JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

POV Lola Ribera

¡Qué noche, Virgen Santa!

Gracias al cielo, al menos me dejaron frente a mi casa. Temía que Leticia convenciera a Monic de tirarme por ahí.

Suspiro y miro el techo de mi hogar.

—¡Maldito Milton! Lo odio… ¿Por qué no se queda con su moza y me deja en paz? —grito, frustrada.

Pero no. El inepto tiene que venir cada fin de semana para que yo le llene la panza… Y es tan descarado que hasta me pide comida para llevarle a esa zorra.

Entro y, desde la puerta, el olor a humo me golpea. Miro los muebles: están arruinados, cubiertos de hollín. Las paredes, negras. Sigo caminando, y todo es un desastre.

No puedo seguir haciéndome la fuerte. Me derrumbo. Comienzo a llorar como una niña estúpida, sintiendo que me ahogo con mi propia saliva.

—¿Qué voy a hacer? Estoy quebrada —sollozo.

El malnacido de Milton vació las cuentas bancarias que teníamos en conjunto, se adueñó del coche… Me dejó con las deudas y sin un centavo.

De la casa no pudo apoderarse, y eso fue lo único que me salvó. Mamá, en su infinita sabiduría, dejó cláusulas que la protegían. No entraría en ninguna sociedad conyugal ni podría venderse; antes de eso, pasaría a un hospicio. Al menos, gracias a ella, tenía un techo sobre mi cabeza.

Si no fuera por eso, hasta estas paredes me habría quitado… Porque lo que fue la nevera y la lavadora… también se las llevó.

Comencé a salir con Mateo porque, como todo infiel, me endulzó el oído. Y yo, necesitada de amor… de una caricia, aunque fuera falsa… con ganas de sentirme viva y deseada… caí en el juego.

Con Milton hacía más de tres años que ni una teta me tocaba y, pues… eso hace falta.

Mateo es guapo, bien hablado, siempre impecable con su traje de diseñador. De vez en cuando me daba unos buenos pesos para comprarle cosas a los niños, algo que el idiota de Milton jamás hacía.

Mi trabajo como contadora en la empresa de camiones de mi padre está bien pagado, y además, puedo hacerlo desde casa.

Pero, como la idiota ingenua que soy, accedí a sacar un par de coches, firmando como fiadora y codeudora. Es decir, dueña de la deuda, pero no de los vehículos.

La idea no era mala: ofrecer servicio de Uber. Bien administrado, deja buen dinero. Papá inició su negocio de flota de camiones con un pichirilo viejo.

En la primera semana, Milton contrató a uno de sus primos sinvergüenzas, y este estrelló el coche. La aseguradora no respondió porque el imbécil iba conduciendo en estado de ebriedad.

El segundo coche, Milton lo convirtió en su transporte particular. Nunca aportó ni la cuarta parte para pagar la cuota y, al contrario, yo tenía que asumir el combustible y el mantenimiento.

Cansada de toda esa mierda, decidí ponerlo en venta para al menos recuperar lo que aún se debía al banco. Era lo mínimo que podía hacer para salir de tantas deudas.

Sin embargo, cuando hicieron el peritaje, me llevé otra bofetada de realidad: el coche estaba lleno de rayones y golpes. La oferta que me hicieron no llegaba ni a la quinta parte de su valor.

Eso fue lo que me dijo mi flamante esposo.

Otra vez, él se salía con la suya, y yo asumía las consecuencias.

Aun así, ese coche ya era solo un gasto y, como dice mi papá: "Mejor pájaro en mano que cien volando."

Sin pensarlo más, acepté la oferta. No era lo que esperaba, pero al menos me libraba de un problema más.

Mi sorpresa llegó cuando solicité el certificado para concretar la venta: el coche ya no estaba a nombre de Milton.

En ese momento, sentí cómo la indignación me subía por la garganta.

¿Cómo demonios había logrado liberarse de la deuda y quedarse con el coche sin que yo me diera cuenta?

¿Cómo lo hizo el muy hijo de puta?

Con una jugada tan simple como los condones rotos: me endosó la deuda y, con ello, liberó el coche a su nombre. Y yo, como una completa idiota, firmé sin sospechar nada.

Me pasó los papeles entre un montón de documentos del colegio de los niños, aprovechándose de mi distracción… de mi confianza ciega en él… Ni siquiera tuve la oportunidad de cuestionarlo porque, para cuando me di cuenta, el maldito ya me había desocupado la casa.

Esa fue la gota que derramó el vaso.

Y ahí estaba Mateo, después de un matrimonio fallido y dos años de abstinencia. Con su porte… su generosidad… ayudándome…

¡Lo sé! Otra vez caí como una mensa.

El desencanto llegó cuando se quitó los pantalones.

"¡Virgen del Carmen!"

Todo iba tan bien: sus manos recorriendo mi cuerpo, su boca deleitándose en mí, su voz ronca y sexy. El hombre perfecto.

"Solo que su amigo era pequeño… ¡muy pequeño!"

Pero había sido un caballero, así que continué. Y fingí, como toda una zorra, que me estaba muriendo de placer con su Theodoro… como él lo llama.

Esa relación era hermosa… mientras él no se desnudaba.

Lo vi un par de veces con Leticia y me dio rabia. Pude comprobar lo que me había dicho: ella era una mantenida abusadora.

Él entretenía a los mellizos mientras ella se medía ropa.

"¡Maldita bruja!"

Así que, de manera anónima, comencé a enviarle fotos nuestras. Nunca saqué la cara de Mateo, para no perjudicarlo. Pero era obvio que ella sabía de quién eran las fotos… No todos tenían ese pitito tan chiquito.

En otras ocasiones, simplemente aparecía donde estaban y la hacía sentir incómoda.

"Tarde me enteré de la verdad."

Haciendo la contabilidad de papá, encontré un recibo de traslado de mercancía de la empresa de Mateo. Pero resulta que él no era el dueño.

La dueña era Leticia.

Él solo figuraba como representante legal.

Me puse a investigar y descubrí que el maldito me había visto la cara. Me hice amiga de la niñera de sus hijos, y ella me contó toda la verdad: ¡el mantenido era él!

La que realmente trabajaba desde casa era Leticia, porque los accionistas no querían a una mujer en la presidencia.

Ese día que vi a Mateo encargándose de los niños en el centro comercial, no fue porque Leticia fuera una desalmada. Fue porque los mellizos la vomitaron y tenía una reunión con su familia.

En fin… además de tenerlo pequeño, es un completo mentiroso.

Para mi desgracia, Leticia le comentó a una de las mamás del colegio que yo era una quita maridos.

Y sí, pensé en dejar al baboso ese… No lo hice.

No porque lo quisiera. No porque disfrutara de su compañía.

No… Lo hice por venganza.

***

La relación con mi papá y mis hermanos es buena, pero no puedo decirles que estoy quebrada. Que prácticamente vendo mi cuerpo para sobrevivir.

Ellos me lo advirtieron, pero yo, de sonza enamorada, no escuché.

Milton nunca ha sido santo de su devoción.

Escucho la voz de mi hermano, sacándome de mis pensamientos de mierda.

—¿Hasta cuándo vas a fingir que todo está bien?

No soy capaz de mirarlo… Me siento tan apenada… Tan idiota.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que soy la más grande estúpida del mundo? ¿Que el maldito perro de mi exmarido me dejó llena de deudas? ¿Que me conseguí un puto amante que, además de tenerlo chiquito, me engañó? ¿Eso quieres oír?

Sollozo, mientras mi cuerpo tiembla de temor y frustración.

"Mi vida da asco."

—Estoy sin casa, sin un puto peso en el bolsillo, porque lo que recibo el banco se lo lleva.

Bairon me mira con lástima, algo que no soporto.

—Lola…

—No quiero tu lástima ni la de nadie. Yo me metí en esta mierda, y yo veré cómo salgo.

Él niega con la cabeza y trata de acercarse a mí, pero me alejo.

—No vine a eso —dice con calma—. Pero está claro que tu orgullo es muy grande…

Deja un sobre en la mesa.

—Ahí tienes las escrituras de una de las propiedades que mamá te dejó y un cheque. Pero, aunque es tuya, está a mi nombre… Al menos eso te dará un techo donde vivir y algo de solvencia mientras reparas esta casa y organizas tu economía.

Lo miro sorprendida. Siempre pensé que mamá solo me había dejado esta casa… que me había desheredado por casarme con el bueno para nada de Milton.

—¿Por qué ahora? —pregunto, dolida. He tenido que pasar muchas penurias y necesidades.

Bairon levanta las manos.

—Yo solo soy el mensajero, no me vayas a asesinar.

Sonríe, pero su mirada es seria.

—Fue decisión de mamá. Mientras siguieras con el imbécil, no verías ni un centavo de su dinero. Si algo te pasaba… todo iría a tus hijos.

No sé si llorar o reír.

Mamá siguió siendo más sabia que yo. Desde que conoció a Milton, no le simpatizó y me pidió que me alejara de él… Pero yo, terca como siempre, hice todo lo contrario. Me alejé de ellos por ese mantenido inservible.

Restos de la casa de Lola.