Al galope, abren espacio a sus malestares, rabias, torpezas machistas y singulares reclamaciones... el par de hombres, machos bravos, van a los campos, de los que pronto reclamarán ante la corte judicial de Trinidad. Por ratos, ríen y dialogan. Pronto han dejado una estancia en la cual hay más de mil cabezas de reses, y cabalgan dos horas y ya están en otra, en la que manadas de caballos trotan apaciblemente cambiando de lugar, tras de pasto más tierno, y así, Rigoberto padre y Rigoberto hijo, se sienten muy aptos y poderosos, para ese trabajo duro, pero entretenido. Conversan con los pobladores cercanos y quienes trabajan en el rubro, sea para ellos o para otros, pues hay muchos estancieros, como se les dice aquí.
Salieron de Trinidad a las ocho de la noche del día anterior; adelante van tres peones muy hábiles y bien armados con escopetas, prolijamente limpiadas y revisadas antes de cargar, con todos los pertrechos necesarios para una jornada de tres días sin descanso, más que para dormir y comer el almuerzo, normalmente, un plato popular denominado locro carretero, que es una especie de caldo, consistente de arroz, charque y plátano verde picado, puesto a hervir todo junto, en una olla, a veces agregándole huevo de gallina criolla, o de piyos, un poco sal, pues el charque es sarazo, quiere decir, nuevo, recién secando la carne, por lo que su gusto es verdaderamente insuperable y produce energía óptima para esas andanzas caballerescas, muy comunes, de mucho tiempo, vamos a decir, desde la colonia española, cuando los hombres desbravaron esas tierras llaneras, que bordean las selvas amazónicas de Sudamérica.
Hay muchos tigres, por ello, los peones deben ser hábiles cazadores. Aparecen manadas de animales tremebundos, como el chancho de tropa, cuyas manadas en decenas, pueden venirse sobre los humanos y caballos, y aplastarlos en un santiamén.
Por esos parajes, pasaron muchos colonos y exploradores, dejando costumbres y cultura muy tradicional, la cual perdura hasta estos tiempos.
Los dos Mustafá, han pasado varios pueblos, como San Ignacio de Mojos, San Borja y después entraron a las llanuras fértiles y magníficas de Reyes, un poblado capital de la provincia Ballivian, y es allí, pisando esas tierras, cuando, don Rigoberto padre, le hace saber a Rigo, la decisión paternal:
- Hijo, mi voluntad es la siguiente: tú te casas sí o sí, con Piba.
- Padre, nuevamente, quiero decirle, que a mí, me gusta Olivita.
- Ya analicé, que no es conveniente, pues no conseguirás más que un suegro, con posibilidades de ser ministro y de esa manera poder gestionar estas tierras para nosotros.
- No me interesa de verdad, que sean estas tierras, pueden ser aquellas o las de más allá. Lo importante es que ella sea mi mujer.
- Nada de eso. Mira, no hay mejor campo que este. Allá, al fondo, hay unas praderas repletas de lagos y lagunetas, de aguas muy buenas para saciar la sed de miles de reses. Bordean esas lagunas y arroyos, cantidad de islotes de, palmares sin igual en el continente. Islas de bosques y manchones de árboles de maderas finas, es esto el paraíso mismo. Aquí, donde estamos pisando, haré la hacienda más hermosa de todo el Beni. La voy a construir pronto.
- ¿Y yo qué padre, seré infeliz con una mujer que no me agrada?
- Tú no precisarás ser feliz con ella, ya serás feliz de tener tanto para ti, que ella apenas será tu simple compañera de vida. Aprenderás a amarla si ella se porta bien y si te va queriendo. Supongo que ya te quiere, la veo como se desarma cuando te ve. Además, es una buena muchacha, bonita, muy hogareña y sencilla.
- Pero no entiendo por qué tanto se empecina usted, en que sea con ella mi vida.
- Pues siempre me imaginé, pero tu desprecio hacia ella es muy crucial, que me alejaba siempre de mis pretensiones para tu buen futuro.
- Siempre la vi tan apagada, no me atrae para nada. Hasta le tengo pena y rabia que me siga con su mirada.
- Bueno, que no te importe más su mirada, que te importe lo que te voy a decir ahora: ella es ya la heredera de todos estos campos.
- Ja, ja, ja, disculpe padre, que me ría, ¿usted se soñó?
- No hijo. Me aseguraron el otro día y no te voy a decir quién, pues me saldrás con que te estoy mintiendo. Averigüé con el notario de fe pública. Hice de gastar unos buenos quintos para que me haga mostrar con su abogado, los documentos privados de Genoveva. Con razón, ella me hubo anticipado de que ya había adelantado los papeles hereditarios: Dominga de las Casas, o Piba Montesclaros, que es la misma, ya figura como la heredera universal de los bienes y patrimonios generales de su tía. Incluyendo la casona de Trinidad.
Rigoberto Mustafá hijo, se queda mudo. Mira a su padre casi incrédulamente. Mueve la cabeza negativamente varias veces. Después mira toda la inmensidad de la llanura. El viento, que mece las palmeras y vacía su oxígeno maravilloso en esa fresca mañana, le viene al rostro, como trayéndole un tanto de convencimiento y aceptación a priori, con urgencia, pues estaba ya tramando, robársela a la novia y llevarla consigo, cabalmente a esos lejanos sitios. Hacerla a la fuerza su mujer, si fuera posible, y correr a balazos al novio, ahijado del señor su progenitor, que ahora le sale con esta gran novedad, que puede, hacerlo cambiar de plan, programado para esos próximos días, luego de retornar de ese viaje al campo.
- Olvídate de tus planes, este es tu trabajo, esto es tu presente y tu futuro. Me lo agradecerás un día. Yo cualquier rato me voy. Quedarás asegurado de por vida y podrás ser, no uno de los más ricos ganaderos de la región, sino el más rico efectivamente. No me digas que no, pues te corro a guasca, desde aquí mismo hasta la plaza de Trinidad.
- Vamos de vuelta.
- ¿Te animarás?
- ¿Cómo no lo haría? Si ya me prometió una guasca hasta la plaza? Desde aquí es muy lejos, prefiero estar más próximo para tan semejante castigo.
- Ja, ja, ja hijo, sabes entender mi idioma muy rápido.
- Pero antes que me decida, quiero que me indique, dónde será la casa.
- Desde allí, mira, un amplio corredor para las hamacas, todo de las mejores tejas, amplia sala, cocina, baños al estilo de las estancias argentinas. Cuartos como los de una casona pueblerina. El potrero a ese lado, caballeriza y allá al fondo la casa de empleados y el saladero, además un trapiche y los corrales con la madera mejor. Un camino de entrada llena de cocoteros y otros frutales. No habrá lugar más hermoso que este.
- ¿Qué le pondrá de nombre?
- El nombre antiguo de la primera pequeña estancia: Hacienda Campanario.
- Bueno, y ese nombre, nunca lo entendí, por qué campanario.
- Por las campanas, que supuestamente en estos lugares, se fabricaban a manos de los indios ordenados por los curas Jesuitas. Se cree que, en estas lagunas, un grupo de españoles, arrojó unas bellas campanas de oro puro y hierro, para evitar que la corte española se las lleven, eran de varios, tamaños, desde una tan grande, que al tocarla, se escuchaba hasta varias leguas. Las había también, tan pequeñas como para un escritorio y los curas franciscanos, se habrían llevado muchas, una vez que la corona los expulsó de nuevo a la Iberia.
- Eso es una leyenda.
- No hijo. Consta en varios libros escondidos, esa realidad pasada un día, cuando un gobernador español, hizo notar la existencia y el Rey de España, habría dado la orden de su búsqueda y traslado a Madrid.
- Ah, he escuchado, algo de esa historia. Usted mismo lo había contado antes.
- La suerte es para el que la tiene.
- A lo mejor tu, serás el dueño de ese encuentro Mientras, escavemos para construir la hacienda, veremos vestigios de ellas.
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