La señorita Genoveva Montesclaros, fue tácita al sugerir:
—Está bien, está bien, pues ni modo, hija; si ese muchacho no te agrada, y el otro, ese que dices que tiene treinta años, te agrada más, pues, harás llorar a uno y el otro te hará llorar a ti... Ja, ja, ja, no me interpretes mal, ya veo tu rostro, sé que eres más hecha a la santa y beata que yo, que no te agrada bromear con esas cosas... pero, a buen entendedor pocas palabras, ya te lo dije, si haces sufrir a uno, y no lo quieres, sufrirás con el otro.
—Ay, tía, no me asuste —Piba saltó de la silla, y levantó las cosas, trémula, llevó las tazas y fue temblando a la cocina y volvió disimulando su nerviosismo.
Si supiera su tía Genoveva que ella ya se entregó de cuerpo y más todavía de alma, pues solo piensa en él y lo sueña y lo ansía y lo espera y ese tal de Rigoberto no viene.
Ha dado en el clavo, no le da atención a Bertho, y ya es de Rigo, que la maltrata desde ayer y hoy la ignora.
Esa mañana de miércoles, lo vio pasar en su caballo, luego ir a sentarse a un banco de la plaza a charlar con sus amigos, tropa de vagabundos pero con cierta plata, y ella pasó una vez y otra y más otra, argumentando pretextos y una orden de su tía para cobrar un dinero a la "vuelta de la plaza" y miró y lo vio, y él apenas de reojo, y luego esquivó sus pasadas, haciendo de cuenta que reía a gusto, y era por desencantar de una vez. Ella, se tropezó en un ladrillo de la acera, trastabilló, y escuchó que uno de los amigos de Rigo, dijo: "Casi se cae, la bonita sin suerte".
Piba era eso, realmente, una "mosquita muerta" — Decía una muchacha conocida, que pese a la amistad de su familia con la tía, era de poco juntarse con la amiga de años, que no conquistaba realmente. Qué extraño don, que rara suerte: ser atractiva, pero, sin nadie que la mire. ¿Qué hizo? Mejor dicho, ¿Qué pudo haber pasado con su ángel fugado, ese espíritu de la belleza magnánima de Olivita, para conquistar tanto, siendo casi igual de bella? Bueno, que, una era bella de pies a cabeza, pero a ratos parecía tonta, mientras la otra, era, nada de tonta, sabía ponerse guapa, al presentarse en un examen en las clases, pero su guapeza, era de breve tiempo, de pronto soltaba los hombros, y parecía tan sumisa como siempre.
— La que me gusta, es esa que se casó, a esa la quiero – aseguró Rigo.
— Deja hombre, no le friegues la vida a Dagoberto. Es un buen amigo – defendió uno de los presentes.
—De ustedes será, yo no le debo nada. No me interesa su existencia – ajustó su cinturón el joven Rigoberto Mustafá.
—Cuidado, puedes precisarlo un día —advirtió uno de los amigos.
—Mira, vean todos, dejen de arruinar mi pensamiento. Si mi padre no haya querido, ese Dago, no estuviera casado con Olivia.
—Bueno, eso es tema pesado, de ustedes, los del apellido Mustafá y los... Herrera y los Mejía–
—Ya, ya, ya... ¿Cómo lo sabes? Olvidate y no te metas, sino dejarás de ser mi amigo; vamos a tomar unas cervezas, yo invito, como siempre, claro.
—Mira, cómo pones nerviosa a Piba casi se cae al verte —le dijo uno de los amigos a Rigo.
Olivia y Dagoberto, o simplemente Dago, cabalmente pasaron y se encaminaron por la acera frente a la plaza, en dirección a la casa de doña Genoveva.
—Miren, allá va la pareja del año —dijo uno del grupo.
—Estos señoritos, que no saben enlazar vacas, se casan para tener pretextos y así no meterse al campo —expreso Rigo.
El asiento quedó vacío. Rieron todos dirigiéndose como sno sé más porque este Tony dijo que está mal verdad imples seguidores de Rigo, a la concurrida heladería ubicada en la esquina sobre la acera de la catedral.
Olivia y Dagoberto, se habían detenido junto a un pilar cuadrado, que les protegía de las miradas de gentes que caminaban por la acera del frente.
—Estás linda está tarde, te pones más linda cada día... –
—Ay, Dago por favor, no me beses aquí, la gente es muy mirona.
—Ya eres mi mujer, puedo besarte.
—Pero no aquí...
—Es que me dejas loco...
—Cuidado, mira ya viene doña Geno.
—Hola muchachos, qué linda pareja.
—Hola señorita Genoveva...
—Pasen, Pibita está endulzando la chicha. Siéntense. Ahora mismo les traigo el regalo.
—No señorita Genoveva, no se hubiera usted molestado.
Doña Genoveva quiso levantar una caja envuelta en fino papel de regalo. Dago se levantó y fue a ayudarla. Es una caja pesada. Las dos mujeres sonrieron, una por la dicha al regalar y la otra mucho más joven, por recibir un obsequio tan valioso. — ¡Ábrelo! Le dijo la señora y Olivita, se intimidó, venía Piba y se saludaron, luego entre las tres mujeres, quitaron el papel y abrieron la caja, era un juego de platos hondos y pandos, platillos y tazas, y cuatro fuentes, una para la sopa, otra para las ensaladas, el arroz y la tercera para las carnes en fina porcelana verde suave.
La sorpresa rebozó entusiasmo.
—Es cuanto debía. Pibita no les llevó el regalo mío, pues estaba muy grande.
—Es por demás. Muchas gracias, señora. No tengo más palabras para agradecerle, es muy bello —Expresó la recién casada.
Después de departir muy gratamente, la pareja, retornó a sus casa, sobre la avenida 6 de agosto y pusieron la bolsa, encima de la mesa y Dago no quiso saber de regalos, la quería a ella en su cama y la llevó alzada, se acostó y esperó que ella se quite lentamente el vestido, quedando perfecta de ropa interior, y él, desesperado, la trajo a su lado y le quitó las últimas piezas, mientras la miraba deleitado, la besó por entero y fue cada vez más íntima la búsqueda del placer a dos, o a uno solamente, aunque Olivita pues a veces quería negarse, pues su esposo era, como se diría en aquellos tiempos, un hombre completo de ser, dueño de una mujer así, Dago era perfecto físicamente, un Adonis de cuerpo entero y Olivita lo deseaba, siendo por supuesto tímida como eran la mayoría de las mujeres en esos años cincuenta, entonces había que dedicarse a ellas suavemente, con mucho cuidado, lo que ni era muy típico para los hombres nuevos y llenos de marcadas trabas y tabús, como aquellas que rezaban: los hombres deben ser duros y fuertes, no delicados ni comprensivos, la mujer debe sentir al macho, que no debe tener sentido del dolor que ella pueda expresar. El hombre suave no es hombre. El macho es macho, y así es. Dago escuchaba esas palabras en su mente y eso debía hacer, obedecer a las enseñanzas y consejos. Muchos besos, no, acción directa.
Olivita sintió una vez más que Dago la estaba destrozando.
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