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"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

Status: En proceso
Genre:Reencarnación
Popularitas:2.8k
Nilai: 5
nombre de autor: LUZ PRISCILA

Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.

Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.

Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.

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Capitulo 8

El gran comedor de la mansión ducal estaba iluminado por lámparas de cristal que desprendían destellos dorados sobre la mesa interminable, cubierta de platos de porcelana fina y copas de cristal tallado. El aire olía a especias, a carne asada y a vino caro. Pero para ella, nada de eso importaba: su atención estaba fija en las figuras que ya aguardaban sentadas.

Sus hermanos biológicos.

No eran como los recordaba en la novela que leyó en su vida pasada, ni mucho menos como los hermanos malcriados de su anterior existencia. Eran distintos:

El hermano mayor, de cabello oscuro y mirada penetrante, tenía fama de ser un genio en estrategia militar, un joven prodigio capaz de memorizar mapas enteros y dirigir simulacros de batalla a pesar de su corta edad. Su porte era serio, casi frío, y el rumor en la mansión decía que había heredado la mente calculadora del propio duque.

El segundo hermano, de ojos afilados y facciones elegantes, dominaba la aritmética y las ciencias con una facilidad que asustaba. Muchos lo consideraban un erudito precoz, aunque apenas superaba la adolescencia. Su lengua era tan cortante como su mente, y rara vez mostraba algo más que un gesto de fastidio.

Ambos la observaron cuando entró al salón, como si fuesen jueces dispuestos a dictar sentencia. Ella se acomodó en su silla, consciente de que para ellos seguía siendo la niña caprichosa y malvada que siempre humillaba a los sirvientes y arruinaba las comidas familiares con berrinches.

El silencio se rompió cuando el hermano mayor habló con voz grave:

—Sorprendente. La pequeña víbora se digna a sentarse sin hacer escándalo. ¿Qué tramas esta vez?

Un murmullo de los sirvientes recorrió el salón. Ella, con su mente madura atrapada en el cuerpo de una niña, apretó los cubiertos entre sus pequeñas manos. No debía caer en la provocación.

—No estoy tramando nada —respondió con calma, clavando los ojos en el plato frente a ella—. Solo quiero cenar en paz.

El segundo hermano soltó una carcajada seca.

—¿En paz? —repitió con ironía—. La misma que arrojó sopa sobre un invitado la semana pasada ahora quiere paz. No nos hagas reír.

Ella alzó la vista y los miró fijamente. Dentro de sus ojos había algo que los desconcertó: ya no era la chispa de capricho infantil, sino la serenidad de alguien que había visto y sufrido demasiado.

—Puede que antes haya sido una carga —dijo despacio, con voz firme—. Pero ya no quiero serlo.

Un silencio incómodo cayó sobre la mesa. Los sirvientes se tensaron, esperando la próxima discusión. Pero sus hermanos no respondieron de inmediato. La seriedad en sus rostros se endureció aún más.

El hermano mayor la examinó como si fuese un enigma que debía descifrar. El segundo, en cambio, entrecerró los ojos, como si intentara encontrar la mentira detrás de esas palabras.

—No confío en ti —dijo finalmente el mayor—. Cambias demasiado de un día para otro. Algo escondes, y lo descubriré.

Ella apretó sus labios. Claro que escondía algo: toda una vida pasada y el conocimiento del final trágico que la niña tendría si seguía el rumbo original. Pero no podía revelarlo.

La cena transcurrió entre silencios tensos y comentarios punzantes. Sus hermanos, geniales y serios, parecían observar cada uno de sus gestos, como si esperaran que en cualquier momento mostrara su “verdadera cara”.

Cuando el banquete terminó, ella se retiró a su habitación, con el eco de sus miradas pesando sobre sus hombros. Frente al espejo, sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y determinación.

—No soy la villana que creen… —susurró—. Pero si para sobrevivir debo convertirme en alguien más fuerte que ellos, lo haré. Aunque me vean como un monstruo, yo escribiré mi propia historia.

Y así, bajo la fría luz de la luna que entraba por la ventana, comprendió que su lucha no sería solo contra un destino marcado en la novela, sino también contra la sombra de sus propios hermanos: genios, serios y despiadados en su juicio hacia ella.

1
Omis Mendoza
vieja maldita sinvergüenza
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