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La fiesta terminó para ella. Nanny y las doncellas vinieron a buscarla para prepararla para la noche de bodas. Le quitaron el vestido de novia y lo doblaron con esmero. Luego de bañarla la vistieron con un camisón semitransparente que la llenó de vergüenza. Luego se retiraron y la dejaron sola aguardando a su esposo.

Se sentó en la cama a esperar hasta que finalmente se escucharon pasos en el pasillo. La puerta se abrió con un golpe e Iván entró en la habitación con una expresión sombría en el rostro.

- Esposo…

El hombre la silenció con un chistido.

- No hables, mujer. Terminemos rápido con esto.

La noche fue una repetición de la que había vivido en su sueño. Sólo que ahora estaba preparada para lo que vendría y no gritó ni trató de resistirse, aunque no pudo evitar que gruesas lágrimas rodaran por su rostro.

El hombre terminó, se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. Antes de marcharse se giró y le dijo:

- Me gusta que seas obediente y sumisa como un perro. Si sigues así, no necesitaré patearte como a uno.

Abrió la puerta y salió de la habitación sin mirar a la pobre mujer que tendida en la cama lloraba de dolor y humillación.

Por la mañana la despertaron las mucamas que venían a ayudarla a prepararse. La vieron levantarse dolorida y caminar con pasos cortos y tambaleantes. Se rieron bajito, pensando en lo apasionada que había sido la noche para que ella quedara en ese estado.

Luz se metió en la bañera como pudo y trató de relajarse. El dolor era demasiado. Probablemente Iván le había hecho mucho daño. Quiso contener las lágrimas cuando recordó el desprecio en la voz de su marido la noche anterior. Era exactamente como lo recordaba en su sueño. Supo ahora que sus noches serían un infierno de dolor y humillación.

Salió de la bañera porque el agua estaba fría ya. Se dirigió a la habitación envuelta en una toalla y permitió a las doncellas que la ayudaran a cambiarse. Se vistió con un vestido sencillo e hizo el esfuerzo de recorrer el camino hasta el comedor para desayunar con su marido. No le sorprendió ver que no había nadie en el lugar. Preguntó a las sirvientas por Iván pero nadie supo darle información sobre él. Desayunó sola y en silencio rumiando sus oscuros pensamientos.

Pasó el día y, al llegar la noche, escuchó los pasos de su esposo en el corredor. Comenzó a temblar convulsivamente cuando el hombre entró al cuarto quitándose la chaqueta.

- Quítate esa porquería y acuéstate con las piernas abiertas.

Luz obedeció mientras Iván se metía al baño. Miró al techo aterrorizada pues sabía que lo que vendría sería peor que la noche anterior.

El hombre terminó, se puso de pie y salió de la habitación sin decir nada. Luz quedó en el lecho sin poder moverse. Luego de un rato pudo ponerse de pie y fue al baño. Vomitó todo lo que había comido. Se higienizó con una sensación de asco. Podía sentir el desdén del hombre al poseerla. Más que un acto de amor, parecía que estaba cumpliendo a desgana con su deber.

Se dirigió al lecho conyugal y volvió a dormirse sola.

Al otro día no pudo levantarse de la cama. Su cuerpo le dolía enormemente, pero más le dolía el corazón. No entendía cómo ese gentil muchacho que la había acompañado durante todos estos años pudo convertirse en esa bestia que la había torturado las noches anteriores.

Las mucamas llegaron y, al ver sangre en el lecho nuevamente, llamaron al doctor. Ésta vez se dejó revisar por el facultativo. El médico le dio un ungüento y se despidió sin decir nada. Luz, llena de vergüenza, se dirigió al baño y se lo colocó sintiéndose aliviada.

Así pasaron varios días. Una silenciosa Luz deambulaba por el palacio administrando a la servidumbre sin que nadie le hable ni la consuele. Su esposo solo aparecía por las noches a poseerla sin siquiera emitir una palabra y eso era lo que más la angustiaba.

Ya no sentía dolor, pero sí asco y vergüenza.

Su padre de vez en cuando venía a visitarla. Ella fingía que todo estaba bien y que era inmensamente feliz. No quería preocuparlo y no quería que regañara a Iván. Ella, a pesar de todo, seguía enamorada.

Luego de un tiempo comenzó a sentirse mareada y descompuesta por las mañanas. El diagnóstico del médico fue que estaba embarazada. Se lo comunicó a su esposo esa noche y, tal como recordaba, este se retiró de la habitación diciéndole que no volvería a aparecer.

Se sentó en la cama con una mezcla de emociones en el corazón: por un lado tristeza porque ahora estaría más sola. Pero por el otro alivio porque ya no sería abusada y humillada por las noches.

Estaba por levantarse de la cama cuando de pronto sintió un click casi imperceptible. Se asustó y se quedó quieta un momento tratando de definir de dónde venía el sonido. Vio que la llama de la vela vacilaba levemente, como si una corriente de aire la estuviera moviendo. Se puso de pie y tomó el candil para buscar el origen del flujo de aire. Se acercó a la pared y movió uno de los pesados tapices que la recubrían. Pudo ver una pequeña rendija en la pared.

Sonrió cuando se dio cuenta de que se trataba. Cuando era niña había descubierto una red de pasadizos secretos que conducían a distintas habitaciones del palacio real. Nunca se había adentrado demasiado en ellos por miedo a perderse, pero sabía que eran una red complicada que recorría todo el complejo.

Con la vela en la mano se internó en el pasadizo y avanzó unos pasos. No podía creer que en este palacio también hubiera uno. Miró alrededor y se dio cuenta de que los pasadizos eran iguales a esos en los que ella jugaba de niña. Gruesas telarañas y una profunda capa de polvo cubrían el lugar. Estornudó un par de veces y decidió salir de inmediato. No fuera a perderse.

Salió del túnel, lo cerró bien y reacomodó el tapiz en su lugar. Se cambió de ropa y limpió la tierra y las telarañas para que nadie sospechara nada. A partir de hoy ese sería su secreto.

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