Luna Vega es una cantante en la cima de su carrera... y al borde del colapso. Cuando la inspiración la abandona, descubre que necesita algo más que fama para sentirse completa.
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Capítulo 22: Entre Libros
Selena reacciona de inmediato: empuja a Luna contra la pared más cercana y se pega a ella, cubriéndola con su propio cuerpo para que nadie la vea.
—¡Escóndete! —susurra entre dientes, apretando los labios.
El corazón de Selena late a toda velocidad por el susto, por el riesgo de ser descubierta junto a la cantante.
Pero Luna apenas se inmuta. De hecho, lo único que logra registrar con claridad es el roce inevitable del cuerpo de Selena contra el suyo, la presión de esa cercanía que la deja momentáneamente sin palabras.
Un par de estudiantes cruza el vestíbulo y se marcha sin siquiera notar nada extraño.
Selena se aparta de golpe, como si se hubiera quemado, frotándose los brazos para descargar tensión.
—Tienes que irte. Ya. Antes de que alguien te descubra. ¿Sabes lo que significaría un escándalo en la universidad? Es lo último que necesito ahora mismo.
Luna sigue callada, observándola con esa calma exasperante.
—¿Me estás escuchando? —chasquea los dedos delante de ella, intentando atraer su atención.
Luna parpadea, se aclara la garganta y responde con naturalidad:
—Umm... sí. Pero solo necesitaba que me aconsejaras un libro para leer.
Selena la mira con incredulidad.
—Ya te he dicho que no—
—¡Selena! —una voz conocida interrumpe la frase.
Ambas giran la cabeza a la vez.
Kim Lambert acaba de entrar en la biblioteca con un libro bajo el brazo. Sonríe al verla, sin notar la tensión en el aire.
—Qué casualidad. Venía solo a devolver esto.
Kim se acerca con paso tranquilo, sin percibir el desastre que Selena siente a punto de estallar.
—¿Qué haces aquí a estas horas, Selena? —pregunta ella con una sonrisa cordial.
Selena traga saliva y fuerza una mueca que parece una sonrisa.
—Yo... eh... terminando unas cosas. Ya sabes, deberes, ensayos... lo de siempre.
Kim asiente y entonces se percata de la figura oculta detrás de Selena.
—¿Y ella? —pregunta con curiosidad—. ¿Es tu amiga?
Selena ni pestañea.
—Sí —responde con rapidez, casi atropellando la palabra—. Sí, claro, es... es mi amiga. Está un poco perdida, pero... nada grave.
Kim sonríe con amabilidad hacia Luna.
—Encantada. ¿Qué estudias?
Luna se aclara la garganta, demasiado consciente de la mirada asesina de Selena, y responde con una voz impostada que suena más grave de lo normal:
—Eh... arquitectura. Sí. Mucho cálculo. Mucho plano. Ya sabes... cosas de... edificios.
Selena cierra los ojos un segundo, deseando que la tierra se la trague.
—Interesante —dice Kim, sin darle demasiada importancia—. Bueno, Selena, te mando un mensaje para que quedemos un día de estos y terminemos nuestro ensayo, ¿vale?
—Perfecto —responde ella, forzando otra sonrisa.
Kim se dispone a marcharse, pero antes se inclina un poco hacia Selena y le habla en voz baja, casi en confidencia.
—Ah, y un consejo: las gafas de sol y las gorras están prohibidas en la biblioteca. La bibliotecaria se pone muy estricta con eso. Que tenga cuidado tu amiga.
Selena siente cómo se le encienden las mejillas de pura vergüenza.
—Lo tendré en cuenta —musita entre dientes.
Cuando la puerta se cierra tras Kim y el silencio regresa, Luna se inclina hacia ella con una media sonrisa y susurra:
—Ha ido de poco, ¿no?
Selena la fulmina con la mirada. En ese instante, querría ahorcarla, pero sabe que ni en mil años podría ganar una demanda contra una estrella mundial como Luna Vega.
—La chica es mona —añade Luna, como quien no quiere la cosa—. Y tú... te has puesto nerviosa demasiado rápido en cuanto apareció. ¿Es porque te gusta?
—No será porque tenía a Luna Vega, disfrazada de payasa, pegada a mi espalda —responde Selena entre dientes—. ¿Te imaginas si te hubiera descubierto? Mi vida estaría patas arriba en segundos.
—Oye, no me has contestado.
—Ni falta que hace.
Selena suspira, agotada.
—No me has dicho nada en una semana y ahora apareces aquí, en mi santuario... la universidad. ¿Qué es lo que de verdad quieres, Luna?
—Un libro —responde ella con desarmante sencillez—. Ya te lo he dicho: un libro. Y no te vuelvo a molestar.
Selena se queda mirándola un par de segundos, enmudecida por la simpleza de su respuesta.
¿Un libro? ¿En serio? Después de una semana de silencio absoluto, de irrumpir en su universidad disfrazada como si estuviera en un reality de famosos... ¿Un simple libro?
Suspira y baja la vista al teléfono. 10 minutos para que la biblioteca cierre. Diez minutos de tregua. No vale la pena discutir.
Levanta la mirada y asiente, derrotada.
—Está bien. Vamos a buscar un libro.
El brillo que aparece en los ojos de Luna es infantil, casi travieso. La sigue entre las estanterías con pasos ligeros, como si todo esto fuera un juego secreto entre ambas.
—¿Qué libro quieres exactamente? —pregunta Selena en voz baja, sin mirarla.
Luna se encoge de hombros, con esa manera suya de quitarse todo de encima.
—Uno que me inspire.
Selena aprieta los labios, reprimiendo la respuesta sarcástica que se le viene a la mente. Inspira hondo. Uno que te inspire, dice... como si eso se pudiera sacar de la nada.
Mientras recorre con los dedos los lomos de los libros, buscando algo concreto, Luna rompe el silencio.
—Que sepas que yo no tengo ningún problema con que te gusten las chicas.
Selena se detiene en seco, sin apartar la mirada de los títulos frente a ella. Luna continúa, con esa sonrisa ladeada, divertida con su propio atrevimiento:
—Soy muy tolerante, ¿sabes?
Remata la frase con una risa suave, casi burlona.
Selena, en cambio, no se digna a mirarla. Ni una mueca, ni una réplica. Solo alarga la mano y saca un libro de la estantería, sin pronunciar palabra. Se lo entrega directamente, como si así cerrara el tema de raíz.
Luna lo toma entre las manos, intrigada. Recorre el lomo con la vista y lee en voz alta:
—Orlando, de Virginia Woolf.
Alza una ceja.
—¿Y de qué va?
—Léelo y ya me cuentas —responde Selena con frialdad, casi tajante.
Luna mira el libro con desconfianza.
—¿Lo quieres o no?
—Sí... lo quiero —responde la cantante aferrando el libro contra su pecho.
—Entonces dámelo.
—¿Por qué?
Selena rueda los ojos, como si la respuesta fuera obvia.
—Estamos en una biblioteca, Luna. No te puedes llevar el libro así como así. Y, por más que lleves puesto ese uniforme, no creo que tengas un carné de estudiante. ¿Me equivoco?
Luna niega con la cabeza, resignada, y le entrega el libro a Selena.
—Eso pensaba. Ahora vengo.
Selena se aleja con paso firme, dejando a Luna plantada entre las estanterías.
La cantante se cruza de brazos, observando cómo la otra se acerca al mostrador y habla con naturalidad con la bibliotecaria, con una sonrisa tranquila, como si reservar un libro para una estrella mundial no fuera nada fuera de lo común.
Luna ladea la cabeza, sorprendida por la calma de Selena, por la forma en que parece encajar en este lugar como si fuera parte de él. Hay algo en esa serenidad que empieza a resultarle intrigante. ¿Cómo alguien puede moverse con tanta seguridad en un mundo tan distinto al mío?
Cuando Selena regresa, le coloca el libro en las manos sin ceremonia.
—Listo. Es tuyo... por ahora.
Luna sonríe, satisfecha, y ambas se dirigen hacia la salida.
El silencio de la biblioteca se traga cualquier otra palabra, pero a Luna le queda un cosquilleo en el pecho, una curiosidad que no esperaba sentir.
El eco de sus pasos resuena en los pasillos vacíos. La universidad está a punto de cerrar, y las luces automáticas del vestíbulo parpadean anunciando el final del día. Selena y Luna caminan juntas hacia la salida, atravesando el gran hall hasta llegar a las puertas principales.
Pero, al acercarse, notan que no estan solas. Un pequeño grupo de estudiantes se agolpa cerca de la salida, cuchicheando con nerviosismo. Algunos estiran el cuello, otros alzan los móviles como si quisieran captar algo más allá de los cristales.
—¿Qué están haciendo aquí? —susurra alguien.
—¿Son periodistas? —pregunta otro.
—¿A estas horas? No puede ser...
—¡Quítate, que no veo!
El murmullo crece, cargado de curiosidad. Selena frunce el ceño y se detiene en seco.
—Eso no pinta bien —murmura, más para sí que para Luna.
Gira la cabeza hacia ella, que se ha quedado unos pasos atrás, mirando la escena como si no acabara de comprender el revuelo.
—Espera aquí —ordena Selena con firmeza—. Voy a ver qué pasa.
Luna arquea una ceja, pero no replica. Se queda apoyada contra la pared, a cierta distancia del murmullo de los estudiantes, observando con los brazos cruzados.
Selena, en cambio, se abre paso con cautela entre el pequeño grupo y se asoma hacia la puerta acristalada.
Afuera, en la calle, las luces de un coche encendido iluminan la entrada. Frente a él, amontonados, varios periodistas esperan con cámaras y micrófonos en alto, preparados como buitres.
El estómago de Selena se encoge.
Da un paso atrás, se gira de inmediato y busca a Luna con la mirada. La encuentra apartada, a salvo del foco de curiosidad de los estudiantes, como si ese pequeño margen de distancia la protegiera.
Y, por primera vez, Selena no sabe cómo salir de esta.
Lo único que puede hacer es maldecir en silencio el momento en que decidió abrirle la puerta de su vida a Luna Vega... a ese torbellino de caos disfrazado de fama que creyó poder mantener bajo control, y que ahora amenaza con desbordarlo todo.
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