El campo parece muy extenso para Dago, que no es muy amigo de las vacas y de los caballos, además de montar, no sabe mucho, de cómo tenerlos y criarlos, apenas ha escuchado.
Los admira como hombre que es y debe saber apreciar, pues es el modus vivendi, regional.
Hablar de caballos buenos, flamantes, sanos, corredores, ágiles y de buen pelaje, de rápido saltos entre el trote y el galope, más todavía cuando de pronto en el camino, la tierra aparece llena de huellas secas del ganado, que pasó por allí, en las últimas aguadas, antes que pase la inundación, es como hablar hoy en día, de carros importados, de doble o triple tracción, o una 4x4, eso sí, sabría hacer sin duda alguna, pues le gusta lo cómodo, lo hecho ya, lo puesto junto a la cama o lo regalado y que no cueste nada mantener y resolver sus problemas. Recordemos, que fue criado por su padrino, don Rigoberto Mustafá, y mientras este señor, tuvo a la madre de Piba como mujer, al irse su español, dejándola, vivieron casi como una familia.
Pero, don Rigoberto, se apoderó después de Narcisa, la guapa vecina de una hacienda cercana, que al tiempo alumbraría a un niño.
Don Dagoberto tenía un hijo también sin madre, que llevaba a Dago con casi 13 años de diferencia. Es decir, casi un adolescente, que no miraba al ahijado de su padre. Ese Rigoberto Mustafá hijo, sí, sabe de caballos y yeguas, desde su infancia y en plena juventud, se moviliza en los caminos que circundan la capital trinitaria y llegan hasta el borde de los ríos, por el Este, a la frontera con el Brasil y al Oeste, hasta las faldas de la cordillera de los Andes.
Pocas veces, ve al ahijado que parece pretender, ganarle el cariño de su padre, y no le importa, pues como no para en la estancia principal, suerte suya, o de ambos, ya que es aburrido, y Dago, aún juega canicas, o bolitas de cristal, con los niños, hijos de la servidumbre de don Rigoberto padre.
—Rigo es Rigo. - replica el padre y lo repite farsante, Rigoberto hijo, dejando muy silencioso a Dago. Cuando le hablan del chico, Rigo, se ríe, sabe que será dueño absoluto del ganado.
¿Por qué, un ahijado vendría a robarle el cariño paternal? Aparte, que don Rigoberto Mustafá, no es nada cariñoso ni con él ni con nadie.
Sucede que, con esos desagrados, don Rigoberto padre, se va agobiando. Cree que, mantener toda la vida a Dago, será un problema. Rigoberto se mofa constantemente de él, cuando ya es joven y Dago tiene apenas nueve años.
Un día, le golpea la cabeza con el nudillo del dedo mayor de la mano derecha, le dicen cocachos a esos golpes que saben darse los niños y los mayores a los menores, o en los juegos, por apuestas o simplemente por abuso de poder o edad, pero más por maldad. Entonces, el golpe dolió a Dago, y varios testigos quedaron molestos.
—¡Abusivo! Vociferó una empleada. Entonces, Rigo, se abalanzó sobre la mujer y su acompañante, le gritó: La tocas y te doy palo, aunque seas hijo del patrón y me mande ir de aquí.
Rigo prefirió irse a trotar en una yegua bravucona.
—No te dejes, muchacho.
—Ya las pagará un día - manifestó Dago.
Al tiempo, don Rigoberto, fue a conversar con doña Genoveva, y delante de Dago y de Rigo, que le habían acompañado, le comentó muy a propósito:
—No sé, qué hacer con estos dos. Uno es joven y el otro no aprende a cabalgar y por eso, este - por Rigo - se burla del otro - por Dago.
—Es que cabalgar es cosa de machos - se atrevió a decir Rigo.
Doña Genoveva, dejó de ventearse con su abanico de hoja de palma, y apuntó al aire, indicando a Dago, al decidir:
—Déjalo aquí, yo lo puedo tener.
Feliz, don Rigoberto Mustafá e hijo, pues el incordio se estaba quedando en otras manos. Rigo, dio una carcajada en el corredor, mientras la señora, aún conversaba con don Rigoberto en la sala mayor, y luego fueron a mirar el cuarto, en el que alojarían a Dago.
Mientras tanto, Rigo, intentó "cocachear" de nuevo a Dago, pero este le hizo lance.
—Nunca más - le aseguró el chiquillo.
En eso, venía por el corredor Pibita, de unos 14 años. Dago de 17, le sacó la lengua.
—Tomen refresco de tamarindo - les alcanzó, desde la charola que traía una criada.
- No, eso ha de estar babeado, si no es por la criada, que es una opa, por ti que eres la peor... opa.
- Yo quiero.
- Cuándo tú no, jamás pierdes nada, para comer y tomarte la chicha de la estancia, eres número uno. Bien hecho, que te vas a quedar aquí, en esta casa, con la tacaña de doña Geno, sabrás, moldear tus malacrianzas.
Piba y Dago se miraron, mientras tomaban el refresco de tamarindo.
Al salir, Pibita miraba la calle desde la amplia puerta. Balanceaba su cuerpo suavemente; el sol mañanero, le daba un tono precioso, en que resaltaba su cabello castaño oscuro y los rayos del sol, aún más, iban a rebotar en el piso del zaguán, en el cual la sombra de la niña se proyectaba en movimiento que hacía.
- ¿Qué te mueves tanto? - le dijo Rigo.
- ¿Ah?
- Solamente conmigo te vas a mover.
- ¡Qué me hablas así!
- Veo, que me miras tanto.
La adolescente no supo más que decir, se asustó y volvió al interior.
Sí, realmente, Piba, sentía atracción por Rigo. Debería esconder esos sentimientos. Desde los años en que don Rigoberto se juntó con su madre, estando ella de unos seis años, convivieron un tiempo bajo el mismo techo de esa casona. Rigo, jugaba con sus parientes masculinos y otros niños vecinos, pero nunca con niñas, amanecía y ya estaba en los mangos, o arriba del tamarindo del patio del fondo. Pasaba corriendo, transpirando, y apenas sonrió alguna vez a Pibita, era completamente un niño reacio a las cuestiones familiares. Peor en este caso, en que no tenían ninguna parentela y su padre, que más estaba en el campo, a veces lo llevaba, Rigo, apenas conoció la forma de vida y carácter íntimo femenino; para él uno mujer era llorona y vacía, un verdadero objeto, al cual se la debe tomar según la propia necesidad varonil: lavar las ropas, cocinar y hacer la chicha y los dulces, y bueno, finalmente acostarse con ellas, como veía hacer a su padre, con la hermana de doña Genoveva. Cuando don Rigoberto, se cruzó con esa joven nueva, de nombre Narcisa, valió el cuerpo femenino más que el dinero de las Montesclaros, a quienes hallaba rancias y pasadas de moda, antiguas en todo sentido. El hijo, hecho como en un espejo, captó las mismas esencias ásperas y fuerte del padre y así se hizo mayor. Pibita, creció, siendo la pieza que le faltaba tener para sus deseos temporales, muy sin nada de pasión, o de respeto al género.
Dago, ya fue más gentil, humano y amigo de Piba, y ambos, el motivo de burla de Rigo. Así. que, cuando se fueron los dos varones Mustafá, la cada respiró de esa fuerte opresión provocada por el machismo, que por aquello tiempos, era normal y de hacer sentir orgullosos a sus seguidores insconcientes.
- Que se vayan, déjalos, le dijo Genoveva a a su hermana. - Si quieres otro hombre, busca de esos que no salen de las oficinas, pues por menos leen algo - le dijo muy saecasticamente y prosiguió:
- Ya tuviste dos hombres, uno pícaro, que te enamoró. dijo que era soltero y apareció la mujer venida de España y te lo quitó. Y ni era casado... el otro que te conseguiste, no es más ni menos que primo de sus propios caballos, que son más tiernos que él. Mira ese hijo que tiene y que está repitiendo las mismas mañas de su estúpido padre.
Así, fue, que doña Genoveva, ayudó a Dago a aprender a vivir en una sociedad patriarcal, machista y hermética, dejándolo libre para ser felíz a su manera. Lo único que corregía del muchacho, era esa dejadéz, que le atrasaba a realizar cosas importantes.
Dago se hizo jovencito y brilló su piel y el pecho y espaldas se ampliaron y ganó de esa manera un físico atractivo, un estilo moderno, urbano, pues Genoveva le obsequio unos años de estudio de aeronáutica en Cochabamba. Otro tanto, tenía de estilo campestre, pues acompañaba a doña Genoveva a su hacienda por San Ignacio, en el camino que lleva a San Borja y Reyes.
Un día se le cruzó en la plaza, la bella Olivita y llegó contento a la casona y dijo a Genoveva:
- Ví a la mejor muchacha de la región - pero nada más, pues como no era sobrino de ella, nunca alcanzó la confianza que un día precisaría.
Dago un día decidió marcharse de esa casa y cuando le pidió su comprensión, él le afirmó que sería mejor, ella le prometió:
- Siempre te voy a ayudar, no dejes de venir aquí, fuiste nuestra compañía. ¿Y dónde vas a vivir?
- En casa de mi tía, la hermana de mi padre. Recién me saluda y ya está muy vieja. Dice que me dejará su casa, que no es muy grande, pero que fue parte de mi padre.
Así Dago se fue, despidiéndose en la puerta de Piba.
- Nunca te enamores con el diablo de Rigoberto. Ya no me habla, me mira feo y ni modo.
- Chau Dago, saldrás adelante en la vida, eres bueno, sigue así.
Dago, llevó su maleta en la espalda. Piba, lagrimeó. Fueron buenos amigos.
Piba sintió mucha tristeza y fue a llorar a su habitación. Dago iría a Santiago de Chile por un tiempo para estudiar mecánica de aviación, ayudado por doña Genoveva como lo prometido.
Al retornar, enamoraría con Olivita Vera, pues ya había conversado y ella le pidió que le entienda, pues sus padres no permitirían aún, ningún acercamiento.
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