Concentrándome en el camino intenté mantenerme firme al pasar por al lado del uniformado, pero termine cohibiéndome, arrugando el borde de mi campera. Su mirada me intimidaba.
Pasé por al lado del ascensor observando al de seguridad procurando no verme sospechosa por no usar el ascensor como cualquier persona normal, pues ¿Quién sube las escaleras para llegar al piso veinte? Disimuladamente presiono el botón del ascensor para que baje y vuelvo a observar hacia recepción y el uniformado, en un descuido miro hacia ambos lados y me sumerjo dentro de la puerta de salida de emergencia.
Para mi suerte la puerta no hizo demasiado ruido, de seguro la tenían bien aceitada.
¿Qué me costaba decirles que tomaría las escaleras?
Nada, pero aquella mujer me daba mala espina, al igual que aquel sujeto de ojos azules y calvo, el uniforme negro lo hacia ver como un mastodonte. ¿Tanta seguridad necesitaba una empresa de arte? Sea como sea no queria volver a pasar por ahí.
Llegar al quinto piso fue pan comido, para cuando alcancé el sesto piso tuve que despojarme de la campera, en el octavo me saque la blusa y me quede en remera. Y llevar todo en las manos no era la mejor parte, pues con cada escalón las cosas parecían pesar más y más.
—Necesito un baño —jadeé exhausta.
El sudor me caía por la espalda en pequeñas gotas frías. Me detuve un momento para recobrar el aliento en el piso diez, haber subido cada uno de los pisos fue un gran logro, debía prepararme para subir los otros diez que me faltaban. En ese instante una idea cruzó mi cabeza como una briza refrescante.
¿Y si dejo todo en uno de los baños y ya? Solo debo llegar a mi tío con el almuerzo, después de eso puedo volver y buscarlos. Decidida asomé la cabeza por la puerta discurriendo el pasillo que al parecer estaba despejado. De seguro tenían un baño.
Asumiendo que mi idea era un poco estúpida dejé de lado las escaleras y busque un baño en el pasillo, no habían tantas puertas asique dar con mi objetivo fue productivo.
Me metí en uno de los tres baños cerrando la puerta detrás de mi, cerré la tapa y acomode todo encima. Por ultimo, cerré la puerta por dentro y me deslice por el hueco de abajo. Gracias a Dios el piso blanco estaba impecable. Me sorprendí al verme en el ancho espejo, estaba roja como un tomate, me lave las manos y me arregle un poco. No voy a llegar echa un desastre, parecía una loca.
Creo que aun estoy demasiado emocionada para entrar en cuenta con todo lo que estoy haciendo, porque de verdad mi cabeza esta en las nubes intentando de secarme las manos con mi pantalón, por pura costumbre. Iba cruzando por enfrente del ascensor cuando un ¡Plin! Captó mi atención, deteniéndome en seco. Las puertas del ascensor estaban abiertas de par en par como si estuvieran llamándome.
Uno diría que tomarlo seria mejor que tragarse diez pisos en cuesta arriba, pero una de las reglas de mi madre me prohibían subir a un ascensor, ya que este podría llenarse y si un hombre me toca… pues ya saben, podría morir de un ataque anafiláctico, si es que podía llamarlo así.
En ese momento de concentración una brisa dulce cosquillea mi nariz, detrás de una figura trajeada que me pasa por adelante. Mi ojos examinan al hombre joven y atractivo que se interna en el ascensor. De elegante traje azul, corbata negra y camisa blanca, todo bien ajustado a su cuerpo formidable de anchos hombros masculinos. Es alto, con un pelo rebelde de color azabache. Su inexpresivo rostro estaba inclinado hacia el celular que llevaba entre sus manos. Examinó su rostro fugazmente y él carraspea.
—¿Va a subir? —dice sin remover su expresión. Su voz es grave y con un acento raro.
De repente sus oscuros ojos negros como una piedra obsidiana, bonitos en intimidantes, me observan atentamente.
—Eh… no… —Me ruborizé.
—¿Sube o baja? —Vuelve a preguntar sin intenciones de dejar que las puertas se cierren.
—Voy al piso veinte… —No puedo seguir manteniendo mis ojos sobre él, desprende potestad con esa mirada impasible que me estremece notablemente.
—Son diez pisos hacia arriba ¿Los subirá a pie? —Bufó enarcando media sonrisa como si mis palabras fueran una broma que no entendí—. Suba—, borra su expresividad, mortificando la seriedad en su rostro.
En ese instante me acogieron miles de inseguridades que parecieron durar horas. Soltó un suspiro irritado y sin pensármelo más, subí, aún fundida en mis pensamientos. Temí por mi vida, si me tardaba más me daba la sensación de que bajaría del ascensor y me arrastraría a él.
Solo pensé en el momento en que las puertas se cerraron; ¿Qué rayos acabo de hacer?
El silencio que invade el espacio me paralizan, las puertas están cerradas y yo dentro con este sujeto que me —de cierta forma—, obligó a subirme. La presión es mi peor enemigo. Incluso siento como el oxígeno se vuelve espeso y mis pulmones tienen que dar un poco más de sí para no asfixiarme. No quiero estar en éste lugar.
Quiero mantenerme neutral, pero el aroma de su perfume dulce con mesclas de crema para rasurar actúan como adrenalina y me perturban. Este es el momento en el que presiono uno de los botones y las puertas se abren y yo salgo disparada.
Sin embargo, estoy paralizada. Atisbo por la cuenca del ojo el reflejo de aquel sujeto que se proyecta a través de las paredes “espejo” que posee el ascensor. Está a mi lado tecleando arduamente sobre su celular.
Hoy en día no son solo los adolecentes los que se la pasan horas con el celular, al parecer.
Me repito una y otra vez: que debo salir de aquí. Tal vez solo estaba entrada en pánico, pues en los dos primeros pisos que pasamos nunca se subió alguien. Cuando mis ojos empiezan ha recorrer las facciones de ese hombre mis preocupaciones dejan de atormentarme. Su mandíbula es filosa y bien definida, y sus ojos tienen una intrigante profundidad que encanta.
¿Cuántos años tendrá? No se ve mayor de veinticinco… y por sus rasgos se nota que es extranjero, tal vez… asiático. Porque, incluso se le nota una apariencia yanqui. ¿Tendrá dos nacionalidades?
Concentrarme en mis conjeturas había servido de tranquilizante, y mi respiración había logrado el ritmo normal. Y me hubiera encantado seguir así hasta llegar al piso pertinente.
El ascensor se detuvo en el piso quince y las puertas se abrieron. En ese instante sentí como el oxígeno se estancaba sobre mi pecho y presionaba cada órgano que lo rodean, mi corazón se aceleró al punto que me mareé. Frente a la puerta había una multitud de gentío dispuestos ha pasar por encima a cualquier con tal de lograr subir, en su mayoría hombre. Retrocedí rápidamente pegando todo mi cuerpo sobre la pared, mi espalda golpeó soltando un sonido seco que solo yo pude oír, o eso creí.
Los vi entrar y automáticamente cerré los ojos, presionando con fuerza la punta de los dedos sobre el gélido metal.
Esto no puede estar pasando, pensé. La última vez que alguien me tocó la pasé muy mal, no quiero volver a pasar por lo mismo. ¿Por qué ahora? Solo quería hacer una cosa por mi misma, pero al parecer ni siquiera sirvo para tal tarea. Solo soy un trozo de algo que no funciona en la sociedad. Quiero volver a casa y quedarme en mi habitación haciendo mis monitos chinos. ¡Que alguien me salve!
En mi divagante temor nunca sentí alguna presión o roce que me causara algún tipo de dolor, de ningún tipo. Fue cuando me decidí ha abrir los ojos. Lo primero que vi fue esa mandíbula bien definida. Comencé ha trazar un recorrido lento; unos labios finos y tensos estaban dibujados en parte de ese rostro, seguido de una respingada y recta nariz, podría decir que casi perfecta.
Mi estómago se llenó de electricidad. Unos ojos oscuros iguales a los que un tiburón hambriento portaba, profundos, intimidantes y de alguna manera encantadores, subieron la electricidad hacia mi pecho transformada en cosquilleos intensos. En el lado derecho de la cuenca tenía una pequeña cicatriz circular. Sus cejas espesas tenían hermosos trazos y líneas, y su cabello azabache caía sobre su frente.
No tenía palabras. Estaba extasiada. Sorprendida. Él estaba reteniendo el peso de las personas que subían al ascensor con su cuerpo que parecía ser más grande y alto estando a solo centímetros de mi rostro. Su escrutadora mirada se posaba sobre mi con insistente intensidad.
¿Por qué?
Mi respiración sufrió estragos, no estaba respirando. Sus brazos se posaban a mis costados con fuerza, la vena en su cuello resaltó.
¿Por qué me ayuda? Quería preguntar, pero las palabras estaban atascadas en mi garganta junto con el oxígeno. De pronto, su respiración golpea mi nariz y aún sin respirar, ese aroma dulzón entra a mi sistema y nubla mi visión. Encantada me estremezco y vuelvo a respirar disimuladamente lento.
¿Qué diablos sucede?
Mi cuerpo está más que fascinado y no sé el por qué. Muerdo mi labio inferior y desvió la mirada intentando de calmar mis estúpidas reacciones. El ascensor se cierra y comienza a subir. Y por alguna extraña razón deseo más que nada que esto nunca acabe.
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