Me hice millonario antes de graduarme, cuando todos aún se reían del Bitcoin. Antes de los veinte ya tenía más dinero del que podía gastar... y más tiempo libre del que sabía usar. ¿Mi plan? Dormir hasta tarde, comer bien, comprar autos caros, viajar un poco y no pensar demasiado..... Pero claro, la vida no soporta ver a alguien tan tranquilo.
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Capítulo 23: Dos Bichos Raros
Después de terminar de hablar, Adrián Foster observó la figura de Claire Williams mientras se alejaba por el pasillo. Algo en su forma serena y decidida lo dejó inquieto. Tomó aire, se pasó una mano por el cabello y caminó hacia la puerta del patio interior de la casa.
El sonido del verano lo envolvía. Afuera, el canto de las cigarras se mezclaba con el trino ocasional de los pájaros que anidaban en los árboles del jardín de Riverside Hills. El aire olía a hierba cortada y a melón fresco.
—¿Sabes algo curioso? —dijo Sarah Parker mientras se servía un trozo de sandía y se lo llevaba a la boca con una sonrisa—. Creo que Claire nunca ha tenido novio. Desde que la conozco, en la universidad, jamás la he visto salir con nadie.
Se acomodó en la silla de mimbre y continuó:
—Varios de nuestros amigos intentaron presentarle chicos, pero siempre pasa lo mismo: los tipos se interesan en ella, pero ella nunca parece interesarse por ellos.
—¿Por qué será eso? —preguntó Adrián, apoyando los codos sobre la mesa de madera.
Sarah suspiró, como recordando conversaciones pasadas.
—Según ella, no hay nadie que la haya conmovido realmente. Nadie que le haga sentir que vale la pena intentarlo. Dice que no quiere estar con alguien solo por estarlo. Prefiere seguir sola antes que fingir amor.
Adrián la escuchaba con atención, cada palabra grabándose en su mente.
—En la universidad —continuó Sarah—, muchos chicos la buscaron: algunos eran brillantes, otros ricos, incluso uno era presidente de la asociación estudiantil. Pero nada. No le movieron ni un cabello. Recuerdo a un tipo arrogante que le prometió que, si aceptaba salir con él, no tendría que preocuparse por nada en la vida. Ella lo rechazó sin dudar. Fue… épico.
Adrián sonrió con una mezcla de alivio y melancolía. Se alegraba de que Claire no hubiera tenido novio, de que nunca le hubiera mentido, de que su corazón aún estuviera intacto. Y al mismo tiempo, sentía una punzada de tristeza.
Porque comprendía que ella no era de las que se dejaban llevar por un impulso pasajero. Claire valoraba las relaciones verdaderas, no los juegos superficiales. Y eso la hacía tanto más inalcanzable como irresistible.
En el fondo, Adrián sabía que eran parecidos. Ambos se negaban a malgastar sus emociones en algo vacío. Ambos mantenían una línea propia, una especie de orgullo silencioso frente a un mundo dominado por las apariencias y el dinero.
Miró el horizonte desde el ventanal del patio. El cielo empezaba a teñirse de dorado, y pensó con cierta ironía que el futuro se veía incierto, pero al menos ellos dos compartían esa rareza. Dos almas fuera de lugar, dos “bichos raros” que, en un universo lleno de ruido, parecían entenderse sin decir palabra.
Recordó entonces una frase que su madre, Margaret Foster, solía repetirle:
“Las flores más bellas florecen en caminos difíciles”.
Adrián se repitió en silencio:
“No te rindas, Adrián. No importa cuánto te tardes persíguela hasta que ella misma te diga que sí”.
Sarah retomó la charla, rompiendo el hilo de sus pensamientos.
—Después de años sin encontrar a alguien que le interesara, Claire se concentró totalmente en su carrera. Y mira dónde está ahora: se convirtió en la gerente de contenido más joven de Lark Media Inc..
Adrián soltó una breve risa y dijo con admiración:
—Increíble.
Y lo era. Claire Williams era brillante, disciplinada y tenía un talento natural para liderar. Olivia Chen, la gerente de operaciones, había tardado casi una década en llegar al mismo nivel, y Claire lo había logrado en menos de cinco años.
Justo cuando Adrián pensaba en eso, Claire alzó la voz desde el otro lado del set:
—¡Emily! ¡Emily Zhang!
—¡Voy, voy! —respondió la recepcionista mientras corría hacia la sala principal con una tablet en la mano.
Sarah y Adrián la siguieron. Claire estaba junto a un gran monitor revisando el cronograma del día.
—¿Ya llegaron los protagonistas? —preguntó, mirando su reloj de pulsera—. ¡Miren qué hora es!
—Parece que no, Claire —respondió Emily con una mueca—. Hubo un accidente en la autopista. Ocho autos chocaron y el tráfico está completamente detenido.
—Genial —resopló Sarah—. ¿Qué hacemos ahora?
—No lo sé —dijo Claire con tono firme, aunque su ceño fruncido delataba la tensión—. Sin los protagonistas, ni aunque fuera una maga podría continuar la grabación.
Todos la miraron en silencio, hasta que sus ojos se dirigieron a Adrián. Él era, después de todo, el dueño de la empresa.
Adrián sonrió con calma.
—Hoy solo estoy como espectador. Manejen las cosas como crean mejor. No se preocupen por mis sentimientos; apenas estoy aprendiendo cómo funciona todo esto.
Al no recibir instrucciones de él, el grupo empezó a debatir opciones.
—Podríamos pedir a la empresa que envíe a otra influencer —sugirió Emily.
—Tardaría más de dos horas en llegar —replicó Sarah—. Para entonces, ya habríamos perdido la luz natural.
—Entonces tendremos que posponerlo —propuso otra asistente.
Claire negó con la cabeza.
—No. Este video promocional tiene que salir hoy. Si lo retrasamos, la tendencia pasará y todo el gasto se habrá ido al drenaje. Solo el alquiler de este lugar cuesta más de diez mil dólares diarios. Nadie quiere asumir esa pérdida.
El silencio volvió a instalarse hasta que Sarah chasqueó los dedos.
—¡La política interna lo permite! Si hay contratiempos, los empleados pueden participar como reemplazo.
Claire levantó una ceja.
—¿Quieres decir que pongamos a uno de los chicos del equipo como protagonista masculino y a una de nosotras como protagonista femenina?
—Exacto —dijo Sarah con una sonrisa traviesa—. Y seamos honestas: de las tres, solo tú tienes el porte para el papel principal.
—¿Y quién sería el protagonista masculino? ¿Xiao Wang? —preguntó Claire.
Sarah soltó una carcajada.
—Por favor, mide metro setenta raspado. No quedaría nada bien en cámara. Pero el señor Foster… —hizo una pausa dramática—, bueno, él sí tiene el perfil perfecto. Alto, atractivo, elegante. Ideal para el papel.
Claire la miró, entre divertida y nerviosa.
—¿De verdad estás sugiriendo que mi jefe actúe en cámara?
Adrián levantó las manos.
—Vaya, vaya, ¿ahora quieren ponerme a trabajar gratis?
—Somos tus empleadas, jefe —bromeó Sarah—. Nosotras te ayudamos a ganar dinero todos los días. Lo justo es que hoy tú nos ayudes a salir del apuro.
Claire suspiró y terminó aceptando.
—Está bien, hagámoslo rápido.
La sala se llenó de movimiento. Emily trajo el equipo de maquillaje, y la estilista ajustó el vestuario antiguo que usarían para la grabación.
En pocos minutos, Adrián estaba vestido con un traje de época color ámbar con bordes dorados. Sarah lo observó maravillada.
—Vaya, jefe… De verdad tiene el porte de un noble. No exagero si digo que parece sacado de una película romántica.
Adrián sonrió, algo incómodo pero complacido. A pesar del peso del vestuario, se veía imponente.
Justo entonces, la puerta se abrió. Claire entró en escena vestida con un traje blanco de época, el cabello recogido y la mirada serena. Su belleza era luminosa, etérea.
Adrián se quedó sin palabras. Cada movimiento suyo tenía algo hipnótico, una elegancia natural imposible de fingir.
—Claire… te ves increíble. Casi parece que vas a flotar hasta la luna.
Ella rodó los ojos, aunque en sus mejillas apareció un leve rubor.
—Deja de decir tonterías. ¿Está todo listo?
Todos asintieron.
—Señor Foster, ¿necesita repasar el guión? —preguntó Sarah.
—No hace falta, lo tengo en la cabeza —respondió él, respirando hondo.
—Perfecto. Entonces… ¡acción!
Claire se recostó sobre la cama del set, cubierta con una sábana azul cielo.
—Señor Foster, venga a sentarse junto a mí.
Adrián obedeció lentamente, su corazón latiendo con fuerza. Se sentó en el borde del colchón, tan cerca de ella que podía oír su respiración.
Claire, metida en su papel, le tomó la mano y dijo con voz suave:
—No pasa nada… te llevaré conmigo.
El contacto lo estremeció. Era la primera vez que sus manos se tocaban de verdad. Adrián sintió un calor recorrerle los brazos, el pecho, hasta el rostro.
Ella también se sonrojó, con el corazón palpitándole en los oídos. Nunca había sentido algo así por un hombre. Era nerviosismo, dulzura y felicidad que la desarmaba.
Y allí, bajo las luces del set, por un momento dejaron de ser jefe y empleada, y fueron solo dos personas que se entendían en silencio.
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