleva.
El sonido del celular sobre el escritorio de mi tío me sobresalta, regresándome a mi realidad. Suena una y otra vez captando la atención de algunos en el alrededor, lo que me pone de los pelos. ¿Cuánto más se va a tardar? Me quiero ir a casa, por primera vez.
Me apartó del molesto sonido y camino hacia el enorme ventanal. El hermoso color Ocre de la ciudad inunda mi visión de colores hechizantes que cosquillean mi pecho. Veo las personas en miniatura que se mueven por las calles, coches y más. Que lindo sería salir de esa manera, sin tener que preocuparme por chocar con alguien. Atravesarme en el camino de algún chico y reinventar una bonita historia.
Qué estúpido. Estoy bien, me repito mentalmente con un suspiro suave que relaja mi cuerpo. Cuando volteo para ver si mi tío por fin salió, me topo con dos murallas trajeadas, ambos de ojos claros y aspecto intimidante. Me encojo nerviosa.
—Señorita, ¿Puede venir con nosotros? —habla el rubio de ojos grises.
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