Una de las casas más antiguas de la ciudad de la Santísima Trinidad, parece que está de fiesta… Ese tal parece es provocante.
Admiración, un casi suspenso social. Se inició con apenas una posible boda civil y religiosa casi a puerta cerrada y de pronto, los arreglos de la mansión de estilo colonial y republicano, en los trópicos, dejaron perplejos a los vecinos en general.
El despliegue de serviciales, del pueblo y hacienda, de pronto pintores de puertas, ventanas y paredes, o todo tipo de pintura, cal, óleo sintético, barnices, postres de faroles y focos, carpido de los bordes de aceras, limpieza profunda de telarañas en los corredores de dos calles y en el interior inmenso de la casona que ocupa un cuarto de manzana; alistamiento de banquillos, sillas, mesas, copas y vasos, platos, platillos y bandejas, jarras, botellas de champaña y whisky, refrescos embotellados y frutas para naturales, cortinas y cintas blancas., manteles de lino y de encaje con preciosas blandas, tenedores y cuchillos, muchos de plata y dice que algunos con ribetes de oro, luego chanchos, patos y pollos, y mucho corre de mujeres, en cuyas filas brilló Casilda y sus compañeras Eneilda y Lola, trajes de ida y vuelta a La Paz y ayudantes de costura, fue sensacional semana de arduo trabajo.
Los corredores o galerías de las calles que bordean la esquina, que fue una tienda en la cual había desde agujas hasta refrigeradores a gas, están bellamente pintadas y no se nota el tiempo pasado y percibido por la textura de sus paredes. Los pintores acabaron detalles esa misma mañana.
La esquina se abre hacia ambas calles y sus aceras iluminadas con faroles antiguos, dan espectacular imagen a la casona que cuenta 30 pilares en arco.
Hoy esta mansión colonial, será el centro de atracción, que de sencilla boda pretendida por su propietaria, pasó a ser el mayor encuentro social y gubernamental del año.
Todas las ventanas están iluminadas, especialmente las del portal.
— Ya llegó el novio — anuncian las sirvientas. El novio hace su ingreso notoriamente nervioso, transpirando y venteándose con un pañuelo blanco, pues está de terno oscuro y el calor de final de tarde, le tiene más incómodo.
Lo miran curiosamente, saben de cómo es él y así lo admiran, especialmente las mujeres.
Es velludo y dueño de figura atractiva, ojos, cejas, pestañas muy negras y barba llena, bien rasurada, ya dijimos que es de pelo en pecho y armas llevar.
¿Será que está portando arma ahora? Se preguntan sonriendo, algunos. Lo acompaña su padre y parientes suyos; el testigo es Alfonso Soriano, su íntimo amigo.
El notario se apronta, el libro notarial está listo. Expectantes, nerviosos, los familiares, ciertas amistades de ambos, los testigos, se aproximan a la mesa en la sala principal y se inicia el acto del casamiento por lo civil.
Los corredores o galerías de las calles que bordean la esquina, que fue una tienda en la cual había desde agujas hasta refrigeradores a gas, están pintadas y no se nota el tiempo pasado que cuenta esa casona, por la textura de sus paredes mezclados con yeso.
Los pintores acabaron detalles esa misma mañana.
La esquina se abre hacia ambas calles y sus aceras están iluminadas con faroles antiguos, dándole una espectacular imagen al edificio antiguo, que hoy será el epicentro de esta particular ocasión, que de sencilla boda pretendida por su propietaria, pasó a ser el mayor encuentro social y gubernamental del año.
Todas las ventanas fueron abierta e iluminadas, especialmente las cercanas al portal.
Entonces la sala principal y la esquina de la tienda son los principales ambientes que de pronto se han llenado de invitados y serviciales, pues los estantes y mesones comerciales de otrora, sirven de mesas, en los cuales se han asentado charolas repletas de bocadillo y lista la campaña para invitar al final del acto civil, que está puntual, pues a la 20:00 horas deberán estar ingresando a la catedral.
Así, Rigoberto Mustafá hijo y Dominga de las Casas Montesclaros inician la firma de documentación civil que los une como marido y mujer. Una tras otra, las firmas se suman ante el silencio general y solamente se escuchan lss indicaciones del notario que pide sus manos para entregarles los anillos, que Rigo toma y coloca en el dedo de su esposa, luego lo hace Dominga.
— ¿Y se irá a bailar?— interroga un hombre, observando el final del acto civil, entre los curiosos que miran desde fuera.
— Déjalos que se casen por lo religioso todavía...a ver si no hay "un yo no acepto".
Las campanas suenan llamando a la misa especial.
Los invitados se agolpan en la entrada a espera a los novios, que llegan en un Packard del año 1958, muy nuevo y flamante. La novia baja y su velo con cola de cuatro metros, es alzado por niños, ataviados de frac.
El novio se atrasó por algún motivo y la novia y doña Genoveva dentro de
Pasan varios minutos y los cuchicheos aumentan.
Muy próximo a la novia alguien comenta indiscretamente:
— Ese muchacho es muy inmaduro.
— Es que no la quiere.
Alguien más agrega:
— Ella es mala suerte.
— También es una señorita muy insípida.
— La va a dejar plantada a la novia. Qué muchacho tan altanero, no se la merece.
—¡Ya! Allá viene el novio a carrera— anuncia un señor.
— ¿Qué pasó? — le interroga nerviosamente don Rigoberto Mustafá a su hijo.
— No encendió el auto viejo que me consiguió usted, papá.
— Ya basta, no me hagas eso delante de tanta gente. Sube, entra y espera a la novia en el altar.
Rigo pasa el umbral del templo catedralicio seguido por sus padrinos.
Al fin todo se ha puesto en orden y entonces ingresa la novia acompañada del corchete de Dagoberto, su testigo y padrino.
El aroma de flores llegadas de la ciudad de Cochabamba, más las lociones y perfumes de los asistentes, se esparce por el amplio recinto religioso, cuyos pilares le dan un marco espléndido y bello arreglado para la boda.
Ha iniciado la misa y continúa normalmente hasta el momento culmine de la celebración cuando el sacerdote pregunta a la novia:
— Aceptas a Rigoberto Mustafá como tu esposo ante la iglesia de Cristo?
— Sí... (acepto) – Apenas el cura escuchó muy leve la palabra de aceptación.
Pero no le pide hablar más alto y pasa a Rigo:
— ¿Aceptas a Dominga De las Casas como tu esposa?
Rigoberto no abre la boca.
Ante la espera, el sacerdote ha quedado completamente quieto. Pasa treinta segundos, un minuto, treinta segundos más, dos minutos... Y eso ya es mucho tiempo. El sacerdote notoriamente molesto, mira casi suplicante al novio. — ¿No vais a responder? — Deja pasar unos cuantos segundos más y el tiempo parece cada vez más largo. Sube al púlpito y habla lo siguiente:
— Esto no he visto jamás. ¿Qué creéis? ¿Que, esto es un juego? ¿Hay algún cristiano o cristiana aquí, que aclare esta situación? — el silencio es total — No, no, no... He casado a decenas y me va a pasar esto a mí? ¿Qué juventud está viniendo en esta mitad de siglo moderno? ¿Es la locura del mundo, es la falta de vocación para hacer familia, para unir en el amor a seres que deben amarse y cumplir con el Sacramento del altar? A ver apartaos a un lado esas damas y caballeros jóvenes, vayan para allá, al lado derecho mío, que me molestáis parados en el pasillo central, como si esto fuera un circo y esas risas disimuladas.
El sacerdote está furioso de lo que ha causado esta actitud de los novios. Ella apenas dijo "sí... quiero" y él no contestó y continúa completamente cerrado a una posible decisión que ha provocado ansias y sorpresa inusitada.
Así que el sacerdote, notoriamente molesto, concluye la misa, y sin bendecir los novios ingresa en la sacristía, dejando a los novios que se sientan y no hacen lo mínimo por concertar con urgencia la difícil situación.– Es que, Rigo, tal como es, contreras y maleducado, no hará mucho ni rápido para pedir disculpas al cura; Piba, por su vez, no tiene la mínima intención de moverse ni siquiera y peor gritar o llorar... al ser una joven sumisa al extremo, que apenas consiguió volcar para ver la reacción de su tía que está ubicada en primera fila del lado izquierdo, y le responde con mirada de asombro al punto de los nervios, no atina a hacer tampoco algo y del otro lado, don Rigoberto le mira y se pone de pie nuevamente después de haberse sentado y ojea varias veces al púlpito y a la puerta de la sacristía, como esperando alguna orden del sacerdote. La gente se inquieta, sonríen, miran aquí, allí, se paran, preguntan con señas a los que están más adelante; los jóvenes que acompañan a las damas de la novia, están avergonzados. Parados en la orilla derecha de la nave, no se mueven de sus lugares.
Al fin. De la sacristía sale el mayor de los sacristanes y va hacia los novios. Entonces habla a la novia. Ella se levanta nerviosa y el bouquet casi cae de sus manos. El sacristán la ayuda a levantar la cola de su velo, pues los niños no saben qué hacer y ella va y entra en la sacristía. El novio queda solo. Observa a sus amigos que acompañan a las damas y mueve los hombros sonriendo como quien no tiene respuesta.
Al cabo de cinco minutos, viene la novia, acompañada del sacristán, se sienta y el joven habla al novio; este va ahora.
— A este paso, ¿será que habrá fiesta en casa de los Montesclaros?
El interior del templo, repleto de invitados y curiosos, ha quedado estupefacto ante el acontecimiento, resaltado por la actitud del sacerdote.
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