La prometida del rey

El joven rey, Nemir, sonrió. Tenía sentido. Por un robo nadie luchaba contra un guerrero hasta romperle el hueso. Ahí escondía algo el hombre. Enseguida el compañero de armas se dio cuenta del acierto, al ver cómo la expresión del culpable cambiaba. Había algo más oculto. Viendo que el rey parecía conforme, y dado que había aceptado la sentencia, le enseñó la segunda parte de la prueba. Si era capaz de ordenar latigazos, debería elegir con buen ojo el uso de el látigo.

- Bien. Como estipula la ley, usted decidirá qué látigo ofrecerá el castigo, en recompensa ante su apoyo al reino vecino.

Unos momentos más tarde entraba un hombre con látigos en la sala y los colocó encima de una manta. La joven se tomó su tiempo. En esto no era una experta, pero si era su hobby, y había sido testigo de muchas torturas y de las formas en que la carne se desgarraba de distintas formas. Miró todos y se decantó por uno de cuero trenzado, que parecía tener enganchados trozos de metal. El segundo lo cogió y miró con interés. Iba a hablar.

- Mañana tendrá la comida oficial con el rey, y decidirá si se comienzan las ceremonias. – el padre estaba cada vez más sorprendido. ¿Qué clase de doncella de alta cuna, no sólo elige latigazos, sino que, además, escoge látigo de sierra?

Nemir miró al rey vecino con repulsividad. Su hija era interesante, inteligente, pero él era un hombre rico común, con un reino casi tan estancado como su grasa. Odiaba a los reyes gordos y acostumbrados a la rutina de los cotilleos.

Saundarya se preocupó. ¿Y si se descubría su pasado? Ser de la nobleza no te eximía de todo. Incluso siendo de la realeza, si descubría la verdad podía acabar muerta. Se fue a su habitación, pensando en todo. Su cuerpo ofrecía un claro indicio de que había peleado, su tatuaje Gunidani seguía ahí, para siempre, y el hecho de que sospechara que ya conocía a su prometido no le hizo ninguna gracia. Una sola conversación con él, una comida, y decidiría todo. En cierto sentido no le preocupaba. Si no aceptaba, por lo menos había tenido la oportunidad de hablar Tarsiano de nuevo.

Al mediodía del día siguiente, en su camino al gran comedor, no se cruzó con ninguno de los hombres del rey que estaba habituada a ver. Manzanilla le había hecho una reverencia antes de irse, sin decir palabra. Le pareció curioso no haberse cruzado con nadie, pero sabía que debía ver al rey. Se sentó en la mesa y esperó a que le trajeran la comida. La última vez que había visto al rey apenas había sido un momento, con la tela era difícil ver su rostro. Esta sería la primera vez que tendrían una conversación de verdad.

Al llegar ambos hicieron una pequeña reverencia.

- Iris de las tierras del norte, primogénita del Rey Oscuro, única descendiente de las Sombras . Este es Nemir.

¿Nemir? ¿Aquel era el reino usurpado? ¿Era el primero de su linaje, el aguerrido Nemir, su posible esposo? Había oído historias de su llegada al trono. Y de las muertes a sus esposas anteriores, de su sadismo. El joven rey. Su futuro marido se sentó cerca de ella, pero no le dirigió ni una mirada, ni una simple palabra. Aun así, cada vez que bajaba la cabeza para comer, tenía la sensación de que le podía mirar dentro y saber todo de ella. Comieron en silencio, justo lo opuesto a lo que esperaba, y tras dos horas completas de tensión, se levantó y miró a Saundarya a los ojos.

- Iris ¿e? Tenía entendido que te llamabas Saundarya.

- Aun no me acostumbro a mi nombre noble, discúlpeme. - dijo sin mirarle.

- A partir de ahora serás mi novia- dijo levantándole la barbilla- y no me ocultarás nada. – Su mirada heladora le hizo pensar que sabía todo.

Esa misma tarde le cambiaron de habitación. Tres nuevas doncellas empezaron a explicarle todas las nuevas costumbres que debería aprenderse. Ellas si le dieron la bienvenida al castillo, inclinando levemente la cabeza, y se presentaron como sus damas y su criada personal. La que le había acompañado hasta ahí era su consejera, que la ayudaría a habituarse al reino. Sabía que, hasta el día de su boda, tendría mucho que aprender.

Las costumbres de ese reino, las normas y usos eran completamente distintos, y aunque el Tarsiano lo dominaba por completo, todavía le quedaban algunas costumbres que como esposa debía conocer antes de su propia boda. Descubrió, los días antes a ésta, que ser la prometida de Nemir, influía más en cómo decir las cosas y a quien poder dirigirse, que las costumbres en sí. Tuvo que quemar todas sus ropas y entendió porque los hombres a partir de ese momento habían dejado de mirarla. La prometida de un rey no debía ser vista.

Por desgracia para ella la nueva criada no era Manzanilla. Como era la prometida del rey, dio a entender si quería le podía explicar detalles de la intimidad, para después de su boda. Se oyó un golpe en la habitación y una de las doncellas entró asustada. La nueva criada pataleaba en el aire, mientras la princesa la mantenía en lo alto agarrándola del cuello sin apenas esfuerzo

- Si vuelves a insinuar a tu señora algo así, yo misma acabaré contigo- dijo soltando a la pobre. Saundarya, ahora Iris, gozaba de todos los honores de una noble, y aunque fuera nuevo para ella, no podía tolerar ni un mínimo ese comportamiento. Las doncellas se la llevaron y pidió que le dejaran tener la sirvienta anterior.

Tenía que demostrar quién era y como futura reina de ese país no permitiría nada de eso. Ahora que era la prometida de Nemir tenía más libertad. La dejaban pasear por los jardines, aunque ya no volviera a pisar el pueblo llano hasta que fuera reina. Ningún hombre la miraba a la cara, aunque no iba tapada como antes, y mucho tiempo se la pasaba con las doncellas. Su padre fue a visitarla, para decirle que no cometiera ningún error, y al casarse cuidara a su marido.

Saundarya le miró pensando en qué iba a hacer si no. ¿Creía él, acaso, que quería morir como la primera esposa de Nemir? Iba a ser cauta, escuchar y aprender, pero a la vez no toleraría ninguna ofensa, ahora era princesa, y pronto sería reina.

Se pasaba muchos días estudiando nuevas normas de cortesía, historia del que iba a ser su reino, y, en sus ratos libres mandaba a la sirvienta a pedir aun más libros del galeno, o de la biblioteca. Cuando no practicaba las que serían sus nuevas costumbres paseaba. Nemir no le quitaba ojo. No parecía perder detalle a su comportamiento, y se aseguraba de saber todo lo que hacía. Saundarya pareció gustar a la gente durante las pruebas.

Entre los hombres ninguno hizo alusión a si la novia era la correcta o no, pero todos parecían cómodos con la futura esposa. Los dos que sabían sus capacidades de lucha parecían contentos con que hubiese sido elegida. Estaba claro que su prometido era un hombre muy atractivo, pero junto con su pelo, sus ojos penetrantes y esa sonrisa, se incluían muchas historias sobre sus rápidas conquistas, y su capacidad innata para descubrir a los impostores y embusteros. No había nadie en la corte que no creyera en que, si alguien intentaba algo contra él, moría al instante. Las decapitaciones no eran comunes, y Saundarya ya sabía que era buen luchador, asi que esperó estar a la altura y poder evitar enfadar por cualquier medio a su futuro esposo.

El padre, ahora feliz de saber que no perdería un miembro, había traído dos sirvientes suyos de palacio, y los regalos establecidos para el día de la boda, al igual que el emblema de alianza de las dos casas. Le recordó de nuevo que, si algo pasaba, ese emblema no serviría de nada, y moriría. Ya no estaba en el periodo de pruebas.

Saundarya se alegró de ser ella la que se casaría con Nemir. Sus hermanas, o medio hermanas estaban criadas para ser delicadas y exquisitas, no para vivir con la presión que estaba notando diariamente ella. Podía notar la absoluta adoración de los soldados de su futuro esposo, pero también el respeto infundado con temor del resto de nobles que estaban en el reino, y los silencios cada vez que él o ella entraban en la habitación.

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