—¿¡Qué !?— Exclama Casilda, y camina a toda prisa, corre varios metros, en dirección al cuarto de Piba.
— ¡Ay Santo Señor!
— Qué fue—También doña Genoveva grita desde la primera sala en que estaba repartiendo tapetes y manteles blancos, calados y para fondo, a las empleadas y señoras que se habían ofertado para ayudar. Camina rápido hacia ese aposento, suponiendo que algo ha pasado a la novia... Los gritos de asombro e interrogantes de toda laya, se manifiestan. —Qué fue, qué fue.
Se agolpan en la puerta todas las mujeres. Y ahí se puede apreciar que cuando la mujer quiere o le sucede algo desagradable en un momento inesperado, son capaces de mover el mundo.
Doña Genoveva llega a la puerta, le abren paso y entra apegando su mano en el corazón.
— Pero qué pasó. Pensé que Piba estaba desmayada o algo peor...
Piba estaba peor que desmayada. Parada en el centro de su amplio aposento, rodeada de mujeres, algunas sentadas otras agarrándola de las manos, estaba muda. Su mano posaba sobre su vientre.
— ¿Qué fue hija?
— Nada doña Piba, ella está bien
— Cómo va a estar bien, la veo pálida, como a punto de desmayarse.
— Mire doña Genoveva. Es el vestido...
— Qué tiene el vestido.
— Le marca mucho.
Doña Genoveva, se lleva la mano a la frente. Ella ahora está a punto de desmayarse.
Casilda se pasea alrededor de la novia. Se cubre la boca. Parece que quiere gritar, reclamar a alguien, achacar a la novia, quizá alegar que se ha engordado, pero no hay cómo decir nada. Hubo una falla. Hay que buscarla. Miran por debajo, jalan aquí y allí. Le piden que se pare más recta. "Piba, a veces se joroba" opina Lola. Piba parece una niña siendo vestida. Le falta también llorar. Creen que los veinte botones forrados del largo espaldar, han provocado por algún motivo la tirantez en el abdomen.
— Es nomas su barriga.
— Pero si ayer la medimos, todo hilvanado y estaba perfecto. Sí jalamos aquí un poco, va a quedar mejor y ella con el bouquet puede taparlo un poco — sugirió alguien.
— No, no, no. Nada de tapandepes. El vestido tiene que estar perfecto — Ordena doña Piba, sin mirarle a Casilda, que se levanta el cabello una vez más, hace un moño y se arrodilla, levanta la amplia saya blanquísima y se mete dentro.
— ¡Ay! — grita Piba.
— Oh, perdón— exclama Casilda y sale — Creo que la arañé o pellízqué sin querer con mi peineta.
Eneilda y Lola aguantan las sonrisas.
— Te vas a cubrir nomás la barriga, es eso, no hay duda. Mi costura está perfecta por dentro y por fuera.
— No, no, no — Vuelve a respingar doña Genoveva — Ven. vamos a mi cuarto Casilda. Ustedes, quítenle ese vestido. Ya se qué voy hacer.
Van al aposento de la señora de la casa y abre el gran ropero antiguo, diciendo a Casilda:
— Vestirá el traje de mi hermana, está perfecfamente conservado. Míralo.
— Pero señora, mi vestido está bien hecho. Quzá unos dedos más...
— No... ya dije. Lucirá este traje precioso traido de Europa.
— Pero es un poco antiguo. Mejor dicho bien antiguo, cuántos años tiene.
— No importan los años. Es de su madre. Ella, también estaba embara... hum... por eso le hicieron ese bolado de encaje liviano sobre el vientre. Si quieres le agregas todas las perlas que puedas para darle un toque más moderno. Esos botones forrados del otro, le cambias pues los que tiene ya están amarillentos. Vamos, manos a la obra, que el casamiento es esta noche y ella debe quedar como una princesa genovesa.
— Señora...
— Sea así, he dicho. Igual te pagaré el otro vestido, si quieres te lo quedas tu para cuando te cases.
Casilda traga saliva, su boca se endura, pero no puede contra el dinero de la signorina italiana.
Ha comenzado la carrera contra el tiempo.
Van para acá, regresan hacia allí.— Compras — Adornos — b ouquet muy pequeño — Retirar macetas del corredor — Vengan todos los criados y serviciales de las haciendas a limpiar los patios — Vayan a buscar otro chancho para que sean cuatro — Faltan invitaciones para los más importantes de la prefectura— ¡La torta es de tres pisos y tres cuerpos! — El vestido antiguo, de la finada madre de Dominga, está quedando muy bonito. Las perlas de varios collares sin uso, fueron al cuello y atrás en la espalda junto a los veinte botones forrados que eran del vestido anterior y lo modernizaron pues los anteriores eran de por los años treinta y estaban de verdad muy fuera de moda, siendo demasiado minúsculos y sencillos —El vestido de doña Genoveva está muy largo y anticuado, Casilda contrató dos ayudantes más para hacerle urgente uno de encaje negro y flores guindas en un ramito muy muy discreto que irá encima de la pechera. Lo máximo de color que ella acepta —.
Mientras tanto, el mundo y las instancias masculinas están por su vez muy ajetreadas en términos de vestimentas de gala y usanzas machas que demuestren un poco el poderío regional. Es que normalmente los varones de estos pueblos solamente usan ternos blancos, todavía a la moda del auge gomero, y los negros, son usados en lutos o para ceremonias de alto rango político y normalmente judicial, quiere decir: los grandes señores de la política y magistrados de la corte de justicia. El saldo, especialmente la juventud, carece de buenos paletós o ternos completos que estén flamantes y sean aptos al calor, para una cena que se amplió y habrá baile más, como pasa de boca en boca la novedad, en los animosos comentarios. Los mejores músicos de la ciudad y región han sido convocados para organizar una orquesta sinfónica y que sea la atracción ante las comisiones gubernamentales venidas de La Paz y Sucre, especialmente —
El sastre también tuvo que ampliar eventualmente el número de ayudantes. Las pocas corbatas existentes en el comercio volaron. Los jóvenes corrieron a buscar a tíos y abuelos tras de viejas corbatas que les sacaran de apuros. Y los zapatos. Eso sí, que se puso difícil. La habilidad para encontrar prestados, se ha puesto en juego.
A las nueve de la mañana del día anterior, se lo vio al novio llegando a la barbería.
De pelo en pecho, subió bajó del caballo y subió a la acera, zapateando para que caiga el barro de las botas.
— Épale el novio más platudo del año — exclamó un joven.
— No invitó, me las vas a pagar...
— Si no han invitado, tampoco han dicho que no vayas.
— Verdad, yo voy a ir a mirar aunque sea de afuera.
— Vayan, vayan, habrá bebida u comida para el pueblo entero —. Invitó Rigoberto Mustafá hijo.
— Vas a botar la casa por la ventana...
– Pero claro, imagínense, a querer que yo haga el matrimonio como para una cena de viejas.
— Ja, ja, ja.
— Te lucirás más que Dago.
— Sí, este matrimonio va estar mejor que el anterior.
— Y qué hacía entre tanta correría no se le veía al novio — apreció el peluquero.
— Alistando la hacienda.
— Ah, ¿la hacienda? ¿Cuál?
— La Hacienda Campanario.
—¡Ah!
— Sí... va a quedar hermosa. Ya levantamos la casa y se hizo el corral grande.
— La Hacienda Campanario será la mayor hacienda del Departamento.
— ¿Allá te vas a ir a vivir?
— Claro que sí. Para qué voy a vivir cerca de una vieja como doña Genoveva.
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