Pasiones en Hacienda Campanario
Olivia, era una de las más bellas muchachas del pueblo capitalino de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad:
Perfecta, de arriba abajo, le decían la "buaperna", expresión transformada, proveniente de "buenas piernas", dicha entre los años 1920 hasta 1960.
Años en que aún la juventud era tímida, por la estricta educación y normas pueblerinas, cuando no se tenía la idea de que pronto llegaría la revolución juvenil traída por el twist, rock and roll, las melenas de Beatles y minifalda de Mary Quant.
Era un tiempo de rectitud exagerada, mientras que esa juventud se debatía por comprenderse a sí misma.
Esa tarde, se llevaba a cabo un matrimonio extrañamente criticado, la pareja más bonita de la sociedad, estaba temblorosa, ante el momento, jamás imaginado en el entorno pueblerino.
Se casaba Olivia Vera con Dagoberto Herrera, apodado de Dago, y este temblaba, transpirando copiosamente, al punto del desmayo, ante el notario y el escribano.
Las miradas de los padres y padrinos de la novia, y el testigo del novio, quien, solamente, tenía a su padrino de bautismo, y ahora, era testigo y padrino del novio, sin que influenciara herencia, casa alguna, pues Dago, no tenía bienes ni contaba con sus padres.
También se jugaban allí, los intereses de dos hombres muy conocidos en el pueblo:
Don Néstor Vera padre de la novia y don Rigoberto Mustafá, el padrino del novio.
Dago, quedó huérfano y fue ayudado de alguna forma por el señor Mustafá y la señorita Genoveva Montesclaros.
La muerte de su padre, siendo su madre, una pariente lejana de su padrino, fue siempre comentada.
Eran las nueve de la mañana; se iniciaba la boda civil, siendo en la noche, la ceremonia religiosa.
El suegro de Dago. y su padrino, ambos recios vejancones de los años 30, señoritos de otras épocas, que no habían ido a la guerra del Chaco, pues los padres, no podrían arriesgar sus herencias, aguardaban el inicio del acto, que marcaría un retorno a ciertos intereses patrimoniales que comprendían:
Miles de reses vacunas y decenas de caballares, varios puestos en los ríos de la cuenca sub amazónica del río Mamoré hasta el río Beni, y un pintoresco, extenso y valioso territorio, repleto de palmares, e islas de montes altos, llenos de arboleda milenaria y aves cantoras, parabas y tigres, serpientes denominadas sicuris, enemigas de los caimanes más feroces, habitantes de varios lagos enormes y lagunas cuadradas conectadas por canales rectilíneos provenientes de culturas ancestrales.
Un verdadero paraíso en pleno interior del país llamado Bolivia.
¡Qué legado más relevante, que estaba por ser firmado entre esas dos familias, sería un casamiento tronado y sonado, los cohetes y la banda de música, tocó en esos momentos, mientras la firma demasiado fuerte de Dago, rasgó el libro del notario, a lo que delineaba las varias líneas de la base de su firma!
—Ahora sois rico, pariente – le cuchicheó Berto Álvarez a Dagoberto, y este le miró llamando a la seriedad:
—Cállate hombre, no seas pendejo, no arruines mi "matriqui", además no soy yesca, mi padrino, tiene harto también.
—Hartas deudas...— cuchicheó por su vez Alfonso Soriano.
—Vivan los novios —gritó alguien y comenzó la algazara casamentera.
— Hablando de casamentera, ahí está la que armó el matrimonio – apuntó con la boca, Ranulfo Ortiz, el testigo del novio.
—Ya, no sean chismosos y maleducados, vamos a brindar y no lo pongan nervioso a nuestro amigo.
—¿Qué estaban hablando de mí? – intervino rápidamente una joven.
— Nadie hablaba de vos, Casilda, te alabamos.
—Ja, ja, ja, ustedes son más jugados que los naipes de la baraja de don Salustio Benito.
— No te enojes, lengua brava, ven a bailar conmigo al centro, para que se te pase el enojo de perder al novio que soñabas.
— Ya, no me aprietes tanto, que se me eleva la falda y mis enaguas están muy cortas...
—Quiero subirlas, un poco, pero deja que tome unas cuantas cervezas y me caliente, para el final de la noche y te llevo...
—Oye, chií, cállate, ya estás borracho de solo oler las botellas, que apenas están destapando...
— ¡Va a correr la cerveza paceña esta noche, hasta mañana! –gritó Bertho.
—Ja, ja, ja, vamos a beber y emborracharemos al novio para que no pueda nada, esta noche...– gritó por su vez Alfonso.
—Si a este, no se le va a parar, es un panada, no sé por qué se está casando.
— ¡Vayan más allá, muchachos gritones! – refunfuñó, don Aclesiano Rodriguez, el viejo notario, guardando el fajo de billetes que le había alcanzado don Rigoberto Mustafá padre, mientras se ubicaban en las sillas y banquillos acomodados a lo largo y ancho del patio de la antigua casona atrás de la bella catedral de Trinidad.
Por la noche, la mayoría de los hombres, mareados, bien acicalados algunos, otros, intentando peinarse las greñas mojadas de tanto transpirar, llegaban al templo, para la misa matrimonial.
Olivita, alzó la cola de su vestido de encaje para que los niños, le acompañaran en su entrada al templo, caminó hasta el altar de la Santísima Trinidad y allí, ante las imágenes traídas desde Génova, a comienzo de siglo XX, se unió a su novio para la bendición del acto religioso.
Las campanas tañeron y sus sones se dispersaron hasta las pampas sopladas por el deleite primaveral. —Hija mía – le dijo su padre —Ahora sois de alguna manera, dueña de la Hacienda Campanario.
Olivita, elevó el rostro para brindar la mejilla y labios a su novio, mientras esbozaba una amplia sonrisa y su cuello largo y fino como el de una Venus griega, sosteniendo su cabeza en cuyo frente el rostro único y precioso, fue capturado por el fotógrafo más austero y excelente, que había llevado un equipo fotográfico de los años de la guerra con el Paraguay, para cubrir tan bello enlace.
Al salir, la lluvia de arroz y pétalos de rosas, cayeron en su traje, elaborado allí mismo en Trinidad por la flamante costurera Casilda, muy joven ella también, pero experta armadora de trajes de gala, en los cuales las figuras femeninas, quedaban más bellas por el trabajo de costura perfecta, a los mejores encajes traídos de Europa vía el Amazonas.
Ya el novio, Dagoberto, no sabía como agarrar esa cintura tan delgada, ese cuerpo tan maravilloso, que como cualquier hombre lo dice y repite, ese cuerpo ya es de él y solamente para él, toda la vida.
Dagoberto, joven de piel, medianamente clara, cabellos castaños también claros, sonreía dichoso, ante los aplausos que mimaban a la pareja.
Pero, entre los invitados más cercanos, estaba alguien que solamente dirigía su vista, a la novia, de arriba, hacia abajo y viceversa. Se detuvo al frente mismo, y antes de abrazar al novio, abrazó a ella, dejando casi perplejo a Dago, que se quedó unos segundos, jalando sin disimulo a su esposa.
— Gracias, muchas gracias... don...
—No me digas pues don... dime Rigo apenas, Rigo, si no soy tan viejo, le llevo a...
—Su marido... – intervino Dago.
—Su esposo – se entrometió Casilda, jalando a la novia como si estuviera para arreglarle algo en la tiara de flores hecha con perlas que llevaba sobre su moño.
— Da lo mismo, apenas tengo 35 años, y tu marido 20….– concluyó Rigoberto Mustafá hijo, que retrocedió coquetamente ante la mirada nerviosa de Olivia.
El brindis en el club social, frente a la plaza, fue aplaudido con mucho entusiasmo, luego fue el vals, toda esa comedia, que al joven Rigo, le parecía aburrida, pues lo único encantador estaba en brazos ajenos a él... ¿Cómo pudo ganarle a la mejor muchacha ese don nadie de Dago? ¿Quién creyera pues? – pensaba Rigo, ¿Que alguien menos él, tuviera a esa bella novia en sus manos? – De esa manera pensaba Rigoberto Mustafá hijo, sobre la posesión de la mujer, y estaba visiblemente molesto, mientras una dama de la novia se le puso al frente, discreta y sencilla, era Piba.
—¿No va a bailar?
—¿Quién... yo?
—Sí pues, usted.
—¿Por qué debo bailar?
—Así me dijeron... baila con Rigo...
— ¿Se atreve esta gente a decir que yo baile? Yo bailo cuando quiero, no me gusta el baile, ¿entiendes?
—No se enoje –.
Piba pretendió sentarse al lado de Rigo.
—Vaya pa'llá. Entre las mujeres; ustedes son para bailar, cuando quieran, son mujeres, las mujeres son pá el baile, los hombres somos para beber. Y deja de seguirme, aléjate un poco de mí, me molestan las mujeres tan sumisas y entregadas.
— Lo siento, no pensé molestarlo.
— Es que no me molestas, definitivamente, me cansas.
— No pretendía venir a la fiesta. Después de la misa quería irme...
—Favor cállate...
— Disculpe.
— Insoportable – Rigo se levantó y haciendo que iba a mirar el baile, se alejó de Piba, quien sintió la mirada de varios hombres jóvenes que habían escuchado algo.
— Disculpa Piba – le dijo Berto —¿Bailemos?
—No gracias, se molesta Rigo.
—¿Acaso es tu marido? Sois una mujer guapa y muy buena, Piba, no lo mereces, ni él a vos.
— No puedo hacer nada, ya está todo hecho.
— Vaya, disculpa de nuevo.
—Ve a bailar con otras, gracias Berto.
—No puedo creer que haya tipos tan idiotas, e insoportables.
— Ni modo ya me metí con él.
Piba se levantó y casi llorando, salió hacia la calle.
Allí afuera, mirando la luna y el cielo estrellado, se aguantó. Después de unos minutos, como si haya recibido una orden, un mandato, o iluminación, miró hacia atrás, el baile había comenzado. Ella ingresó de nuevo, dio una vuelta a la pista de baile, hasta ver un grupo de hombres departiendo animosamente. Rigo estaba allí y le dijo al oído: Voy a darte gusto, sé que eso es lo que quieres, me voy a casa, dejaré la ventana abierta...
Salió casi corriendo, sin llamar la atención.
Sola en la noche caminó una cuadra hasta su casa en esquina. Poco más de media hora, empujaron la ventana de dos hojas y el hombre ingresó, se desvistió y se acostó a su lado.
Al amanecer, Piba sirvió una taza de café a su tía, y esta le reclamó:
—No supe a qué hora llegaste, espero que temprano.
—Eran las once, tía.
— Ya, imagino que te acompañaron las Alpire o las González, que no fueran las...
—¡Ay!
— Qué fue...
—Nada tía, me golpeé...
—¿El bajo vientre te duele? ¿Y cómo te vas a golpear ahí?
—No sé, tía. Me voy a la misa. Debo acompañar la limosna y cantar en el coro. Deje todo, lavo al volver.
Piba cruzó la plaza poniéndose el velo, para taparse el rostro, pues en el club social aún estaba ese grupo junto a Rigo, amanecidos y borrachos.
El señor cura le preguntó, a lo que ella subió los escalones de la entrada a la catedral:
—¿No te desvelaste? Esa fiesta duró hasta no hace mucho. Me da pena la linda Olivita, casarse tan temprano y entrar en las filas de las vacas y los caballos.
—Es ella la que decidió padre.
—Espero que tú nunca te cases hija mía, con esos ganaderos poco apegados a la iglesia y más a las monturas y lazos.
Piba, bajó la cabeza, se persignó temblorosa e hincó en la mitad del templo, el cura la observó con cierta tristeza, ya era una muchacha de casi treinta años, lo que para esa región, es vieja solterona. Piba merecía, un buen marido, él no veía por allí, alguien como para ella. Su dulce candor, no había sido tocado hasta esa fecha. Su figura bonita por entero, no atraía pues no tenía, un supuesto atractivo sensual. Las amigas parecían cansarse de ella y los hombres no la visitaban. Qué raro, no se fijaban ni siquiera en lo económico, ni en aquello de alcurnia antigua.
La casona del siglo anterior, que doblaba una esquina a una cuadra de la plaza, fue de su familia, casi desaparecida por completo. Ahora solamente, vivían allí, Piba Montesclaros y su tía Genoveva. Solterona de casi setenta años y esa sería la herencia de la muchacha: la soltería y una casona vetusta de muchos cuartos. Muebles negros, y cristalería ya sin uso.
Piba estuvo así, hincada, lagrimeando. El monaguillo le habló dos minutos antes de comenzar la misa.
—Hola Pibita, buenos días, te saliste temprano de la fiesta. Yo no estaba bien. Era mucho beber, en la tarde lo del civil y en la noche. Te busqué para sacarte a bailar, pero ya no estabas.
Berto quiso tocarle la mano y ella le hizo el quite.
—Gracias Berto, mi tía no me permite quedarme después de las doce. Voy al coro, me esperan, va a comenzar la misa.
—Yo, salí...
Ella dejó hablando a Berto. El joven, único amigo al que ella le permitía cierto diálogo, se quedó nuevamente intentando ingresar en su discreto mundo.
Piba lagrimeó mientras cantaba en el coro. Debería hacer el sacrificio que hizo, de entregarse pese a sus preceptos. De esa manera. Muchas cosas estaban en juego, su misma castidad, no tendría más valor, un legado indiscutiblemente valioso, podría perderse; su pureza y fuerza por haber sido así, por tantos años, pese a sufrir el desprecio, deberá ser el escudo para mantener secretos familiares.
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Comments
José Luís DURÁN
Es una novela que te cautivará como al que es escribe, pues tenemos qye escribir con el alma y el corazón, sigue Pasiones en Hacienda Campanario. Últimos capítulos de la Serie de 3 partes. Tus personajes cambiarán y mucho. No te imaginas. Vamos invita a leerla.
2022-09-24
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