Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.
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CAPÍTULO 9: EL PRIMER BESO
Gustavo y Damián habían amanecido juntos, envueltos en la calidez de las sábanas y la tranquilidad de la mañana. El sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, iluminando la habitación con una luz dorada. Gustavo se despertó primero, disfrutando del momento de paz mientras observaba a Damián dormir a su lado.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que algo no estaba bien. Damián no se movía, su respiración era apenas perceptible. La preocupación comenzó a crecer en el pecho de Gustavo.
—Damián, Damián…— lo llamó con voz temblorosa, pero no obtuvo respuesta. Parecía que no iba a despertar nunca más.
Gustavo, nervioso, sintió cómo el pánico comenzaba a invadirlo. Sin saber qué más hacer, gritó con todas sus fuerzas:
—¡Marcos! ¡Marcos, ven rápido!
Los segundos se hicieron eternos hasta que finalmente Marcos apareció en la puerta, con el rostro lleno de preocupación.
—¿Qué pasa, Gustavo? —preguntó Marcos, entrando apresuradamente en la habitación.
—Es Damián, no despierta —respondió Gustavo, con la voz quebrada—. Lo he llamado varias veces, pero no reacciona.
Marcos se acercó a la cama y observó a Damián, que seguía dormido, ajeno a la angustia de sus amigos. Con cuidado, le tomó el pulso y comprobó que estaba estable.
—Tranquilo, Gustavo —dijo Marcos, tratando de calmarlo—. Su pulso es normal. Quizás está en un sueño profundo.
—Pero… ¿y si no despierta? —replicó Gustavo, con lágrimas en los ojos—. No sé qué hacer.
Marcos se sentó junto a Gustavo y le puso una mano en el hombro.
—Vamos a esperar un poco más —sugirió—. Si no despierta pronto, llamaremos a un médico. Pero por ahora, debemos mantener la calma.
Gustavo asintió, aunque la preocupación seguía reflejada en su rostro. Ambos se quedaron en silencio, observando a Damián, esperando que abriera los ojos y les devolviera la tranquilidad.
Pasaron unos pocos minutos, que para Gustavo se sintieron como una eternidad. De repente, Damián comenzó a moverse ligeramente. Sus párpados temblaron antes de abrirse lentamente, revelando sus ojos llenos de confusión.
—¿Qué… qué pasó? —murmuró Damián, tratando de incorporarse.
Gustavo soltó un suspiro de alivio y le tomó la mano con fuerza.
—Estabas profundamente dormido y no respondías —explicó Gustavo, con la voz aún temblorosa—. Nos asustaste mucho.
Marcos sonrió, aliviado también.
—Parece que solo fue un sueño muy profundo —dijo—. Pero es bueno verte despierto, Damián.
Damián asintió, aún desorientado.
—Sí, tuve un hermoso sueño del cual no quería despertar —dijo Damián, con una sonrisa suave.
Gustavo, aliviado, no pudo evitar bromear:
—Espero que hayas soñado conmigo.
Damián solo sonrió.
Después de desayunar juntos, Gustavo se retiró. Marcos, aún intrigado, se acercó a Damián.
—Damián, ¿qué soñaste que no querías despertar? —preguntó Marcos, con curiosidad.
Damián suspiró, recordando los detalles del sueño.
— No me gustaría contar mi sueño para ver si se hace realidad —dijo riendo.
Marcos asintió, asombrado.
— ¿Es en serio?
Damián soltó una carcajada.
—Jajajajajaja, no vale, solo bromeo. A ti sí te puedo contar.
Ambos se sentaron juntos en el sofá de la sala, listos para compartir confidencias.
...🕰️🕰️🕰️...
Damián se encontraba en el museo de arte contemporáneo de la ciudad de Aurelia, un lugar donde el tiempo parecía detenerse ante la magnificencia de las obras expuestas. Caminaba lentamente por las salas, dejándose envolver por la atmósfera de creatividad y reflexión que impregnaba cada rincón. Sus pasos lo llevaron hasta una sala amplia y luminosa, donde un cuadro en particular capturó su atención.
El cuadro era una explosión de colores y formas, una representación abstracta de emociones y sueños. Damián se quedó inmóvil, absorto en la belleza de la obra, sintiendo cómo cada pincelada resonaba en su interior. El silencio del museo amplificaba la intensidad del momento, creando una burbuja de introspección alrededor de él.
De repente, sintió una presencia a su lado. Giró la cabeza y, para su sorpresa, vio a Horacio de pie junto a él, observando el mismo cuadro con una expresión de asombro en el rostro.
—Horacio, ¿qué haces aquí? —preguntó Damián, sin poder ocultar su sorpresa.
Horacio sonrió, con sus ojos brillando con una mezcla de alegría y curiosidad.
—No lo sé, Damián. Simplemente sentí que debía venir. Y aquí estoy, contigo, admirando esta obra increíble.
Damián asintió, volviendo su mirada al cuadro.
—Es hermoso, ¿verdad? —dijo en voz baja—. Siento que cada color, cada trazo, tiene un significado profundo.
Horacio se acercó un poco más con sus hombros casi rozando los de Damián.
—Sí, es como si el artista hubiera capturado un pedazo de su alma y lo hubiera plasmado en el lienzo. Me hace pensar en nuestros propios sueños y en cómo cada uno de ellos tiene un lugar especial en nuestros corazones.
Damián sonrió, sintiendo una conexión aún más fuerte con Horacio en ese momento.
—Tienes razón. Este cuadro me recuerda a los sueños que hemos compartido, a esos momentos en los que todo parece posible.
Horacio lo miró con sus ojos llenos de sinceridad.
—Damián, quiero que sepas que, sin importar dónde estemos o qué estemos haciendo, siempre estaré a tu lado. En nuestros sueños y en nuestra realidad.
Damián sintió una calidez en su pecho, una sensación de seguridad y amor que lo envolvía por completo.
—Y yo siempre estaré contigo, Horacio.
Ambos se quedaron en silencio, disfrutando de la compañía mutua y del arte que los rodeaba.
Después de un rato, Damián rompió el silencio con una sonrisa.
—Horacio, ¿te gustaría ir a un lugar muy especial para mí? —preguntó, con un brillo de emoción en sus ojos.
Horacio no dudó ni un segundo.
—Sí, Damián. Nada me haría más feliz en el mundo.
...🕰️🕰️🕰️...
Con esa respuesta, ambos salieron del museo y se dirigieron al parqueo de motos donde Damián tenía la suya estacionada. Horacio miró la motocicleta con una mezcla de curiosidad y temor.
—Nunca he subido a una motocicleta —confesó Horacio, con un tono de voz que revelaba su nerviosismo—. Tengo un poco de miedo.
Damián sonrió, tratando de tranquilizarlo.
—No te preocupes, Horacio. Solo abrázame fuerte. Mientras estés conmigo, nada te va a pasar.
Horacio asintió, confiando en las palabras de Damián. Se subió a la motocicleta y rodeó la cintura de Damián con sus brazos, sintiendo una mezcla de emoción y seguridad. Por un momento, ambos olvidaron que estaban en un sueño y no en la realidad.
Damián encendió la motocicleta y, con un rugido suave, se adentraron en las calles de Aurelia, listos para descubrir el lugar especial que Damián quería compartir. La ciudad pasaba a su alrededor como un borrón de luces y colores, mientras el viento acariciaba sus rostros y sus corazones latían al unísono.
Damián y Horacio surcaban las calles de Aurelia a alta velocidad, la motocicleta rugía bajo ellos como una bestia indomable. El viento azotaba sus rostros, y las luces de la ciudad se convertían en destellos fugaces que iluminaban su camino. Damián tenía prisa por llegar a su lugar especial, y Horacio, aferrado a su cintura, sentía una mezcla de emoción y nerviosismo.
—¡Damián! —gritó Horacio, con su voz apenas audible sobre el rugido del motor
—. ¿A dónde vamos?
Damián sonrió, aunque Horacio no podía verlo.
—Es una sorpresa, Horacio. ¡Confía en mí!
Horacio apretó un poco más sus brazos alrededor de Damián, buscando seguridad en su cercanía.
—¡Nunca he ido tan rápido en mi vida! —exclamó Horacio, con su voz llena de asombro.
—¡Es emocionante, ¿verdad?! —respondió Damián, su tono vibrante de entusiasmo—. ¡Te prometo que valdrá la pena!
Horacio cerró los ojos por un momento, dejando que la adrenalina y la emoción lo envolvieran como una manta cálida.
—¡Mientras esté contigo, sé que estaré bien! —dijo Horacio, con su voz cargada de confianza y afecto.
Damián sintió una calidez en su pecho al escuchar esas palabras en una sensación de conexión profunda.
—¡Y yo siempre estaré aquí para ti,
Horacio! —respondió, acelerando un poco más—. ¡Estamos a punto de llegar!
La motocicleta continuó su camino, deslizándose por las calles de Aurelia con la gracia de un bailarín. Cada vez estaban más cerca del lugar especial que Damián quería compartir, y en ese momento, ambos se sentían libres y vivos, olvidando por un instante que estaban en un sueño y que pronto tendrían que despertar.
De repente, Damián redujo la velocidad de la motocicleta al pasar frente a un imponente edificio de ladrillos y ventanas amplias. Señaló con la mano hacia la estructura mientras giraba ligeramente la cabeza hacia Horacio.
—Mira, Horacio, esa es mi universidad —dijo Damián, con un tono de orgullo en su voz—. Aquí es donde paso la mayor parte de mis días.
Horacio, aún aferrado a la cintura de Damián, observó el edificio con curiosidad.
—¡Es enorme! —exclamó Horacio—. ¿Qué estudias aquí?
—Estudio arquitectura —respondió Damián, sonriendo—. Siempre he soñado con diseñar edificios que inspiren a las personas, como este.
Horacio asintió, impresionado.
—Eso suena increíble, Damián. Puedo imaginarte creando lugares tan hermosos como los que hemos visto en el museo.
Damián se sintió conmovido por las palabras de Horacio.
—Gracias, Horacio. Significa mucho para mí que pienses eso.
Horacio sonrió, apretando un poco más sus brazos alrededor de Damián.
—Estoy seguro de que serás un gran arquitecto. Tienes el talento y la pasión para lograrlo.
Damián aceleró suavemente la motocicleta, retomando su camino.
—Gracias, Horacio. Y gracias por estar aquí conmigo. Vamos, aún hay más que quiero mostrarte.
La motocicleta volvió a acelerar, dejando atrás la universidad mientras se dirigían hacia el lugar especial que Damián tenía en mente. Ambos se sentían más conectados que nunca, compartiendo sueños y esperanzas en cada kilómetro recorrido.
...🕰️🕰️🕰️...
En unos pocos minutos, Damián cruzó por una calle y llegaron a un parque de diversiones muy grande y muy iluminado con luces de colores. Las atracciones brillaban con una intensidad mágica, creando un espectáculo de luces que parecía sacado de un sueño.
—¡Wow, Damián! —exclamó Horacio, con sus ojos brillando de emoción—. ¡Este lugar es increíble!
Damián sonrió, satisfecho con la reacción de Horacio.
—Sabía que te gustaría. Este es uno de mis lugares favoritos en el mundo.
Horacio, con una curiosidad palpable, le preguntó a Damián:
—¿Por qué este parque de diversiones es tan especial para ti?
Damián, con una sonrisa teñida de melancolía, respondió:
— Este lugar alberga los recuerdos más felices de mi niñez. Cada vez que visitaba a mis abuelos, ellos me traían aquí. Ahora que ya no están en este mundo, venir a este parque es mi manera de sentir su presencia. Me llena de alegría poder compartir este rincón contigo. Ahora tengo un motivo más para considerar este sitio como mi refugio favorito en el mundo.
Horacio miró a su alrededor, maravillado por la cantidad de luces y atracciones.
—Nunca había visto algo así. Es como estar en un cuento de hadas.
Damián asintió, compartiendo la emoción de Horacio.
—Sí, es un lugar mágico. Ven, vamos a subirnos a la rueda de la fortuna. Desde allí, la vista es aún más espectacular.
Horacio tomó la mano de Damián, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo.
—¿Estás seguro? Nunca he subido a una rueda de la fortuna.
Damián apretó suavemente la mano de Horacio, transmitiéndole seguridad.
—No te preocupes, Horacio. Estaré contigo todo el tiempo. Confía en mí.
Horacio asintió, confiando en las palabras de Damián.
—Está bien, Damián. Vamos. Estoy listo para esta aventura.
Juntos, se dirigieron hacia la rueda de la fortuna, sus corazones latían al unísono con la emoción de la noche. La magia del parque de diversiones y la calidez de su compañía transformaban el entorno en un lugar maravilloso e inolvidable.
— ¿Listo para subir? — preguntó Horacio, con una sonrisa que reflejaba tanto nerviosismo como anticipación.
— Más que listo, — respondió Damián, tomando la mano de Horacio mientras subían a la cabina de la rueda de la fortuna.
A medida que la rueda giraba lentamente, las luces del parque se convertían en un mar de colores brillantes bajo ellos. La conversación fluía con naturalidad, sus risas se mezclaban con el murmullo del parque.
Finalmente, la cabina alcanzó la cima de la rueda. Desde esa altura, el mundo parecía detenerse, y el parque se extendía como un tapiz de luces y sombras.
— Es hermoso,— susurró Damián, mirando a Horacio a los ojos.
— Sí, lo es, respondió Horacio, acercándose un poco más. — Pero no tanto como este momento contigo.
En ese instante, el mundo desapareció a su alrededor. Damián y Horacio se miraron profundamente, y sin decir una palabra más, se inclinaron el uno hacia el otro. Sus labios se encontraron en un beso suave y lleno de amor, un beso que parecía detener el tiempo y unir sus almas en la cima del mundo.
La rueda de la fortuna continuó su giro, pero para Damián y Horacio, ese momento quedó grabado en sus corazones como el más romántico y mágico de todos.
Luego de ese instante sublime, el reloj de Horacio comenzó a girar sus manecillas en sentido contrario, emitiendo un suave pero insistente tic-tac que solo él podía escuchar. Era una señal inequívoca: el tiempo de Horacio en ese lugar estaba llegando a su fin.
— Horacio, ¿qué sucede? preguntó Damián, notando la sombra de preocupación que cruzaba el rostro de su amado.
— Es el reloj, respondió Horacio con voz temblorosa. — Me está diciendo que es hora de partir.
— No, no puede ser, dijo Damián, aferrándose a Horacio con desesperación, como si al hacerlo pudiera detener el tiempo. — No quiero que te vayas. No ahora.
Horacio lo miró con tristeza, sus ojos reflejaban la lucha interna entre el deber y el deseo.
— Yo tampoco quiero irme, Damián. Pero el reloj nunca se equivoca.
Damián, con lágrimas en los ojos, susurró:
— Entonces, quédate un poco más. Solo un poco más.
Horacio asintió, sintiendo el peso de la despedida inminente.
— Un poco más, repitió, abrazando a Damián con todas sus fuerzas, como si ese abrazo pudiera desafiar las leyes del tiempo.
La rueda de la fortuna continuaba su giro, pero para ellos, el mundo se había detenido en ese instante de amor y desesperación. Cada segundo que pasaba era un tesoro, un momento robado al inexorable avance del tiempo.
— Damián, dijo Horacio finalmente, con voz quebrada. — Prométeme que recordarás este momento. Que siempre llevarás este parque en tu corazón, como yo llevaré tu recuerdo en el mío.
— Te lo prometo, respondió Damián, susurrando las palabras contra los labios de Horacio en un último beso lleno de amor y tristeza.
Horacio despertó con lágrimas en los ojos, con su corazón aún atrapado en el dulce tormento del sueño. Cada latido parecía un eco de la despedida, y en su pecho ardía el anhelo de que las horas volaran, de que el día se desvaneciera rápidamente, permitiéndole regresar al refugio de sus sueños, donde Damián lo esperaba. En ese mundo onírico, el tiempo y la distancia se disolvían, y Horacio podía volver a sentir el calor de su abrazo, el consuelo de su presencia. Con ese pensamiento, se aferró a la esperanza de que la noche llegara pronto, para reencontrarse con el amor que habitaba en sus sueños.
Que emoción