¿Podría un hombre marcado por la sangre cambiar al encontrarse con una mujer que veía la esperanza en todo?
¿O el pasado de ambos sería demasiado fuerte para escribir una nueva historia?
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Cap. 4
Miradas que pesan
—Joven, ¿me prepara dos fideos de pollo para llevar? Pero sin cebollín, por favor —pidió un cliente mientras se acercaba al carrito.
—Claro, aguánteme tantito —respondió Eva, mientras se acomodaba el mandil.
—Si gusta tomar asiento, joven. Luego se cansa uno de tanto esperar —le dijo Lisna, señalando una silla de plástico.
El hombre se sentó mientras Eva se apresuraba a preparar los pedidos. El carrito estaba rodeado de gente. La fila crecía y el aroma del caldo con pollo, chile y limón se mezclaba con el bullicio de la calle.
De pronto, se escuchó el sonido inconfundible de un silbato.
—¡Piiiiiip! ¡Piiiiiip! ¡Desalojen! ¡No se puede vender aquí! —gritó un agente de la alcaldía, parte del operativo de reordenamiento urbano.
Varios inspectores comenzaron a acercarse. Los comerciantes ambulantes entraron en pánico. Algunos recogían sus cosas a toda prisa, otros simplemente huían.
—¡Eva, vámonos! Nos van a levantar —dijo Lisna, con los ojos abiertos como platos.
—¡Sí, sí! ¡Ayúdame con los platos! ¡Yo recojo el carrito! —respondió Eva, mientras trataba de guardar todo lo que podía.
—Señor, señora, disculpen, pero tengo que llevarme los tazones —dijo Lisna, arrebatando los platos a los clientes que aún comían.
—¡Oiga! ¡Ni siquiera he tomado agua! —protestó uno.
—Pues cómprese una en la tienda, joven. ¿No ve que nos están corriendo? —respondió Lisna, sin perder el ritmo.
—¿Y el pago? ¿Dónde está el pago? —gritó Lisna, buscando al cliente que se escabullía.
—Mañana le pago, no traigo efectivo —dijo el hombre, corriendo calle abajo.
—¡Maldito! ¡Ojalá te dé diarrea! —gritó Lisna, mientras Eva la jalaba para que se apurara.
En medio del caos, Jimmy y sus amigos aparecieron.
—¡Vamos, vamos! Les echamos la mano —dijo Jimmy, ayudando a levantar las cosas.
Eva, sin pensarlo, corrió hacia una señora que vendía fruta y que luchaba por desmontar su puesto.
—Déjeme ayudarla, señora —dijo Eva, mientras guardaba las naranjas en una canasta y desmontaba la lona que servía de techo.
—Pero tu carrito, hija... también tienes que cuidarlo —respondió la mujer, preocupada.
—No se preocupe, mis amigos están en eso —dijo Eva, sin dejar de moverse.
Mientras tanto, en un penthouse de la colonia Polanco, Lucifer hablaba por teléfono.
—Aris, lleva mi ropa a la lavandería. Y que esté lista hoy mismo —ordenó, mientras caminaba por su vestidor, una habitación más grande que muchos departamentos.
Camisas italianas, zapatos de piel, relojes suizos, perfumes franceses. Todo perfectamente ordenado. Lucifer eligió una camisa negra, pantalones de lino y unos zapatos de cuero marrón oscuro. Se abrochó la camisa, dejando los primeros dos botones abiertos, como era su costumbre.
—El coche está listo, señor —dijo Aris, entrando.
—No olvides la ropa —respondió Lucifer, saliendo con paso firme.
Al llegar al coche, Hendra abrió la puerta. Ya dentro, Lucifer preguntó:
—¿Qué hay de Peter?
—Lo vimos reunido con el grupo del Barón. Tenemos fotos. Está haciendo tratos con ellos —respondió Aris, mostrando las imágenes.
Lucifer observó las fotos con atención. El Barón, su enemigo jurado, aparecía junto a Peter en una terraza, cerrando negocios.
El Barón había intentado destruirlo varias veces. Lucifer le había dejado una cicatriz en la mejilla y había matado a su primo en una emboscada. Desde entonces, el odio entre ambos era personal.
Mientras tanto, Eva y Lisna corrían con el carrito por una calle secundaria. Se escondieron detrás de un puesto abandonado, agachadas, jadeando.
—Estoy muerta, Eva. Esto fue como una persecución de película —dijo Lisna, sudando.
En ese momento, el coche de Lucifer pasó lentamente por la calle. El tráfico estaba detenido por el operativo. Eva levantó la vista y se encontró con los ojos de Lucifer.
Por un instante, el ruido desapareció. Solo estaban ellos dos. Eva sonrió, dulce, y asintió con la cabeza. Lucifer no respondió. Su mirada era fría, distante, pero no se apartó.
El coche siguió su camino. Eva lo observó hasta que desapareció entre el tráfico.
—Gracias por ayudarnos —dijo Eva a Jimmy y sus amigos.
—No hay bronca, pasábamos por aquí y vimos el relajo —respondió Jimmy, guiñándole un ojo a Lisna.
—¡Ay, qué romántico! —dijo Lisna, fingiendo náuseas.
—Gracias por ayudarme, señora. Si no, me quedo sin vender —dijo la frutera, entregándole a Eva una bolsa con naranjas.
—No se preocupe, señora. Lo hicimos con gusto —respondió Eva.
—Tómalas, hija. Mejor que se las lleves tú a que se las lleven los inspectores —insistió la señora.
—¡La fortuna no se rechaza! —dijo Lisna, tomando la bolsa.
—Gracias, señora. Que le vaya muy bien —dijo Eva, sonriendo.
—¿Nos vamos a casa o seguimos vendiendo? —preguntó Lisna.
—Seguimos. No nos vamos a rendir por unos inspectores —respondió Eva.
—¡Eso! Vamos —dijo Lisna.
—¿Les ayudo? —ofreció Jimmy.
—No hace falta, Jim. Gracias otra vez. Y por cierto, los dos fideos que pediste hace dos semanas... olvídalos. Considera que ya están pagados con tu ayuda —dijo Eva.
—¡Uy! Qué buena onda. Ya se me había olvidado —respondió Jimmy, rascándose la cabeza.
—¿Quieres más fideos gratis? —preguntó Lisna, con tono amenazante.
—¡No, no! Solo bromeaba —dijo Jimmy, riendo.
—¡Vas! —gritó Lisna.
—Lisna... —intervino Eva.
Jimmy se fue con sus amigos, dejando a Eva y Lisna listas para continuar su jornada.
Se instalaron de nuevo en una esquina, justo en una intersección donde el tráfico era constante. A pesar del susto, los fideos de pollo seguirían siendo su esperanza.
Te felicito
espero que ese tipo le diga a Eva que su padre la vendió a el para pagar la deuda que tenia con el aver si con eso ya habré los ojos y se da cuenta que ellos no la quieren y solo la ven como un objeto que pueden usar del cual desacerse
y así ella se aleje y corta lazos con esa gente que si la buscan con escusas barata no los escuche ni les de dinero que solo se preocupe por ella y su hermano que se ve que la quiere y se preocupa por ella