—Mi señora, el Palacio de Greenwich está tal cual lo dejamos cuando salimos de aquí. Había olvidado lo hermoso que es.
—Así es Beth. Aquí vi a mis hermanos por última vez —por un instante la inundó la melancolía —pero aquí mismo empezaremos a averiguar qué fue lo que sucedió con ellos. Pronto descubriré la verdad.
Elizabeth se paseó la habitación que tenía tapizados bordados de lino, una chimenea con incrustaciones en bajo relieve y un espejo con marco de oro.
—Mi lady, me enteré de que Lady Margaret está ocupando los aposentos de la reina. ¿Se los va a pedir?
—Aún no, dejemos que la madre de su majestad goce de los lujos de la realeza. Después de todo, no está acostumbrada a ello.
Ambas estaban riendo cuando se abrió la puerta y entró la misma persona que era el motivo de las carcajadas con un grupo de damas
—Buenos días, Lady Margaret– Elizabeth permaneció quieta en su silla con Beth a su lado.
—Buenos días. Debes levantarte e inclinarte cada vez que estés frente a mí, me llamarás Su Alteza, mi lady madre del rey y tomarás mi mano para solicitar mis bendiciones.
Elizabeth arqueó una ceja al no encontrar razón para acatar tales exigencias.
—Querida Elizabeth, ahora eres mi hija y yo soy tu madre, me debes honrar como tal.
—Se equivoca usted, me temo. Yo ya tengo una madre y aún está con vida, gracias al cielo. A la única que le debo honra es a Elizabeth Woodville, reina viuda y mi madre.
Lady Margaret caminó hasta donde Elizabeth estaba sentada, quería reprenderla por sus palabras.
—¿Cómo te atreves a hablarme así, muchacha insolente? ¿Acaso no sabes quién soy yo? Soy la madre del rey.
— Al parecer la que no sabe quién soy yo es usted Lady Margaret. Nací como hija legítima de reyes, soy princesa de este reino, no una de sus damas. El linaje regio corre por mis venas, a diferencia suya.
—Niña petulante. Venía aquí para mostrarte a las mujeres de la corte que serán tus damas de compañía. En especial quiero presentarte a una– tomó a una de las mujeres la acompañaba de la mano– ella es Ana Stanley, alguien muy especial y cercano para el rey.
Elizabeth percibió que lo que su suegra trataba de hacer era irritarla, más no le afectó, sino más bien la tranquilizó. Había una persona que ya ocupaba el corazón del rey, así que ella podría estar en paz, Su Majestad nunca no la buscaría como mujer ni cultivaría sentimientos por ella.
Ana había estado muy unida a Henry Tudor cuando este estuvo en él exilio en Francia, junto con su Jasper, de ahí que ella era su amiga y en reiteradas ocasiones su amante. Ana era hija del cuñado de Lady Margaret, Sir William Stanley. Tenía el cabello largo de color negro, unos finos ojos marrones, un rostro alargado y piel pálida.
— Un placer Lady Ana– Elizabeth esbozó una sonrisa de satisfacción– Le agradezco la molestia Lady Margaret, pero no necesito tantas damas de compañía, siempre tuve pocas que eran leales y eficientes, Beth es una de ellas.
—Entiendo. No obstante, este es el palacio Tudor y no queremos espías York– Lady Margaret fue categórica – el rey necesita de personas leales a él
—Beth se queda. No piense ni por un instante que puede darme órdenes…
—Aún no has sido coronada reina y estás mandando a todos. Yo soy la madre del rey con una misión divina
—Usted no pasa de una persona de baja nobleza y sin linaje. Y esta es la última vez que está de pie frente a mí, porque después deberá inclinarse.
El Rey estaba entrando a la habitación cuando escuchó la última frase de la discusión. Todas se inclinaron. Lady Margaret se abalanzó a los brazos de su hijo, llorando sin parar.
—Mi rey, hijo mío, tu esposa me ha insultado y humillado frente a sus damas de compañía. Es evidente que no me respeta y no lo hará jamás –sollozó la veterana madre.
Elizabeth no hizo ninguna reacción, era obvio que pasaba de un berrinche y una táctica de manipulación de su suegra; se limitó a analizar hasta dónde era capaz de distorsionar los hechos.
Henry abrazó a su madre que no paraba de llorar, no era muy apegado a ella, pero no le gustaba verla llorar. Dirigió su rostro con rabia hacia su esposa en señal de reproche. Mientras Jasper Tudor llegaba a la habitación, por el alboroto que se había armado afuera.
—Anna por favor, llévate a mi madre y que le hagan una infusión de hierbas para calmarla– la dama acató la orden y tomó a la mujer por la espalda y salió
—¿Cómo osas insultar a mi madre? Ella ahora es tu madre también y tu suegra, le debes respeto y aceptar sus bendiciones. ¿Qué puedes decir en tu defensa? ¿Te gusta ser insolente con los demás?
—Su Majestad ya decidió quién es la persona culpable, no tengo nada que decir al respecto. Solamente agrego esto: únicamente acepto las bendiciones de mi madre, de nadie más.
—No oses provocarme Elizabeth. O tomaré medidas que no te gustarán– sentenció él rey y salió de la habitación.
Jasper Tudor, se acercó con respeto a Elizabeth y se arrodilló ante ella.
—Mi lady, soy Jasper Tudor, tío y casi un padre para el rey. Le pido disculpas si ha pasado un mal rato, sé que la madre del rey es difícil de tratar.
–No tiene que disculparse mi señor. Ya me di cuenta cómo es ella.
Jasper se levantó y tomó la mano de ella con delicadeza.
—Por favor, llámame tío Jasper. Eres la esposa de mi sobrino, por ende tú también eres mi sobrina y parte de mi familia.
—Nadie es mi familia aquí– suspiró Elizabeth– Tenía dos tíos, uno fue decapitado por traición y él otro… bueno, ambos sabemos qué pasó con él, ¿no es verdad? Pero no tendré problema en llamarlo tío, tío Jasper.
El veterano sonrió con gusto y ella le devolvió la sonrisa. Elizabeth supo que tendría una persona en quien confiar y recibir afecto, su madre no viviría con ella en palacio y estaría sola. Jasper Tudor era honesto y valoraba a la familia por sobre todas las cosas, al notar la respuesta franca de su ahora sobrina al rey, notó que ella era una mujer inteligente y auténtica.
Jasper conocía muy bien a Henry, sabía que más allá de la unión dinástica, estaban surgiendo sentimientos profundamente ocultos en el interior de su sobrino, por su esposa, aunque pretendiera negarlo o disimularlo. Él tío iba a procurar por todos los medios que nadie se entrometiera entre Elizabeth y Henry, incluso si tuviera que enfrentarse a Lady Margaret o los mismos cónyuges del matrimonio.
—Siempre cuenta conmigo Elizabeth, ve en mí a un miembro de tu familia. Mi consejo no busques discutir con Henry siempre, no está acostumbrado a que una mujer le responda o lo cuestione.
Elizabeth soltó una pequeña carcajada y dirigió una mirada de malicia a su tío.
—Percibí eso, tío. No es mi intención ganarme el favor del rey, mucho menos su confianza. Únicamente estoy aquí como reina, él puede estar con las mujeres que quiera y sean sumisas a sus órdenes y deseos, incluso puede amarlas. Yo no soy como ellas, tengo orgullo y dignidad.
–Querida niña, si observaras un poco más allá de lo que Henry dice, te darías cuenta de que hay una sola mujer que capta su atención.
— ¿Y quién sería la afortunada? ¿Lady Ana Stanley o alguna otra?– preguntó Elizabeth en completa ignorancia.
Jasper solo soltó una risa. No podía creer que con lo inteligente, astuta y analítica que era Elizabeth, no notara las miradas de deseo que le lanzaba Henry cada vez que la tenía en frente. Dedujo que el coraje y el orgullo no permitían que se diera cuenta lo que provocaba en el Rey; más temprano que tarde acabaría por descubrirlo. Por otro lado, se sintió satisfecho que su sobrino tuviera una mujer como Elizabeth a su lado: con un carácter fuerte, directa y sin la menor intención de buscar agradar a su marido o al resto de la familia. Ella era muy distinta, pero justo lo que Henry necesitaba.
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