Capítulo XII: Yo no perdono.

–No lo sé Beth, realmente no sé cómo pasó todo eso. Qué deshonor permitir que sucediera.

–Mi señora–la dama se reía– yo creo que a usted le ha empezado a gustar su esposo.

Cuatro días después de procesar todo lo que había pasado en el paseo, Elizabeth tuvo el coraje de contarle a su dama de compañía lo sucedido mientras tomaban un té en el balcón, esta era la única persona de confianza que tenía en el palacio.

–¿De qué estás hablando? Eso es imposible. No contraje matrimonio con el Rey de Inglaterra para enamorarme de él, sino para hacer justicia y tomar venganza en nombre de mi familia. Jamás sentiré amor por Henry Tudor.

–Mi Lady, ha escuchado el refrán "del odio al amor hay un solo paso". Eso es lo que le está pasando a usted. Ahora bien, tengo algo importante para usted, el espía que dejó en la Torre ha mandado este mensaje para usted.

–Perfecto. Sabía que ese guardia me sería leal. Debe haber averiguado datos importantes acerca de mis hermanos–abrió el sobre y leyó el contenido– Me dice que recibió la orden de conducir a dos chicos a la celda número 20, a nadie se le reveló los nombres y que su estadía debía permanecer el secreto y las órdenes venían de afuera de la Torre. Yo sabía que los tuvieron encerrados ahí. ¡Malditos sean los que dieron esa orden!

–Están tocando la puerta. Deme eso lo voy a guardar en su lugar secreto.

La Reina dio la orden para entrar, Lady Anna apareció en la puerta.

–Su Majestad, el Duque de Suffolk desea verla.

–Que entre y nos dejan solos.

–Majestad, mi Reina–se inclinó al ingresar–Beauty Elizabeth no sabes lo preocupado que estaba cuando no regresabas de tu salida. Creí que algo te había sucedido.

–Ya ves que estoy bien Sweet Johnny, no debes preocuparte por mí. Dime entonces por qué solicitaste verme.

–Mañana dejaré la Corte y regresaré a mi hogar. Antes de partir debo pedirte una cosa–el Duque miró para todos lados antes de hablar– Vente contigo, huye de esta tortura en la que estás.

–¿Por qué estás diciendo todo esto?

–Antes de venir aquí pasé por Hetford para entrevistarme con la Reina viuda. Ella no quiere que permanezcas más acá, sino que te unas a mí para acabar con Henry Tudor.

–¿Tú realmente crees que soy estúpida? Yo no soy una mujer débil, tengo la astucia de una serpiente y sé cuando alguien está mintiendo. Por eso sé que tus palabras son un invento.

–Beauty Elizabeth, me ofende que dudes de mi palabra, yo no soy un mentiroso sin honor como tu esposo.

–Tampoco eres mejor que él. Eres cínico como muchos hombres en este palacio. Mi madre nunca me pediría que dejara la Corte, ella arregló este matrimonio y yo estaba obligada aceptar. Ella es firme en sus decisiones, no cambia de postura como tú para buscar provecho personal.

John de la Pole fue descubierto en su mentira. Era cierto que había pasado por el Palacio de Hetford para visitar a Elizabeth Woodville, pero a penas fue recibido por unas horas.

–Mi querida Elizabeth, eres de mi familia y me importas mucho más de lo que crees. Yo vine aquí para sacarte de este infierno porque te amo.

–No puedes decirme palabras como esas John. Controla tu lengua...

–No Beauty Elizabeth, te he amado siempre y quiero gritarlo a todos, incluso al Rey.

El deseo de John de la Pole se hizo un hecho. Del balcón que estaba unos metros más arriba que el de la Reina, Henry había escuchado toda la declaración del Duque de Suffolk; el Rey estaba enfurecido y tenía unas ganas incontrolables de golpearlo, aguantó para ver qué haría ahora su esposa.

–Huye de aquí conmigo amor mío–John la sujetó de los hombros– nuestros destinos se habían unido desde antes que apareciera Henry Tudor; recuerdas que el tío Richard quería que tú y yo nos casáramos, él me había nombrado su heredero, hubiéramos sido Reyes de Inglaterra y todo esto sería nuestro.

Sin ninguna decencia, John se acercó a Elizabeth para besarla y ella incrédula esperó que se detuviera, él siguió avanzando hacia la boca hasta que sintió un fuerte puñetazo en su nariz y la sangre que corria por sus orificios hasta los labios.

–¡Eres un maldito aprovechador y desvergonzado!–sacó una daga que guardaba en la muñeca y lo apuntó– Sé defenderme muy bien de las alimañas de tu clase ¿Realmente tu pequeño cerebro creyó que era una buena idea intentar besarme? Me debes respeto ¡Soy tu soberana! Y además una mujer casada–apuntó su anillo de rubí en la mano derecha.

Henry observaba con atención la escena. Reía al ver al Duque de Suffolk en el suelo gracias al golpe que le propinó Elizabeth, hace días deseaba darle una lección al invitado por sus impertinencias, pero alguien más se adelantó.

–Estoy casado con una salvaje mujer, mi esposa se defiende sola mejor que cualquiera. Es por eso que me gusta tanto–habló en su mente con absoluto regocijo.

–Pero tu esposo no te ama Elizabeth, es mejor que abras los ojos de una vez, jamás lo hará–John de la Pole aún estaba en el suelo

–No espero el amor de ningún hombre. El Rey puede tener cuántas amantes quiera, al igual que todos los hombres; yo sé que Su Majestad jamás me amará y yo tampoco espero que lo haga. Yo enfrié mi corazón para no amar a nadie.

–Estás rechazando el amor sincero y leal que te estoy ofreciendo. Henry Tudor te seguirá engañando con cuanta mujer tenga cerca. No te va a respetar–John se acomodó para levantarse.

–Yo no te he autorizado a ponerte de pie. Permanece donde estás John de la Pole. Antes que todo, yo no te he pedido tu amor, siempre fuiste mi primo mayor y no te vi de otra manera. Eres uno de tantos que ha llegado a mí con declaraciones de amor. Y lo otro, si el Rey no respeta su matrimonio es su problema, yo no haré las mismas bajezas que él, respetaré mi acuerdo matrimonial.

–Te convertiste en una mujer arrogante y detestable. Esa es la razón por la que tu marido te engaña y no siente nada por ti. Solo yo te ofrecí un amor de verdad...

–Agradezco el cumplido. Levántese John de la Pole, Duque de Suffolk–hizo un gesto con la mano– La próxima vez que venga ante mí con tales palabras, te voy a destruir sin piedad.

Elizabeth caminó a paso ligero hacia la habitación y el Duque tras ella. John dejó una carta encima del escritorio de la Reina sin decirle nada.

–Perdóname Elizabeth no quise ofenderte. Somos familia y no quiero perder nuestra relación.

–Espero cumpla con su juramento de lealtad Su Excelencia. Mi nombre es Elizabeth de York y yo no perdono. ¡Lady Anna!– ella entró al instante a los aposentos de la Reina– conduzca al Duque de Suffolk hacia el departamento de huéspedes y dígale a Beth que entre.

John miró a Elizabeth que mantenía una vista firme y orgullosa, había confiado que su prima aceptaría huir del palacio con él y unirse en una rebelión contra los Tudor, incluso que correspondería a sus sentimientos. Ella ya no era la misma persona, se había vuelto fría, orgullosa y petulante, los sentimentalismos manipuladores no eran anzuelos que la hicieran caer. El Duque de Suffolk se retiró herido en orgullo y prometiendo que llegaría el día en que Elizabeth sería suya.

El testigo silencioso del acto en el balcón seguía ahí. Estaba echando risas de satisfacción con la humillación de John de la Pole, su propia prima lo había puesto en su lugar sin titubeos.

–Elizabeth me sigue sorprendiendo con sus actitudes. Es una verdadera fiera para enfrentar a otros– hablaba a solas– En algo si concuerdo con Su Excelencia: es una mujer arrogante y prepotente, pero es lo que más me gusta de ella y hace que la desee aún más. Mi Reina ya me ha demostrado que no le soy indiferente.

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