19-

Dos días después entró Iván a la habitación de Luz por la noche. La chica se fingió dormida y agradeció al cielo haber esperado para salir a explorar los pasadizos. El hombre se paró frente a la cama y la sacudió sin contemplaciones.

Luz abrió los ojos fingiendo que le costaba despertarse. Vio a Iván e hizo un esfuerzo por levantarse y arrodillarse junto a la cama.

- Señor Mío.

La chica se mostró servil ante el hombre. Debía ser cuidadosa con su actuación.

- Escribirás una carta ahora.

- Como ordenes, Señor Mío.

Luz se puso de pie con dificultad. Por su mente pasaban frenéticas las ideas para evitar escribir la nota. Si lo hacía, estaría condenada.

- Siéntate en el escritorio y escribe lo que te diga.

- Sí, Señor Mío.

Luz tomó la pluma con dificultad y produjo un manchón en la hoja que Iván le había puesto enfrente. El hombre se enfureció y le dio un golpe a la mujer con el látigo, rasgándole el fino camisón y dejándole una herida roja punzante en la piel. Luz no pudo evitar las lágrimas, pero no dijo una palabra.

Iván cambió la hoja frente a la chica y dijo:

- Escribe con cuidado, perra. Mi látigo tiene sed esta noche.

- Sí, Señor Mío.

- Empieza así: Esposo...

Luz escribió con mano temblorosa haciendo las letras irregulares y manchando otra vez el papel.

- ¡Lo estás haciendo a propósito!

El grito del hombre asustó a la chica que comenzó a derramar lágrimas calientes. Iván cambió nuevamente el papel y se paró frente a su esposa. La tomó de la barbilla provocándole un fuerte dolor, obligándola a que lo mire a los ojos. Se encontró con la mirada vacía de ella.

- Escribe, perra.

- Escribo, Señor Mío.

Iván le comenzó a dictar de nuevo.

- Esposo: esta noche me marcharé con mi amante.

Luz fingió esforzarse por escribir, pero volvió a hacer las letras irregulares. La ecritura que logró no se parecía en nada a la verdadera de ella.

- ¡Maldita perra! ¡Me estás desafiando!

Luz lo miró con expresión vacua. Prefería que la matara a golpes con el látigo que escribir esa carta. Iván, enfurecido, la arrojó al suelo y comenzó a golpearla nuevamente. Luz sostenía su vientre para que no fuera dañado y aguantaba todo sin emitir un sonido.

- Eres demasiado idiota. Tendremos que reducir la dosis.

Arrojó el látigo al suelo y se marchó de la habitación. La chica se quedó tirada en las frías baldosas sin poder levantarse.

Estuvo tirada en el piso frío toda la noche. A la mañana no apareció en la cocina por lo que Iván fue avisado. Entró en la habitación destilando furia y la encontró en la misma posición que la había dejado el día anterior y volando de fiebre. El médico fue llamado y sus heridas atendidas.

- Majestad...

- Habla.

- Creo que está siendo excesivo con las correcciones a su esposa. Si continúa de esta manera la matará, o peor aún, matará al niño.

- Para eso te pago a ti: para que mantengas vivo a ese crío.

- Y hasta ahora lo he hecho. Pero…

- Pero nada. Se te abona una pequeña fortuna por mantener a la perra sucia con vida y para que te calles la boca. Así que, cierra el hocico y trabaja. Déjame a mí que decida cuánto castigo es necesario.

El médico se inclinó respetuosamente.

- Comprendido, Majestad.

Se dio vuelta y continuó desinfectando las heridas de la mujer. Estaba desnutrida y llena de moretones. Pero el corazón del bebé sonaba fuerte y claro en el vientre.

Luz despertó tiempo después aturdida y con la boca seca. Intentó incorporarse y la espalda le reclamó el movimiento. Sentía los miembros pesados.

Procuró sentarse nuevamente y esta vez lo logró. Miró a su alrededor y vio que estaba en su habitación, en su cama. Miró confundida pues recordaba haber quedado tirada en el piso sin poder moverse.

Se puso de pie y la atacó un mareo. Tenía mucha sed. Necesitaba agua urgentemente. Además no había comido nada en todo el día antes de la paliza y no tenía ni idea cuánto tiempo había pasado inconsciente.

Esperó con los ojos cerrados a que su cabeza dejara de dar vueltas para acercarse al baño por un vaso de agua, cuando escuchó que la puerta se abría.

- Señora. No debería levantarse aún.

El médico se acercó a la cama y la ayudó a acostarse nuevamente.

- Agua.

La voz le salió rasposa y le hizo doler la garganta.

El galeno le trajo un vaso con el precioso líquido. Ella lo bebió con avidez.

- Despacio, Señora. Le caerá mal si toma de esa manera.

Luz lo ignoró y bebió hasta la última gota. Dejó el vaso en la mesa al lado de la cama y encaró al médico.

- ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

- Tres días.

Luz asintió e intentó levantarse nuevamente. El médico intentó impedírselo.

- Señora, debe hacer reposo.

- Si estuve tres días desmayada, hace cuatro días entonces que no como nada.

- Haré que le traigan algo.

- Nadie vendrá. No finja que no sabe cómo son las cosas aquí.

El médico agachó la cabeza avergonzado.

- Disculpe, Señora. Pero tendré que avisarle al Príncipe Iván si no obedece.

- De acuerdo. Vaya y ládrele a su amo.

La mujer se acomodó en el lecho y ya no le hizo más caso al médico. Tenía hambre, mucha hambre, pero hasta que el molesto facultativo no se fuera de la habitación no podía abrir el pasadizo para comer algo.

Luz se quedó mirando el techo.

Aparentaba serenidad por fuera, mientras que su mente era un frenético torbellino tratando de hablar la forma de salir de ese brete. El médico tardaba alrededor de ella hablándole de vez en cuando. La mujer lo ignoraba y se negaba a contestar.

Al cabo de un rato, una sombra se proyectó sobre ella. Miró lentamente hacia ese lugar y descubrió a Iván mirándola con odio.

- Veo que te despertaste. Ahora podrás escribir.

Luz volvió a mirar el techo sin responder.

Con un rugido, el hombre la tomó del cuello y comenzó a ahorcarla al tiempo que gritaba:

- A mí no me ignoras, sucia perra. ¡Soy tu amo y me debes obediencia!

Luz lo miró con los ojos desorbitados por la asfixia. Su rostro comenzaba a ponerse negro y sus pulmones hacían un esfuerzo extremo por coger aunque sea una bocanada de aire.

- ¡Su Majestad!

El médico se apresuró a calmar a Iván.

- ¡Si la mata, todo sus esfuerzos serán en vano!

Iván siguió apretando un poco más, hasta que de golpe soltó a la mujer y la arrojó con furia al piso. Luz, con los ojos llenos de lágrimas, intentaba frenéticamente de llenar sus pulmones de aire. Cada bocanada era como tragar una llamarada de fuego.

- Te dejaré, por ahora. Pero firmarás esa carta cómo sea. Aunque deba despellejarte viva para lograrlo.

Salió de la habitación golpeando la puerta, dejando solos a la mujer y al médico.

- Señora…

El galeno intentó ayudar a la mujer a pararse, pero ésta lo rechazó con un manotazo. Un rato después pudo regularizar su respiración, pero aún le dolía la garganta para tragar. Logró ponerse de pie y se acercó al espejo. Lo que vio la asustó: su piel tenía un color ceniciento. Las mejillas hundidas les daban el aspecto de un cadáver. El ojo derecho se hallaban inyectado de sangre y un moretón negro, verde y azul lo rodeaba.

Revisó su cuello y vio las marcas rojas del reciente intento de asesinato. Supo con certeza que las cosas empeorarían de ahora en adelante. Pero no podía firmar ese documento. Prefería la tortura de Iván que la otra: la de ser tocada y poseída por muchos hombres.

Tenía que encontrar la salida inmediatamente. No importaba que aún estuviera débil y que la fiebre no haya remitido del todo, está noche buscaría en pasadizo que la lleve a la libertad o a la muerte. Estaba decidido.

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