Mi nombre era Rosana, pero morí en un motel de mala muerte con olor a humedad y fracaso. Lo último que recuerdo antes de desmayarme fue un tipo que pensaba que pagarme le daba derecho a todo. Spoiler: casi lo logra.
Desperté en una cabaña en medio del bosque, con siete hombres mirándome como si hubiera caído del cielo... o del catálogo de fantasías medievales. Y yo, sin entender nada, tuve la brillante idea de decirles que me llamaba Blancanieves. Porque, total, ¿qué más daba? Ya había vendido hasta mi orgullo… ¿por qué no mi identidad?
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capítulo 9
El amanecer se deslizó con la pesadez de un sueño interrumpido. El bosque, cubierto aún por la neblina, parecía contener el aliento, como si supiera que la calma era solo un suspiro efímero. Rosana estaba ya de pie, firme, frente a la puerta de la cabaña. La mirada fija en el horizonte, pero esperando algo más cercano.
Gael emergió de entre los árboles, sin rastro del cazador. Su camisa manchada con barro… y algo más oscuro. No pronunció palabra alguna, pero sus ojos decían todo: uno menos. Sin preguntas ni discusiones, Rosana asintió.
—Uno menos —dijo con voz seca.
Zev apareció tras ella, arrastrando una bolsa que parecía pesar más de lo que su tamaño indicaba. Sin ceremonias, la dejó caer a sus pies.
—Encontramos esto en el cinturón del muerto —anunció.
Rosana se agachó, desplegó el saco y su mirada captó al instante el pulso helado de la magia oscura que emanaba de las pequeñas dagas negras, cada una grabada con símbolos que parecían absorber la poca luz que quedaba.
—Magia de sangre —susurró reconociendo los símbolos del grimorio que le había dado para estudiar su magia Nikolai. —. Si hubiese logrado usarlas…
—No estaría aquí para contar la historia —agregó Tobías, emergiendo desde la sombra de la puerta.
Justo entonces, un crujido rompió el silencio. Manos sobre armas, todos tensos.
Un cuervo negro como la noche descendió, posándose en una rama baja. De su pico cayó un pergamino enrollado.
Rosana lo recogió con manos firmes y lo desenrolló.
Las palabras escritas con caligrafía retorcida la golpearon como un frío puñal:
" A la ladrona de destinos y sus siete ratas:
No importa dónde se escondan ni a quién maten. La sangre siempre encuentra a la sangre.
Disfruten sus últimos días respirando aire limpio, niña.
Cuando termine contigo, no habrá bosque, cielo ni tierra que quiera tu nombre.
—Ravena."
El cuervo graznó burlón, elevándose entre la bruma.
Rosana apretó el pergamino con fuerza, pero no lo destruyó. Sabía que tendría que recordar cada palabra.
—Ella viene —dijo con voz firme.
Zev frunció el ceño.
—Entonces no podemos esperar a que golpee. Debemos prepararnos para la guerra.
—Y no solo nosotros —agregó Gael—. Necesitamos aliados. Todos los que podamos convencer. El bosque, las aldeas… hasta los renegados que antes desechamos.
Tobías, escéptico, preguntó:
—¿Crees que alguien quiera pelear contra una reina con ejército de sombras?
—No les dejaremos opción —replicó Gael, con la mirada fría—. Que teman más a Ravena que a la princesa. Que sepan que la lucha no es solo por su vida, sino por la de todos los que ella quiere aplastar.
—Entonces, ¿por dónde empezamos? —inquirió Rosana.
—Por los viejos pactos —dijo Nikolai—. Los que se hicieron en secreto, con las tribus del norte y los magos olvidados. Quiero una alianza que tiemble hasta el trono de Ravena.
Gael asintió.
—Si vamos a hacer esto, necesitaremos más que dagas y flechas. La guerra será larga y sangrienta.
Un suspiro colectivo recorrió el claro, pero nadie dudó.
Rosana guardó el pergamino con cuidado y miró al cielo que comenzaba a aclarar.
—Entonces, preparémonos. No solo para sobrevivir, sino para ganar.
Mientras los bandidos se dispersaban a reunir armas, noticias y alianzas, un último par de ojos observaba desde lo alto de las ramas: un cuervo más grande, con un ojo que brillaba dorado.
Y muy lejos, Lilith sonreía, sabiendo que la tormenta apenas comenzaba.
Definitivamente. Déjà Vu
déjà Vu! cuando Abigail se enteró que estaba embarazada