Alena Prameswari creía que el amor podía cambiarlo todo.
Pero tras tres años de matrimonio con Arga Mahendra, comprendió que la lealtad no significa nada cuando solo una parte es la que lucha.
Cuando la traición sale a la luz, Alena decide marcharse. Acepta un proyecto de diseño en Dubái… un nuevo lugar, un nuevo comienzo.
Sin esperarlo, un encuentro profesional con un joven príncipe, Fadil Al-Rashid, abre una página de su vida que jamás imaginó.
Fadil no es solo un hombre multimillonario que la colma de lujos,
sino alguien que valora las pequeñas heridas que antes fueron ignoradas.
Pero un nuevo amor no siempre es sencillo.
Existen distancias culturales, orgullo y un pasado que aún no ha terminado de cerrarse. Esta vez, sin embargo, Alena no huye. Se mantiene firme por sí misma… y por un amor más sano.
¿Logrará Alena encontrar finalmente la felicidad?
Esta historia es un viaje para las mujeres que han sido heridas…
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Capítulo 11
Esa mañana, el sol iluminaba suavemente la ciudad de Dubái, reflejando un brillo dorado sobre la arena y los cristales de las ventanas del apartamento de Alena. Apenas había terminado de desayunar cuando su teléfono vibró: un mensaje de Fadil.
Fadil: [Ponte ropa cómoda, salimos a las nueve. Quiero que veas algo.]
Sin más explicaciones, solo eso.
Alena leyó el mensaje dos veces. Había pasado una semana desde su encuentro en el apartamento, desde que Fadil reveló su verdadera identidad. Y desde ese día, algo había cambiado en la forma en que Alena veía al hombre.
Sin embargo, Alena todavía no entendía hacia dónde se dirigía su relación. Solo sabía una cosa, cada vez que Fadil aparecía, el ambiente a su alrededor se sentía un poco más cálido... como el aire de la mañana después de la lluvia.
Exactamente a las nueve, un coche negro se detuvo frente al edificio de su apartamento. Fadil salió del asiento del conductor, sin chófer. Pero, como siempre, habría guardaespaldas en la sombra vigilando sin ser vistos.
"¿Estás lista?", preguntó el príncipe con una sonrisa.
"Si supiera a dónde vamos, tal vez estaría más preparada", respondió Alena con indiferencia.
Fadil solo sonrió. "Lo sabrás pronto".
El viaje duró dos horas. El coche salió del centro de la ciudad, recorriendo una carretera solitaria hacia el desierto abierto. Cuanto más avanzaban, menos edificios se veían, reemplazados por una extensión de arena brillante bajo la luz del sol.
Alrededor del mediodía, el coche giró hacia un pequeño camino de piedra, y al final, Alena vio algo que la dejó sin aliento.
Entre las dunas de arena, se alzaba un majestuoso edificio. Sus paredes eran de un blanco dorado, sus cúpulas brillaban y, a su alrededor, crecía un pequeño jardín de palmeras con serenidad. Pero parte del edificio parecía inacabado, todavía había andamios y materiales por todas partes.
"Esto...", Alena lo miró con incredulidad. "¿Es un palacio?"
"Sí", respondió Fadil, mirando el edificio con ojos suaves. "El palacio de nuestra familia en el desierto. Antiguamente... mi abuelo lo construyó para mi abuela. Pero, después de que ella falleció, este lugar quedó vacío. Ahora quiero revivirlo. Quiero... que tú dirijas el diseño interior. Tienes una perspectiva diferente, puedes ver la belleza sin perder el significado".
Las palabras del príncipe calentaron el corazón de Alena. No sabía si era un cumplido o una confianza mayor que un simple trabajo, pero lo aceptó con el corazón latiendo con fuerza.
Recorrieron el palacio. Las habitaciones estaban vacías, pero los altos techos y las grandes ventanas reflejaban la luz que entraba del desierto. El ambiente era tranquilo, casi espiritual.
Alena caminó lentamente, sus manos tocaron las frías paredes de piedra arenisca, inhalando el aroma del polvo y la historia.
"Esta habitación", dijo Alena, mirando el salón principal, "es demasiado grande para llenarla de lujo. Si me permites dar un consejo, deja que la luz cuente la historia. No pongas demasiados muebles, deja que la gente sienta la amplitud de esta habitación".
Fadil asintió levemente. "Me gusta..."
Alena se quedó paralizada por un momento, su corazón latiendo descontroladamente. Contuvo la respiración inconscientemente cuando Fadil la miró. La mirada del príncipe era profunda, penetrando sin querer en un espacio de su corazón que aún no estaba listo para ser tocado.
"E-eso... me gusta tu idea", dijo Fadil finalmente, con calma, pero lo suficiente para que las mejillas de Alena se calentaran al instante.
Alena se avergonzó, realmente pensó que el hombre acababa de decirle que le gustaba.
Para no hundirse en su propia estupidez, Alena rápidamente bajó la mirada, fingiendo estar ocupada con un teléfono que ni siquiera estaba encendido. Pero Fadil pareció darse cuenta de que el ambiente se estaba volviendo incómodo, y continuó hablando en un tono suave.
"Sabes, Alena. Mi abuela siempre decía... que una casa no es solo paredes y un techo. Una casa debe respirar, igual que los humanos. Por eso... quiero que tú la diseñes".
Esas palabras eran sencillas, pero para Alena, por alguna razón... se sentían como algo mucho más profundo que un simple proyecto de trabajo.
Alena miró al príncipe, sus ojos negros reflejando el cielo azul del desierto. Y en esa mirada, había una calma difícil de explicar. Bajó la mirada, ocultando una sonrisa que apareció de repente sin razón.
Después de un largo recorrido por el edificio, Fadil invitó a Alena a salir al jardín trasero. Un estanque reflectante en medio del patio reflejaba la luz del sol, haciendo que su superficie brillara como cristal líquido. Alrededor crecían palmeras y arbustos de flores secas de color púrpura suave.
"¿Te gusta este lugar?", preguntó Fadil.
"Más que gustarme, este lugar... es como un silencio reconfortante".
Fadil la miró. "Tú también eres así".
Alena giró rápidamente la cabeza. "¿Qué?"
"Eres muy tranquila. Pero en realidad estás llena de voces... si alguien realmente quiere escucharte".
Alena solo sonrió.
El viento del desierto sopló suavemente, haciendo que el borde del velo de Alena se moviera con suavidad. Desde la distancia, se oía débilmente el sonido de los pájaros del desierto.
Fadil se agachó, tomó un puñado de arena y la dejó caer lentamente entre sus dedos.
"Esta arena siempre cambia de forma, pero nunca desaparece por completo. Lo mismo ocurre con... el corazón humano. A veces se rompe, pero nunca se desvanece".
Alena miró la arena que caía en su mano. "Hablas como un poeta".
"Solo soy un hombre que ha sido destrozado por la pérdida, y que ha aprendido a reconstruir de nuevo".
La frase fue tan honesta y sincera, que Alena no pudo responder con palabras. Solo miró a Fadil, ambos comprendiéndose sin necesidad de hablar mucho. Que ambos habían pasado por el mismo dolor, solo que de manera diferente.
'Una vez perdí a la mujer que amaba por culpa de mi familia, así que... cuando quiero comenzar una relación de nuevo, debo tener cuidado'. Fadil suspiró.
La tarde se acercaba, se sentaron bajo la sombra de una tienda de campaña temporal instalada por los trabajadores. Frente a ellos, el desierto reflejaba una impresionante luz naranja. Fadil sirvió agua fría y dátiles jóvenes.
"Prueba esto", dijo. "Dátiles que aún no están demasiado maduros, tienen un sabor un poco ácido pero refrescante".
Alena mordió lentamente. El sabor agridulce se extendió por su lengua, como si trajera recuerdos de cosas sencillas, como la pequeña felicidad que antes solía ignorar.
"¿Qué tal?", preguntó Fadil.
"Sabe a vida", respondió Alena espontáneamente. "Un poco amargo, un poco dulce, pero refrescante".
Fadil rió suavemente. "Eres buena creando frases".
Alena se unió a la risa.
Cuando el sol comenzó a ponerse, Fadil se paró al borde del estanque, mirando el cielo que se volvía dorado. Se veía diferente bajo esa luz del atardecer, no como un príncipe. Sino como un hombre común, que estaba disfrutando de la paz después de un largo día.
"Cada vez que veo este lugar, también siempre recuerdo lo que decía mi abuela", dijo Fadil.
"¿Qué era?", preguntó Alena.
"'El amor verdadero no es el que quema, sino el que tranquiliza. Porque el fuego se apagará y desaparecerá, pero la tranquilidad... permanecerá'".
Alena se quedó en silencio.
Esas palabras la atravesaron como la luz del atardecer que cae sobre el agua suave, pero dejando un reflejo.
"¿Y tú?", preguntó Fadil de repente. "¿Qué significa el amor para ti ahora?"
Alena miró el horizonte. "Tal vez el amor ya no se trata de quién me hace temblar, sino... de quién me hace querer volver siempre a casa".
Fadil sonrió. "Estoy de acuerdo".
Y entre el cielo del desierto, la arena y las sombras de dos personas que estaban cerca, algo suave comenzó a crecer. No un amor apresurado, sino un sentimiento tan tranquilizador como una brisa de la tarde.
Antes de irse a casa, Alena miró el palacio una vez más. El edificio todavía estaba vacío, pero por alguna razón podía imaginar cada habitación llena de luz suave, aroma a madera de agar y vida.
Tal vez, pensó, no solo ayudaría a construir este palacio. Tal vez, sin darse cuenta, también estaba reconstruyendo su propia vida. Lentamente... pero con seguridad.
Y de alguna manera, Fadil sería parte de ese proceso.