Lady Margaret ya no soportaba la espera. Henry ya llevaba una semana en el Palacio de Hetford y no lo había mandado ningún mensaje a su madre, las únicas misivas que llegaban eran para Jasper Tudor y otros funcionarios de gobierno. Bajo ningún motivo quería que la Reina volviera a la Corte, su nuera estaba ganando lentamente influencia sobre el Rey y otros asuntos y eso ponía en peligro sus planes.
Antes de dormir se fue a la capilla con Lady Anna para hacer sus oraciones nocturnas.
–Reza conmigo por el Rey. Roguemos para que no caiga en las manos de esa maldita mujer.
–¿Cree que Su Majestad regrese con ella? Ya hace tiempo que el Rey no me llama a sus aposentos.
–Tú debes insistir, no debes permitir que se acerque a esa chica salvaje. Henry debes estar siendo embaucado por la Reina en este momento ¡Señor protege a mi hijo de la tentación!
–Mi señora. Tengo un arma secreta para separar a la chica York definitivamente de la Corte. Cada semana el Duque de Suffolk le envía cartas, de seguro son mensajes románticos– mostró un montón de sobres sellados.
–Eso nos ayudará a deshacernos de ella. Elizabeth de York tiene sus días contados como Reina de Inglaterra.
Lejos de esos malévolos planes y a unas millas de distancia, Elizabeth se preparaba pata dormir, cogió un libro para leer antes de cerrar los ojos. La puerta se abrió lentamente.
–Sigue leyendo en paz, no voy a apagar las luces aún– dijo en tono de paz.
–Ya no deseo seguir leyendo – dejó el libro en su tocador y se dio vuelta para darle la
espalda.
–Elizabeth, yo debo regresar a Londres en un par de días. Tú regresas conmigo pasado mañana –ordenó tajante esperando la negativa que vendría como respuesta.
–De ninguna manera– Henry hizo un gesto afirmativo– No vuelvo a ese lugar para pasar por otra humillación.
–Nada volverá a suceder, tienes mi palabra, eres la Reina y tú lugar es en la Corte a mi lado –se sentó sobre la cama para acostarse.
–No lo haré. Y puede estar tranquilo, no le diré a mi lady madre sobre la escena en él balcón.
–Sabía que dirías eso. Tu hermana es una chica linda, no lo niego, pero yo estoy casado contigo y tú eres bella, aunque no tanto – había dicho lo último a propósito para ver cómo reaccionaba.
–¿Eso piensa? Lamento que la fortuna no lo favoreciera, mi señor. A falta de belleza, tengo inteligencia – volvió a darle la espalda.
Henry sonrió satisfecho, su objetivo estaba logrado, Elizabeth se irritó y detuvo la conversación. Era lo que esperaba para seguir su plan. Avanzó hasta ella, la tomó de un hombro y la puso de espaldas, se aproximó lentamente para mirarla con detención.
–Si, realmente no eres tan agraciada como todos dicen, – paso su mano por su pómulo y percibió el pequeño temblor ante el roce – no sé por qué el resto repite que eres hermosa.
–Cínico–alegó Lizzie
–Silencio. Déjame observarte mejor y con más detalle– Henry hizo la señal con su dedo.
Acarició con delicadeza su mejilla, poco a poco fue descendiendo con su mano por el mentón hasta el cuello. Elizabeth se estremeció con el contacto de los dedos cálidos. Con la lujuria y apetitos despertando, Henry llegó hasta el botón de la camisa y lo desabotonó. La inhalación de Elizabeth se aceleró, contento él pasó la palma de la mano sobre esa piel pálida; hizo un lado el borde de la camisa sin apartar los ojos hasta que llegó al borde de la elevación del busto. El hombre sonrió gozoso. Ella sintió que la sangre le empezaba a hervir y la resistencia aflojaba.
–Debo ver, qué se oculta debajo de esta ropa masculina, en cuerpo de mujer – susurró con una voz grave y sensual.
Agarró el siguiente botón y recorrió con la mano para descubrir el torso. Ahí estaba el busto, firme, grande y redondo. Henry detuvo sus ojos en esa zona, tantas veces imaginó como sería que ahora no quería perderse ningún detalle. Elizabeth percibió como la temperatura se le disparaba y traspasaba la piel y se manifestaba en su cara. Sin poder aguantar más, él extendió sus nudillos para palpar siguiendo la forma circular de esa parte, era vasto, suave y manejable; estuvo haciéndolo unos minutos mientras escuchaba los pequeños jadeos de su esposa. De repente cambio la mano por la lengua haciendo la misma acción.
– Oh Dios...
– Henry... Ya va siendo hora que me llames por mi nombre. Aun cuando, me gusta que te refieras a mí como "Mi Señor".
– Lo hago por protocolo como...– Ella trató de contestar.
La calló besando el intermedio de sus prominentes bultos femeninos, la joven reaccionó a ese tacto y soltó un jadeo ahogado, su marido se movió para repetir ese beso al momento que abría por completo la camisa. Intercalaba los labios con la lengua casi llegando el borde de los pantalones.
–Ya no puedo más. Tu aroma me está enloqueciendo– dijo con voz agónica y viril.
Se incorporó sobre ella para mirarla a los ojos, temblaba pero no de miedo, sino de ardor y calentura, sus pupilas azules se dilataban al roce de su mano. Sus labios, esos labios carmesí pedían ser besados y Henry obedeció a esa solicitud.
Diferente a la vez pasada, Elizabeth respondió prontamente a los fogosos besos, atrajo ese gran cuerpo masculino hacia el suyo, le levantó la camisa por la cintura y acarició su piel con las uñas. Henry gimió febril, era la primera vez que sentía las manos de su esposa. Esa acción tan simple significó un enorme placer que se replicó en cada célula de su cuerpo; aumentó la intensidad de sus besos, sus labios recorrían cada centímetro de esa boca que era experta en lanzar dardos venenosos y, a la vez, resultaba ser provocativa y seductora.
Ambos intercalaban caricias intensas, aprisionaban sus labios con fuerza y pasión. Henry tocaba, también apretaba uno de los redondos senos, se acomodó encima de ella para poder pasar su boca en la firme punta. Elizabeth se mordía los labios para disimular los gemidos, le daba pudor ser escuchaba, con una mano se tapó la boca entretanto su marido no dejaba de saborear su sobresaliente símbolo femenino.
Henry se encontraba en un estado de satisfacción infinito, ver a su tempestiva Reina apegarlo contra sí misma era un acto que no esperaba; se preguntaba embelesado si la mujer que tenía en sus brazos era esa salvaje chica, además de petulante, que lo enfrentaba y le repetía una y otra vez, el acuerdo hecho sobre su matrimonio. Reafirmando su frase que ya parecía un leitmotiv: "Usted no es mi marido".
Al parecer, las acciones de Elizabeth en ese momento contradecían muchísimo los dichos de su boca. ¿Acaso le había empezado atraer el Rey de Inglaterra?
Para Henry las cosas eran claras ahora más que antes: Elizabeth era la mujer hecha para él y así iba a ser por el resto de su vida, se encajaba a la perfección con su cuerpo; ella lo podía llevar al mismísimo purgatorio con sus palabras hirientes y miradas arrogantes, simultáneamente, al borde la locura lasciva con sus ardorosos labios y mimos furtivos de una pasión enloquecedora.
Tan cierto como que eran marido y mujer, era cierto que el deseo y atracción que Henry sentía por su esposa se estaba transformando en amor apasionado, auténtico como el agua. Su corazón empezaba a pertenecer a su primorosa adversaria.
Nuevamente, fue hasta ese suave cuello, la punta de su nariz rozó el cutis y aspiró esa fragancia inconfundible, bajó hasta la clavícula y ascendió lentamente hasta el mentón. Elizabeth temblaba, se estremecía con ese aliento caliente sobre su piel. Henry quería impregnarse a totalidad de su esencia fascinante y enloquecedora. Volvió a su boca para pegarse otra vez a los labios, atrapó el labio inferior con la lengua, ella con picardía también sacó su lengua, él la besó con intensidad hasta que soltó esos dulces bordes.
Él permaneció mirándola a los ojos por unos instantes, acarició su enrojecida mejilla y se incorporó para cerrar la camisa de Elizabeth. Un gesto muy gentil, significativo pero ambiguo. Henry, agitado, se encaminó al sanitario para relajar su masculinidad. Elizabeth se sentó en la cama para recobrar el aliento y beber un poco de agua.
Al cabo de unos minutos. Henry salió y se sentó al lado de su esposa, contemplándola embobado.
– ¿Qué... fue... todo eso, mi señor? ¿Por qué lo hizo?–Elizabeth trató de formular la pregunta
– Lo hice para demostrarte que... no hace falta darte elogios o epítetos galantes, para que comprendas lo que puedes provocar en un hombre como yo. Para mí eres magnífica y totalmente perfecta. No cambiaría nada de ti.
Se metieron en la cama en silencio, Henry extasiado y feliz, Elizabeth, por su parte, confundida y febril. Se estaban dando la espalda, como si no se atrevieran a mirarse para no ver lo que los ojos gritaban.
– Elizabeth, quiero pedirte algo– le acercó a su oído provocando golpes de electricidad caliente en ella– ¿Puedo abrazarte para poder dormir?
–Solamente abrazar...– afirmó tímida.
Henry se pegó a su esposa, pasó su brazo por encima de su estrecha cintura para rodearla y la atrajo hacia él. Se acurrucó sobre el cabello de Elizabeth y se durmió.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 90 Episodes
Comments