Un desagradable descubrimiento

Me parece que primero tengo que ver si lo he comprendido. – sonrió.

Cogió su cuchillo y rajó el vestido de su novia. Ella respiró hondo de golpe. Por fin. Vio como sus brazos no tenían la más leve cicatriz, pero eran fuertes. En su omoplato encontró una cicatriz característica de pelea, pero no era grande. Sus pechos tenían una herida hecha por un puñal en medio, pero no había sido mortal. Su abdomen estaba plano y duro, pero no extremadamente fuerte. Luego la giró. Y ahí, en la espalda si tenía más cicatrices. Las tocó todas mientras con una mano sostenía su cuello. Luego miró el tatuaje de las Gunidani de su hombro. – Por ahora sé que eres una gran luchadora, que ha perdido pocas peleas, y tenido grandes batallas- dijo tocando su herida del pecho. - Y sé, que eres una Gunidani.

- Era. – corrigió.

- Si, ahora eres mi esposa. – dijo sin soltarle el cuello- Y no quiero que se te olvide.

- Sigue. Ahora tocan las piernas.

- Mmm- miró desde arriba- me dicen que eres una persona ágil, dijo mirándolas como si las analizara- ella sonrió. Él se dio la vuelta- y diría, que montas muy bien a caballo- dijo tocando su culo.

- No está mal. Terminaré de enseñarte- dijo. Le bajó la ropa interior mirándole a los ojos. Por eso tardo en darse cuenta de por qué le sonaba Nemir. De repente lo vio y se levantó sorprendida.

- ¿Qué? - dijo sin comprender. Por alguna razón notaba que algo estaba a punto de cambiar, y no parecía que para bien. ¡Ya estaban casi desnudos!

- Ya sé porqué me sonaba tu cara. No has cambiado tanto.

- ¿Perdón?

- A, tú aún no has caído. – se quitó la ropa interior y de repente la vio. La marca de la cadera. No podía ser. No podía ser. ¡IMPOSIBLE!

Saundarya vio su cara.

- Hola Aston el terrible – sonrió

- ¿Daya? - dijo a duras penas. No podía ser cierto. ¿Ella? ¿Y ahora era su mujer? ¡E incluso era una Gunidani! NO PUEDE SER, pensó. - ¿Cómo? – dijo a duras penas

- En esa época ya era Saundarya, pero no me gustaba. De ahí que me llamara Daya. – qué fuerte. – Jamás pensé que me casaría con el primer hombre a quien gané en combate.

- Tenía once años

- Y yo nueve, Aston el terrible. - le recordó- ¿Cómo llegaste a ser Nemir, el primer rey de Tarek?

Nemir se sentó. Luego se levantó y fue a su armario. Cogió dos botellas y le pasó una sin más.

- Bebe

- En esta ocasión creo que es buena idea. Pero empecemos por una- le dijo quitándole la botella. - Aston- sonrió.

- Nunca, nunca, nunca me vuelvas a llamar así. – dijo con mirada fría. Ella asintió.

- Vale. No quiero empezar así mi matrimonio. – dijo con las manos en alto, en muestra de paz. Pero por dentro se lo estaba pasando genial. ¡Su cara había cambiado radicalmente! ¡Cómo era la vida! Ella, la mujer que le había dejado marcada la cadera el resto de su vida, ella, la que le había ganado ante todos, ese día, ahora era su mujer.

Nemir cogió su botella tragando. No sabía que hacer. Recordó ese día. La última vez que perdió una batalla, cómo olvidar a esa cría. Daya. En realidad, no había sido una lucha casual, como pensaba ella. Tenía que matarla, era su orden. Pero pensó en divertirse con ella primero.

Bebió otro trago. Al principio, supo que ganaría, luego, pensó que lo haría, duraba bastante, pero después se dio cuenta de que iba perdiendo. Saundarya vio cómo se iba acabando la botella.

- ¡Para! – le dijo quitándole la botella

- Dios, me he casado con Daya.

- No- dijo molesta- te has casado con Iris Saundarya, primogénita de las tierras del Norte y reina de Tarek. – sonrió- En ese momento no era una Gunidani,

- ¿Si no estaría muerto? - sonrió

- Me refiero a que tú no eres…- había prometido no decirlo- ese chico, ni yo esa niña. – bebió. – ahora eres Nemir, no un idiota que se metió en una pelea sólo para intentar hacerse un hombre…

- No sabes nada de nada ¿e? Yo no te reté a esa pelea hace 10 años porque quisiera ser un hombre. Fue un encargo. – le quitó la bebida.

Ella se quejó e intentó recuperarla, pero Nemir era rápido y fuerte. – Yo tenía que matarte.

- ¿Ma…matarme? Si no era nadie.

- Tú lo has dicho. Pero eras la guerrera de Hécate. ¿Recuerdas?

- Si- reconoció. En esa época ella había aprendido con Hécate y defendía su honor.

- Asi que, si acababa contigo estaba más cerca de lograr sus tierras. Siempre he sido ambicioso- reconoció, mirando a su alrededor, con la botella en la mano. – y tú- señaló- me lo impediste. – pensó un instante- dos veces.

- ¿Dos veces? - dijo extrañada. Sólo recordaba una.

- Bueno, la primera vez no llegaste a verme. ¿Recuerdas el bosque de Leo?

- Si, es la zona más segura para ir de las tierras del norte a Raktam. Evitando los pasos para que no te cojan los Zajos.- los zajos habían sido diezmados.

- Supe que pasarías por ahí. Cuando te escapaste.

- ¿Qué paso?

- Que yo también era un niño. Y confié en que, si yo me pondría a cubierto en el primer lugar que encontrara, tú harías lo mismo.

- No fui al primer lugar porque al verlo me dio la sensación de que me esperaban- Recordó.

- Pues bueno, era cierto. – dijo cogiendo la segunda botella.

- ¿Vas a matarme? - comentó.

- No. No por esto, al menos. Tú eras mi forma de conseguir el reino, me lo dijeron…- de repente enmudeció. Tenía razón. El futuro sólo lo entiendes cuando es pasado. Saundarya no entendía nada. Se había quedado callado de golpe, y miraba a la botella, pero no la miraba.

- ¡Oye! ¿Estás conmigo? - dijo arrodillándose delante.

- Si…si- perdón.

- ¿Qué te ha pasado? Y dime la verdad soy tu mujer. – dijo completamente seria. La sentó de nuevo a su lado.

- Una vez tuve la suerte de conocer… un oráculo.

Saundarya se quedó impresionada. Había oído hablar de los oráculos. Incluso entre las Gunidani, había algunas que habían llegado ahí, por sus consejos. Eran extremadamente raros y difíciles de encontrar y generalmente, muy caros. Te explicaban cómo eras y te decían cómo podías lograr tus objetivos. Pero su historia era de un hombre de la nada, que había sido rey. ¿Cuándo había podido pagar un oráculo?

- Lo encontré – dijo bebiendo- de casualidad. Ni siquiera lo buscaba. Él me habló de una niña. Era muy pequeña, pero mi destino y el de ella ya estaban unidos. Sólo tendría tres oportunidades para conseguir mi sueño. Tres. – recalcó - Tenía seis años, no era muy esperanzador.

Ella tenía la posibilidad de darme lo que quería. La única hija de Elena de los Montes de Hierro, la futura reina de las Sombras. Saundarya se tapó la boca. Hacía quince años que nadie había hablado de ella. Su madre. Su difunta madre, que murió al año de nacer ella. Esa era la noche más increíble de su vida, y no sabía si para bien. ¿Y si descubría que ella no era Vera?

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Comments

FRH

FRH

Me encanta la historia está increíble.
Más capítulos por fis

2022-05-15

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