Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.
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Capítulo 9
El coche finalmente se estacionó en el garaje de la casa de Elisa, y ella necesitó unos segundos para recomponerse antes de soltar el cinturón.
Todavía sentía las piernas débiles, el cuerpo entero sensible, como si cada célula suya estuviera impregnada por el toque de Júlia.
Con las manos temblorosas, cerró la puerta detrás de ellas, soltando un suspiro cansado.
Mientras Elisa se apoyaba en la pared, respirando hondo, intentando retomar el control, Júlia caminó curiosa por la sala, hasta divisar una nota dejada sobre la mesa.
Cogió el papel y leyó en voz alta, con una sonrisa jugueteando en sus labios:
— "Mamá, fui al shopping con unas amigas. Vuelvo después del almuerzo. Besos, Sofía."
Elisa levantó la mirada a tiempo de ver la sonrisa pícara formándose en el rostro de la chica.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Ella supo, sin duda alguna, lo que aquella sonrisa significaba.
Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, se escabulló rápidamente hacia la cocina, buscando desesperadamente algo para beber, para ocupar las manos, para no perder de una vez el resto de cordura que aún le quedaba.
Cogió una botella de vino tinto de la estantería, pero cuando se giró para coger una copa, se encontró de frente con Júlia, que se apoyaba en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una expresión descaradamente provocativa.
— ¿Está lista para otra, profesora? — provocó, con la voz cargada de malicia.
Elisa rio nerviosamente, tapando la botella y buscando la copa como quien se aferra a una tabla de salvación. Se sirvió generosamente y tomó un largo trago automático, casi derramando el vino de tan rápido.
Júlia se acercó aún más, extendiendo la mano con una mirada suplicante:
— ¿Me das un poco?
Elisa arqueó una ceja y respondió en un tono divertido, con la sonrisa más atrevida que había mostrado hasta entonces:
— Los menores de edad no beben vino. Solo refresco.
Júlia soltó una risa baja, cargada de segundas intenciones, y, sin apartar la mirada de ella, respondió:
— Los menores de edad tampoco hacen gemir a la profesora hasta correrse en el coche a alta velocidad...
Elisa se atragantó ligeramente con el vino, tosiendo, y golpeó la copa en la encimera riendo, sonrojada hasta el alma.
— No soy tan joven, ¿sabes? — completó Júlia, acercándose aún más, disminuyendo el espacio entre ellas hasta casi tocarse. — Tengo 25.
Elisa parpadeó varias veces, como si estuviera recalculando todo lo que sabía sobre aquella chica que, hasta hacía unos minutos, era solo "la alumna y la amiga de su hija".
— ¿25? — repitió, intentando sonar seria, pero la voz le salió más ronca de lo pretendido.
Júlia asintió, mordiéndose el labio inferior.
— ¿Y usted, profesora? ¿Cuántos?
— Treinta y ocho — respondió Elisa de inmediato, su lengua se adelantó a la censura de su cerebro. — ... Años — completó en un susurro, como si eso hiciera alguna diferencia.
La sonrisa de Júlia se ensanchó, depredadora.
— Hum... Entonces usted es una mujer experimentada — provocó, inclinándose peligrosamente cerca del cuello de Elisa, sin tocarla, solo dejando que el calor de su respiración rozara su piel.
Elisa cerró los ojos por un segundo, sintiendo cómo todo su cuerpo reaccionaba, el vino calentando aún más su sangre.
Cuando abrió los ojos, era como si hubiera desistido de cualquier intento de negarse a sí misma.
— Lo suficientemente experimentada para saber que eres un peligro — murmuró, mirando a Júlia como quien observa algo que sabe que la va a destruir, pero que aun así desea desesperadamente.
Júlia sonrió aún más, con la mirada clavada en los labios de Elisa.
— Y usted es lo suficientemente experimentada... para saber que no va a poder resistirse, ¿verdad, profesora?
Elisa rio bajo, una risa rendida, sin más excusas, sin más barreras.
Dejó la copa de vino a un lado y, actuando por un impulso incontrolable, agarró a Júlia por el cuello con la mano y finalmente pegó sus labios a los de ella, con un hambre que ya ni intentaba disimular.
Júlia gimió contra su boca, agarrándola por la cintura y atrayéndola hacia sí como si quisiera fundirlas allí mismo.
Y en aquel beso, en aquel primer contacto verdadero, Elisa lo supo: a partir de ahí, ella no quería —y no iba a— parar.
Continuará