Las campanas de la catedral despertaron muy temprano a la población.
Es un sábado y repicaron como si fuese domingo.
Es que la comitiva gubernamental llegó a las diez de la mañana en un vuelo que tuvo aterrizaje casi forzoso de la línea LAB.
El avión DC-3 golpeó fuerte en tierra y rebotó y al caer de nuevo, desequilibró y golpeó dos veces más y se descontrolaron un tanto los pilotos, que no atinaron a desacelerar y la aeronave corrió hasta el final de la pista, saliéndose de ella por casi cien metros hasta el borde de una calle del pueblo.
— ¡Más pista por favor para los del gobierno! – Hubo gritado un hombre al ver el avión que corría y saltaba yendo hasta el final y saliéndose de la pista.
— No sean así... – pidió una mujer.
— Que no, si ellos nunca vienen para acá...
— ¡Síiii, que tengan un escarmiento y manden asfaltar el aeropuerto de Trinidad! —argumentó otro hombre.
— Ja, ja, ja— Cómo estarán del miedo esos señores.
Al cabo de un rato se aproximó la delegación, asustados aún, pálidos y despeinados, los visitantes fueron recibidos por el Prefecto y el Alcalde de la ciudad.
Sin nada de pompas públicas fueron de inmediato conducidos a los pocos hoteles del pueblo capitalino. Faltando camas, se aproximaron a la casa de doña Genoveva, para solicitar alojamiento de algunos de los visitantes.
De tal modo que allí tuvieron que aceptar alojar por lo menos a dos parejas importantes.
La dueña de casa arguyó que estaban en plenos acomodos para la noche, así que deberían adaptarse a las molestias que el caso demandaba.
Les estaban ensayando a esa hora, los vestidos principales de la novia y de la tía.
— ¡El traje de la novia está listo! — anunció una de las amigas de Casilda, quien hubo de trabajar hasta bien entrada la madrugada. — Pero el vestido de doña Genoveva, recién estaba acabándose de bordar.
Al otro lado de ese barrio, en la avenida 6 de agosto, los testigos principales por parte de la novia ya estaban concluyendo sus atavíos para la noche.
— Tenemos que estar antes de las seis en la casa de doña Genoveva — le advirtió Olivita a Dagoberto. El civil es a las seis y media y debo volver a cambiarme para la misa— Mi corbata no me agrada — expresó Dago cansado de darle vueltas para hacer un buen nudo.— Debiste pedirle a Casilda que te haya hecho una corbata a tu medida.
Dago se puso en alerta. Mostró su molestia, pero se dio cuenta que era mejor maniobrar el sarcasmo con calma pues una pelea a esa hora, daría por resultado llegar al compromiso con las caras largas.
— ¿Acaso ella sabe hacer eso? — fue lo único que se atrevió a respingar.
— Me han dicho que Casilda es capaz de hacer todo.
— Mm... no creo que una costurera mujer, sepa hacer corbatas de hombres.
— Ah, bueno... sabrá solo hacerles nudo.
Dago carraspeó y al fin, como si fuera por arte de magia el nudo le salió perfecto.
Para intentar endulzar el momento un poco ácido y peligroso referente a aquella cuestión, le dice:
— Está muy bella mi esposa.
— Gracias... mi esposo está... está...
— ¿Está qué, su esposo?
— La verdad que está muy bonito.
— Gracias...
— Espero que no sea para que cause mayores admiraciones y atención de...
— ¿De qué?
— De otras.
— De qué anda celosa mi reina.
— De nada... apurémonos.
Dago deja el peine, y la abraza.
— Me vas a arrugar. Vamos ya... faltan veinte minutos para estar allí como solicitó el notario de fe pública.
— Estás bella... esta noche...
— Ni se le ocurra, ando muy dolorida.
— Vamos... ya me está enojando usted.
Olivita alcanzó a decirle lo que quería. Él, hombre guapo al fin, seguro de su poder masculino y esa seducción que generaba, se mostró hecho el molesto, en todo el trayecto por las aceras enladrilladas, que recorrieron hasta llegar a la esquina de los Montesclaros.
— ¡Qué bella pareja que va toda bien olorosa! — Dijo una mujer sentada en cómodos sillones de madera sacados a la acera en compañía de otra dama.
— Sí, están bellos esta parejita hermosa.
— Buenas noches, señoras, muchas gracias por los elogios.
La bella pareja llegó finalmente a la casa más connotada de la ciudad.
Varios empleados ya estaban listos para la atención y una muchacha le dice a Olivita:
— La novia ya está lista y pidió que los hagamos pasar a su cuarto tras que ustedes llegaran.
La pareja pasó por la acera de la galería interna del lado izquierdo y llegó al aposento de Piba, que estaba con un traje de dos piezas de color palo de rosa.
— Gracias por venir antes de la hora, estoy muy nerviosa...
— Tranquila — le dijo Dago.
— Dago, tengo miedo a ratos.
— No Pibita, serás feliz, él aprenderá a quererte y vos eres tan buena y excelente muchacha que él deberá reconocer y tratarte toda la vida como mereces.
— Gracias Daguito. Ve a tomar un trago si gustas, para los nervios, hay ricos cocteles. Que te alcancen uno en la cocina, eres de la casa.
— Gracias Pibita. Las dejo un ratito. Acaben sus arreglos.
— Amiga querida, nunca dejes de ser mi amiga…. — Le pidió Piba a Olivita.
— Cómo crees. Siempre estaremos cerca y juntas — Le aseguró Olivia.
— Ya está aquí el notario — hace saber una de las mujeres que atienden la casa.
La mesa grande, acomodada en la sala principal de la casona, luce un mantel blanco con bordados de que topan el suelo.
Las vitrinas repletas de vajillas de porcelanas y cristalería europea y norteamericana, utilizada en las décadas de esplendor familiar.
Los muebles bordean las salas y corredores; fueron acomodados de forma que brinden mayor espacio a los dos salones y pasillos, a cuyas paredes se alinearon sillas con asiento de cuero repujado, o de pana o de mimbre.
Así también, grupos de sillones con amplio respaldar; varias mecedoras en las esquinas; algunas mesas bordeadas con sillas, en las dos galerías, tanto la de la izquierda, considerando desde la entrada al zaguán –que va hasta la cocina en un tramo de casi cincuenta metros doblando en la esquina– como la galería de la derecha, que se pierde entre los jardines que ya hemos comentado y que doblan para llegar a la salida hacia los patios del fondo, donde está el corral de los chanchos y aves domésticas, que eventualmente son traídas del campo.
En ese lugar están los cuartos para empleados.
Varias salas de ese lado están vacías; los aposentos últimos de esa ala, fueron limpiados y acomodados para alojar a esas dos parejas y más tres secretarios de la comitiva gubernamental, a las cuales ni la dueña de casa ha podido atender ni saludar en medio de tanto ajetreo que ha ocupado el día completo.
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