Señorita doña Piba, venga para acá... - La llamó su tía más tarde, desde el propio cuarto de la muchacha.
- Sí tía, diga usted.
Piba avanzó lentamente, cruzó el umbral agarrándose de la puerta.
- ¿Sabes cómo lo supe?
- No sé a qué se refiere tía.
- ¡A esto mira!
- ¿Eso, qué es?
- ¿No reconoces?
- Ah, seguramente alguna... alguna pieza del... de los abuelos...
- No me enojes.
- No sé qué es, entonces.
Doña Genoveva, lo huele, y luego le arroja la pieza en el rostro.
- No seas mosquita muerta, detesto a las mujeres que son así, que se hacen a las que no, y ya sí. No me decepciones Piba, tu madre no fue jamás así. Fue sincera, cuando pasó, pasó...
- Pero yo no tía.
- Pero yo no... tú no qué... no vayas a decir que este calzón de hombre es del santo... deja de ser fingida.
- Es que no entiendo cómo...
- ¿No entiendes?
- No entiendo tía.
¿Qué dónde lo dejó? Pues debajo de la cama. ¿Será de recuerdo o qué?¿Ahora? ¿Se casará con vos? En esta casa, si no puedes casarte y debes hacerlo, te casas a la fuerza. Así fue siempre aquí.
Piba caminó cabeza abajo y su tía salió, furiosa.
Pero doña Genoveva, no era de enojarse días y días. Comprendía la vida y nada le molestaba. Al final, ya había vivido lo mejor, nunca le faltó nada y tuvo la libertad que quiso y precisó. En Italia, en plena adolescencia, pudo hacerse loca si haya querido. Su tía de Italia, no se fijaba en ataduras sociales ni tampoco religiosos. Era una mujer de avanzada, libre, trabajaba a la par de su marido, en la producción de zapatos y zapatillas para ambos sexos. Él había sido hijo de antiguos zapateros que venían desde el Renacimiento y al llegar a su generación ya era acaudalado. Mantenía zapateros para su producción de alta calidad, inclusive para el Vaticano. Los soldados de la guardia suiza, calzaban de su zapatería. Allí, Genoveva, pasó su juventud, mirando la confección. Hombres guapos se le cruzaron por el camino. Inclusive el hijo del maestro zapatero. Enamoraron una temporada, aparentemente nada pasaría. Los tiempos eran otros por allí, decía ella, cuando contaba a sus familiares esas aventuras románticas de su juventud. Galanes había por patadas en su círculo, y también le aparecieron unos condes genoveses y un milanés. Genoveva no se casó, porque volvió a su país y ya sabemos que se entregó al trabajo, pues la muerte de su padre fue relativamente temprano.
Vamos Piba, levántate, para qué lloras tanto, debes luchar para consolidar lo que has urdido en tu plan de salvar aquello que tiene mayor valor para tu vida y tu entorno.
Piba se habla a sí misma. Estaba llorando de bruces en su cama, mientras su tía durmió la siesta. Debería a partir de hoy, mantener buena semblanza, ante lo que se le viene, con aquello que ya sabe su tía. Será difícil establecer una buena relación con ella y los vecinos y amigas de ambas. Que, aún siendo pocas en realidad, la cuestión de los secretos y esas levas, se mueve como dominó al caer uno sobre el otro en la fila de las curiosidades.
Se sienta en la cama y arregla su cabello, mojado de lágrimas.
Ha alcanzado verse, llorando toda la vida, por el sufrimiento propinado por Rigo, que resultaría una lástima, y más que ello, una derrota de su género: morir por amor y aún más, derrotada por las circunstancias.
Piba se siente cansada. No tiene a quien apoyarse. Cuanto no quisiera tene una amiga íntima, que fuera su paño de lágrimas, su cabecera, alguien a quien no daría hora de vida por estar incomodándola tanto, pues era mucho lo que tenía para contarle. Recordó a Olivita, quizá era la más llamada para apegarse y decirle lo que estaba sucediendo, pero no, recuerda que ella es parte de las figuras o personajes de esa cuestión muy secreta, que pretende forzar para rescatar algo valioso antes de que se den otras instancias jurídicas, que afectaría principalmente a su tía. Prefiere callar, tragarse la pena y las preocupaciones, caer en un llanto interior, sin lágrimas para que nadie la vea y sospeche... ah, había dos muchachas que eran sus compañeras en el colegio femenino Zeton. Oh, pero no, tampoco serán buenas para guardar su secreto y más bien, aceleraría la aclaración de muchas cosas y movería juicios empantanados.
Ha salido a la calle a comprar algunas cosas. De pronto una puerta de la calle 6 de agosto se abre. Sale Olivita, y a lo que cierra la puerta casi se chocan. Hola, dice Olivita. Ella sonríe amablemente. Son amigas de lejos pero ahora de pronto han sentido una cercanía espiritual guardada sin motivo. Pero bien. No importa, el ahora es lo que vale. Caminan para el mismo lado. Pero, eh ahí, que Olivita no está caminando bien, hace unos movimientos al caminar como si le doliera profundamente el bajo vientre. Por santa Emilia, es el mismo dolor que no le ha pasado a Piba. Aunque ella, por lo que fue solamente una vez, no está tan dolorida. En cambio, la otra, es una recién casada. Un marido reciente y de 22 años no soporta la abstinencia por ningún motivo. Ambas intentan disimular el dolor y sonríen largamente, se miran casi avergonzadas, pero una cualidad de honor y estima propia de la mujer, han atado cabos sueltos y la frialdad ha distanciado el trato lejano. -Dónde vas, preguntan al mismo tiempo y ríen. Caminan un poco más y Olivita encorcheta a Piba. - Cómo va esa recién casada... interroga Piba.
- Aquí, ya me ves, son cosas del matrimonio.
- Ah - dice Piba... así es.
- ¿Vamos a servirnos unas salteñas? Te invito - le dice Olivita.
- Vamos.
- Quisiera contarte algo muy íntimo.
Se adelanta Olivita. Piba siente que sus piernas han temblado y sus manos están transpirando un poco. Deberá aprovechar esta oportunidad para hacer mejor amistad con Olivita.
Las mujeres tienen el don de comprenderse en los momentos de sufrimiento paralelo, a diferencia de los hombres que en casos dificiles más se distancian. Es que al hombre le cuesta servir, atender, ver a su prójimo, el egoismo se eleva en esos instantes. Piba y Olivita se sienten comunes, son parte del mundo masculino, por lo menos aquí por encuanto, la mujer continúa sostenida por la fuerza machista.
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