La Manzana Del Pecado.

La Manzana Del Pecado.

capítulo 1

Mientras camino por las calles frías con una sonrisa pegada como una máscara mal hecha, intento captar la atención de los conductores que pasan a mi alrededor. Ya saben, una mirada insinuante, un paso más lento al cruzar… como si mi dignidad colgara de un hilo de encaje barato. Veo cómo una camioneta negra se detiene, y el tipo del asiento del conductor baja la ventanilla con ese aire de superioridad que suelen tener los hombres que creen que pueden comprarlo todo. Y, bueno, en este caso… pueden.

Después de acordar una cifra que me permitiría, con suerte, comprar leche para mi hermano, subo fingiendo entusiasmo. Como si fuera un honor prostituirme por tercera vez esa semana. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había hecho esto. Pero entre el hambre, las cuentas, y la mirada vacía de mi hermanito esperando que le lleve algo, no tenía muchas opciones. Orgullo no da de comer, y la esperanza, honestamente, ya la había vendido hacía rato… probablemente junto con mi primer beso.

El hotel era uno de esos que pretenden parecer de lujo, pero huelen a humedad y a desesperación. El tipo intentó besarme. Siempre lo hacen. Y como siempre, aparté el rostro.

—Todo mi cuerpo puede ser tuyo —le dije—. Pero mis labios no.

No sé qué demonios tiene un beso, pero para mí aún era algo mío. Íntimo. Sagrado. O tonto, quizás, pero mío.

Pude ver el cambio en sus ojos. Ese tipo de sombra que aparece cuando algo que quería no le fue concedido. Lo siguiente ocurrió demasiado rápido: sus manos rodeando mi cuello, su peso sobre mí, su cuerpo entrando sin pedir permiso, como si violar fuera parte del paquete.

Intenté gritar, zafarme, arañarlo… pero fue inútil. Y luego, solo oscuridad.

***

No tengo idea de cuánto tiempo pasó. Solo sé que abrí los ojos porque sentí algo cálido sobre mi frente. Unas manos grandes, ásperas, pero suaves en su contacto.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —logré preguntar con la garganta rota.

—Tranquila, mi lady… está a salvo —dijo una voz grave pero amable—. Me llamo Luciel. La encontramos en el bosque.

¿Bosque? ¿Qué bosque?

Antes de poder decir algo más, otra voz, menos cálida y mucho más inquisitiva, intervino:

—Sí, ¿qué hacía una doncella como usted tan lejos del pueblo?

—Gael… espera a que se recupere —interrumpió el primero con fastidio fraternal.

Iba a replicar, a decirles que ni era doncella ni me perdí en ningún bosque, pero no me dio tiempo. Un dolor agudo me atravesó el abdomen y todo se volvió negro otra vez.

***

En el sueño, todo fue distinto. Nítido, como una película que había visto mil veces. Solo que no era una película. Era... familiar.

Vi un reino. Una niña. Un rey que murió lentamente después de casarse con una mujer de belleza escalofriante y sonrisa venenosa. Vi a la niña, encerrada en una torre como si fuera una muñeca olvidada. Vestidos bonitos, lecciones de modales, y una constante repetición de: *calla, sonríe, no pienses, solo sé hermosa*. Vi cómo la reina usaba magia oscura para robar la juventud y belleza de cada mujer noble del reino, dejándolas marchitas como flores olvidadas. Y esa niña... ella era la siguiente.

Su belleza crecía. Todos lo decían. Los sirvientes la deseaban en silencio, los nobles murmuraban al verla pasar. Incluso su madrastra, en medio del odio, sentía una atracción retorcida por esa pureza inquebrantable que no lograba corromper.

Entonces, un día, la reina ordenó su muerte.

El cazador que debía matarla la llevó al bosque. Ella pensó que era su amigo. Ingenua. El tipo la abrazó, la tocó, le dijo que no tenía opción. La violó entre los árboles. Y luego… sin darse cuenta, la mató.

Un suspiro se escapó de mis labios dormidos. Porque, en ese instante, entendí algo.

Esa historia. Esa niña.

Era yo.

***

Desperté con un sobresalto. Sudada, desorientada… y con siete pares de ojos masculinos mirándome como si fuera una aparición divina. Aunque bueno, yo tampoco me quedé callada. Lo primero que murmuré fue:

—Qué suerte tengo… claramente estoy en el cielo. Morí y estoy en una especie de limbo… rodeada de ángeles musculosos.

Luciel, que seguía cerca y parecía el tipo de persona que se sonroja si le decís "pecado", se puso rojo hasta las orejas.

—Creo que iré por más hierbas… aún está delirando —balbuceó antes de huir como si yo fuera una tentación demasiado grande para su alma pura.

Yo, mientras tanto, me acomodé entre sábanas rústicas, observando a mi alrededor como quien se despierta en una cabaña de retiro espiritual… excepto que no había ancianas tejiendo, sino hombres. Hombres por todos lados.

Siete, para ser exacta.

Cada uno más impresionante que el anterior. Casi parecía un catálogo de fantasías femeninas: el intelectual con lentes, el rudo con cicatrices, el dulce con voz suave, el grandote tímido, el coqueto que guiñaba el ojo por reflejo, el cocinero con brazos de panadero fornido, y por supuesto… Luciel, el enfermero angelical que ya me hacía querer enfermarme más seguido.

—¿Me pueden recordar si morí? —dije mientras los observaba con una sonrisa medio boba—. Porque si esto es el cielo… no pienso portarme bien.

El rudo de la cicatriz, Gael, cruzó los brazos y frunció el ceño.

—Habla raro —murmuró.

—No es de por aquí, eso es obvio —agregó el de los lentes.

—¿Creen que tenga hambre? —preguntó el fornido cocinero, que olía a pan recién hecho. Pan y pecado, si me preguntan.

Yo solo suspiré. Siete hombres. En una cabaña. En medio del bosque. Y yo, la mujer que sobrevivió a un intento de feminicidio y que ahora tenía visiones de cuentos de hadas.

Claramente, esta era la parte donde debería preocuparme por mi salud mental.

Pero no. En vez de eso, me limité a acomodarme el cabello (que estaba hecho un desastre, pero shh, detalles) y dije:

—Muy bien, ¿cuál de ustedes va a darme la bienvenida oficial? ¿O hacemos una fila?

Unos tosieron. Otros se voltearon. Uno se atragantó con su propia saliva.

Perfecto. Aún lo tenía.

El sarcasmo. El encanto. Las ganas de vivir… o al menos, de divertirme mientras resolvía en qué demonios me había metido.

***

Esa noche, entre sopa caliente, mantas suaves y miradas furtivas, comprendí la verdad.

Esa historia del sueño. Esa niña maldita por su belleza, esa mujer traicionada, esa víctima convertida en leyenda…

Era yo.

Rosana murió en ese motel. En esa habitación donde vendí hasta el último pedazo de dignidad. Y en su lugar… ahora estaba Blanca.

No sabía cómo, ni por qué, ni quién había hecho el cambio de canal. Pero lo había vivido todo. Yo era Blancanieves. La nueva versión. La que no pensaba volver a confiar en madrastras, ni guardias, ni manzanas.

Y si algún día aparecía un tipo con capa roja y una sonrisa de galán, ofreciéndome una fruta tentadora…

Que se la meta por donde no da el sol.

Porque aunque viniera el mismísimo Brad Pitt con la manzana en una mano y un anillo en la otra… ni muerta la comía.

Aunque bueno… si él traía vino y no hablaba mucho, tal vez me lo pensaba.

Pero la manzana, jamás.

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Comments

Angel

Angel

es que los besos no se dan así por qué si, son más íntimos.

2025-08-11

2

morenita

morenita

🤣🤣🤣blanca nieves y los siete musculotes ,quien le va a dar la bienvenida a la niña? 🤣,ya saben ofrezcanle vino ,pero manzanas ni se les ocurra 🤣🤣🤣

2025-08-04

1

Sam bourgeois

Sam bourgeois

morí!!! creo que mi infancia oficialmente murió!!! una Blancanieves pecadora!!!! eso es fenomenal

2025-07-29

5

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