Una visita a casa de doña Genoveva, es algo que mucha gente soñó toda la vida. No solamente por la casona, un verdadero ensueño, según las mujeres más sofisticadas y las menos. Caminar por sus corredores internos, por las dos galerías frescas, en las que se asientan y penden, decenas de plantas en macetas de todo género, helechos, enredaderas prendidas de los pilares y cornisas, vigas, empalmes de los techos de tejas antiguas, el aroma de tierra húmeda, producto de la sombra de limoneros, toronjos, limeros, naranjos, guayabos y guapurús, amén de arbustos floridos como jazmines, amapolas, patujús, palmas y palmeras altas y menores, y flores pequeñas en todas partes, le dan la cobertura a orquídeas prendidas de los árboles mayores.
- ¡Maravilla! ¡Qué bella casona! - exclamaron las dos amigas, colaboradoras de Casilda.
- Y esta vieja de doña Geno, que es linda, ese rostro, ese perfil, no puedo pensar, cómo, una mujer tan bella, que ha debido ser, nunca se casó.
- Sí, era muy bella, mi madre me hablaba de ella, era la trinitaria más cotizada de su tiempo, pero su madre era beata entregada al Sagrario, y andaba con su hija bajo el brazo, con el cual se comentaba que supo castigarla, cuando, hombres tenaces, intentaron alcanzar su belleza y dañar su pureza. La mantenía casi como una monja civil, es decir, no entregada a la iglesia, como que siguiera un destino...
- Caramba, sabes mucho de ella, es que tus padres eran ricos, nomas, en cambio, yo vengo de una familia muy pobre, en mi infancia no conocí Trinidad, viví siempre en Loreto.
- Nunca dije que mi familia era rica, eran modestos agricultores y mi padre llegó a tener algún ganado, vacas y caballos, de esa manera yo conocí esta casa, pues venía él, a venderles terneros y comprarles vacas para carnear, pero nunca la vi a ella, pues ya su madre, la había enviado a Génova, y por ello, mi madre, que, la recordaba, me decía: aquí es la casa de una muchacha muy preciosa, que la mandaron a Italia, ya que un don Juan, casi la enamora, y sus padres la rescataron antes de que el tipo la robe.
- ¿Por Dios, es una película lo que me estás contando?
- No, vida real, más bella que una película cualquiera.
- Estoy encantada, mira esos muebles, esos percheros y ese piano al fondo de esa sala, cuánta gente de alcurnia pasó por aquí...
- Es verdad lo que has dicho, dicen que aquí se alojó el presidente Ballivían, cuando vino a fundar el Departamento del Beni, en 1845.
- ¿Tanto tiempo así?
- Claro, si esta familia es antigua, ellas son las últimas.
- Quiénes, ellas.
- Doña Genoveva y su hija...mejor dicho su sobrina Dominga... A la que le dicen Piba.
- Oye, qué bella historia me estás contando, y por qué dices las últimas...
- Estas familias son así, tan maravillosas como la vida, nacen crecen, se reproducen y mueren. Sus ancestros se fueron ya. Piba y su tía Genoveva, son las últimas que quedan. de la familia Montesclaros.
- Me deja opa...
- Atónita decí... aquí en en esta casa, se hablaba y se habla todavía, un perfecto castellano.
- Opa, soy opa pues, pero oye, me encanta que me cuentes esto, quiero conocerla a esa señora...
- Ahí viene ella.
- Mucho gusto, señora Genoveva.
- Igualmente.
- Venimos de parte de Casilda, la costurera.
- Ah, creí, que eran domésticas.
- No señora, ella pela y cocina los chanchos y hace el arroz a la valenciana, de Trinidad, y yo hago las tortas más deliciosas... para matrimonios especialmente.
-¡Ay! Eso de la liberación femenina, es lo que está trayendo y traerá de malo en los próximos años: ya no quieren ser domésticas, quieren trabajar solas y sueltas, como si trabajar dentro de una casa, fuese esclavitud... ¡Han de ver! O mejor ¿dónde se ha visto? Aquí, tienen, cama, comida, ropa, no se preocupan, de cómo se hace la plata y hasta marido pueden conseguir...
- ¿Marido?
- Sí, cuando hay hombres en la casa, acaban siendo sus mujeres, de fijo y cama adentro... si no hay, no falta varones de la familia, que vienen y las enamoran... Y todavía se los cría a sus muchachos aquí. como familiares.
- ¡Ay!
- Pero no, yo no quiero nada de eso - advierte doña Genoveva.
- Ah, pero habrá matrimonio, nos dijo Casilda que vengamos a verla, a usted para...
- ¿Matrimonio de quién?
- Usted dijo que se juntan o se casan.
- Ja, ja, ja, era una broma muchacha... aquí no hay hombres.
- Pero usted dijo, algo de un matrimonio - insiste la repostera.
- Entendieron mal entonces. Aquí, las mujeres nos dedicamos a vestir santos, no hombres. Y bueno, hasta luego. Si no vienen a trabajar para mí, le agradezco sus visitas.
Bravísima una, la otra muy molesta, pero más comprensiva, en la calle, respingaron: - Qué bárbara, no me agradó para nada. Con razón la critican a veces.
- La estabas elogiando hace un momento.
- Sí, pero ya no. Me decepcionó.
- Pero es que vos, no entendiste nada de lo que decía... ella es así, no te olvides que vivió en Italia.
- No, no me digas nada, es una vieja, hecha a la que más…. Mejor dicho, en su buen castellano, altanera.
- Vos metiste la pata... ella es burlesca. Y era todo broma, ella lo dijo.
- Muy engreída. Que no me mande más Casilda a ofrecerle tortas.
- Esta doña Geno, ja, ja, ja. Solo vos sos tan ingenua, de caer en su burla.
- Tanto que quería tomar té con ella, dicen que sus juegos de tazas venecianas, sus platos y cubiertos de Viena...
- Volvamos...
- No, no quiero, yo trabajo sola y siempre lo voy a hacer. Vistiendo hombres... Eso es lo que hago, ya tengo mi marido.
- Ja, ja, ja.
Doña Genoveva, también estaba riendo en esos momentos, su perorata sarcástica, las hizo huir, pero la que se llevaría la peor parte sería:
- Piba...
- Sí tía.
- ¿Pero has visto? Hasta las torteras y las peladoras de chancho, queriendo sacarme sobre vos y tu petaca, mejor dicho: barriga; creen que no me doy cuenta... A venir a ofrecerse para hacer torta y chancho, discutiendo que yo había hablado de matrimonio, un supuesto, matrimonio, que se imaginan con tanto chisme… pero les salí por la tangente. Si quieren trabajo, o contrato mío, les dije: Es de doméstica. Que vienen aquí, y todo por tu culpa... queriendo que yo te case, y el otro ni se asoma, ese cobarde, igual que el padre, que me hizo líos por la hacienda, y ahora quieren quitarme la tranquilidad de nuevo.
- Tía, yo no tengo la culpa...
- Que no tienes la culpa... mira ya, hasta mandando hablar conmigo para ponerte el vestido y casarte a la fuerza.
- ¿Acaso dijeron eso?
- No te hagas, por eso te dicen la mosquita muerta.
Doña Genoveva se va, cerrando la puerta de un golpe.
- Ay, por eso, también dicen desde tiempos antiguos:
"Las tías cuando no chochas, fritas".
La pobre Piba, después de decir sentencia en voz alta, se quedó como estatua, bonita estatua de cabellos cortos, sentada en la esquina de la cama, y su rostro cándido, bañado otra vez por sus lágrimas.
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