Thiago Andrade luchó con uñas y dientes por un lugar en el mundo. A los 25 años, con las cicatrices del rechazo familiar y del prejuicio, finalmente consigue un puesto como asistente personal del CEO más temido de São Paulo: Gael Ferraz.
Gael, de 35 años, es frío, perfeccionista y lleva una vida que parece perfecta al lado de su novia y de una reputación intachable. Pero cuando Thiago entra en su rutina, su orden comienza a desmoronarse.
Entre miradas que arden, silencios que dicen más que las palabras y un deseo que ninguno de los dos se atreve a nombrar, nace una tensión peligrosa y arrebatadora.
Porque el amor —o lo que sea esto— no debería suceder. No allí. No debajo del piso 32.
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Capítulo 22
Madrid estaba fría.
El otoño europeo traía consigo un tipo de silencio que dolía más que mil voces.
Gael había llegado hacía dos días.
Un apartamento alquilado.
Poco equipaje.
Ningún plan.
La idea de huir parecía correcta en el impulso.
Pero allí, solo, con el celular en modo avión y la conciencia despierta, todo parecía mal.
En la mañana del martes, vino el golpe.
“CEO huye a Europa en medio de investigación: ¿será el fin de la era Ferraz?”
El titular estampaba la pantalla con la fuerza de un puñetazo en el estómago.
Blogs, sitios financieros, columnistas sociales.
Todos especulando.
Todos juzgando.
“Fuentes afirman que fue aconsejado a salir para evitar mayores escándalos. Hay rumores de una relación que habría sido el detonante de la crisis.”
Thiago vio la noticia en el intervalo del almuerzo.
Sentado solo, con una marmita mal comida y los ojos cansados.
El mismo dolor de siempre, pero ahora público.
Él cerró el celular.
Volvió a su mesa.
Y siguió.
Porque perder el empleo no era una opción.
⸻
En Madrid, Gael leyó todo.
Sentado en la orilla de la cama.
Respirando como quien intentaba evitar un ataque de pánico.
Abrió el celular.
Buscó el nombre.
Eugenia.
Llamó una vez.
Dos.
En la tercera, ella atendió.
— ¿Qué parte de la palabra “fin” no entendiste?
— Mamá… necesito ayuda.
— Ahora necesitas, ¿no?
— Los medios están destruyendo todo. Yo… yo no sé qué hacer.
— Ya hiciste, Gael. Y ahora cosechas.
El silencio de él era casi infantil.
Por primera vez desde niño, él quería consuelo.
Y solo recibía corte.
— Te avisé. Te di todas las salidas. Pero tú elegiste el caos.
— Yo elegí intentar ser feliz.
— Y mira dónde eso te trajo.
— ¿No sientes nada?
La respuesta de ella vino rápida, gélida:
— Siento vergüenza.
La línea se cortó.
Sin más palabras.
Sin más nada.
⸻
Aquella noche, Gael no salió del cuarto.
No cenó.
No durmió.
La única cosa que aún vibraba era el nombre de Thiago.
Pero él sabía:
no tenía más el derecho de marcar.
Y del otro lado del océano,
Thiago apagaba las notificaciones en el celular,
pero no conseguía apagar
el nombre de Gael de la memoria.
El reloj marcaba las 2h37 de la madrugada en Madrid.
Gael estaba sentado en el suelo, la espalda apoyada en la pared helada del cuarto.
No había más lágrimas.
Solo cansancio.
Y silencio.
Fue cuando el celular sonó.
Número conocido.
Helena.
Por un segundo, pensó en no atender.
Pero atendió.
— ¿Helena?
— Gael. ¿Cómo estás?
La voz de ella parecía dulce.
Casi preocupada.
Casi.
— Estoy… intentando respirar.
— Vi las noticias. Siempre odiaste ese tipo de exposición.
— No fui yo quien alimentó eso.
— Lo sé… — ella dijo, dejando escapar un suspiro vago. — Siempre fuiste impulsivo cuando te sentías perdido.
La frase cortó más de lo que él esperaba.
— ¿Qué quieres, Helena?
— Nada demás. Solo pensé que quizás… podría conversar con alguien conocido. Un hombro familiar.
Gael quedó en silencio.
El nombre de Thiago resonó dentro de él.
Familiar. Pero no seguro.
Real. Pero ahora ausente.
— Es gracioso que llames justo ahora.
— ¿Por qué?
— Porque estoy comenzando a entender quién siempre estuvo de mi lado… y quién estaba solo de pie a mi alrededor esperando la hora cierta de jalar la alfombra.
Helena sonrió. Él oyó.
Fue el peor sonido de la noche.
— Gael… siempre fuiste brillante.
Pero nunca supiste jugar.
Por eso… perdiste.
— Tú ayudaste a destruir todo lo que construí.
— No. Yo solo quité las protecciones. Y tú te desmoronaste solo.
Gael respiró hondo.
Tragó el nudo en la garganta.
— Fuiste el error más educado de mi vida, Helena.
Ella rió, suave.
— Y tú fuiste la ilusión mejor intencionada de la mía.
La línea se cortó.
No hubo despedida.
No habría más.
⸻
En São Paulo, Thiago aún estaba despierto.
Acostado en la cama, mirando el techo.
El corazón dolía, pero no era más desesperación.
Era un tipo de aceptación amarga.
La vida le había enseñado a perder.
Pero él no quería más huir de sí mismo.
En la mañana siguiente, él se despertaría temprano.
Trabajaría duro.
Y no miraría hacia atrás.
⸻
En Madrid, Gael se levantó.
Tomó un baño.
Vistió la única camisa planchada.
Se miró a sí mismo en el espejo.
Y susurró, como una promesa:
— Voy a reconstruir.
Ni que sea desde cero.
Ni que sea sin nadie.
Pero no seré más el hombre moldeado por otros.