Con todo eso en camino, nada más tranquilizante, que ir a las estancias aledañas a las tierras que cuidaba el señor Mustafá, que, se sabía entre los vecinos de la ciudad, fue de antiguos señores de apellido Montesclaros, cuya única heredera, estaba ya vieja, la cual poseía además, una casona en plena esquina del centro de la añeja ciudad de la Santísima Trinidad. No alcanzaban las especulaciones para tanto interés en el asunto.
Por ello, cuando los dos Rigoberto, llegaron a la barbería, los hombres más viejos se callaron, pero no faltó uno, que, habiendo quedado con la palabra en la boca, no aguantaría y le espetó con cizaña:
- El opa fue Rigoberto, que debió casarse con Genoveva y no con la enfermiza de Dalila.
- Ja, ja, ja.
- Qué pasa.
- Ja, ja, ja.
- Bravo de la lengua don Hipólito.
- Ja, ja, ja... esa fue buena... esa sí, que fue buena.
Ante tanta risa, los hombres se levantaron de sus asientos y don Hipólito Salustio, doblándose de tanto reír, salió y literalmente, se fugó por la acera larguísima de la ciudad de los pilares.
- No soporto esta falta de respeto - gritó Rigoberto hijo.
- Silencio hijo. Así son los viejos habladores, todos ellos me tenían envidia cuando viví con la Montesclaros.
- No se molesten, estos viejosos son así, pero no lo hacen malsanamente, se refieren a que usted don Rigoberto, hubiera hecho muy buena pareja con doña Genoveva -
- No, yo entiendo, y tienen razón, no estuvieran con tanto problema, manejar tierras y ganado de otros, es difícil.
Ya barbeado, Rigoberto hijo, sin fingir su molestia, salió a la acera y de manos en la cintura, cubriendo con la derecha el volumen de su Colt, último modelo, miró hacia ambos lados de la extensa avenida, de tierra aún, por aquellos años, como diciendo, "vengan, que aquí estoy", y, encontrando su mirada al final de su apreciación, la casa de doña Elena, aquella tía de Dagoberto, quien supuestamente, habría legado los papeles a ese sobrino huérfano. Era una casa sencilla, de construcción también antigua, apegada a otras tantas con el mismo diseño lineal de aceras amplias y pilares cuadrados, que sostenían los techos de tejas. La vivienda contenía, solamente un cuarto con ventana amplia hacia la calle, enmarcada con protector de tela milimétrica, y al lado derecho, un portón no muy ancho, de madera en cuatro hojas, que era la única entrada, hacia un pasillo, el cual, dentro, se abría a una sala comedor y los cuartos seguían hacia la cocina y a los baños, al fondo, típica construcción de las casas medianas del centro trinitario. Rigo había conocido la parte interna de esa casa, cuando en niño, venía allí, junto a su padre, a tratar asuntos de ganadería, con la propietaria. Esa casa sería, la que pronto irá a ocupar la novia en cuestión, al casarse con el ahijado.
En ese instante, el barbero, aprovechó para decirle a don Rigoberto padre:
- No te molestes Rigo, la verdad, no en sentido de chisme, pero te voy, con la confianza de que fuimos amigos en nuestra juventud, a decir, lo siguiente:
Lo que se comenta, no es en tono de burla, sino lo que aprecia la gente, de vos particularmente, que siempre fuiste conocido, y al final aquí, que nos conocemos mucho, se dan el gusto de sentirse como familiares nuestros. Vos debiste enamorarse hacerla tu mujer a Genoveva, no Dalila, y así te hubieras asegurado en la vida, y hoy no fueras el encargado de esas tierras, sino el propio dueño. Ahora que, se casa el joven Dagoberto, debiste vos, tomar partido en eso... casarlo a tu hijo con esa señorita Olivia Vera. No permitir que ella se vaya con otro. Sabemos, que ese es el trastorno familiar de ustedes. Pues para resolverlo, la idea es que, deshagas ese y cases a Rigo con la muchacha.
- ¿Por qué tanto afán les preocupa tanto?
- Por que saben que siempre fuiste ambicioso, y has dejado que le quiten el lugar a tu hijo.
- ¿Tú crees que hay eso ea lo mejor?
- No, claro que no. Yo no les digo a nadie esto, pero creo que vos y todos se equivocan.
- Haber, dime tu parecer.
- Mira, no te muevas... te puedo cortar... bueno, mi parecer es que tanto vos como las gentes equivocaron.
- Dime de una vez ...
- Aquí va... Primero sí, voy a cortar los pelazos de tu nariz, por ahí te corto la ñata, viejo carcamán: la que debes hacer que se case con tu hijo, no es esa Olivita...
- Y es quién.
- La otra, la sobrina de doña Geno... esa... esa que le llaman de Pibita.
- ¿Qué estás hablando... esa? La mosquita muerta como le dicen?
- Esa, a la que le dicen también, la bonita sin suerte.
- Ja, ja, ja, ja
- Aunque te rías...
- ¿Vos crees que por ser hija de la hermana muerta, esa Pibita, tiene derecho a las tierras? Si le deja algo la vieja Genoveva, será parte de la esquina de su casa, pero no ganado ni caballos.
- Ahí está lo que te digo yo... sois opa realmente... vivo para sacar plata peri no para hacerla doblar...
- Qué te da derecho de hablarme así?
- Ya te dije, el hecho de ser tu viejo amigo, aunque pobre yo y tu rico nomás, pero además…. levanta tu jajo, falta que te rasure tu coto... viejo arrugado ya estás, y caso te están dejando en la calle, y mujeres todavía, ni siquiera machos pillos….
- Bueno, no me enojes que Rigo está armado y es medio flojito de los dedos para apretar gatillos.
- Ves?, todo lo sigues haciendo por las malas y no por las buenas... ah, mejor me callo, sois muy necio.
No, yo no sé pedir disculpas, pero bueno, te las pido ahora...de una vez, parí a la yegua.
- De una vez entonces... te digo por qué el notario, me dijo que ya están los papeles listos.
- Qué papeles...
- De las tierras, pues, hombre.
- ¿Qué?
- Sí.
- Cuenta, de una vez, carajo.
- Genoveva ya se adelantó a su muerte.
- Upa.
- Sí... ya hizo el traspaso de todo...¿entiendes? de todo cuanto tiene... A esa su sobrina... Pibita.
Don Rigoberto, selevantó de un zopetón. casi se hace cortar la puel del cuello en el acto. Quedó estupefacto.
- Shii... - el barbero le pasó la mano so re el hombro, lo palmeó suavemte la espalda y le quitó el paño. Mientras sacudía el cabello, le miró fijamente y haciendo un mohín, le apuntó hacia Rigoberto hijo que seguía afuera, ahora departiendo conunos vaqueros que le hablaban desde el borde de la calle, a edo de las tres de la tarde, bajo el intenso sol de las llanuras benianas.
- Tómalo con calma, pero hazlo rápido, que el matrimonio es en dos semanas, y tu hijo, que deje de molestar a Dago y a Olivita, y casarlo a él mientras tanto con la otra.
- Pero a este no le gusta para nada la Piba, la que le gusta es la otra.
- Pues, entonces, a vos ni a él, no les quedará ni soga ni cabrito.
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