Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 13 – Entre la vida y el pasado Parte 1: Hogar de cuatro corazones
Las luces del atardecer se filtraban a través de las cortinas del apartamento, bañando la sala con un tono cálido y suave. Ana observaba la cuna doble donde dormían sus dos pequeños milagros, envueltos como burritos diminutos, con los puñitos cerrados y los labios formando una mueca tranquila.
Habían pasado tres días desde que salieron del hospital, y aunque el cansancio era tan intenso que sentía los huesos pesados, una felicidad extraña —casi irreal— se aferraba a su pecho.
Lían cruzó la habitación con una botella de leche tibia en una mano y un pañal en la otra.
—Me atrevo a decir que mi habilidad para cambiar pañales en la oscuridad debería estar en mi currículum —bromeó, dejando la botella sobre la mesa y besando la cabeza de Ana al pasar.
—Solo si también incluyes cómo te desmayaste cuando rompí fuente —respondió ella con una sonrisa cómplice.
Él se rió con esa carcajada ronca que a Ana le encantaba oír. Estaban agotados, sí, pero juntos.
—¿Ya dormiste al menos una hora seguida? —preguntó, sentándose a su lado.
—Creo que no desde el segundo trimestre del embarazo —susurró, recostando su cabeza en su hombro.
Lían envolvió su brazo alrededor de ella y juntos miraron a los bebés, como si temieran que el mundo se rompiera si apartaban la mirada.
—¿Tú crees que lo estamos haciendo bien? —preguntó Ana de pronto.
—No tengo idea —respondió él sinceramente—. Pero te juro que cada vez que los veo respirar, siento que no hay nada más importante que esto. Que estamos exactamente donde debemos estar.
Ana asintió. También lo sentía. Por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en lo que estaba mal, ni en lo que le faltaba… sino en lo que había construido.
El caos, sin embargo, nunca descansaba del todo.
Esa noche, mientras Ana alimentaba a la bebé —a la que habían llamado Sofía— notó que su respiración era un poco más rápida de lo normal. Su piel estaba cálida, pero no febril. Movía las piernas, comía, lloraba… todo parecía normal.
Pero algo no encajaba. Un instinto invisible le punzaba el pecho.
—¿Crees que es normal que respire tan rápido? —preguntó Ana, algo nerviosa.
Lían se acercó, colocó dos dedos suavemente en el pecho diminuto de su hija.
—No sé… puede ser normal. Son tan pequeños. Pero si te preocupa, vamos al pediatra mañana mismo.
Ana asintió, pero no pudo dejar de observar a Sofía toda la noche.
Los minutos se sentían como horas cuando uno ama con esa fuerza visceral.
Aunque era una madre primeriza, Ana ya entendía que el miedo por los hijos era un huésped que nunca se iba.
A la mañana siguiente, el pediatra revisó a Sofía con paciencia y dulzura.
Después de una auscultación cuidadosa, miró a Ana con calma, pero con ese tono profesional que prepara para las malas noticias.
—Quiero hacerle unos estudios respiratorios simples, solo para asegurarnos de que todo está bien.
Probablemente no sea nada grave, pero es mejor estar seguros.
Ana sintió cómo su estómago se encogía. Lían le tomó la mano de inmediato.
—¿Es algo peligroso? —preguntó él, tenso.
—No lo creo. Pero la detección temprana es clave si llegara a haber algo. Tranquilos, están haciendo lo correcto.
Al salir del consultorio, Ana se sentía como si tuviera un nudo gigante en la garganta.
Nada en la vida te prepara para pensar que tu bebé podría estar enfermo.
—Todo va a salir bien —dijo Lían, abrazándola mientras sostenía la sillita donde dormía Sofía.
—¿Y si no? —susurró Ana, con voz temblorosa.
—Entonces no estarás sola para enfrentarlo.
Esa noche, cuando lograron dormir un par de horas, Ana despertó con una sensación rara en el pecho. No era dolor físico. Era como si un presagio le murmurara algo en la oscuridad. Se levantó y fue al cuarto de los bebés. Los dos dormían. Sofía, más tranquila. Matías, su hermano, incluso sonreía entre sueños.
Y sin embargo, ese susurro no se iba.
Volvió a la habitación y encontró a Lían despierto, revisando algo en su celular. Lo vio fruncir el ceño.
Cuando la vio, ocultó el teléfono, pero Ana alcanzó a ver una foto.
Era una mujer.
Rubia. Elegante.
Con un niño en brazos.
Su corazón se detuvo un segundo.
—¿Quién es ella? —preguntó con voz firme.
Lían dudó.
Y eso fue peor que cualquier respuesta.
—Necesitamos hablar —dijo él finalmente—. Pero no esta noche. Mañana.
Prometo que te diré todo.
Ana no respondió.
Se volvió a la cama con el corazón en alerta.
El miedo que sentía ya no era solo por sus hijos.
Era por lo que aún no sabía del hombre que empezaba a amar.
me gusta él cuando se enteró se su embarazo no la rechazó a sido su apoyó