Julieta, una diseñadora gráfica que vive al ritmo del caos y la creatividad, jamás imaginó que una noche de tequila en Malasaña terminaría con un anillo en su dedo y un marido en su cama. Mucho menos que ese marido sería Marco, un prestigioso abogado cuya vida está regida por el orden, las agendas y el minimalismo extremo.
La solución más sensata sería anular el matrimonio y fingir que nunca sucedió. Pero cuando las circunstancias los obligan a mantener las apariencias, Julieta se muda al inmaculado apartamento de Marco en el elegante barrio de Salamanca. Lo que comienza como una farsa temporal se convierte en un experimento de convivencia donde el orden y el caos luchan por la supremacía.
Como si vivir juntos no fuera suficiente desafío, deberán esquivar a Cristina, la ex perfecta de Marco que se niega a aceptar su pérdida; a Raúl, el ex de Julieta que reaparece con aires de reconquista; y a Marta, la vecina entrometida que parece tener un doctorado en chismología.
NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Una Siembra de Dudas
Cristina alzó la barbilla, examinando cómo las cuentas de jade reflejaban la luz cálida del vestíbulo. Giró ligeramente la cabeza hacia la derecha y luego a la izquierda, evaluando el efecto en su cuello. Perfecto. Ni demasiado ostentoso, ni tan simple como para pasar desapercibido. Lucía lo notará. Y eso es lo que quiero: que lo note todo, menos mis intenciones.
Se inclinó hacia adelante para ajustar una última cuenta que parecía rebelarse contra la armonía del resto. Mientras lo hacía, sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, calculada. "Lucía es como una puerta vieja: cruje y se resiste, pero con la presión justa, cede. Y yo sé exactamente cómo empujar."
Cristina dejó el collar en su sitio y se deslizó hacia el salón, donde su móvil descansaba sobre la mesa. Lo tomó con la misma delicadeza con la que se manejaría un bisturí. Sentada en el sofá, cruzó las piernas y comenzó a redactar el mensaje, sus dedos volando sobre la pantalla táctil con precisión quirúrgica.
—Querida Lucía —dictó en voz baja mientras escribía, probando el tono—, ¿podríamos tomar un café esta semana? Estoy algo preocupada por Marco, y creo que tú eres la persona ideal para hablarlo.
Pausó. Releyó. Sonrió. Pulsó "enviar" con la satisfacción de quien coloca la última pieza de un rompecabezas. No tuvo que esperar mucho; el móvil vibró casi al instante.
—Claro, Cristina, ¿te parece el jueves? —decía la respuesta de Lucía, acompañada de un emoji de taza de café que Cristina encontró innecesariamente optimista.
Cristina dejó escapar un suspiro de triunfo, como si ya hubiera ganado la partida antes de que comenzara. El jueves, entonces. La reunión sería en un café pequeño del centro, el tipo de lugar con una atmósfera lo suficientemente acogedora como para invitar a las confidencias, pero lo bastante concurrido como para que nadie pudiera escuchar demasiado claramente.
Durante los días previos, Cristina se dedicó a planificar. No era solo cuestión de palabras; era todo un arte. Desde la inclinación precisa de su cabeza al hablar, hasta el tono exacto de preocupación que debía adoptar. Practicó frente al espejo, intercalando pausas estratégicas entre frases como:
—Pero claro, no quiero meterme demasiado...
Y:
—Quizá solo sea mi impresión, pero Marco parece... no sé, diferente últimamente.
Incluso ensayó sus expresiones: un fruncimiento leve de cejas, un suspiro apenas audible, una sonrisa de apoyo que sugiriera complicidad. Todo debía estar perfectamente sincronizado.
La mañana del jueves, Cristina llegó al café con quince minutos de antelación, lo suficiente para elegir una mesa junto a la ventana, donde la luz natural bañaba su perfil de manera favorecedora. Pidió un café con leche que no tenía intención de terminar y lo colocó delante de ella como un accesorio cuidadosamente posicionado.
Cuando Lucía entró, Cristina levantó la vista y esbozó una sonrisa cálida que ocultaba toda la estrategia detrás de ella. El juego, al fin, comenzaba.
Lucía entró, su cabello castaño, recogido con un moño que parecía haber sido ajustado en plena carrera, denotaba prisa.
—¡Lucía! —exclamó Cristina con una efusividad calculada—. Qué gusto verte. Ven, siéntate.
Lucía dejó su bolso con un movimiento brusco y suspiró.
—Espero que esto no sea otra de esas historias dramáticas que me cuentan todos últimamente. Estoy agotada de tanto "Julieta esto" y "Marco aquello", y "Etcétera y etcétera"
Cristina reprimió una sonrisa, como una gata que encuentra la primera grieta en una puerta cerrada.
—Oh, no, nada de dramatismos. Solo… bueno, digamos que he notado algunas cosas, y pensé que sería bueno compartirlas contigo.
Lucía arqueó una ceja mientras inspeccionaba la carta.
—¿Cosas? Suenas como si fueras a revelarme una conspiración familiar.
Cristina rió con suavidad, aprovechando el momento para ganar terreno.
—Nada tan grave, aunque… Bueno, mira, primero dime cómo estás tú.
Lucía ordenó un capuchino y un croissant, mientras el camarero, un joven distraído, casi volcaba una bandeja en una mesa cercana. Ambas se rieron, y el ambiente se alivianó lo suficiente como para que Cristina comenzara su verdadera maniobra.
—Marco está bien, ¿no? —Cristina deslizó las palabras como si fueran un comentario casual, aunque su tono dejaba entrever algo más—. Aunque no sé si Julieta lo apoya del todo.
Lucía frunció el ceño, atrapada entre el croissant y su curiosidad.
—¿A qué te refieres?
Cristina bajó la voz y se inclinó ligeramente hacia adelante.
—No quiero meterme demasiado, pero últimamente he notado que Julieta parece más enfocada en su carrera. Lo cual está genial, claro, pero… ¿qué pasa con Marco? ¿No crees que él también merece sentirse como su prioridad?
Lucía dejó el croissant a un lado, su expresión pasó de la confusión al interés.
—Bueno, sí, Marco es muy dedicado, siempre lo ha sido. Pero no sé si Julieta lo descuida. ¿Has notado algo más?
Cristina suspiró teatralmente.
—Mira, tal vez soy yo exagerando. Pero la otra vez… bueno, fue una tontería, pero vi cómo Julieta salía tarde de la oficina, y parecía… distante. No quiero especular, pero me hizo pensar si Marco no estará sintiéndose un poco… ¿cómo decirlo? Secundario.
Lucía apoyó los codos en la mesa, y Cristina supo que había captado su atención por completo.
Mientras hablaban, Cristina recordó la primera vez que Lucía había mostrado su lado protector. Habían coincidido en una fiesta de cumpleaños de Marco, más de seis años atrás, cuando Marisol, y Marco salían. Lucía había hecho un comentario sarcástico sobre el vestido de Marisol, insinuando que no era adecuado para la ocasión. Cristina había presenciado el enfrentamiento desde una esquina, observando cómo Lucía defendía la imagen de su hermano como si fuera un caballero de una era pasada.
"Lucía siempre ha creído que Marco merece lo mejor. Solo tengo que recordárselo", pensó Cristina mientras regresaba al presente, también recordó que nunca más volvió a ver a Marisol.
Lucía se inclinó hacia atrás en su silla, cruzando los brazos y frunciendo ligeramente el ceño. El murmullo del café seguía siendo un fondo constante, pero su atención estaba completamente en las palabras que Cristina acababa de pronunciar. Se mordió el labio inferior, como si estuviera evaluando cada sílaba en busca de un significado oculto.
—Si Marco siente eso, él lo diría, ¿no? —preguntó finalmente, con un tono que intentaba sonar segura, aunque la duda ya había comenzado a filtrarse.
Cristina ladeó la cabeza, como si estuviera considerando profundamente la pregunta. Tomó su taza de café con ambas manos, dejando que el calor se transmitiera a sus dedos antes de dar un sorbo lento y calculado. Su silencio fue tan elocuente como cualquier respuesta.
—Quizás sí —respondió finalmente, dejando la taza con cuidado sobre el platillo—. O quizás no. Ya sabes cómo es Marco, siempre tan reservado con sus sentimientos. Nunca quiere preocupar a los demás...
Dejó que la frase flotara en el aire, como una nube que amenaza tormenta. Cristina bajó la mirada hacia su taza, fingiendo modestia, mientras sus ojos brillaban con astucia.
Lucía ladeó la cabeza y, aunque no dijo nada de inmediato, una pequeña línea de preocupación apareció en su frente, como si las palabras de Cristina hubieran encontrado un rincón vulnerable en su armadura.
—Pero bueno —añadió Cristina con un tono más ligero, casi despreocupado—, tal vez me estoy preocupando de más. Ya sabes cómo soy: me encanta darle mil vueltas a las cosas.
La risa que siguió fue breve, un puente para cambiar de tema. Cristina comenzó a hablar de las últimas tendencias de moda que había visto en una revista, imitando exageradamente a las modelos con una mueca que provocó la risa espontánea de Lucía. La conversación se volvió más ligera, pero la semilla ya había sido plantada, y Cristina lo sabía.
Cuando finalmente se levantaron, Lucía miró a su reloj y suspiró.
—Bueno, ha sido un placer, Cristina. Me voy antes de que el tráfico me atrape.
—Claro, querida, cuídate mucho. Y... piensa en lo que te dije, ¿sí?
Lucía asintió con una sonrisa educada, pero en sus ojos había algo que indicaba que las palabras de Cristina seguían girando en su mente. Salió del café con pasos lentos, sus pensamientos más pesados que su bolso. Mientras caminaba hacia su coche, jugaba distraídamente con las llaves, incapaz de sacudir la sensación de que tal vez había algo que estaba pasando desapercibido.
Desde la ventana del café, Cristina observaba la figura de Lucía mientras se alejaba. Se acomodó en su silla, llevó la taza de café a los labios y sonrió para sí misma. Su mirada era tranquila, pero su mente ya trazaba el siguiente paso en su estrategia.