John de la Pole ya llevaba tres semanas en la Corte. Había jurado lealtad al Rey frente a los miembros del consejo, firmó un acuerdo de prestación de tropas y dinero en caso de guerra y arreglar el matrimonio de una de sus hermanas con un hermanastro del Rey.
Sin embargo, su principal interés radicaba en pasar tiempo con su prima. En las fiestas nocturnas la invitaba a bailar, aun sabiendo la aversión de ella por ese tipo de celebraciones. Por las tardes la animaba a salir a pasear a caballo por el campo que estaba detrás del palacio. O salía con ella para acompañarla en las obras de beneficencia por la capital.
Elizabeth no reveló nada a John sobre sus visitas a la Torre, ni tampoco sus verdaderas intenciones en lo que sé refería a su matrimonio con el enemigo de la Casa de York. En vano, John trataba de sacarle información con preguntas insistentes de las que no obtuvo nada. Él guardaba la débil esperanza que Elizabeth pudiera guardar sentimientos por él, más allá del afecto de primos, así podría convencerla de unírsele en secreto para huir juntos a Borgoña y, allí tramar sus planes para el futuro de la dinastía.
–No entiendo como aceptaste casarte con él Beauty Elizabeth. Tu destino era mayor que el ser la consorte del asesino de nuestro tío.
–Primo John ya he explicado las razones. Dime de qué manera los York nos hubiéramos protegido, tenían planes de matarnos a todos Sweet Johnny. Este matrimonio es una garantía de paz y un salvoconducto para nuestra supervivencia.
–A pesar de eso, tú no eres feliz ¿Crees que no percibí tu realidad?– los ojos de Elizabeth se pusieron graves– Pude notar que él no te ama de ninguna manera, solo te tiene exclusivamente como su trofeo. Mereces a un hombre de verdad...
–Ten cuidado con lo que dices John. Mi vida privada, privada debe ser. No te permito que opines acerca de eso.
–Lo siento Beauty Elizabeth. Estoy preocupado por ti. Sabes lo importante que eres para mí– John tomó la mano de su prima y la besó.
En la sala del consejo, Henry sostenía una reunión con el consejo real. En cuerpo estaba en su silla, pero su mente se creaban escenas de su esposa y el encantador invitado saliendo de paseo o juntos asistiendo a los más desfavorecidos. Era imposible estar concentrado, la estadía del Duque de Suffolk ya lo tenía descontrolado producto de los celos. En vista de su inestabilidad, decidió suspender la sesión para otro momento.
Se quedó solo hasta que su madre y Lady Anna entraron.
–Su Majestad, hijo mío ¿Ha sucedido alguna cosa?– Lady Margaret se acercó y puso las manos en los hombros de Henry– Sé que no te estás sintiendo bien, tu esposa anda de aquí para allá con John de la Pole sin ninguna vergüenza. Debes ponerle límites Henry, la gente ya comenta que la Reina y el Duque de Suffolk pasan mucho tiempo a solas.
–¡Basta madre! Estás hablando de tu Reina.
–No te pongas así Henry–Lady Margaret puso una cara de ofendida– Estoy tratando de abrirte los ojos: esa mujer y su mujer están tramando algo en tu contra. Elizabeth es nuestra enemiga, está aquí como tu esposa solamente de apariencia.
–Mi señor, Henry. Él pasa todos los días por el despacho privado de la Reina. Yo puedo notar lo enamorado que está de ella, cualquier nota las intenciones de su excelencia– Lady Anna se ubicó frente al Rey– Mi Lady madre del Rey y yo le decimos esto para que esté prevenido y alerta. No se fíe de la Reina.
Henry ya tenia la cabeza hecha un infierno, graficado en sus rojas mejillas y los labios tensos. Los dichos de su madre y de su amante lo endurecieron y provocaron que las dudas volvieran; a la vez confirmaban sus sospechas en relación con el Duque: él estaba enamorado de la Reina y no pretendía ocultarlo de nadie, todos esos cumplidos eran con la intención de acrecentar sus celos.
–¡Ya he oído suficientes intrigas! Les ordeno a las dos que abandonen este lugar. Quiero estar a solas. Vamos salgan, no quiero ver a nadie– las dos mujeres salieron cabizbajas– Hoy mismo voy a solucionar este asunto. Ya veremos John de la Pole quién es más importante en la vida de Elizabeth de York.
Las tardes se estaban volviendo cálidas y largas, debido a la cercanía del verano, perfectas para tomar aire fresco. Ese día no era la excepción, había un sol radiante y un viento primaveral agradable.
Elizabeth decidió salir aquella tarde, las continuas visitas de su primo ya le fastidiaban mucho, ansiaba un momento de libertad y paz para sí misma lejos del palacio. Beth la ayudó a ponerse un vestido ligero de color celeste con una abertura blanca en la falda, pero sin falso y una capa negra larga encima.
Se fue hasta las caballerizas. Antes se aseguró de no estar siendo vigilada por nadie, estaba al tanto que Lady Margaret no le quitaba los ojos de encima, así que fue cautelosa en su salida. Acarició al caballo, lo ensilló, ajustó las monturas y luego las cuerdas.
Estaba en concentrada en los arreglos al caballo, hasta que escuchó una voz masculina familiar detrás de ella que le hacía una pregunta.
–¿Permite Su Majestad que la acompañe en su paseo?
–Me asusté, pensé que era otra persona. Si a Su Majestad le place, no puedo decir nada al respecto.
–¿Pensaste que era tu primo? Ahora está con el tío Jasper pasando revista al ejército. Contestando a tu condición te digo que sí, sería un placer acompañarte en tu paseo.
Ella asintió con la cabeza y se montó al caballo a horcajadas. Henry se fijó en ese detalle, había visto a una mujer montar así antes y no esperaba que también la Reina montara de esa manera.
–¿Montas igual que los varones?–se rio- No esperaba que la misma Reina de Inglaterra cabalgara con ese estilo.
–Hay muchas cosas que desconoce de mí Mi Señor ¿Salgamos?
Se adentraron en el campo a un ritmo moderado. Henry no perdía oportunidad para clavar su atención en Elizabeth, había ratos en que el viento levantaba la falda de su vestido y dejaba al aire su rodilla; él observaba hasta que ella lo descubría y entonces giraba la vista riéndose. Ya estaba atardeciendo, antes de volver Henry le propuso echar una carrera, sabía que su esposa era una excelente jinete y gozaría demostrarlo; ella estuvo de acuerdo y antes de iniciar se soltó el cabello dejándolo libre al viento.
Henry quedó mudo ante tal escena: Elizabeth sonriendo arriba del caballo, con su cabello salvaje al viento brillando como un rubí al sol del ocaso. Ningún artista tendría el talento de retratar la belleza del aquel momento celestial y paradisíaco.
Fijaron la meta e iniciaron la carrera. Los caballos iban a un mismo ritmo, los dos cruzaron miradas competitivas sin dejar de golpear suavemente al caballo. Elizabeth tomó levemente ventaja, hasta que el caballo aumentó más la velocidad y pudo dejar a Henry unos 10 metros atrás.
Entusiasmada iba llegando a la meta cuando vio el caballo del Rey sin su jinete. Angustiada, giró su caballo y volvió. El caballo había tirado a Henry de la silla y estaba inconsciente en medio de la hierba. Elizabeth desesperada, descendió del caballo y se puso de rodillas al lado del Rey.
–¡Su Majestad!– reviso para ver si había un rastro de sangre y no halló nada– ¡Por favor despierte! Yo estoy aquí, vamos debe abrir los ojos antes que se haga de noche– puso su dedo en las fosas nasales– Está respirando, es una buena señal.
Lentamente, él abrió los ojos y se halló con ella frente a frente
–¿Elizabeth?...
–Sí, estoy aquí– respiró con tranquilidad y se aproximó un poco más a él– ¿Qué siente?
– Yo...– puso su mano en la mejilla de su esposa y sin pensarlo la besó con pasión.
La cercanía con su boca y el aroma que Elizabeth emanaba, hicieron despertar sus deseos y las ganas de cobrar el premio de la apuesta.
Henry no soltaba los labios de Elizabeth, los estrujaba a pesar de la resistencia que ella trataba en vano de mantener. Notó que de a poco ella se estremecía de manera involuntaria, tomó su rostro entre sus manos, se levantó para dejarla acostada en la hierba a su lado y sin despegarse de su boca.
Elizabeth intentaba mover la cabeza para escapar de la boca de su marido, levantó una mano para liberarse, pero la sujetó con fuerza y la entrelazó con la suya en el suelo. Los besos de Henry se volvieron más intensos, sostuvo su labio inferior para pasar la lengua sobre el mentón de ella. Él se acomodó encima de su cuerpo, traspasando la besaba de tal manera que parecía estar hambriento del sabor de sus labios delgados y tentadores. Elizabeth sintió que golpes de calor recorrían todo su cuerpo, la lujuria empezaba aumentar en su parte íntima, por lo que sé le escapó un gemido profundo.
Henry percibió el sonido sensual que su esposa trató de disimular, lo que consiguió aumentar más la excitación en su virilidad. Volvió a aprisionarle la boca con placer en medio de su respiración agitada; la soltó suavemente para mirarla a los ojos, tenían las pupilas dilatadas y el rostro estaba enjorecido. La mirada de Elizabeth era una mezcla de sensualidad e incertidumbre, eso lo provocó a lo sumo así que soltó el nudo de la capa para bajar su boca a su clavícula y marcar un camino de besos de ahí hasta el mentón.
La Reina jadeo por los besos que Henry le daba en su cuello, este tomó el borde del vestido en el hombro derecho y lo bajó, para depositar su lengua en la punta del hueso. Esta clase de toques eran extraños para la joven, nunca le habían explicado acerca de la vida privada entre marido y mujer. Lo estaba disfrutando, sin duda. La pierna de ella se reflexionó como acto reflejo, quedando enlazada a la que teníaencima, Henry metió su mano debajo de la falda, recorriendo de la pantorrilla hasta el muslo y subiendo al borde del glúteo. Elizabeth arqueó la espalda al sentir su mano fuerte y caliente sujetando su muslo.
Gracias a los rápidos movimientos, el corpiño de su vestido aflojó un poco mostrando la parte superior de sus grandes pechos. Henry soltó el cuello y poso su boca en el profundo escote, alternaba sus labios con su lengua sobre la piel de los pechos a los que casi se les asomaba el pezón.
–Mi Señor... Majestad...
–Silencio, solo por ahora no digas ninguna palabra.
Él soltó el escote, dejando el pecho derecho al descubierto. Ella se miró con susto esa zona desnuda de su cuerpo, no había estado así ante ningún hombre. Al instante su marido pasó la lengua en el pezón haciéndola estremecer y gemir, al mismo tiempo que su mano viajó del muslo hasta el glúteo pellizcando y arañando la piel.
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Comments
Amelia Navas
🥳 sensacional
2023-07-07
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