En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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Desiciones dolorosas
Capítulo 19:
Al día siguiente Alan volvió a aparecer, está vez Elena tendría una charla con él, aprovechado que los niños ya estaban dormidos y Héctor estaba con ellos, decidió tener una plática cordial con Alan en la sala de su casa.
Héctor se encontraba en el pasillo, inmóvil, escuchando cada palabra que intercambiaban Alan y Susan. Inicialmente, había salido de la habitación de los niños para buscar un vaso de agua, pero al escuchar aquella voz familiar, se detuvo en seco.
Reconoció a Alan al instante, y una mezcla de preocupación y molestia se apoderó de él. ¿Qué hacía aquí, irrumpiendo en la vida de Susan después de tantos años? Se quedó quieto, debatiéndose entre intervenir o respetar la privacidad de Susan, mientras escuchaba cómo la conversación subía de tono.
Mientras tanto, Susan trataba de mantener la calma, pero el repentino asalto de emociones la desbordaba. Cada palabra de Alan, cada confesión, la empujaban hacia un torbellino de recuerdos y sentimientos que había tratado de enterrar.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó finalmente, esforzándose por sonar tranquila, aunque su voz temblaba.
Alan mantuvo la mirada fija en ella.
—No fue difícil. Te he estado buscando durante mucho tiempo.
Esa respuesta desencadenó algo en Susan. Una oleada de ira y vulnerabilidad surgió desde lo más profundo de su ser.
—¿Cómo pudiste? —espetó, levantando la voz. Su rostro estaba rojo de furia, y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.
—¿Cómo te atreves a venir aquí, a mi casa, en otro continente, como si nada hubiera pasado?
Alan intentó acercarse a ella, alzando una mano en señal de calma.
—Susan, por favor, escúchame. Déjame explicarte...
—¡No! —gritó Susan, dando un paso atrás.
—No voy a escuchar nada de ti. No después de lo que me hiciste. Me mentiste, me traicionaste, y ahora, después de tantos años, vienes aquí como si eso pudiera arreglarse con palabras. ¿Qué quieres de mí, Alan?
La voz de Susan temblaba de frustración e incredulidad. Alan abrió la boca para responder, pero no tuvo oportunidad.
—¿Cómo es posible que me hayas encontrado? —continuó ella.
—¡Nunca te di mi dirección! ¿Acaso me estuviste siguiendo? ¿Investigando? ¿Qué clase de persona hace eso?
Alan se quedó callado, incapaz de defenderse ante la avalancha de preguntas y acusaciones. Su mirada reflejaba arrepentimiento, pero también determinación.
Fue en ese momento cuando Héctor decidió intervenir. Apareció en el umbral de la sala, con una calma deliberada que contrastaba con la tensión de la escena.
—Susan, ¿estás bien? —preguntó suavemente, aunque su postura mostraba una clara disposición a protegerla si fuera necesario.
Susan lo miró, sus ojos brillando de rabia y tristeza.
—Héctor, este hombre... este hombre no debería estar aquí.
Héctor asintió, girándose hacia Alan con una expresión firme.
—Alan, creo que es hora de que te vayas. Susan necesita espacio.
Alan se encogió de hombros, pero no se movió.
—No me iré hasta que me escuche.
Héctor dio un paso hacia él, su voz baja pero cargada de autoridad.
—Alan, no es el momento. Susan está claramente afectada, y lo que menos necesita ahora es más confrontación. Si realmente te importa, dale tiempo.
Alan dudó, pero finalmente pareció entender que insistir solo empeoraría las cosas. Dio un paso hacia la puerta, aunque antes de cruzarla se volvió hacia Susan, su rostro cargado de arrepentimiento.
—Lo siento, Susan. Lo siento mucho.
Héctor lo escoltó hasta la salida, asegurándose de que realmente se fuera. Antes de cerrar la puerta, le lanzó una última advertencia:
—Dale su espacio. Si realmente quieres enmendar las cosas, empieza respetándola.
Alan asintió, bajando la mirada antes de desaparecer en la noche fría.
Héctor regresó al salón, donde Susan estaba sentada en el sofá, con el rostro cubierto de lágrimas. Se sentó junto a ella, esperando a que hablara.
—Gracias, Héctor —dijo finalmente Susan, con la voz quebrada.
—No sé qué habría hecho si no hubieras estado aquí.
Héctor le puso una mano en el hombro, transmitiéndole calma.
—Estoy aquí para lo que necesites, Susan. No estás sola.
Susan asintió, aunque en el fondo sabía que la verdadera batalla estaba dentro de ella. Alan había removido heridas que creía cerradas, y ahora tendría que decidir si enfrentarlas o seguir huyendo.