Las puertas se abren y veo luces chispeando, retumbando en mis oídos y todo se vuelve en un eco que me marea. Nunca me había sentido tan aterrada y entusiasmada a la vez —debe ser la adrenalina—, más la primera que la última. Los hombros del señor Lee se tensan y sus dedos se entrelazan con los míos, el guante de látex en su mano comienza ha escocer sobre mi piel —de no ser por el guante estaría pérdida—. A medida que las puertas del ascensor se abren mis pulsaciones aumentan y mis miedos se quedan detrás, al sentir el jalón que me impulsa hacia afuera del ascensor.
Antes de poder parpadear, nos vemos corremos entre los paparazis siendo detenidos por varios guardias de seguridad, las luces me dejan siega por segundos, habría caído de no ser por la mano tan firme y calidad que, me engendraba valentía entre tantas personas.
¿Cómo llegamos ha este punto? Al punto de estar huyendo. Estoy huyendo de mi madre, esto es una verdadera locura.
Después de que le dijera que aceptaba su propuesta creí que le diría algo a mi madre o que quedaríamos otro día para poder vernos. Sin embargo, todo pasó demasiado rápido.
Me senté en el costado de la cama, preparándome para salir de aquellas cuatro paredes, y aunque aún estaba algo débil me negué a usar una estúpida camilla, cuando aún tenía dignidad. Y si alguien me veía —siendo que estaba acostumbrada a ser la victima—, iba a pasar la vergüenza de mi vida, por alguna razón, no quería darle mil vueltas al asunto.
Poniéndome de pies, siento como mi piel en contacto con el frío suelo me encrespa de pies a cabeza. Mantenemos miradas hasta que me acerco a mi madre, la que me da una suave caricia en la mejilla y me besa la frente con ternura.
—Ahora yo me encargaré de ella—, dice mi madre mirando al Señor Lee, rodeándome con su brazo la cintura e indicándome que salgamos de ahí.
¿Por qué ella? Sé que me ama y me cuida, pero ¿Por qué es tan orgullosa? Yo no le he hablado de ese trato con Kris, pero si quiera intentar hablar con ella sobre pedir ayuda, me es imposible. Ese orgullo de mujer rebalsa mi copa.
—Esta es la despedida—, responde el Señor Lee en un tono discreto haciéndome voltear, su mirada introspectiva me llena de dudas.
¿Se refiere a nosotros o se refiere a…?
Mientras mi madre me conduce hacia la salida no puedo apartar la mirada de sus ojos, la manera en la que me mira y despierta toda las dudas en mi interior se consumen cuando su cabeza se mueve sutilmente hacia un costado. Me indica que todas mis dudas son exactas, de quien debo despedirme realmente está llevándome hacia la puerta.
—¿De verdad tiene que ser así? —Susurro para mí, pero eso llama la atención de mi madre.
—¿Qué dices? ¿Qué sucede amor? —dice con ternura sobándome la espalda tiernamente.
—Mamá, de verdad agradezco todo lo que has hecho por mí todo este tiempo—, mi voz a penas es un susurro que se escucha en la habitación—. Pero ya es tiempo de que me dejes el resto a mi, ya soy adulta y puedo hacer esto sola —le aclaro con más decisión.
Ella se ve desorientada por mi sorpresiva confesión, pero si no lo hago ahora me temo que jamás lo podré hacer. No sé si podré valerme sola, pero debo intentarlo.´
Con delicadeza me aparto de su lado y retrocedo unos cuantos pasos.
—¿Qué estás haciendo? —el desconcierto se ve reflejado en su rostro.
—No lo sé, pero quiero intentarlo.
Puedo sentir la presencia del Kris a mi lado, antes de sentir la calidez de una mano tomando la mía. El resto sucedió demasiado rápido, mi madre tomándome de la mano confundida y perforando mis entrañas con esa mirada dolida. Fue mi decisión y las consecuencias pueden tener dos finales, cual suceda no me importó en ese instante en el que me solté del agarre de mi madre y con una débil sonrisa me despedí de ella en silencio.
Dentro del auto sentí como las paredes comenzaron a asfixiarme, mi pecho se sintió tan pesado que no lo puede evitar y comencé a hiperventilar. ¿Qué acababa de hacer? Me estoy volviendo loca.
De pronto siento la presión cálida sobre mis hombros y lo siguiente, me encuentro con ese par de ojos oscuros mirándome con serenidad.
—Tranquila. Respira, respira lento—, me dice severo.
Asiento con la cabeza en intento respirar más lento manteniendo ese ejercicio de respiración. Respiro profundo y lo contengo por unos segundos para poder exhalar, dejando que lento se relaje mi respiración. Sus ojos se mantienen atentos, indagando sobre mi, en lo que recupero la compostura.
—¿Qué sucederá ahora? —inquiero recordando que está fue mi decisión y que posiblemente no habrá vuelta atrás.
—Nos iremos a Corea—, declara apartando sus manos y sentándose hacia el frente—. Pasaremos por sus cosas.
Me toma unos segundos procesar lo que acaba de decir. ¿Corea? ¿Mis cosas?
—¿Qué? —es lo único que mi mente repite.
—Aquí hay muchos reporteros y como le dije; en mi país están los doctores que podrán verla.
—Pero… mi madre y Max… ellas no saben, se preocuparan demasiado—, yo estoy preocupada y no solo por ellas, también lo estoy por mi.
—No se preocupe, las mantendremos al tanto. Mientras, nosotros debemos tomar un vuelo.
—Espere, espere, espere. ¿Me está diciendo que nos vamos hoy mismo? —repliqué llevándome una mano a la cabeza estupefacta.
—Le dije que se despidiera.
Lo decía con tanta calma que la presión arterial se me fue a las nubes y por un segundo pensé que mi pecho explotaría por el coraje y la impotencia que eso me causaba. ¿Esto es natural para él?
—Oh, no. Por supuesto que no, me bajo en la próxima—, dije decidida moviendo mis manos como si este fuera mi límite.
—¿Tienes miedo? Después de esa muestra de valentía frente a tu madre te rindes—, bufa con una media sonrisa crédula—. Supongo que tendré que recordarle sobre la denuncia.
—¿Me amenaza? ¡En ningún momento me hablo de ir a Corea! —tenia ganas de arrancarme el cabello con las manos, ¿Que acabo de hacer?
—¡Y por eso se lo digo ahora! —replicó fastidiado, exaltándome, mirándome con el ceño fruncido.
Un temblor se apoderó de mi cuerpo, tengo miedo. Me mordí el labio inferior y me encogí dolida, esto está fuera de mi alcance, no sé por qué pensé que podría. Aparté la mirada y me concentre en la vista de la ventana. El chófer me miró de reojo a través del espejo retrovisor de una manera acusatoria que me envolvió en un silencio culpable.
—¿Enserio me llevará con usted? —dije en casi un susurro, sin apartar la mirada de la ventana.
—Si —fue lo único que dijo, tan distante y desinteresado.
—¿No me dará opciones? —volví a replantear.
—No —nuevamente sin interés—. Iremos por sus pertenencias, y de ahí iremos al aeropuerto —su atención fija en algún punto fuera de la ventana le daba un carácter serio. Una victoria que me supo a fracaso, iba a tener lo que quería, y tampoco sabía si volvería a ver a mi madre.
Pasamos por mi casa y recogieron mis cosas, me aseguré de que todo estuviera en su lugar y como ultima opción, no me quedo de otra que dejarle una nota escrita a mi madre, porque ni idea de donde estaba mi celular, aunque era muy seguro que se quedara en esa habitación donde me internaron, sino es que se quedó en otro lugar.
Con lagrima en los ojos me despedí de casita antes de subir al auto, el chofer me seguía fulminando con la mirada, y por más atractivo que se viera tenia cara de que ser sociable no era lo suyo. En silencio me despedí de las extensas calles de Paris. No podía dejar de pedir perdón a mi madre por más que no estuviera frente a mi, si se pudiera uno comunicar por telepatía muchos se ahorrarían peleas, porque diríamos lo que la boca no puede.
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