Capítulo V: Reina de Inglaterra.

Él día de la coronación de Elizabeth tuvo lugar un primaveral día de mayo de 1483. Él rey encargó que fuera un evento por encima de lo alto y que el pueblo no olvidara.

Elizabeth fue engalanada con vestido de color dorado en seda, con bordados de pedrería en él corpiño y la falda. Su cuello se adornó con un collar de esmeraldas y perlas, con aretes a juego.

Fue conducida en litera desde él palacio a la catedral, mientras él pueblo gritaba su nombre y dejaba caer pétalos blancos. Música, bufones y escoltas de caballería acompañaron la procesión.

A la entrada de la catedral fue recibida por él arzobispo, él caminó delante de Elizabeth hasta él altar donde estaba él trono. Se sentó acomodando su capa de satín, se le puso él anillo real, recibió él cetro real con la cruz y, él mismo arzobispo puso la corona real sobre la sien colorina de la Reina de Inglaterra.

Con una corona de diamantes, zafiros y diamantes sobre su cabeza, levantó su frente y escuchó él unísono de la congregación: ¡Dios salve a la Reina Elizabeth!

Él banquete de coronación era magnífico, comida y vino estaban a la orden de los cortesanos. Había baile y actos teatrales de comedia y dramas históricos. La familia York nuevamente estaba presente en pleno, la madre y las hermanas de la Reina se sentaron en uno de los lugares principales de la mesa. Él rey anunció que Elizabeth Woodville y sus hijas vivirían en él Palacio de Hetford, afuera de Londres, temía que la influencia de la reina viuda fuera perjudicial para Elizabeth, por eso optó por alejarla.

—Ya eres la Reina de Inglaterra ¿estás satisfecha?– interrogó él rey– Todo esto fue para ti.

—Es un banquete magnífico. Me siento halagada…

—¿Eso es todo lo que dirás? Esperaba que te mostraras satisfecha y al menos con una sonrisa, pareciera que fueras reina de un enemigo.

—Tampoco comparto él trono con aliado. Ahora mandas a madre a mi madre fuera de Londres, no podré verla como antes ni a mis hermanas. Así que no esperes que me muestre complacida.

—Pienso lo mismo- pronunció esas palabras para provocarla- para mí no es un inmenso placer estar a tu lado en este momento. Pero debemos jugar nuestro papel- agarró con fuerza la mano de la reina- al menos cambia la expresión de tu rostro.

—¿Crees que tengo mal genio? Por favor, suelta mi mano, no me gusta que me la tomes- Elizabeth forcejeó para liberar su extremidad

—Sonríe querida que viene él embajador de Francia. Simulemos ser una pareja feliz.

Elizabeth siguió él juego durante toda la recepción. Henry no le soltaba la mano por más que tratara de soltarse. Apenas pudo saludar a su madre, porque en cuanto se levantó su silla, él rey la siguió y sólo le pudo dar un abrazo y escuchar al oído las palabras de su madre: "Nunca olvides quien eres".

En la mañana del siguiente día, Elizabeth estaba con Beth jugando una partida de ajedrez. La reina mandó a salir a las otras damas de compañía. 

—Beth, voy a empezar a investigar lo que sucedió con mis hermanos en la Torre, no quiero exponerte pero voy a necesitar tu ayuda. Tengo un plan para despistar al Rey, Lady Margaret y sus espías, incluso al tío Jasper.

—Por supuesto Su Majestad, usted siempre contará con lealtad. Puede confiar plenamente en mí.

—Perfecto. Él plan es: quiero instalar un comedor para los más desposeídos y necesitados, hay mucho que se desperdicia en la corte y en las cocinas. Mientras salga esté haciendo esta obra, podré ir a la Torre en secreto y empezar a investigar. 

Beth expresó preocupación en su rostro y detuvo la partida que iba a jugar, aunque su señora era la Reina de Inglaterra, sólo era una chica de 21 años y lo que se proponía hacer podría ser peligroso.

—¡Mi señora eso es peligroso! ¡La pueden acusar por traición!

— Lo sé Beth– suspiró y estuvo en silencio unos segundos– Es mi deber como reina ayudar a quienes padecen hambre y, también es mi deber como hermana investigar y vengar la muerte de Edward y Richard.

Elizabeth se tomó la frente, tenía ganas de llorar; recordó la promesa que se hizo a sí misma de enfriar su corazón y convertir su alma en metal. Beth le cogió la mano libre como un acto de amistad.

— Sé los riesgos querida Beth. No tengo miedo y tú, tampoco debes temer. ¿de acuerdo?

—Sí Majestad– asintió con la cabeza– puede contar conmigo. Usted me inspira valor. Estoy segura que logrará su venganza.

—Excelente. Podré cumplir él deber hacia mi reino y mi familia. Y ya sé cómo manejar al Rey, él es feroz y aguerrido, pero yo soy astuta y sigilosa como las serpientes; voy lentamente para obtener mi objetivo. Esa es mi ventaja sobre él. Además soy la Reina de Inglaterra– esbozó una sonrisa de complacencia y convicción.

Cuando el Rey se enteró de las obras caritativas que la Reina estaba realizando hacía ya dos semanas, en un principio se molestó ya que ella no le había comentado nada ni solicitado su permiso para sacar la comida de palacio. Por otro lado estaba agradado que Elizabeth ejerciera como monarca consorte, eso significaba que no estaba tan molesta con el matrimonio y existía la posibilidad de dejar en nada ese maldito trato hecho en la noche de bodas... o al menos eso es lo que Henry creía.

Había una persona que no estaba en lo más mínimo contenta con las obras de la Reina. Lady Margaret consideraba humillante para la Familia real y la dinastía que la propia consorte saliera a dar comida a las pordioseros.

—¿Cuál es tu afán en hacer este tipo de cosas Elizabeth? ¿Pretendes mandar él nombre de la dinastía? o ¿Humillar al Rey?

Elizabetht no contestó nada, mientras él Rey estaba sentado en su trono y al frente de él por él lado izquierdo estaba su madre y Lady Anna Stanley, quien asentía con la cabeza todo lo que decía Lady Margaret.

—La Reina no ha hecho nada errado Lady Margaret– enfatizó Jasper Tudor– sólo ha cumplido con su deber de buena cristiana, no veo porque la quiere mal frente a Su Majestad. ¿O al Rey le parece que hacer obras de bien está mal?

Henry miró a su tío y luego a su esposa, se tomó un tiempo en escoger las palabras.

—Una Reina no hace nada de eso. Debería estar preocupada en darle un heredero al Rey y apoyarlo. Puede enviar a otros en su nombre si quiere alimentar a esa gente inmunda.

–Mi Lady madre del Rey tiene razón– agregó Lady Anna– Su Majestad no debería exponerse al salir del palacio y andar por las calles.

–Mi Lady Anna, usted es pariente de la madre del Rey, me gustaría preguntarle ¿solicito mi permiso para hablar? ¿se lo concedí? No. Entonces no debió hablar, aunque esté presente sólo la familia del Rey y yo– Lady Anna agachó la cabeza avergonzada – Usted Lady Margaret, es una buena cristiana. "Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia" no dice así la Biblia, entonces ¿qué Biblia lee usted? y lo otro, que es más grave ¿qué cristianismo práctica usted si no ama a su prójimo como así mismo?– cuestionó la Reina.

Jasper Tudor sonrió por las interrogantes de Elizabeth. En su mente infirió: "Esta chica es y será una gran Reina, no cabe duda. Y no se dejará avasallar por nada".

Él Rey se levantó de su lugar, ante los persistentes reclamos de su madre solicitó que lo dejaran solo con la Reina. Lady Margaret se dio vuelta para salir de la sala del trono, sin antes dirigirle una mirada de desprecio a Elizabeth, la cual se la devolvió y después miró a su lado. Lady Anna sólo hizo una reverencia y se retiró sin dar la espalda.

–Tu también tío Jasper, por favor, permitenos hablar a solas.

Jasper Tudor se inclinó, se dirigió a Elizabeth, le hizo gestó de cariño en la mano y le guiñó él ojo, luego se retiró.

Elizabeth permanecía de pie, erguida y con la actitud que nada le afectaba, lo cual era cierto, los reclamos que la madre del Rey hacía le eran indiferentes, así también lo que él Rey tuviera para decir o hacer.

Henry se acercó a la Reina y le dirigió una mirada profunda. Su esposa no se la devolvió. Ahora él marido empezaba a darse cuenta cómo era él carácter de su esposa, esta podía ser tan dura como la roca y fría como él mismo invierno.

—No me molesta que ayudaras a los necesitados Elizabeth, ni que ignores los consejos de mi madre. Me irrita que usaras eso como excusa para evitarme. Sí, ni creas que no me di cuenta que estas últimas semanas me haz esquivado, incluso te las nombro: no asistes a la misa de mañana, vas a la capilla sola después que me voy, tampoco participas de los festejos en la corte y te quedas en tus aposentos.

¿Acaso va a ser siempre así?

—Creo haberle dicho que este matrimonio es un trato nada más– elevó su mentón sin quitar expresión fría – Puede prohibirme salir si quiere, será en vano pues seguiré ayudando al prójimo.

—No voy a prohibírtelo– emitió una pequeña carcajada– Sólo voy a pedir algo a cambio: en tres días más es San Valentín, solicité una misa por los matrimonios de la Corte y, claro, por él matrimonio del Rey y la Reina de Inglaterra.

Tú, querida Elizabeth tendrás que venir conmigo ¿Acaso hay otra que sea Reina de los ingleses?

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