El Laberinto De Los Sueños

Emma despertó en la quietud del hospital, pero esta vez no era la tranquilidad habitual que encontraba en su habitación. Algo había cambiado dentro de ella, algo que sentía profundamente, en lo más hondo de su ser. La revelación de la figura en la oscuridad, las palabras sobre la "pared invisible", seguían resonando en su mente como un eco persistente. ¿Qué significaba esa barrera? ¿Qué era lo que debía enfrentar para finalmente despertar por completo?

La mañana había llegado, y el sol se colaba tímidamente a través de las cortinas, pero Emma no podía disfrutar de la luz. Sentía una ansiedad que la invadía, como si el día estuviera marcado por algo que aún no entendía. Todo en su entorno parecía tan distante, tan ajeno, y su mente no dejaba de dar vueltas sobre lo que había vivido en el jardín, con las sombras y la versión oscura de ella misma.

Se levantó lentamente de la cama, pero la sensación de pesadez en sus piernas no desapareció. Sus movimientos seguían siendo torpes, como si estuviera atrapada en un sueño que no podía dejar atrás. Cuando miró sus manos, las vio temblar ligeramente, como si algo dentro de ella se estuviera fracturando. Ese era el precio de no haber resuelto aún el misterio de las sombras, de no haber derribado la pared invisible.

A lo largo de los días, Emma había comenzado a notar algo curioso en su entorno. Aunque los médicos la observaban con esperanzas de su pronta recuperación, había una sensación en el aire de que algo no estaba bien. Su estado físico parecía mejorar, pero emocionalmente se sentía desbordada. Los recuerdos del coma seguían aflorando en su mente, y aunque intentaba hablar de ello, nadie parecía comprender. Sus padres, con la mejor de las intenciones, la rodeaban de cariño, pero eso solo aumentaba la sensación de estar atrapada en una jaula de amor y preocupación.

Mientras los médicos le indicaban que descansara y se enfocara en su recuperación, Emma sentía que su mente necesitaba algo más, algo que no podía encontrar en las visitas, en las palabras de consuelo o en los rituales de fisioterapia. Necesitaba entender la conexión entre su cuerpo y su mente, entre su despertar físico y lo que ocurría en su interior. Sabía que, de alguna manera, todo estaba relacionado.

Decidió salir nuevamente al jardín. Aunque las sesiones de rehabilitación le dejaban un agotamiento palpable, la necesidad de aclarar su mente la empujaba a caminar por ese mismo sendero, donde había visto las sombras y la figura que le hablaba sobre la pared invisible. Ahora, en ese espacio entre la vigilia y el sueño, sabía que debía regresar a ese mismo punto. Si quería entender la barrera, tendría que enfrentarse a ella.

Al salir al jardín, el ambiente ya no le parecía tan acogedor como antes. El aire fresco y la luz suave del sol parecían contrastar con la tormenta que rugía dentro de su cabeza. ¿Qué significaba esa pared? ¿Cómo podía enfrentarse a un miedo que no sabía definir?

En el centro del jardín, bajo un árbol solitario, la mujer de ojos dorados apareció nuevamente. Su presencia era como una sombra suave que se deslizaba entre los rayos del sol, y aunque su rostro era inmutable, sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural. Emma no tardó en reconocerla, y algo dentro de ella sintió que, al fin, estaba cerca de la verdad.

—Has regresado —dijo la mujer, su voz cargada de calma, como si no estuviera sorprendida por la aparición de Emma en ese mismo lugar. —Es hora de que comprendas.

Emma no pudo evitar mirarla con desesperación. Todo lo que había estado viviendo desde su despertar, las voces, las sombras, las visiones, todo parecía apuntar hacia esa mujer y su misteriosa sabiduría. Pero había algo que le faltaba: la respuesta. ¿Qué debía hacer para dejar atrás el miedo? ¿Cómo podía romper esa barrera?

—No sé qué debo hacer —respondió Emma, su voz quebrada por la incertidumbre.

La mujer de ojos dorados la miró fijamente, como si estuviera evaluando su alma.

—La barrera no es algo externo, Emma. Es algo que está dentro de ti. El miedo a lo desconocido, la angustia de no poder comprender tu situación, es lo que te mantiene atrapada. Mientras sigas temiendo lo que está más allá de la oscuridad, no podrás despertar. Lo que debes hacer es enfrentarlo, aceptarlo, y dejar que el miedo se disuelva.

Emma cerró los ojos, sumida en la reflexión. ¿Cómo podía enfrentar algo que no comprendía? ¿Cómo podía aceptar lo que ni siquiera sabía que existía? Pero, mientras la mujer hablaba, un destello de comprensión comenzó a formarse en su mente. Todo en su vida había estado marcado por una profunda sensación de inseguridad, un miedo constante a lo desconocido. Su accidente, su coma, todo había sido un resultado de esa angustia interior que no había logrado sanar.

El miedo al despertar, al regresar a la vida real, la había mantenido cautiva. La barrera invisible era la ansiedad que sentía por no ser capaz de controlar su destino. Temía lo que podría esperarle al salir del coma, temía el dolor de la recuperación, temía enfrentar su vida con una perspectiva distinta. Pero lo que no había comprendido hasta ese momento era que ese miedo era lo único que la mantenía atada a un mundo en el que ya no pertenecía.

—¿Cómo lo hago? —preguntó Emma, con un nudo en la garganta. —¿Cómo enfrento lo que está dentro de mí?

La mujer de ojos dorados levantó una mano, señalando la figura de Emma en el centro del jardín.

—La respuesta está en ti, Emma. Ya tienes lo que necesitas para despertar. Lo único que debes hacer es dar el primer paso, dejar de temer. La barrera es solo un reflejo de tu mente, un obstáculo creado por tu propia percepción. Solo tú puedes decidir derribarla.

Con esas palabras, la mujer desapareció, desvaneciéndose en el aire, como si nunca hubiera estado allí. Emma permaneció en el jardín, sintiendo una mezcla de confusión y determinación. Sabía que el siguiente paso dependía de ella, de su capacidad para enfrentarse a su propio miedo, para dejar de huir de lo que le esperaba.

Se quedó allí, mirando el horizonte, respirando profundamente. No tenía todas las respuestas, pero ahora entendía que el verdadero desafío no estaba fuera de ella, sino dentro. Enfrentar la pared invisible requeriría más que coraje; requeriría aceptación, la aceptación de lo que había sucedido, de lo que estaba sucediendo y de lo que podía llegar a ser.

Desafío: Emma entendió que ya no podía seguir en el limbo, atrapada entre dos mundos. La barrera de sus miedos era lo único que la mantenía en ese estado, y ahora debía encontrar la fuerza para cruzar esa línea. El despertar no solo era físico, sino espiritual, y para ello, debía enfrentarse a la oscuridad dentro de su alma.