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Por la mañana la despertaron las mucamas que venían a ayudarla a prepararse. La vieron levantarse dolorida y caminar con pasos cortos y tambaleantes. Se rieron bajito, pensando en lo apasionada que había sido la noche para que ella quedara en ese estado.

Se dirigió al baño agarrándose de los muebles. Las sirvientas retiraron la sábana y la doblaron cuidadosamente. Les pareció que la sangre era demasiada, pero no había ninguna norma respecto a cuánto debería sangrar la mujer en su primera vez.

Luz se metió en la bañera como pudo y trató de relajarse. El dolor era demasiado. Probablemente Iván le había hecho mucho daño. Quiso contener las lágrimas cuando recordó el desprecio en la voz de su marido la noche anterior. Entendía que no había estado a la altura. Nanny le avisó que dolería, por lo que debió haberse preparado mejor.

Salió de la bañera porque el agua estaba fría ya. Se dirigió a la habitación envuelta en una toalla y permitió a las doncellas que la ayudaran a cambiarse. Se vistió con un vestido sencillo e hizo el esfuerzo de recorrer el camino hasta el comedor para desayunar con su marido. La sorprendió ver que no había nadie en el lugar. Preguntó a las sirvientas por Iván pero nadie supo darle información sobre él. Desayunó sola y en silencio rumiando sus oscuros pensamientos.

Terminó de comer y se puso de pie con esfuerzo. Se dirigió a la habitación y se tendió en la cama a descansar.

Pasó las horas mirando el techo, reflexionado en cómo debía actuar desde ese momento.

Pidió que le trajeran el almuerzo a la habitación y comió nuevamente sola. Desde la noche anterior no tenía noticias de su esposo y eso la desconcertaba un poco.

Terminó de almorzar y se volvió a acostar. Durmió toda la tarde hasta que le trajeron la merienda. Se levantó de la cama sintiendo que el dolor había remitido un poco. No tenía apetito pero se obligó a comer. Se sentía sola y abandonada. No entendía qué es lo que estaba pasando.

El atardecer dio paso al crepúsculo y las doncellas vinieron a ayudarla a prepararse para la noche. La vistieron esta vez con un camisón corto muy revelador. Cuando ella quiso decir algo al respecto le dijeron que eran órdenes de su esposo. Que él lo había elegido especialmente para ella.

Las mucamas se retiraron y ella quedó sola en la semipenumbra de la habitación. Escuchó unos pasos afuera y comenzó a temblar convulsivamente.

Iván entró en el cuarto quitándose la chaqueta. La vio sentada en la orilla de la cama y le ordenó que se parara para poder verla. Su mirada, más que amor, reflejaba asco y desprecio. Ella entró en pánico y se apresuró a decirle:

- ¡Te juro que no gritaré esta vez! Solamente es que anoche no estaba preparada.

- Cállate la boca. No me vengas con estupideces. Acuéstate en la cama y prepárate.

Iván se metió en el baño y ella se acostó boca arriba. Esperando su regreso a la habitación.

La noche fue una repetición de la anterior. Solo que esta vez ella no gritó. Pero se desmayó por el dolor antes de que su marido se retirara. Lo último que vio antes de perder la conciencia fue el asco en la mirada de él.

Al otro día no pudo levantarse de la cama. Su cuerpo le dolía enormemente, pero más le dolía el corazón. No entendía cómo ese gentil muchacho que la había acompañado durante todos estos años pudo convertirse en esa bestia que la había torturado las noches anteriores. Concluyó que era culpa de ella y se resolvió a ser una mujer modelo para su marido a partir de ahora.

Con esta resolución tomada intentó levantarse de la cama pero le fallaron las fuerzas. Las mucamas vieron que había sangre nuevamente en las sábanas y se apresuraron a llamar al doctor. Ella, muerta de vergüenza no le permitió revisarla y sólo le comentó los síntomas. Al final el facultativo le entregó un ungüento y le aconsejó no tener relaciones por unos días.

Cuando el médico se marchó ella quedó preocupada. Era su deber conyugal complacer a su marido, ¿cómo podría negarse a que él la poseyera? Además, ya la miraba con desprecio. No quería arriesgarse a decepcionarlo más.

Se colocó el ungüento y se volvió a acostar. Con temor esperó a que llegara la noche y su esposo la visitara.

Después de la cena se preparó para recibirlo. Se acostó boca arriba en la cama y sufrió en silencio el desgarrador dolor que la pasión de su marido le provocaba. Esta vez no gritó ni se desmayó, pero no pudo evitar que un par de lágrimas se deslizaran por la comisura de sus ojos. Iván terminó y se fue, esta vez sin siquiera mirarla.

Así pasaron uno tras otro los días y se hicieron semanas y las semanas, meses. Esa se convirtió en su rutina diaria.

Cuando al fin pudo levantarse de la cama retomó su función de administradora del palacio y sus clases para asumir el poder. Eso le ayudaba a no sentirse tan sola y abandonada. Veía a su esposo solo por las noches ya que durante el día nunca estaba en casa. Pero no se animaba a interrogarlo por miedo de ver nuevamente esa terrible mirada de desprecio que le había dirigido más de una vez.

Su padre de vez en cuando venía a visitarla. Ella fingía que todo estaba bien y que era inmensamente feliz. No quería preocuparlo y que por ello regañara a Iván. Temblaba de solo pensar en la reacción del hombre si eso sucediera.

Por fin, luego de un tiempo, se empezó a sentir mareada y descompuesta por las mañanas. Tenía mucho sueño y algunos olores le daban náuseas. El diagnóstico del médico era que estaba embarazada.

Con inmensa alegría esperó a su marido esa noche para contarle la nueva noticia. Solo consiguió una mirada desinteresada y un comentario mordaz sobre el tiempo que le había llevado preñarse.

- A partir de ahora no volveré a tocarte. No vaya a ser que lastime al bebé en tu vientre.

Con eso, se dio media vuelta y se fue dejándola sola. Ella, desconcertada, no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a caer.

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