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Cuando Me Miras Así

Cuando Me Miras Así

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Mujeriego enamorado / Malentendidos / Dejar escapar al amor / Amor-odio / Autosuperación
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: F10r

Emma ha pasado casi toda su vida encerrada en un orfanato, convencida de que nadie jamás la querría. Insegura, tímida y acostumbrada a vivir sola, no esperaba que su destino cambiara de la noche a la mañana…
Un investigador aparece para darle la noticia de que no fue abandonada: es la hija biológica de una influyente y amorosa pareja londinense, que lleva años buscándola.

El mundo de lujos y cariño que ahora la rodea le resulta desconocido y abrumador, pero lo más difícil no son las puertas de la enorme mansión ni las miradas orgullosas de sus padres… sino la forma en que Alexander la mira.
El ahijado de la familia, un joven arrogante y encantador, parece decidido a hacerla sentir como si no perteneciera allí. Pero a pesar de sus palabras frías y su desconfianza, hay algo en sus ojos que Emma no entiende… y que él tampoco sabe cómo controlar.

Porque a veces, las miradas dicen lo que las palabras no se atreven.
Y cuando él la mira así, el mundo entero parece detenerse.

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capitulo 10

Narra Emma

Esa tarde estaba tranquila, sentada en uno de los sillones del salón, con Jack dormido a mis pies y un libro entre las manos.

Escuché la puerta principal abrirse y las voces de Alexander y sus amigos bajando las escaleras ,no sabian que estaban en la casa. Reían fuerte, diciendo cosas que no entendí bien. Me puse un poco tensa, como siempre que él aparece.

En un momento los vi entrar al salón. Primero fue Omar, que caminó directo hacia mí con una gran sonrisa. Detrás venía Esteban, que casi lo empujaba para adelantarse.

—¡Hola! —dijo Omar, con voz animada—. Tú debes ser Emma, ¿verdad?

—Sí… —murmuré, cerrando el libro con cuidado y poniéndome de pie.

—Yo soy Omar, y este es Esteban —dijo, señalando a su amigo, que me dedicó una sonrisa igual de grande.

—Mucho gusto —añadió Esteban—. Por fin te conocemos. Alex nunca nos había dicho que tenía a alguien tan bonita escondida aquí.

Mis mejillas se encendieron al instante y bajé la mirada, incómoda.

—Gracias… mucho gusto también… —dije, en voz bajita, sin saber muy bien qué más agregar.

Ellos no parecían notar lo cohibida que estaba, porque siguieron acercándose, preguntándome cosas y diciéndome que se alegraban de conocerme.

—¿Sabes? —dijo Omar—, deberías salir con nosotros alguna vez, no solo quedarte aquí encerrada.

—Sí, sí —añadió Esteban, entusiasmado—. Apuesto a que con nosotros te divertirías.

No sabía qué responder. Por un momento sentí algo parecido a felicidad. Nadie, fuera de mis padres y mis primos, me había invitado a hacer nada antes. Así que sonreí tímida, y dije:

—Oh… estaría bien… supongo…

Pero entonces sentí otra presencia.

Alexander.

Entró con esa manera suya de caminar que parece que manda en el mundo. Sus ojos se clavaron en nosotros —bueno, más en ellos que en mí— y su expresión fue como un relámpago.

Omar y Esteban se quedaron callados al instante, como si alguien hubiera apagado la música de golpe. Yo también me quedé inmóvil, sintiendo un nudo en la garganta.

Alexander no dijo nada, no necesitó hacerlo. Solo los miró, con las manos en los bolsillos y las cejas apenas levantadas. Esa mirada que parece decir ¿en serio?.

Omar se aclaró la garganta y dio un paso atrás.

—Bueno… ya… ya hablamos, Emma —balbuceó, sin atreverse a mirarlo mucho.

Esteban forzó una pequeña sonrisa y añadió:

—Sí, encantados de conocerte. Nos vemos.

Ambos se giraron casi al mismo tiempo, y salieron del salón murmurando entre ellos.

Yo los vi irse, con una punzada de tristeza. Me habían parecido tan simpáticos. Por primera vez en mucho tiempo me sentí incluida, como si pudiera tener amigos… pero Alexander los había echado con solo una mirada.

Me quedé ahí, de pie, abrazando mi libro contra el pecho, sin atreverme a decir nada. Él ni siquiera me miró, simplemente se dejó caer en el sillón frente a mí, sacó su celular y empezó a escribir algo, como si nada hubiera pasado.

Bajé la mirada, sintiéndome un poco más pequeña de lo normal.

No entendía por qué.

Por qué no quería que sus amigos fueran mis amigos también.

Por qué me hacía sentir que, aunque todo el mundo aquí me aceptaba, él… él simplemente no quería que yo existiera en su mundo.

Suspiré bajito y volví a sentarme en el sofá, fingiendo leer mientras Jack apoyaba la cabeza en mi pierna y yo trataba de ignorar esa sensación fea que me apretaba el pecho.

[...]

El día fue… maravilloso.

Salí con Nadia, Nabila y Wily. Fuimos primero al cine —mi primera vez en una sala así, tan enorme y oscura, con las pantallas gigantes y los asientos acolchados—. No dejaba de mirar todo como si fuera un parque de diversiones. Las mellizas se reían de mí, pero yo no me enojaba. Es que, de verdad, no podía creer que existiera un lugar así para ver películas.

Después fuimos a comer a un sitio con hamburguesas y batidos enormes. Probé una malteada de fresa que estaba deliciosa y dejé el vaso limpio. Wily me miraba divertido y decía que si seguía así me tendría que conseguir otras dos malteadas más.

Pero lo mejor fue al final, cuando fuimos a una sala de juegos. Esos lugares con luces, música y muchas máquinas brillantes. Nunca había visto nada igual. Wily insistió en ganarme un premio en una de esas máquinas con gancho, y después de muchos intentos (y muchas monedas), logró sacar un osito rosado que tiene un lazo fucsia enorme. Me lo puso en los brazos con una sonrisa orgullosa.

—Para ti, princesa —dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Yo… casi lloro. No estaba acostumbrada a que me regalaran nada. Lo abracé con fuerza y no lo solté en todo el camino de regreso.

Llegué a la mansión sonriendo, con mi osito apretado contra el pecho. Apenas crucé la puerta, fui directa a la cocina a contarles a las empleadas todo lo que había hecho. Ellas pararon lo que estaban haciendo para escucharme mientras yo les narraba cada detalle, cada cosa que había probado, y por supuesto, les mostré mi osito.

Ellas se reían con cariño y me decían que parecía una niña pequeña. Y yo… bueno, supongo que sí. Pero me sentía tan feliz que no me importaba.

Subí corriendo a darme un baño, no quería que mis padres me vieran toda despeinada y con olor a comida. Cuando bajé de nuevo, las empleadas estaban guardando las compras de la semana. Yo me acerqué para ayudar, como siempre. Me gusta sentirme útil.

Entre las bolsas había muchas frutas y verduras, y noté algo curioso: tres bolsas llenas de zanahorias pequeñitas.

—Oh —dije, señalando las zanahorias—. ¿Puedo comer unas? Se ven tiernas.

Las empleadas se miraron entre ellas y soltaron una carcajada.

—Ay, señorita —dijo una de ellas—, esas no son para usted. Son para el señor Alexander.

—¿Para Alexander? —pregunté, sorprendida—. ¿Por qué tiene tantas zanahorias?

—Porque ni azúcar come, mi niña —explicó otra—. Ese muchacho se cuida más que nadie.

—¿Y para qué? —pregunté, confundida—. Quiero decir… parece tener un cuerpo muy bien trabajado, sí, pero…

Ellas se volvieron a reír.

—No es por verse bien, señorita —dijo la más mayor, con tono cómplice—. Bueno, eso también, pero sobre todo porque en su familia tienden a ser diabéticos. Él está como traumado con eso, aunque nunca le ha salido nada malo en sus chequeos.

Abrí los ojos, sorprendida.

—Oh… no lo sabía…

Me quedé un segundo en silencio, mirando las zanahorias como si ahora fueran mucho más interesantes. Luego sonreí tímida.

—Bueno… supongo que es bueno cuidarse… pero no sé si yo podría vivir sin azúcar.

Las empleadas soltaron otra carcajada y me revolvieron el cabello con cariño mientras seguíamos guardando las compras.

—Así es usted, mi niña —dijo una de ellas—. Tan dulce, que no necesita más azúcar.

Yo bajé la mirada, un poco avergonzada, y seguí ayudando. A veces no entiendo a Alexander, pero quizá… después de todo, él solo trata de cuidarse. Aunque igual me parece exagerado.

Miré a Jack, que estaba acostado en la esquina, mirándome con su lengua afuera. Le sonreí y pensé en voz baja:

—Aunque él se cuide… nunca podrá ser más dulce que tú, Jack…

Y el perro movió la cola, como si me diera la razón.

[...]

Estábamos todos cenando tranquilamente cuando mis padres llegaron del trabajo. Bueno… tranquilos hasta que Silvia se sentó con una gran sonrisa misteriosa y Felipe también, como si escondieran algo.

Alexander ya estaba en la mesa, frente a mí, picando su ensalada con aire aburrido, mientras yo jugueteaba con mi tenedor. Jack estaba acostado a mi lado, como siempre.

Silvia abrió su bolso y puso sobre la mesa dos sobres largos, blancos y con un sello dorado brillante.

—Tenemos algo importante que contarles —dijo, mirando primero a Alexander y luego a mí.

Yo me enderecé, nerviosa.

—Nos han invitado a una gala de beneficencia —anunció ella, con los ojos brillantes.

Felipe sonrió y asintió.

—Desde que tú… —hizo una pausa, mirándome con ternura—… nos perdiste, pequeña, hemos apoyado muchas fundaciones que ayudan a niños sin hogar. Era nuestra forma de sentir que hacíamos algo por ti, dondequiera que estuvieras. Y ahora que estás con nosotros… tenemos más motivos que nunca para asistir.

Silvia añadió:

—Y ustedes dos también irán, por supuesto.

Abrí los ojos, sorprendida.

—¿Yo?

Alexander levantó una ceja y murmuró, casi sin mirarme:

—Sí, claro. La princesa no puede faltar.

Me sonrojé, sin saber si eso era un cumplido o una burla.

—Pero… —balbuceé—… no es necesario que yo vaya, ¿verdad? Quiero decir… no tengo nada que ponerme.

Silvia se quedó mirándome como si hubiera dicho la mayor tontería del mundo.

—¡Por supuesto que sí es necesario que vayas! —dijo, indignada—. Eres nuestra hija. ¿Cómo no ibas a ir?

—Bueno… —insistí tímida—… tal vez puedo usar alguno de los vestidos que ya tengo en el closet…

La cara de Silvia fue casi cómica. Se llevó una mano al pecho, fingiendo un desmayo.

—¡De ninguna manera! —exclamó, dramática—. ¡Este es un evento importante! ¡Necesitas un vestido perfecto!

Me encogí en mi silla, sintiéndome pequeñita.

—Pero… —intenté decir algo más.

—Nada de peros, Emma. Mañana vamos a salir a buscar tu vestido —sentenció, y se cruzó de brazos, como si ya estuviera decidido.

Felipe rió bajo, divertido por la escena. Luego miró a Alexander, que seguía comiendo como si nada.

—Y tú —dijo con una sonrisa ligera—, ya mandé a hacer dos trajes a nuestra medida. Tú y yo no necesitamos complicarnos.

Alexander levantó la vista y asintió con calma.

—Perfecto —respondió con esa indiferencia suya, que nunca sé si es auténtica o fingida.

Yo los miré a los tres, un poco abrumada. Silvia ya estaba murmurando cosas sobre telas, zapatos y accesorios; Felipe hojeaba un pequeño catálogo que había traído y Alexander… bueno, él solo volvió a concentrarse en su ensalada mientras yo jugaba con la mía.

Por dentro sentía una mezcla extraña: emoción, porque nunca había ido a nada parecido, y un poquito de miedo. La sola idea de un vestido “perfecto” y tanta gente elegante me intimidaba.

Cuando terminé mi plato, Jack apoyó su cabeza en mi pierna, como si también me diera ánimos. Lo acaricié con suavidad, y por un instante, la mirada de Alexander se cruzó con la mía.

Creo que sonrió. Solo un poquito. Pero enseguida apartó la vista.

—Mañana será un gran día —dijo Silvia, ya soñando despierta.

Yo suspiré para mis adentros y acaricié el lazo de mi servilleta, repitiéndome que podía hacerlo.

Aunque por dentro… lo único que pensaba era: ¿Cómo se camina con un vestido perfecto sin tropezarse?

A la mañana siguiente, Silvia me despertó antes de lo habitual. Entró a mi cuarto con la misma energía de siempre, moviendo las cortinas para que entrara la luz del sol.

—¡Arriba, princesa! Hoy tenemos que buscar tu vestido —canturreó.

Yo me froté los ojos, todavía medio dormida. Jack ya estaba junto a mi cama, moviendo la cola como si él también estuviera emocionado por el día.

—¿Tan temprano? —murmuré, aunque me senté enseguida porque no quería que pensara que no estaba agradecida.

—Sí, temprano. Así podemos tomarnos nuestro tiempo —respondió ella con una sonrisa—. Desayuna algo ligero y vístete cómoda. Esto tomará varias horas.

Me vestí con un vestido sencillo, unas sandalias y recogí mi cabello en una trenza. Cuando bajé, Silvia ya estaba lista, elegante y con su bolso colgado al hombro.

—¿Lista? —preguntó.

—Lista —dije yo, aunque por dentro no estaba tan segura.

El chofer nos llevó al centro comercial más lujoso de la ciudad. Nunca había estado en un lugar así. Los pisos relucían, las vitrinas parecían sacadas de un cuento, y hasta el aire olía diferente. Caminaba detrás de Silvia intentando no tropezar ni quedarme embobada mirando todo.

Entramos a una boutique enorme, donde las paredes estaban llenas de vestidos brillantes y delicados. Una mujer muy elegante nos recibió con una sonrisa.

—Bienvenidas —dijo—. ¿Qué buscan hoy?

Silvia fue directa.

—Un vestido de gala para mi hija. Tiene que ser perfecto.

Yo me sonrojé cuando la mujer me miró de arriba abajo con una sonrisa cálida.

—Creo que tengo exactamente lo que necesitan —dijo ella.

Pronto había varios vestidos sobre un perchero. Todos eran preciosos. Algunos con lentejuelas, otros con encaje, uno tenía una falda enorme que parecía de princesa… Me probé varios mientras Silvia y la vendedora comentaban entusiasmadas.

El primero era azul marino, con un escote en forma de corazón y falda amplia. Silvia dijo que me hacía ver demasiado mayor. El segundo era rojo, ceñido al cuerpo, y me sentí tan incómoda que apenas pude salir del probador. El tercero era verde claro, con delicados bordados en el busto y una falda vaporosa que caía como agua.

Cuando salí con ese, Silvia se quedó en silencio unos segundos.

—Ese es —dijo finalmente—. Estás preciosa.

Yo me miré en el espejo y apenas me reconocí. Era sencillo, pero elegante. Ligero y cómodo. El verde resaltaba mis ojos y me hacía sentir… diferente.

—¿De verdad? —pregunté, insegura.

—De verdad —dijo ella, con una mirada orgullosa—. Pareces una princesa.

Sonreí tímida y volví al vestidor. Cuando salí con mi ropa normal, la vendedora ya estaba guardando el vestido en una funda de tela y lo colgó para que no se arrugara.

Después pasamos por unos zapatos, un bolso pequeño y hasta un par de aretes discretos. Silvia estaba tan emocionada que no dejó que yo dijera nada; solo pagó y seguimos caminando por el centro comercial.

—Te ves hermosa, Emma —repitió mientras salíamos—. Estoy segura de que todos te adorarán en la gala.

En el coche de regreso, yo abrazaba la funda del vestido con cuidado, como si fuera algo frágil. No podía dejar de sonreír para mis adentros. Me sentía… especial.

Cuando llegamos a la mansión, vi a Alexander en el jardín, lanzando una pelota para que Jack la buscara. Se detuvo cuando nos vio y arqueó una ceja al notar la funda del vestido en mis brazos.

—¿Qué es eso? —preguntó con ese tono aburrido suyo.

—Mi vestido para la gala —dije, bajando la mirada.

Él rodó los ojos, pero esbozó una sonrisa burlona.

—Claro. La princesa necesitaba su corona —murmuró antes de volver a concentrarse en el perro.

Me sonrojé y subí a mi cuarto, decidida a no dejar que su comentario me quitara la emoción. Colgué el vestido con cuidado en el armario y me senté en la cama, acariciando a Jack, que había subido conmigo.

—¿Qué opinas, Jack? —susurré—. ¿Crees que esté bien para la gala?

El perro solo apoyó la cabeza en mis piernas, y yo sonreí.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí… bonita.

1
Arie1
Alexander se va volver loco🤭
Arie1
Oigan y ¿porque no? Alexander esta loco o no quiere verla en su cabeza como una mujer
Arie1
🤣🤣🤣😭🤣😂
Arie1
Hasta que por fin te enteraste mijo
Arie1
Jack siemore esta en sus piernas
Arie1
Alexander deja el delirio mijo que te pasa , ya quiero leer su version🤭
Arie1
yi ni quirii milistirlos- muchacha y si te hubieras morido
Arie1
Pobres de los padres apenas la tienen y casi se le desvive
Arie1
🤣🤣🤣 siento que Alexander me va caer bien
Arie1
Eres tu mi ser amado?
Arie1
El le dice a su esposa que este tranquila pero el no puede estarlo (llora en recuentro de padre e hija😭)
Lorena Espinoza
Está muy interesante la historia 😍
F10r: Me alegra que te este pareciendo interesante☺
total 1 replies
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