CONTRATO CON EL CEO: PROHIBIDO ENAMORARSE

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...CAPÍTULO 15...

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...EMMA RÍOS...

Nunca imaginé que mi primera boda sería tan… cinematográfica.

Y eso que había visto suficientes películas cursis para saber que algo así solo pasaba en la ficción.

El lugar era un sueño: una terraza frente al mar Egeo, el viento jugando con los pétalos blancos que flotaban en el aire, una orquesta tocando en vivo y todo el staff de la empresa actuando como si esto fuera la boda del año y no una boda falsa.

Yo, mientras tanto, estaba sentada frente al espejo, observándome como si viera a otra persona.

El vestido era impresionante —obviamente, hecho a medida por una marca que yo ni podría pronunciar— y el maquillaje, impecable.

Demasiado impecable para alguien que, en teoría, estaba cometiendo el fraude emocional más caro del año.

Gisela entró a la habitación con una sonrisa traviesa.

—Te ves preciosa. Leonardo no va a soportar cuando te vea.

—Lo dudo —dije encogiéndome de hombros—. No creo que le importe lo que haga o como me vea.

Ella rió y me guiñó un ojo.

—Eso es lo que tú crees, querida.

Cuando salí, todos se pusieron de pie.

Y ahí estaba él.

Traje negro, corbata perfectamente alineada, la mandíbula apretada como si estuviera por enfrentar una junta de accionistas y no una boda.

Nos cruzamos la mirada y fue… raro.

No por el escenario, ni por los invitados, ni por la farsa.

Fue raro porque por un segundo —solo uno—, juraría que vi nervios en sus ojos.

¿Leonardo Blake, nervioso?

Eso sí era histórico.

Avancé hacia él con paso firme, aunque por dentro las piernas me temblaban como gelatina.

Cuando llegué al altar, él me ofreció la mano.

Y aunque debía parecer algo ensayado, mi corazón decidió ignorar el guion.

Sus dedos estaban fríos. Los míos, temblorosos.

Y en ese instante me di cuenta de que por más contrato, cláusulas o dinero que existiera… algo en todo esto se sentía demasiado raro.

El juez empezó a hablar, pero yo apenas lo escuchaba.

Solo veía a Leonardo. Su mirada fija en mí, su mandíbula tensándose cada vez que alguien pronunciaba la palabra “amor” o “unión”.

Yo, en cambio, me sentía más tranquila de lo que imaginaba.

Quizás porque sabía que esto no duraría para siempre. O quizás porque, por primera vez, tenía el control.

—¿Emma Ríos acepta a Leonardo Blake como su esposo? —preguntó el juez.

—Acepto —respondí con voz firme, aunque por dentro un millón de pensamientos bailaban como fuegos artificiales.

—¿Y usted, señor Blake, acepta a Emma Ríos como su esposa?

Leonardo tardó un segundo más de lo normal en responder.

Un segundo eterno.

—Acepto —dijo, mirándome directamente a los ojos.

Y entonces vino la parte más complicada.

El beso.

Las cámaras, los flashes, los murmullos.

Todo se volvió ruido de fondo.

Leonardo se inclinó hacia mí, y yo hacia él.

Era un beso por contrato.

Actuado.

Calculado.

Hasta que nuestros labios se tocaron.

Y entonces por alguna razón, no se sintió tan actuado…que digamos.

Sus manos se posaron en mi cintura con firmeza, y el beso se alargó.

Era lento, cálido, profundo.

Tanto que por un segundo olvidé dónde estaba.

Olvidé las cámaras, el contrato, las cláusulas.

Olvidé que debía fingir.

Solo existía él.

Su respiración, su sabor, su forma de inclinarse un poco más.

Hasta que alguien carraspeó.

Gisela, claro.

Nos separamos.

Ambos respirábamos agitados, como si hubiéramos corrido una maratón.

Y cuando abrí los ojos, vi la expresión de Leonardo.

Sorprendido. Confuso.

Como si tampoco entendiera qué acababa de pasar.

El resto de la ceremonia fue un borrón.

Aplausos, fotos, brindis, firmas.

Yo sonreía, él se mantenía estoico, y todos los demás parecían fascinados con nuestra “historia de amor”.

Hasta que empezó la fiesta.

Si hay algo que aprendí esa noche es que el champán caro sube rápido.

Demasiado rápido.

Estaba en la pista de baile, riendo con Gisela, mientras los invitados fingían que no querían tomarse selfies conmigo.

Leonardo hablaba con unos socios, pero de vez en cuando su mirada se desviaba hacia mí.

Y cada vez que lo hacía, yo tomaba otro sorbo.

Por nervios. Por confusión. Por todo.

—Ya te estás pasando, señora Blake —me dijo Gisela con una sonrisa divertida.

—Déjame disfrutar mi matrimonio ficticio, al menos por hoy —respondí, levantando la copa.

Leonardo se acercó en ese momento, con una ceja arqueada.

—¿Cuántas llevas?

—¿Copas o decepciones amorosas? —repliqué con ironía.

Él soltó una risa y por un instante, su mirada fue diferente esta vez.

Más suave.

Más… real.

—Ven —dijo, extendiéndome la mano—. Bailemos.

—¿Ahora quieres fingir que somos la pareja recién casada perfecta?

—No —contestó—. Solo quiero bailar contigo.

Al final acepté.

Bailamos.

Yo reía.

Él sonreía.

Y cuando la música bajó de ritmo, nuestras miradas volvieron a encontrarse.

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Horas después, mientras todos seguían celebrando, me quité los tacones y caminé hacia el balcón.

El mar brillaba bajo la luna.

Escuché la puerta detrás de mí.

—No puedo dormir —dijo Leonardo, con la voz baja.

—Debe ser el remordimiento —contesté.

—O el champán —replicó, acercándose.

Nos quedamos allí, en silencio.

Solo mirando el mar.

—¿Otra copa? —preguntó Leonardo, levantando la botella.

—¿Por qué no? Si ya nos vendimos al sistema, al menos brindemos por ello.

Él sonrió, esa sonrisa mínima que rara vez aparece en su rostro.

—Brindemos por sobrevivir a la vida.

Chocamos las copas y bebimos.

O mejor dicho: yo bebí, él me observó.

Y lo hacía de una forma que me desarmaba.

—¿Por qué me miras así? —pregunté, jugueteando con el borde de la copa.

—Porque estoy tratando de entenderte —dijo, acercándose un poco más.

—Mala idea —reí—. Ni yo misma me entiendo.

—Eso lo creo. Pero también creo que eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

Lo dijo sin pestañear.

Directo. Serio. Sin el tono arrogante habitual.

—Estás borracho —intenté bromear, pero mi voz sonó más temblorosa de lo que esperaba.

—Tal vez. Pero no tanto como para no ver lo sexy que te ves esta noche.

Mis mejillas ardieron.

—¿Y ahora quién rompe las cláusulas, señor Blake?

Él sonrió, acercándose un poco más.

—Si no recuerdo mal, esa cláusula decía “No enamorase”…pero en ningún momento prohibía otras acciones.

—Ajá. —dije señalando la distancia mínima entre nosotros— pero algunas acciones te pueden llevar a obtener ese sentimiento.

—Entonces tendré que corregirlo —murmuró, inclinándose apenas, su aliento cálido rozando mi piel.

El corazón me latía tan fuerte que juré que se escuchaba por encima de la música.

—Leonardo… —susurré.

—¿Sí?

—Odio tu personalidad —dije, y él rió con un tono ronco, tan atractivo que me hizo perder el hilo de mis pensamientos.

—Lo sé —respondió con calma—. Pero aun así no puedes dejar de mirarme.

—Porque eres insoportable y voy a admitir que eres atractivo. Pero solo lo diré únicamente hoy, porque sé que te inflará el ego. Lo detesto.

—Entonces estamos empatados —susurró él, inclinándose aún más—. Yo también detesto lo mucho que me gustas cuando te enfadas.

¿Le gusto?

Ya estoy empezando a considerarderar que se intoxicó con el licor.

El aire se volvió denso.

Solo quedábamos nosotros, el sonido de las olas y el calor que empezaba a arder entre ambos.

Él me rozó el mentón con los dedos, bajando lentamente hasta mi cuello.

Su toque era suave, pero me dejó sin aliento.

—¿Sabes cuál fue mi error? —preguntó con voz grave.

—¿Crear ese contrato? —alcancé a decir.

—No. Pensar que podría mantenerme lejos de ti.

Y entonces me besó.